[923](160-220)
Su nombre romano era Quinto Séptimo Florente Tertuliano. Su cultura resultaba asombrosa. Su influencia fue duradera.
1. Vida
Nació en Cartago, hijo de un centurión romano. Estudió Derecho y ejerció la profesión en Roma. En aquel ambiente de persecución, entre 190 y 195, se convirtió a la fe cristiana, impresionado por el valor y la serenidad de los mártires que conoció ir a la muerte por sus creencias.
Visitó Grecia y quizá Asia Menor. En el 197 volvió a Cartago para contraer matrimonio y hacerse presbítero de la Iglesia.
Por sus actitudes de pureza, valor, integrismo, se asoció al grupo de los rigoristas y se hizo seguidor del sacerdote frigio Montano (Montanistas) que exigían inflexibilidad con los débiles en la fe y negaban el perdón a los pecadores públicos. Eso le alejó de la sede de Roma, que le condenó como hereje y le retiró la comunión.
2. Obras e ideas
A pesar de ello, fue el gran defensor de la fe cristiana en una Roma todavía pagana. Sus escritos y apologías, bellísimas de estilo, profundas de argumento y ardientes de forma, se convertirían en las «apologías cristianas» por excelencia. Se conservan de ellas bastantes entre los 31 escritos que se transmitieron con su nombre.
De no haber caído en el rigorismo, en ocasiones fanático, hubiera sido valorado como el más erudito y ardiente Padre de su siglo, pero sus actitudes morales le quitaron prestigio en sus planteamientos doctrinales. En todo caso es el más grande escritor del Occidente y de la lengua latina de los cuatro primeros siglos.
La Iglesia católica aceptó muchas de sus obras como ortodoxas, incluyéndolas en la literatura patrística: «A los pueblos», «El apologético», «Contra Marción», «Del Alma», «De la penitencia», «La exhortación a la castidad».
Su obra más famosa, «Apologética» (hacia el 197), es una defensa apasionada de los cristianos contra las acusaciones paganas de inmoralidad, ineficacia económica y subversión política.
De sus tratados doctrinales destinados a refutar la herejía, el más importante es «De los derechos de los herejes», donde argumenta que sólo la Iglesia tiene autoridad para declarar lo que es y lo que no es cristianismo ortodoxo.
Especial resonancia históricas tuvieron las más pastorales son sus escritos de madurez, en especial «Del bautismo» y «Sobre la oración», por la luz que arrojan acerca de las prácticas religiosas.
Pero en otras obras se manifestó tan riguroso que mereció la reprobación de diversos sínodos. Como en la que prohíbe al cristiano huir del a muerte «De la fuga en la persecución» o cuando les invita con ardor a huir de los espectáculos «De los espectáculos».
3. Influencia
Con todo su influencia en la Teología Occidental fue siempre evidente, desde S. Cipriano, su contemporáneo, que le admiraba, hasta los apologistas del siglo XIX que le intentaron rehabilitar en el pensamiento de la Iglesia.
Profundo conocedor de las literaturas griega y latina, tanto en su orientación pagana como cristiana, siembra sus obras de argumento pluriformes.
Es el primer escritor en latín que formula conceptos teológicos como la naturaleza de la Trinidad. Es original y abre caminos al pensamiento cristiano, menos sistematizado hasta su llegada. Usa el vocabulario de los juristas romanos. La tónica legalista de su lenguaje jurídico en su pensamiento teológico, acuñado por él en Occidente, nunca se ha borrado de los escritores cristianos.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(ca. 155-ca. 220)
DicEc
Â
A pesar de la vastedad de su obra y de la gran cantidad de estudios realizados sobre él, buena parte de la vida y doctrina de Tertuliano siguen siendo en cierto modo enigmáticas y motivo de disputas. Nació hacia el año 155 de padres paganos. Vivió, según confesión propia, una juventud disipada. Se casó y se convirtió al cristianismo antes del año 197. Jerónimo afirma que fue sacerdote, dato este del que no se encuentra confirmación por ningún otro lado. Estudió retórica y derecho, y en sus escritos muestra un notable conocimiento de los sistemas filosóficos. Gran parte de su obra es apologética, y está escrita a menudo en agria polémica. Desde aproximadamente el año 207 empieza a mostrar influencia del >montanismo, grupo al que más tarde se unió (ca. 212). Tras su escrito sobre la modestia (De pudicitia, 217-222) se le pierde el rastro, habiendo relatos contradictorios y no fiables sobre su vida posterior y su muerte.
Se le ha llamado el padre de la teología latina, lo que parece una denominación excesiva. Lo cierto es que no hizo una exposición equilibrada y unificada de la teología. No obstante, contribuyó a forjar el lenguaje latino de la teología y planteó muchas cuestiones cruciales en su época y para la teología posterior. Parece haber sido el primero en usar la palabra trinitas y en formular cuestiones de teología trinitaria; distinguió también dos sustancias en la única persona de Cristo, dando así un planteamiento inicial de un problema que no se resolvería hasta >Calcedonia. Fue autor del primer tratado teológico amplio sobre el bautismo.
En su período premontanista fue un oponente cáustico de la herejía y se ocupó mucho de temas de moral. Durante su período montanista se mostró extremadamente rigorista en las prácticas ascéticas y en su rechazo de las segundas nupcias, así como del perdón de los pecados muy graves —idolatría, fornicación, asesinato (cf De pudicitia )—. Niega también el derecho de la Iglesia a perdonar pecados, sosteniendo que sólo pueden hacerlo los «hombres espirituales» —los apóstoles y los profetas, es decir, los montanistas—.
Su contribución a la eclesiología es importante. Aunque conviene no exagerarla, hay un contraste entre la visión más objetiva y eclesial del primer Tertuliano y la postura más subjetiva y espiritual del Tertuliano montanista. Fue probablemente el primero en llamar a la Iglesia T «madre», término que conservó durante su período montanista. La Iglesia es también >»cuerpo», según los términos reflejados en Rom 12 y lCor 12; aquí como en otros lugares Tertuliano parece moverse más a gusto entre los vínculos legales y jurídicos que en el amor cristiano. Considera a la Iglesia nacida del costado de Cristo en la cruz. Escribió con gran belleza y pasión sobre el >martirio, aunque durante su período montanista negó la legitimidad de huir del martirio, a pesar de que buena parte de la tradición cristiana usaba textos como Mt 10.23 en sentido contrario. Pero donde se encuentran algunas de sus doctrinas eclesiológicas más importantes es en su obra capital De praescriptione haereticorum. Una praescriptio (praescribere, «escribir previamente») era un informe de la defensa que cancelaba un juicio legal. Tertuliano presentaba dos argumentos de este tipo: Cristo envió a los apóstoles, y no debería aceptarse a nadie más como predicadores; los apóstoles fundaron las Iglesias en las que se predica la verdadera doctrina. Bastan estas dos afirmaciones para demoler cualquier herejía. Sigue luego diciendo que «estamos en comunión con las Iglesias apostólicas porque nuestra doctrina no es en modo alguno diferente de la suya. Este es nuestro testimonio de la verdad». Los herejes no tienen derecho a las Escrituras, que pertenecen a las Iglesias apostólicas, sólo en las cuales puede encontrarse el significado auténtico de las mismas.
Aunque al final Tertuliano no resulte una figura muy atractiva, su vida y sus obras nos introducen en las hondas preocupaciones de la Iglesia primitiva y nos muestran la respuesta de un cristiano incondicional a los principales problemas de su tiempo. Su compromiso con el montanismo, más que una conversión intelectual, fue quizá consecuencia de su apasionada personalidad, que evitó siempre las componendas con la fragilidad humana, aun cuando su inflexible espíritu lo llevara fuera de la Iglesia a la que antes había defendido con tanta vehemencia.
Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiología, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Diccionario de Eclesiología
Vida: Quinto Septimio Florencio Tertuliano nació en Cartago hacia el 155 de padre centurión. Abogado en Roma, se convirtió hacia el 193, estableciéndose en Cartago. Jerónimo afirma que fue ordenado sacerdote, pero lo cierto es que tal dato no se desprende de sus obras. En torno al 207 adoptó una postura favorable al montañismo, llegando a ser jefe de un grupo extremo dentro de este movimiento al que se denominó como tertulianistas y que llegó hasta la época de Agustín de Hipona. Murió con posterioridad al 220.
Obras: Buena parte de su formación forense queda evidenciada en la obra literaria de Tertuliano, de manera que es constante en él la utilización de un tono de polémica y apologética. Entre sus obras apologéticas y polémicas destacan los dos libros A los paganos, la Apología — quizá su obra más importante, en la que, dirigiéndose a los gobernantes provinciales, suplica la libertad religiosa para los cristianos, Acerca del testimonio del alma, el tratado Contra los judíos, el tratado Acerca de la prescripción de los herejes, Contra Marción, Contra Hermógenes, Contra los valentinianos, Acerca del bautismo, Contra Práxeas, etc. También ahondó Tertuliano en los terrenos de la moral y la ascesis (A los mártires, el tratado Acerca de los espectáculos, Acerca de la oración, Acerca de la penitencia, Acerca del velo de las vírgenes, Acerca de la corona — obra en la que se describen la guerra y el servicio militar como absolutamente incompatibles con la fe cristiana, Acerca de la huida de la persecución, Acerca de la idolatría — donde Tertuliano vuelve a repetir sus tesis relacionadas con el hecho de que un cristiano no puede servir en el ejército, etc.
Teología: Es posible que la contribución principal de Tertuliano a la teología sea en relación con la doctrina de la Trinidad. El fue el primero en aplicar el término †œTrinitas† a las tres personas y así en De pud. XXI, habla de la †œTrinidad de una divinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo.† Asimismo expuso la idea de que el Hijo era de la misma sustancia que el Padre, así como que †œhay una sola sustancia en los tres que están unidos entre sí.† Su doctrina trinitaria se adelantó pues en un siglo al símbolo de Nicea. Mariológicamente, Tertuliano niega la virginidad de María durante y después del parto, señalando que †œaunque era virgen cuando concibió, fue mujer cuando dio a luz† (De carne Christi XXIII). Por †œhermanos de Jesús,† lógicamente entiende a los hijos de María según la carne (De carne Christi VII; Adv. Marc IV, 19, De monog. VIII, De virg. vel. VI). Con todo, para Tertuliano, María es la segunda Eva. Eclesiológicamente, Tertuliano fue el primero en aplicar el título de Madre a la Iglesia, †œseñora madre iglesia† (Ad mart. I). Esta iglesia es receptora de la fe y custodia de lo revelado, pues sólo ella posee las Escrituras que los herejes no tienen derecho a utilizar. En su período montanista, esta visión de la iglesia-institución iría cediendo, lógicamente, ante una visión de la iglesia espiritual formada por los hombres espirituales. Ambas están enfrentadas y contrapuestas. Sacramentalmente, las aportaciones de Tertuliano al latín cristiano son realmente notables — aunque no podemos limitarlas sólo a este área de la teología — aunque él no fue, como ha mostrado A. Kolping, el primero en utilizar el término †œsacramentum.† También es el primer autor que nos ha legado una descripción de la práctica penitencial en la Iglesia primitiva. Por él sabemos que existía un segundo perdón después del bautismo — consistente en arrepentimiento y satisfacción — mediante el cual el pecador podía volver al estado de gracia. Este perdón requería una confesión pública de pecado y concluía con la absolución pronunciada por el obispo. Salvo en su época montanista en que restringió el perdón a los †œpecados más leves,† Tertuliano manifiesta que el mismo era aplicable a todo tipo de pecados. No trató con frecuencia el tema de la Eucaristía, pero parece claro que considera ésta como sacrificio (De orat XIX) y, desde luego, afirmó la presencia real (De pud IX, De idol VII). Como él mismo señala: †œEl pan que Cristo tomó y dio a sus discípulos, lo hizo su cuerpo diciendo Este es mi cuerpo† (Adv. Marc. IV, 40). Se ha discutido si la expresión †œrepresentare† en relación al papel que el pan desempeña respecto al cuerpo de Cristo en la Eucaristía no sería contradictoria con lo anteriormente expuesto. En realidad, creemos que no, puesto que aquí †œrepresentare† tiene el contenido de hacer presente. El pan es el medio que se utilizaría, pues, para hacer presente el cuerpo de Cristo — no sólo para simbolizarlo — en la eucaristía. Escatológicamente, Tertuliano creía en la existencia de un infierno eterno para los condenados (Apol. XLVIII) y se basó en el pasaje de Mat 5:25 para abogar por una idea de purgatorio o purificación del alma †œpost mortem,† que, no obstante, localiza en el infierno y durante el período que va de la muerte a la resurrección (De an. LVIII). Aún más, Tertuliano sostenía que de ese purgatorio †œavant la lettre† sólo estaban excluidos los mártires (De resurr. carnis. XLIII). La situación de las almas que se hallan en ese estado puede ser aliviada mediante las oraciones de los vivos, como hacen las esposas que rezan por sus maridos fallecidos (De monog. X). Finalmente, podemos señalar que Tertuliano creía en el milenarismo y pensaba que, al fin del mundo, los justos resucitarían para reinar con Cristo en Jerusalén por un período de mil años (Adv. Marc. III, 24).
VIDAL MANZANARES, César, Diccionario de Patrística, Verbo Divino, Madrid, 1992
Fuente: Diccionario de Patrística
SUMARIO: I. El Deus Christianorum.-II. Teología trinitaria.
Quinto Septimio Florencio Tertuliano, el pensador occidental más original del período preniceno, nació en Cartago hacia el 160 y murió también allí hacia el 220 o un poco después. Probablemente nadie discute la importancia de su figura en relación a la teología occidental, ya sea que se le considere su iniciador o, al menos, uno de sus más importantes exponentes. Durante mucho tiempo se le consideró exageradamente como el creador del latín cristiano, del cual es más bien un testigo activo y comprometido, cuya creatividad linguistica y genio literario han marcado a la tradición latina. Aunque no sea el creador del latín cristiano, sí lo ha introducido de forma masiva en el mundo literario y puede ser considerado como el creador del latín teológico, en cuanto lenguaje estructurado, y del latín eclesiástico, junto al decisivo papel que jugaron las diversas traducciones latinas de la Biblia.
El pensamiento teológico de Tertuliano se contextualiza frente a la filosofía griega, las doctrinas rabínicas, el gnosticismo, el marcionismo y el monarquianismo. El carácter de la obra de Tertuliano es sistemático, casi una summa theologica, es decir, estudia sucesivamente los diversos núcleos fundamentales de la fe cristiana.
I. El «Deus Christianorum»
Aquí nos interesa particularmente la exposición de Tertuliano sobre la doctrina del Deus Christianorum. Su teología sobre Dios no es una teología de gabinete, sino que procede, incluso en el Adversus Praxean, de las controversiasvivas y actuales en su época en la comunidad cristiana de Cartago. Las fuentes de su doctrina proceden de la Escritura, la Liturgia y la Regla de Fe (De Praescript. 13,1-5; De Virg. Vel. 1,3; Adv. Prax. 2,1) de la Iglesia.
El centro del mensaje cristiano es la fe en un Dios uno y trino, creador del universo, y en un único Cristo, que trae la salvación al mundo y consumará la resurrección, y en único Espíritu que nos santifica. Manifestaciones históricas del Deus Christianorum son la creación, la revelación y la salvación.
La sistematización de la doctrina de Tertuliano sobre Dios encuentra su mejor formulación en el Adversus Praxean. Práxeas es un monarquiano modalista que propugna la existencia de una única persona en Dios, en la que Padre, Hijo y Espíritu Santo son meros nombres. Concederles otro tipo de entidad sería, según Práxeas, destruir la monarquía divina y caer en el paganismo. Cierto que la unicidad divina es un dogma esencial del cristianismo, pero no lo es menos que la revelación neotestamentaria y la predicación del evangelio desde los comienzos apostólicos obligan a creer en la economía interior de la divinidad por la que la unidad se despliega internamente en Trinidad. Tertuliano es el primer autor latino que usa el término Trinitas, no limitando su sentido únicamente al de tríada, sino enriqueciéndolo al unirlo y contraponerlo al de unitas.
Tengamos delante un texto que es todo una síntesis de la teología trinitaria de Tertuliano: «Y especialmente ésta (la herejía de Práxeas) que se imagina poseer la pura verdad en tanto que piensa que no es posible creer en el único Dios más que diciendo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son personalmente él mismo (ipsum eundemque), como si el Uno no fuera también Todo, al provenir Todo del Uno, a saber mediante la unidad de sustancia, salvaguardando, con todo, el misterio de la economía que organiza la Unidad en Trinidad y explica que el Padre y el Hijo y el Espíritu son tres. Tres, sin embargo, no por naturaleza (statu), sino por el grado (gradu), no por sustancia (substantia), sino por la forma (forma), no por el poder (potestate), sino por la manifestación (specie), pues son de una única sustancia (substantiae), de una única naturaleza (status) y de un único poder (potestatis), porque no hay más que un único Dios, a partir del cual estos grados (gradus), formas (formae) y manifestaciones (species) se atribuyen a los nombres del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Cómo es que admiten pluralidad (numerum) sin división, se demostrará a continuación» (Adv. Prax. 2, 3-4).
Esta breve síntesis, en la que resuena en sus últimas líneas el eco de la praxis litúrgica en la administración del bautismo, es un verdadero compendio sistematizado de la teología trinitaria de Tertuliano. Pero esta síntesis requiere por parte del lector un esfuerzo por comprender el lenguaje y la intención del autor. Es lo que enseguida realizaremos explicando primeramente el tema de la unidad y luego el de la Trinidad. La unidad se designa con los términos substantia, status, potestas. La distinción de personas con los términos forma, gradus, species, y en Adv. Prax. 12,6 con el término persona.
II. Teología trinitaria
Unius autem substantiae. El término substantia tiene para Tertuliano una resonancia concreta, relacionada con su etimología, y designa el sustrato, el fondo concreto y permanente constitutivo, la verdad objetiva de las cosas particulares. Es la materia constitutiva del ser. Ese sustrato persiste bajo la diversidad de cualidades, actos, elementos cambiantes. Tertuliano lo aplica, en primer lugar, a las sustancias materiales. Y también a las realidades espirituales: Dios, ángeles, alma. Ahora bien, Tertuliano dice: ‘Substantia corpus sit rei cuiusque» (Adv. Hermogenem 35,2), con lo cual toda la realidad, la material y la espiritual, es corporal tiene una cierta corporalidad. Lo que es incorporal, -que no es lo mismo que no-espiritual-, sencillamente no existe. La substantia Dei, su sustrato, la materia constitutiva del ser divino, es espíritu (Adv. Prax. 26,4.6), que, a su vez y según la explicación dada, es «corpus sui generis» (Adv. Prax. 7,8). Espíritu equivale aquí a naturaleza divina. Al no conocer el concepto de espíritu puro, la doctrina de Tertuliano sobre Dios está afectada de un cierto materialismo verbal, que, en definitiva, nos revela haber tomado el término del lenguaje corriente.
Unius status. Prescindiendo del significado banal de estado de la cuestión, estado de salud, etc., el status concierne al conjunto de propiedades que caracteriza a una substantia y que permite situarla en relación con otras sustancias. Es el aspecto permanente de una realidad vinculado a su naturaleza y no a sus circunstancias. Correspondería a lo que llamamos la condición o naturaleza de una cosa. El status Dei, por no tener origen, tiene como condición el ser siempre, haber sido siempre, sin comienzo ni fin. El status Dei es la unicidad, unidad, eternidad, inmutabilidad, indivisibilidad. Esto es propio y exclusivo de Dios. Este status es común a las tres personas divinas, las cuales difieren non statu sed gradu. Pertenecen al mismo orden de realidad. El problema está en ver qué las distingue dentro de ese orden. En Dios la substantia es ser spiritus, su origen o census es la aeternitas. Su status es la condición de increado, no hecho, lo cual le opone a todo lo que no es él y que, consiguientemente, tiene su origen en él.
Unius potestatis. Las divinas personas poseen el mismo poder. Y que sean tres las que participan de la misma potestad no rompe la monarquía, ya que tienen en común una misma y única sustancia. La potestas tiene un aspecto dinámico: la plenitud de poder en Dios para actuar y obrar, concretamente que Dios es el único que posee el poder de crear y que, de hecho, es el único creador de todas las cosas.
Ahora estudiaremos los términos con que Tertuliano expresa la pluralidad en Dios: gradus, forma, species, persona.
Tres autem non statu sed gradu. En general, gradus designa, situándolo en su lugar, un término comprendido en una serie, una sucesión, encadenamiento, organización, un orden. Expresa una relación de origen, cierto orden progresivo. Al aplicar el término a la teología trinitaria, gradus marca el orden necesario de sucesión de las personas divinas, sin que esto implique diferencia alguna de status o de substantia. Es sólo la expresión del origen o census. En la Trinidad, gradus designa el modo como las personas divinas se distinguen en el interior del ser divino. No es distancia de tiempo o de rango: la metáfora incide sobre la emanación, no sobre una distancia. El gradus principalis es el punto de partida. de todos los siguientes. Del Padre es propio ser ingénito y eterno, el Hijo es nacido y, por tanto, no eterno: el Hijo fue engendrado con vistas a la creación (aunque, por otra parte, es eterno ya que el unius status y la unius substantiae es común a las tres divinas personas). Tertuliano no consigue formular sin fallos el misterio trinitario de Dios, y precisamente en esto del gradus la igualdad de las personas no se mantiene.
Non substantia sed forma, nec potestate sed specie. Los conceptos de forma y species son casi sinónimos. Forma para Tertuliano es algo así como el principio individuante y distintivo. Hay tres formas en Dios, es decir, tres subsistentes individuales, tres sujetos de la misma sustancia divina. El término forma tiene un sentido fuerte, como el que tendrá más tarde en teología trinitaria el de persona. La species es lo exterior de una cosa que nos la hace comprehensible y comprensible. El ejemplo del sol y sus rayos son «duce formae, sed cohaerentes» (Adv. Prax. 8,6) o «duas species unius et indivisae substantiae» (Adv. Prax. 13,10), dos modos de aparecer la misma sustancia, que la hacen visible y cognoscible. La forma o species del Padre es ser invisible ya que no tiene comienzo. Los ojos no pueden mirar directamente al sol. El Hijo es capaz de manifestación y visibilidad «pro modulo derivationis» por proceder, por tener comienzo. El rayo de sol sí se puede ver. El encuentro de Dios con la creación se lleva a cabo por medio del Hijo. En cuanto el Hijo realiza los planes del Padre, tenemos el fundamento último de la diferencia de ambas formae o species en la divinidad. En el AT, el Verbo se hacía visible en las teofanías y preparaba así su aparición como Verbo encarnado (Adv. Prax. 17).
Persone non substantiae nomine (Adv. Prax. 12,6): Tertuliano es el primer autor eclesiástico que aplica el término persona a la Trinidad. El término aparece 33 veces en el Adversus Praxean. El dice por una parte una substantia y, por otra, tres personae, pero no une nunca las dos expresiones. Con todo, tiene un texto que se acerca mucho a la fórmula posterior tres personae in una substantia o una substantia in tribus personis: «alium autem quomodo accipere debeas iam professus sum, personae non substantiae nomine» (Adv. Prax. 12,6). El Hijo es «otro» distinto al Padre en cuanto persona, no por razón de la substantia que le es común con el Padre. Por ello, persona expresa distinción, no división o separación. Cuando Tertuliano habla de personas en el cuadro de la monarquía divina, ésta no se rompe, porque los tres ejercen el mismo dominio soberano. Hijo y Espíritu son los asistentes del Padre, son personas oficiales, encargados de oficio, ministros.
¿Qué significa persona en Tertuliano? Prescindimos de los significados de máscara, faz, rostro, pues en Adv. Prax. 7 se insiste en que persona es una realidad y no un término vacío de contenido. En primer lugar, una persona es para Tertuliano un sujeto parlante (Adv. Prax. 5). Que en la Trinidad hay varias personas se muestra, según el testimonio de las Escrituras, en que uno habla a otro y sobre otro (Adv. Prax. 11). En segundo lugar, la persona se manifiesta en su actuar responsable. Tertuliano encuentra que la Escritura no sólo llama Dios y Señor a un único y mismo sujeto, sino que a diversos sujetos los designa con el nombre de Dios. A estos sujetos, a los que la Escritura menciona con sus nombres, los llama Tertuliano personas un individuo existente distintamente, un sujeto espiritual con autodominio y subsistencia en una sustancia. Así al interpretar Gén 1, 26-27 dice que Dios habla en plural, que el Hijo es la segunda persona y el Espíritu la tercera, los cuales cooperan con Dios como colaboradores: «cum ministris et arbitris» (Adv. Prax. 12, 3). Las tareas de las personas son distintas: al Hijo toca la encarnación y al Espíritu la santificación.
La articulación trinitaria de la divinidad la explica Tertuliano por medio de comparaciones. La triple analogía de raíz-tallo-fruto, fuente-río-arroyo, sol-rayo-punta luminosa del rayo (Adv. Prax. 8, 5-7) representa una producción o emisión unida a su origen e ilustra la la emergencia de las personas divinas en Dios. La Trinidad queda comparada a un desarrollo vital, lo mismo que de la raíz brota el árbol para terminar en el fruto, el movimiento trinitario se concluye en la persona del Espíritu Santo, el tercero (Adv. Prax. 30, 5) después del Padre y por medio del Hijo (Adv. Prax. 4, 1), sin perder nada del origen fontal que es el Padre y del cual procede o emana o desarrolla de una manera orgánica la Trinidad «per consertos et connexosgradus». Padre, Hijo y Espíritu son tres, pero inseparables y estrechamente unidos en la substantia de la divinidad sin división ni separación alguna. Los tres son una sola cosa, no una sola persona (Adv. prax. 25,1). Se mantiene así el principio de la monarquía y el de la economía intradivina. Pero no todo es perfecto en esta articulación de la divinidad. El Verbo deviene persona con miras a la creación. El Hijo está subordinado al Padre en cuanto que es originado; la sustancia del Hijo es sólo derivación o porción de la «tata substantia» (Adv. Prax. 9,2) del Padre. El Espíritu, como tercero, está subordinado al Hijo (Adv. Prax. 8,7).
La aportación de Tertuliano a la elaboración del dogma de la Trinidad, en línea con la Escritura y la Regla de Fe, podría resumirse en los siguientes puntos: No sólo a nivel de terminología, pues es el primer autor latino que ha utilizado el término trinitas y también el primero que emplea el término persona en teología trinitaria. Supone un progreso en relación a autores anteriores, pues elabora una teología propiamente trinitaria al integrar al Hijo y al Espíritu con funciones específicas: creación, redención, santificación. Lo peculiar de Tertuliano está en la expresión tan elaborada de la pluralidad divina y en las explicaciones racionales que da. Los tres de la Trinidad pueden contarse, sin que esto constituya una separación entre ellos.
Los términos utilizados por Tertuliano, substantia, persona, conservan todavía hoy su validez. Pero también tienen sus deficiencias: por ejemplo, el concepto de substantia tan unido a unaimagen corporal. Los nombres divinos se explican no por las relaciones personales, sino por modificaciones de la sustancia divina y, por eso, son formae y species de la misma sustancia. Quizás el valor teológico más notable de Tertuliano sea haber creado un lenguaje teológico nuevo, aunque no todos sus términos y conceptos hayan tenido el mismo acierto ni la misma aceptación y supervivencia, y, no en último término, el haber puesto las bases para sugerir el principio que deberían explotar abundantemente los Padres del siglo IV, que el Espíritu es con relación al Hijo, lo que el Hijo es en relación al Padre.
[ -> Bautismo; Creación; Encarnación; Espíritu Santo; Fe; Filosofía; Gnosis y Gnosticismo; Hijo; Jesucristo; Misterio; Naturaleza; Padre; Padres (orientales y occidentales); Personas divinas; Redención; Revelación; Salvación; Teología y economía; Trinidad; Unidad; Verbo.]
Carmelo Granado
PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992
Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano
Quinto Septimio Florencio Tertuliano
Escritor eclesiástico de los siglos II y III. Nació probablemente hacia el 160 en Cartago, y era hijo de un centurión en el servicio proconsular. Fue evidentemente un abogado de profesión en los tribunales de justicia, ya que demuestra un alto conocimiento de los procedimientos y términos de la ley romana, aunque es dudoso que él sea el mismo jurista llamado Tertuliano que aparece en las Pandectas. Sabía el griego así como el latín, y escribió tratados en griego que no nos han llegado. Fue pagano hasta mediados de su vida, había compartido los prejuicios paganos contra el cristianismo, y se había dedicado como otros a placeres vergonzosos. Su conversión no fue más tarde del año 197, y pudo haber sido antes. Abrazó la fe cristiana con todo el fervor de su naturaleza impetuosa. Fue ordenado sacerdote, sin duda de la Iglesia de Cartago.
Monceaux, seguido por D’Ales, consideran que compuso sus primeros escritos cuando todavía era laico, y si eso es cierto, entonces la fecha de su ordenación fue cerca del año 200. Las fechas de sus escritos existentes fluctúan desde la apologética en el 197 hasta el ataque a un obispo que probablemente fue el Papa Calixto (después del 218). Se unió a los montanistas después del año 206 y se separa definitivamente de la Iglesia alrededor del 211 (Harnack) o del 213 (Monceaux). Después de haber escrito con mayor virulencia contra la Iglesia que incluso contra los paganos y los perseguidores, se separó de los montanistas y fundó una secta propia. El resto de los tertualinistas fueron reconciliados con la Iglesia por San Agustín. Algunos de las obras de Tertuliano tratan sobre puntos especiales de creencia o disciplina. De acuerdo a San Jerónimo, Tertuliano vivió hasta una edad muy avanzada.
Tertuliano publicó en el año 197 un discurso corto, “A los Mártires”, y sus dos grandes obras apologéticas, “Ad Nationes” y “Apologeticus”. El primero ha sido considerado como un esquema completo para el segundo; pero es más certero decir que la segunda obra tiene un propósito diferente, a pesar de que ambas tienen muchos tópicos en común, los mismos argumentos se presentan de la misma manera con los mismos ejemplos, e incluso las mismas frases. La apelación a las naciones sufre debido a su transmisión en un solo códice, en el cual debemos deplorar la omisión de varias palabras y aun de algunas líneas. El estilo de Tertuliano es bastante difícil aun sin estas causas adicionales de oscuridad. Pero, el texto de “Ad Nationes” debió haber sido siempre más áspero que el de “Apologeticus”, el cual es una obra más cuidadosa así como más perfecta, y que contiene más material debido a su mejor arreglo, los mismos tópicos mejor ordenados, y es aproximadamente de la misma extensión que los dos libros de “Ad nationes”.
“Ad Nationes” tiene por único objeto refutar las calumnias en contra de los cristianos. En primer lugar, prueba que se basan únicamente en odio irracional, el procedimiento del juicio es ilógico; la ofensa no es otra cosa que el nombre de cristiano, que debía ser más bien un título de honor; no se presenta prueba alguna de crímenes, sólo rumores; el primer perseguidor fue Nerón, el peor de los emperadores. En segundo lugar, refuta los cargos individuales; Tertuliano reta al lector a no creer en algo tan contrario a la naturaleza como las acusaciones de infanticidio e incesto. Los cristianos no son la causa de los terremotos, las inundaciones y las hambrunas, ya que éstas sucedieron mucho antes del cristianismo. Los paganos desprecian a sus propios dioses, los deportan, prohíben su culto, se burlan de ellos en el teatro; los poetas narran historias horribles de ellos; ellos eran solamente hombres y hombres malos.
“Vosotros decís que nosotros adoramos la cabeza de un asno”, continúa, “pero vosotros adoráis a una gran variedad de animales; vuestros dioses son imágenes hechas en un marco de cruz, de tal manera que vosotros adoráis cruces. Vosotros decís que nosotros adoramos al sol, vosotros también lo adoráis. Un cierto judío pregonaba sobre una caricatura de una criatura mitad asno y mitad cabro, como nuestro dios; pero vosotros realmente adoráis pedazos de animales. En cuanto al infanticidio, vosotros exponéis a vuestros propios niños y matáis al no nacido. Vuestra lujuria promiscua os expone al peligro de incesto, de lo cual vosotros nos acusáis. Nosotros no juramos por el genio de César, pero somos leales, ya que oramos por él, mientras que vosotros os rebeláis. César no quiere ser un dios, él prefiere estar vivo. Vosotros decís que es por terquedad que despreciamos la muerte; pero desde antiguo ese desprecio a la muerte era considerado una virtud heroica. Muchos entre vosotros retáis a la muerte por ganancia o apuestas; pero nosotros lo hacemos porque creemos en el juicio. Finalmente, hacednos justicia, examinad nuestro caso, y cambiad de opinión.”
El libro segundo consiste en su totalidad en un ataque a los dioses de los paganos; los ordenó en clases de acuerdo a Varro. No fue, insiste el apologista, debido a la multitud de dioses que creció el Imperio.
De este fiero llamado y acusación surgió una obra más importante, el “Apologeticus”, dirigida a los gobernantes del Imperio y a los administradores de justicia. La obra anterior atacaba prejuicios populares; la nueva es una imitación de las apologías griegas, y tenía como objeto intentar asegurar mejoras en el tratamiento a los cristianos mediante una alteración a la ley o su administración. Tertuliano no puede reprimir su invectiva; sin embargo desea ser conciliador, y se desboca a pesar de su argumento, en lugar de ser su esencia como antes. Comienza de nuevo con un llamado a la razón. “No hay testigos”, alega, “para probar nuestros crímenes; Trajano le ordenó a Plinio que no nos buscase, pero aun así a castigarnos si nos dábamos a conocer, — ¡qué paralogismo! El procedimiento en sí es todavía más extraño: en lugar de torturarnos hasta que confesemos, somos torturados hasta que reneguemos.” Hasta este momento el “Ad Naciones” queda simplemente desarrollado y fortalecido.
Luego, después de un sumario condensado del segundo libro sobre los dioses paganos, Tertuliano comienza en el capítulo XVII una exposición de la creencia de los cristianos en un solo Dios, el Creador, invisible, infinito, de quien el alma humana, que por su naturaleza se inclina al cristianismo, da testimonio. Los diluvios y los incendios han sido sus mensajeros. Nosotros tenemos un testimonio, añade, a partir de nuestros libros sagrados, que son más antiguos que todos vuestros dioses. El cumplimiento de la profecía es la prueba de que son divinos. Luego explica que Cristo es Dios, la Palabra de Dios, nacido de una Virgen: relata sus dos venidas, sus milagros, Pasión, Resurrección, y sus cuarenta días con los discípulos. Los discípulos difunden su doctrina por todo el mundo; Nerón la sembró con sangre en Roma. Cuando eran torturados los cristianos gritaban, “Nosotros adoramos a Dios por medio de Cristo”. Los demonios lo reconocen y agitan a los hombres contra nosotros.
A continuación, discute la lealtad al Cesar más extensamente que antes. Qué fácil sería para los cristianos tomar venganza cuando el populacho se rebela: “Nosotros somos de ayer, sin embargo, llenamos vuestras ciudades, islas, fuertes, pueblos, consejos, así como los campos, tribus, decurias, el palacio, el senado, el foro, solamente os hemos dejado vuestros templos”. Podríamos emigrar y dejaros en vergüenza y desolación. Debemos ser al menos tolerados, pues ¿qué somos? —somos un cuerpo unido por la comunidad de religión, de disciplina y de esperanza. Nos reunimos para orar, incluso por los emperadores y las autoridades, para escuchar las lecturas de los Libros Sagrados y las exhortaciones. Juzgamos y separamos a los que cometen crímenes. Tenemos ancianos de probada virtud que nos presiden. Nuestro fondo común se reabastece por donaciones voluntarias cada mes, y se gasta, no en glotonería, sino en los pobres y afligidos. Nos echan en cara esta [[caridad] como si fuese una desgracia; vean, se dice, cómo se aman entre sí. Nos llamamos hermanos entre nosotros; vosotros sois también nuestros hermanos por naturaleza, pero sois malos hermanos. Se nos acusa de todas las calamidades; sin embargo, vivimos con vosotros, no evadimos ninguna profesión, solamente la de asesinos, hechiceros y cosas semejantes. Vosotros excusáis a los filósofos aunque su conducta es menos admirable que la nuestra. Ellos reconocen que nuestras enseñanzas son más antiguas que las de ellos, ya que nada es más antiguo que la verdad. La resurrección de la que os burláis tiene muchos paralelos en la naturaleza. Vosotros nos consideráis locos y nosotros nos regocijamos de ello. Conquistamos por nuestra muerte. Preguntad por la causa de nuestra constancia. Creemos que este martirio es la remisión de todas las ofensas, y que aquel que es condenado por vuestros tribunales es absuelto ante Dios.”
Presenta todos estos puntos con infinito ingenio y mordacidad. Las faltas son obvias. El efecto sobre los paganos pudo haber sido más de irritación que de convencimiento. Su misma brevedad resulta en oscuridad. Pero todo amante de la elocuencia, y habían muchos en esos días, se habrían regocijado con placer epicúreo la fiesta de ingeniosa exhortación y recóndito aprendizaje. Las acometidas son tan rápidas que nos resulta difícil comprender su peligrosidad antes de que sean renovadas abundantemente, con algunas veces algún golpe como una porra para variar el efecto. El estilo es compacto como el de Tácito, pero observa cuidadosamente el cierre métrico, al contrario de la regla de Tácito; y ese maravilloso hacedor de frases es superado por su sucesor cristiano con frases preciosas que serán citadas mientras dure el mundo. ¿Quién no conoce el anima naturaliter Christiana (alma cristiana por naturaleza); el Vide, inquiunt, ut invicem se diligent (Ved, exclaman, como se aman entre sí); y el Semen est sanguis Christianorum (la sangre de los cristianos es semilla)? Probablemente fue en esa misma época Tertuliano desarrolló su tesis del “Testimonio del Alma” sobre la existencia de un solo Dios, en su pequeño libro que lleva ese título. Con su elocuencia habitual, desarrolla la idea de que el lenguaje corriente nos inspira a usar expresiones como “Dios conceda” o “Si Dios quiere”, “Dios bendice”, “Dios ve”, “Qué Dios se lo pague”. El alma testifica también de los diablos, de justa venganza, y de su propia inmortalidad.
Dos o tres años más tarde (alrededor del año 200) Tertuliano asaltó nuevamente la herejía con un tratado aún más brillante, que, a diferencia del “Apologeticus”, no es únicamente para su propia época, sino que para todos los tiempos. Se llama “Liber de praescriptione haereticorum”. Ahora prescripción significa el derecho sobre algo, obtenido por su uso prolongado. En la ley romana el significado era más amplio; significaba el cortar bruscamente una pregunta con la negativa de oír el argumento del contrario, basándose en un punto anterior que le corta el fundamento bajo sus pies. Así trata Tertuliano con las herejías; no sirve de nada oír o refutar sus argumentos, porque ya existen pruebas anteriores de modo que no vale la pena ni oírlas. Las herejías, comienza Tertuliano, no deben sorprendernos, puesto que ellas fueron profetizadas. Los herejes utilizan el texto “Buscad y encontraréis”, pero esto no fue dicho a los cristianos; nosotros tenemos una regla de fe que debe aceptarse sin cuestionamiento. “Permitid que la curiosidad dé lugar a la fe y la vanagloria ceda su lugar a la salvación”, así Tertuliano parodia una línea de Cicerón. Los herejes argumentan a partir de las Escrituras; pero, primero, se nos prohíbe relacionarnos con un hereje después que se le ha dado la primera reprimenda, y segundo, las discusiones resultan sólo en blasfemia por un lado y en indignación por el otro, mientras que el oyente se retira más confundido que cuando llegó. La pregunta real es “¿A quién pertenece la fe?, ¿De quién son las Escrituras?, ¿Por quién, por medio de quién, cuándo y a quién se le ha transmitido la disciplina por medio de la cual somos cristianos? La respuesta es sencilla: Cristo envió a sus Apóstoles, quienes fundaron iglesias en cada ciudad, de las cuales las otras han tomado la tradición de la fe y la semilla de la doctrina y diariamente toman para convertirse en Iglesias, de tal manera que ellas son también apostólicas en el sentido de que son el fruto de iglesias apostólicas. Todas ellas son esa Iglesia que los Apóstoles fundaron, siempre y cuando se observe la paz y la comunión [dum est illis communicatio pacis et appellatio fraternitatis et contesseratio hospitalitatis]. Por lo tanto este es el testimonio de la verdad “Nosotros estamos en comunión con las Iglesias Apostólicas”
Los herejes contestarán que los Apóstoles no conocían toda la verdad. ¿Podría haber algo desconocido para Pedro, quien fue llamado la roca sobre la cual se construiría la Iglesia?, o ¿para Juan, que descansó en el pecho del Señor? Pero ellos dirán que las Iglesias se han equivocado. Algunas indudablemente se fueron por el mal camino, y fueron corregidas por el Apóstol; y para otras no tuvo más que elogios. “Pero, admitamos que todas se han equivocado. ¿Es creíble que todas estas grandes Iglesias se hayan equivocado coincidiendo en la misma fe?” Admitiendo este absurdo, entonces ¡todos los bautismos, dones espirituales, milagros, martirios, han sido en vano hasta que por fin aparecieron Marción y Valentino! La verdad será más joven que el error; pues ambos heresiarcas son de ayer, y eran todavía católicos en Roma durante el episcopado de Eleuterio (este nombre es un desliz o una falsa variante). De todas formas, las herejías son novedades y no tienen continuidad con la enseñanza de Cristo. Tal vez algunos herejes puedan reclamar antigüedad apostólica. Nosotros le respondemos: Que publiquen los orígenes de sus iglesias y que nos muestren el catálogo de sus obispos hasta ahora, desde los Apóstoles o desde algún obispo ungido por los Apóstoles, tal como los de Esmirna cuentan desde Policarpo y Juan, y los romanos desde Clemente y Pedro; que los herejes inventen algo que se iguale a esto. ¿Por qué? porque sus errores fueron denunciados por los Apóstoles hace mucho tiempo.
Finalmente (36), Tertuliano menciona ciertas Iglesias apostólicas, señalando especialmente a Roma, cuyo testimonio es el más cercano a la mano, —¡Iglesia feliz, por la cual los Apóstoles derramaron todas sus enseñanzas junto con toda su sangre, donde Pedro sufrió una muerte igual a la de su Maestro, donde Pablo fue coronado con un final semejante al del Bautista, donde Juan fue sumergido en aceite hirviendo sin que sufriera daño! Se resume La regla de fe romana, sin duda a partir del viejo credo romano, el mismo que nuestro actual Credo de los Apóstoles, salvo por algunas pequeñas adiciones en este último; casi el mismo resumen se da en el capítulo XIII, y se encuentra en “De virginibus velandis” (cap. 1). Evidentemente Tertuliano evita mencionar las palabras exactas, que solamente se enseñaban a los catecúmenos poco antes del bautismo. La totalidad de estos argumentos luminosos se basan en los primeros capítulos del tercer libro de San Ireneo, pero su vigorosa exposición es tan de Tertuliano como su exhaustiva y convincente lógica. Nunca él se mostró menos violento y menos oscuro. El llamado a las Iglesias apostólicas era incontestable en sus días; el resto de sus argumentos son todavía válidos.
Pertenecen también a la época católica de Tertuliano una serie de obras cortas dirigidas a los catecúmenos, que se sitúan entre los años 200 y 206. “De spectaculis” explica y probablemente exagera la imposibilidad para un cristiano de asistir a algún espectáculo pagano, aun a carreras o espectáculos teatrales, sin ya sea ofender su fe participando en idolatría o sin despertar sus pasiones. Algunos sitúan la “De idolatria” en una fecha más tardía, pero sin duda está estrechamente vinculada con la obra anterior. Explica que está prohibida la fabricación de ídolos, e igualmente la astrología, la venta de incienso, etc. Un maestro de escuela no puede eludir la corrupción. Un cristiano no puede ser soldado. A la pregunta, ¿Cómo voy a vivir entonces? Tertuliano responde que la fe no teme al hambre; que si por la fe debemos ofrendar nuestra vida ¿cuánto más nuestra vida? “De baptismo” es una instrucción sobre la necesidad del bautismo y sobre sus efectos; está dirigida contra una maestra del error que pertenecía a la secta de Gayo (tal vez el anti- montanista). Sabemos que regularmente el bautismo era conferido por el obispo, pero con su consentimiento podía también ser administrado por sacerdotes, diáconos e incluso laicos. El tiempo apropiado para conferirlo era Pascua y Pentecostés. La preparación se hacía mediante el ayuno, vigilias y oraciones. La Confirmación se confería inmediatamente después por unción e imposición de manos. “De paenitentia” se mencionará más adelante. “De oratione” contiene una exposición de La Oración del Señor, totius evangelii breviarium. «De cultu feminarum» es una instrucción sobre la modestia y sencillez en el vestir; Tertuliano goza detallando y ridiculizando las extravagancias del arreglo femenino.
Además de estas obras didácticas para los catecúmenos, Tertuliano escribió en la misma época dos libros, “Ad uxorem” en el primero de los cuales le ruega a su esposa que, cuando él muera, ella no se case de nuevo, ya que no es apropiado para un cristiano; mientras que en el segundo libro le manda que si se casa, se case con un cristiano, pues uno no debe juntarse con los paganos. Su pequeño libro sobre la paciencia es conmovedor, pues el autor admite que es una imprudencia de su parte disertar sobre una virtud de la que él tan claramente carece. Su libro contra los judíos contiene una curiosa cronología, usada para probar el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel. La segunda mitad del libro es casi idéntica con parte del tercer libro contra Marción. Parece que Tertuliano utilizó de nuevo lo que había escrito en una versión anterior de dicha obra, que data de esta época. «Adversus Hermogenem» es contra un cierto Hermógenes, un pintor (¿de ídolos?) que enseñaba que Dios creó el mundo de una materia pre-existente. Tertuliano reduce su argumento ad absurdum, y establece la creación de la nada basándose en la Escritura y la razón.
La siguiente etapa de la actividad literaria de Tertuliano muestra claras evidencias de opiniones montanistas, sin embargo, todavía no había roto formalmente con la Iglesia, la cual no había condenado aún la nueva profecía. Montano y las profetisas Priscila y Maximila habían muerto hacía mucho tiempo, cuando Tertuliano se convirtió en creyente en sus inspiraciones. Afirmaba que las palabras de Montano eran las del Paráclito, y característicamente exageraba su importancia. Le encontramos entonces cayendo en el rigorismo y condenando absolutamente las segundas nupcias y el perdón de ciertos pecados, e insistiendo en nuevos ayunos. Sus enseñanzas habían sido siempre excesivas en su severidad; ahora positivamente se deleita en la dureza. Harnack y D’Alès consideran a “De Virginibus velandis” como la primera obra de esta época; aunque Monceaux y otros la colocan en una época más tardía debido a su tono irritado.
Sabemos que Cartago estaba dividido por una disputa sobre si las vírgenes debían utilizar velo sobre la cara; Tertuliano y los pro-montanistas afirmaban que sí. Este libro había sido precedido por un escrito griego sobre el mismo tópico. Tertuliano afirma que la Regla de Fe es inalterable, pero que la disciplina es progresiva. Cita un sueño a favor del uso del velo, en una fecha que puede ser el año 206. Poco tiempo después, Tertuliano publicó su obra más extensa existente: 5 volúmenes contra Marción. Un primer borrador había sido escrito mucho tiempo antes; una segunda recensión se había publicado, aún no terminada, sin el consentimiento del escritor; el primer libro de la edición final fue terminado en el 207, décimo quinto año de Severo. El último volumen puede ser de unos años más tarde. Esta controversia es muy importante para nuestro conocimiento de la doctrina de Marción, cuya refutación a partir de su propio Nuevo Testamento, que consistía únicamente del Evangelio según San Lucas y las Epístolas Paulinas, nos permite reconstruir la mayor parte del texto bíblico del hereje. El resultado puede verse en «Geschichte des N. T. Kanons» de Zahn, II, 455-524. Le siguió una obra contra los valentinianos, la cual se basa principalmente en el primer libro de San Ireneo.
En 209, apareció el pequeño libro “De pallio”. Tertuliano había llamado la atención adoptando el palio griego, la vestimenta distintiva de los filósofos, y defiende su conducta en un ingenioso panfleto. Un libro extenso, “De anima” expone la psicología de Tertuliano. Describe muy bien la unidad del alma; enseña que es espiritual, pero no admite para nada una inmaterialidad en toda la extensión de su significado, —incluso Dios es corpus. Escribió dos obras contra el docetismo de los gnósticos: “De carne Christi” y “De resurrectione carnis”. En ellas enfatiza la realidad del Cuerpo de Cristo y su nacimiento virginal, y enseña una Resurrección corporal. Pero aparentemente niega la virginidad in partu de María, la Madre de Cristo, aunque la afirma ante-partum. Le dirige una exhortación a un converso viudo aconsejándole evitar un segundo matrimonio, que lo considera equivalente a la fornicación. Esta obra, «De exhortatione castitatis», implica que el escritor todavía no se había separado de la Iglesia.
El mismo rigorismo excesivo aparece en «De corona», en la cual Tertuliano defiende a un soldado que se había negado a usar una guirnalda sobre su cabeza cuando recibió el donativo dado al ejército en la accesión al Imperio de Caracalla y Geta en 211. El hombre había sido degradado y encarcelado. Muchos cristianos consideraban su acción extravagante y rehusaban considerarlo como mártir. Tertuliano declara, no solamente, que utilizar la corona hubiera sido idolatría, sino que afirma que ningún cristiano puede ser soldado sin comprometer su fe. La siguiente obra en orden es el «Scorpiace», o antídoto para la picadura del escorpión, dirigida contra la enseñanza de los valentinianos de que Dios no puede aprobar el martirio, ya que Él no quiere la muerte del hombre; ellos incluso permitían el acto externo de idolatría. Tertuliano demuestra que Dios desea la fortaleza de los mártires y su victoria sobre la tentación; él prueba por medio de la Escritura el deber de sufrir la muerte por la fe y las grandes promesas ofrecidas por este heroísmo. Al año 212 pertenece la carta abierta «Ad scapulam», dirigida al pro-cónsul de África que estaba reanudando la persecución, que habían cesado desde el 203. Le advierte solemnemente de la retribución que alcanza a los perseguidores.
La separación formal de Tertuliano de la Iglesia de Cartago parece haber sido ya sea en 211 o al final de 212, lo más tarde. Harnack fija la primera fecha basándose en la estrecha relación entre «De corona» de 211 con «De fuga», que debe, él piensa, haber seguido inmediatamente a «De corona». Es seguro que «De fuga in persecutione» fue escrita después de la separación. Condena la fuga en tiempos de persecución, ya que la Divina Providencia quiere el sufrimiento. Tertuliano no había propuesto esta doctrina intolerable durante sus días de católicos. Ahora llama a los católicos «Psychici», en oposición a los “espirituales” montanistas. No se menciona la causa de su cisma. Es improbable que él haya dejado la Iglesia voluntariamente. Parece, más bien, que cuando finalmente Roma desaprobó las profecías montanistas, la Iglesia de Cartago excomulgó, por lo menos, a los más violentos de sus adherentes.
Después de «De fuga» viene «De monogamia» (en el que se censura aún más severamente la perversidad del segundo matrimonio) y «De jejunio», una defensa de los ayunos de los montanistas. Es muy importante «Adversus Prazean», una obra dogmático. Práxeas no había permitido, de acuerdo a Tertuliano, que el Papa reconociera la profecía montanista; Tertuliano le ataca tildándole de monarquano, y desarrolla su propia doctrina de la Santísima Trinidad. (Ver monarquianos y Práxeas). La última obra del apasionado cismático parece ser «De pudicitia», si es una protesta, como se cree generalmente, contra un decreto del Papa San Calixto I, en el cual se publicó el perdón de los adúlteros y fornicadores, por la intercesión de los mártires, después de cumplir la debida penitencia. Sin embargo, Monceaux todavía defiende el argumento, que era más común antes que ahora, que el decreto en cuestión fue promulgado por un obispo de Cartago. En cualquiera de los casos, el que Tertuliano lo atribuyese a un supuesto episcopus episcoporum y pontifex maximus meramente atestigua su carácter definitivo. Es incierta la identificación de este decreto con la más amplia relajación de la disciplina por la que San Hipólito reprocha a Calixto.
Debe considerarse detalladamente el argumento de Tertuliano, ya que su testimonio para el antiguo sistema de penitencia es de primera importancia. Como católico, dirigió «De paenitentia» a los catecúmenos como una exhortación al arrepentimiento previo al bautismo. Además de ese sacramento él menciona, con una expresión de renuencia, una “última esperanza», una segunda tabla de salvación, después de la cual no hay otra. Este es el remedio grave de “exomologesis”, una confesión que implica una larga penitencia en cilicio y cenizas para la remisión de los pecados post-bautismales. En «De pudicitia» los montanistas ahora declaran que no hay perdón para los pecados más graves, precisamente aquellos para los cuales se necesita la “exomologesis”. Algunos críticos modernos, tales como Funk y Turmel entre los católicos, dicen que Tertuliano no cambió realmente su opinión sobre este punto, entre la escritura de ambos tratados. Se señala que en «De paenitentia» no se menciona la restauración del penitente a la comunión; debe hacer penitencia, pero sin esperanza de perdón en esta vida; no se le administra ningún sacramento, y la satisfacción de los pecados dura toda la vida. Esta opinión es imposible. Tertuliano declara en «De pudicitia» que ha cambiado de opinión y espera ser criticado por su inconsistencia. Implica que él sostenía esa relajación, como la que ahora está atacando, para ser legal. De cualquier manera, en «De paen.” compara el bautismo con la “exomologesis”, y asume que esta última tiene el mismo efecto que el primero, obviamente, el perdón de los pecados en esta vida. Nunca menciona la comunión, ya que se dirige a los catecúmenos; pero si la exomologesis no restaura eventualmente todos los privilegios cristianos, no habría razón para temer que la mención de ella podría actuar como un estímulo para pecar, pues una penitencia de por vida no es una perspectiva tranquilizadora. No menciona la duración, evidentemente porque la duración dependía de la naturaleza del pecado y del juicio del obispo; si la muerte hubiese sido el término, esto se habría expresado enfáticamente. Finalmente, y esto es conclusivo, no se podía insistir en que se pudiera imponer una segunda penitencia, si toda penitencia era de por vida.
Para entender plenamente la doctrina de Tertuliano debemos conocer su división del pecado en tres clases: Primeramente están los terribles pecados de idolatría, blasfemia, homicidio, adulterio, fornicación, falso testimonio, fraude, (Adv. Marc., IV, IX; en «De Pud.» sustituye apostasía por falso testimonio y añade vicios contra natura). Como montanista los llama imperdonables. Entre éstos y los meros pecados veniales están los modica o media (De Pud.., I), pecados, menos graves, pero todavía serios, que enumera en «De Pud.», XIX: «Pecados que se cometen diariamente, a los cuales todos estamos sujetos, ¿a quién no le ocurre, disgustarse sin causa y luego de la puesta del sol, o pegarle a alguien, o maldecir fácilmente, o jurar a la ligera, o romper un contrato, o mentir por vergüenza o por necesidad? ¡Cuántas tentaciones sufrimos en los negocios, en los deberes, en el comercio, en la comida, la vista y el oído! De modo que, si no hubiera perdón para estos actos, nadie se salvaría. Por consecuencia, habrá perdón para estos pecados mediante la oración de Cristo al Padre” » (De Pud., XIX).
Otra lista (De pud., 7) representa los pecados que pueden distinguir a una oveja perdida de una que ya está muerta: “El creyente está perdido si asiste a las carreras de carruajes, o combates de gladiadores, o al teatro impuro, o a exhibiciones de atletas, o juegos, o fiestas en alguna solemnidad secular, o si se ha ejercido algún arte que de algún modo sirva a la idolatría, o si ha caído en alguna negación de la fe o en una blasfemia”. Para estos pecados hay perdón, a pesar de que el pecador se ha extraviado del redil. ¿Cómo se obtiene el perdón? Lo sabemos sólo incidentalmente a partir de sus palabras. “Ese tipo de penitencia que es consecuencia de la fe, que puede ya sea, obtener el perdón del obispo por pecados menores, o de Dios solamente por aquellos que son imperdonables” (On Pud. 18). Así, Tertuliano admite el poder de los obispos para perdonar todos los pecados menos los imperdonables. La absolución que él admite para pecados frecuentes no estaba obviamente limitada a una sola vez, sino que debía haber sido repetida frecuentemente. Esta ni siquiera se menciona en «De paen», la cual trata únicamente sobre el bautismo y la penitencia pública para los pecados más graves. De nuevo, en «De pudicitia», Tertuliano repudia su propia enseñanza anterior de que Cristo le dejó las llaves a su Iglesia por medio de Pedro (Scorpiace, 10); ahora declara (De pud., 21), que el regalo fue para Pedro personalmente, y que no puede ser reclamado por la Iglesia de los «Psychici». El espiritual tiene el derecho de perdonar, pero el Paráclito dijo: “La Iglesia tiene el poder de perdonar los pecados, pero Yo no lo haré, no sea que pequen de nuevo”.
Por lo tanto, el sistema de la Iglesia de Cartago en tiempos de Tertuliano era claramente esta: Aquellos que cometían pecados graves se confesaban con el obispo y él los absolvía después de la debida penitencia ordenada y realizada, a menos que a su juicio el caso fuese tan grave fuese obligatorio imponer una penitencia pública. Esta penitencia pública se permitía sólo una vez; se imponía por largos períodos, algunas veces hasta la hora de la muerte, pero al final de ella, se prometía perdón y restauración. A veces el período se reducía por la oración de los mártires.
De las obras perdidas de Tertuliano la más importante es su defensa de la manera de profetizar de los [[montanismo | montanistas, «De ecstasi», en seis volúmenes, con un séptimo volumen en contra de Apolonio. A las opiniones peculiares de Tertuliano que ya hemos explicado, hay que añadir algunas más. No le interesaba la filosofía: los filósofos son los “patriarcas de los herejes.” Su noción de que todas las cosas, espíritus puros e incluso Dios, debían ser cuerpos, se explica por su ignorancia de la terminología filosófica. Sin embargo, del alma humana, dice en realidad, que la vio en una visión como ¡tierna, ligera, y del color del aire! Todas nuestras almas estaban contenidas en Adán, y se nos transmitieron con la mancha del pecado original —una forma ingeniosa pero burda de traducianismo.
Su enseñanza trinitaria es inconsistente, al ser una amalgama de la doctrina romana con la de San Justino. Tertuliano tiene la formula verdadera para la Santísima Trinidad, tres Personae, una Substantia. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son numéricamente distintos, y cada uno de ellos es Dios; son de una substancia (homoousion), un estado y un poder. Hasta ahí la doctrina es correctamente nicena. Pero, al lado de ésta aparece la opinión griega que más tarde se convertiría en el arrianismo: que la unidad debe buscarse no en la Esencia sino en el origen de las Personas. Tertuliano dice que en Dios había razón (ratio) desde toda la eternidad, y en la razón el Verbo (Sermo), no distinto de Dios, sino in vulva cordis. Para el propósito de la creación, la Palabra recibió un nacimiento perfecto como Hijo. Hubo un tiempo en que no había Hijo ni pecado, cuando Dios no era ni Padre ni Juez. Tertuliano no tiene influencia griega en su cristología, y es puramente romano. Como muchos de los Padres Latinos, habla no de dos naturalezas sino de dos Substancias en una Persona, unidas sin confusión y distintas en sus operaciones. De esa manera, condena anticipadamente las herejías nestoriana, monofisita y monotelista. Pero, aparentemente enseña que María, la Madre de Dios, tuvo otros hijos. Sin embargo, hace de ella la segunda Eva, quien por su obediencia borró la desobediencia de la primera Eva.
La doctrina de Tertuliano sobre la Sagrada Eucaristía ha sido ampliamente discutida, especialmente las palabras: Acceptum panem et distributum discipulis corpus suum illum fecit, hoc est corpus meum dicendo, id est, figura corporis mei. Una reflexión sobre su contexto demuestra que sólo es posible una interpretación. Tertuliano está probando que Nuestro Señor mismo explicó en Jer. 11,19 (mittamus lignum in panem ejus) que el pan se refería a su propio cuerpo, cuando Él dijo: “Este es mi Cuerpo”, es decir, que el pan era el símbolo de su Cuerpo. No se puede deducir nada ya sea a favor o en contra de la Presencia Real; ya que Tertuliano no explica si el pan es el símbolo del Cuerpo presente o ausente. El contexto sugiere el primer sentido. Otro pasaje es Panem, quo ipsum corpus suum repraesentat. Este pasaje puede significar “El pan que representa su Cuerpo” o “presenta, hace presente». D’Ales ha calculado que el sentido de presentación a la imaginación ocurre siete veces en los textos de Tertuliano, y el sentido moral semejante (presentación por imagen, etc.) ocurre doce veces, mientras que el sentido de apariencia física ocurre treinta y tres veces. En el ya mencionado tratado contra Marción sólo se halla el sentido físico, y catorce veces. Una afirmación más directa de la Presencia Real es Corpus ejus in pane censetur (De orat., VI). En relación a la gracia dada, ofrece algunas expresiones muy bellas, tales como, Itaque petendo panem quotidianum, perpetuitatem postulamus in Christo et individuitatem a corpore ejus (Al pedir por el pan cotidiano, nosotros pedimos la perpetuidad en Cristo y la indivisibilidad de su Cuerpo —Ibid).
Un pasaje famoso acerca de los Sacramentos del Bautismo, Unción de los enfermos, Confirmación, Orden y Eucaristía es: Caro abluitur ut anima maculetur; caro ungitur ut anima consecretur; caro signatur ut et anima muniatur; caro manus impositione adumbratur ut et anima spiritu illuminetur; caro corpore et sanguine Christi vescitur ut et anima de Deo saginetur (Se lava la carne, para poder limpiar el alma; la carne se unge, para poder consagrar el alma; se signa la carne (con la Cruz), para que el alma, pueda ser fortificada también; la carne se cubre con la imposición de manos, para que el alma también se pueda iluminar por el Espíritu; la carne se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que el alma también pueda tener su porción de Dios —«Deres. Carnis.” VIII). Tertuliano da testimonio de la práctica de la comunión diaria, y la reserva de la Sagrada Eucaristía por personas privadas con este propósito. ¿Qué pensará el marido pagano de este alimento que toman los cristianos antes que todos los otros alimentos? “Si sabe que es Pan, ¿no pensaría que es solamente lo que se llama?” Esto significa no solamente la Presencia Real, sino la transubstanciación.
Los días de estación eran los miércoles y los viernes, no sabemos en qué otros días se ofrecía la Santa Misa. Algunos pensaban que la Sagrada Comunión rompía el ayuno en los días de estación. Tertuliano explica “Cuando has recibido y reservado el Cuerpo del Señor, habrás asistido al Sacrificio y habrás cumplido el deber del ayuno también” (De oratione, XIX). Es famosa la lista que hace Tertuliano de las costumbres que se observaban por tradición apostólica, a pesar de no estar en la Escritura (De cor., III): las renuncias bautismales y la alimentación con leche y miel , el ayuno antes de la Comunión, los sufragios por los difuntos (Misas) en el día de su aniversario, no ayunar o arrodillarse en el Día del Señor y entre Pascua y Pentecostés, ansiedad por la caída al suelo de cualquier partícula o gota de la Sagrada Eucaristía, el hacerse la Señal de la Cruz continuamente durante el día.
El canon del Antiguo Testamento de Tertuliano incluía los libros deuterocanónicos, ya que él los cita en sus escritos. También cita el Libro de Enoc como inspirado, y piensa que aquellos que lo rechazan están equivocados. Parece que también reconocía el 4 Esdras y la Sibila, aunque admite que hay muchas falsificaciones sibilinas. Del Nuevo Testamento reconoce los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de San Pablo, la Primera de Pedro (Ad Ponticos), la Primera de Juan, la de Judas y el Apocalipsis. No conoce ni la Epístola de Santiago ni la Segunda de Pedro, pero no podemos afirmar que desconociera la Segunda y Tercera Cartas de Juan. Atribuye la Epístola a los Hebreos a San Bernabé. Rechaza el “Pastor” de Hermas y dice que muchos concilios de los «Psychici» también lo habían rechazado.
Tertuliano era erudito, pero descuidado en sus aseveraciones históricas. Cita a Varro y a un escritor médico, Sorano de Éfeso, y evidentemente había leído mucha literatura pagana. Cita a San Ireneo, San Justino, Melquíades y San Proclo. Probablemente, conocía parte de los escritos de Clemente de Alejandría. Tertuliano es el primero de los escritores teológicos latinos. No podemos asegurar en qué magnitud debió haber inventado un idioma teológico y haber acuñado nuevas expresiones. Es el primer testigo de la existencia de una Biblia Latina, a pesar de que frecuentemente traducía, de una Biblia en griego, mientras escribía. Zahn niega que él hubiese poseído una traducción latina de la Biblia, sin embargo, su opinión ha sido comúnmente rechazada, ya que Santa Perpetua tenía una en Cartago en 203.
Fuente: Chapman, John. «Tertullian.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912.
http://www.newadvent.org/cathen/14520c.htm
Traducido por Edgar J. Pereira Deshon. rc
Fuente: Enciclopedia Católica