UNIVERSALE CONCRETUM
Esta expresión se refiere al acontecimiento Jesucristo que en su concreción histórica y en su definitividad expresa y da forma al proyecto salvífico-historia de la universal de Dios. En la revelación los acontecimientos históricos constituyen el lugar de las intervenciones de Dios, que en su historicidad remiten a un posible significado universal.
Por eso, las dos dimensiones de concretum y universale constituyen la lógica fundamental de la revelación.
En la filosofía el problema de lo universal surge en el momento de plantear la cuestión del modo de existencia y de la cognoscibilidad respecto a lo particular y lo concreto. En la tradición platónica lo Uno y lo Bello en su inefabilidad son el principio universal por encima de lo múltiple, lo mismo que Platón ve en el logos lo universal dentro del todo. Aristóteles define lo universal como aquello que pertenece a varias cosas particulares. Es famoso el principio de Lessing por el que †œlas verdades contingentes de tipo histórico no pueden convertirse nunca en la prueba de verdades necesarias de tipo racional». La teoría crítica de la escuela de Francfort opone a este hiato entre lo concreto y universal una atención a lo concreto en su alcance universal: una acción histórica concreta puede orientar hacia el futuro sobre todo cuando lleva consigo la aspiración a un universal. En el ámbito de la teología cristiana fue Nicolás de Cusa, en el De docta ignorantia, el primero que elaboró la coincidencia entre la universalidad y la concreción del acontecimiento de la revelación de Cristo, a través de la expresión universalis contractio.
En la reflexión veterotestamentaria la coincidencia entre ambos términos se expresó a través de la categoría de la representación: Dios escoge libremente a un hombre que en la lógica de la entrega ofrece la disponibilidad de su vid a hasta las últimas consecuencias.
El Siervo de Yahveh (1s 53) o Moisés representan el ofrecimiento concreto por la multitud. Sólo en Jesús de Nazaret, «el uno para todos», y (†œuna vez por todas», se realiza lo universal en lo concreto: su pro-existencia como ser para los demás se expresa en la lógica de la encarnación, que alcanza su cima en el acontecimiento pascual. Ya el kerigma de la Iglesia primitiva expresa la circularidad del universale concretum: Jesús es el Cristo. Desde la categoría de la «recapitulación» de Ireneo hasta el Logos de Justino, desde la doctrina de la «redención física» de la patrística griega hasta el motivo agustiniano del Christus totus, la historia de la teología ha puesto en evidencia la síntesis de lo universal y de lo concreto en Cristo.
En la teología contemporánea el proyecto trascendental de Karl Rahner ve en Cristo el punto tangencial de la historia trascendental y categorial de la salvación. Su «cristología trascendental » intenta expresar dos instancias: mostrar a través de la antropología la condición intrínseca que hace posible la automanifestación humana de Dios y señalar cómo el hombre histórico Jesucristo en su ofrecimiento de salvación es la única posibilidad de realizar una auténtica humanidad. H, U. von Balthasar muestra cómo Jesús es el universale concretum en el que la palabra original de amor que Dios pronunció en él adquiere un valor universal comprometiendo al hombre en su situación existencial. En la obediencia de la kénosis y en el fragmento de la cruz, el todo de Dios se revela en su ser-para-el-hombre y para el mundo, y la Gloria se deja descubrir en el reconocimiento de su carácter insondable.
En este sentido, Jesús en su existencia es la Gestalt que expresa la presencia de Dios. En W Pannenberg la resurrección de Jesús comunica el significado universal de su persona, dentro del marco de la concepción universal de la historia. En su integridad es el escenario dentro del cual la existencia humana adquiere sentido. Y su universalidad se hace evidente tan sólo al final, cuando se identifica su sentido. La misma autorrevelación de Dios se realiza en la «resurrección de los muertos’, como acontecimiento universal y final. En esta perspectiva, la resurrección de Jesús anticipa el sentido de la historia y Dios se revela de manera universal en el acontecimiento concreto de Jesús.
C Dotolo
Bibl.: w. Pannenberg, Fundamentos de cristología, Sígueme, Salamanca 1974. K. Rahner – W Thusing, Cristología. Estudio teológico y exegético, Cristiandad, Madrid 1975; H. Ú. von Balthasar, Gloria, Una estética teológica, VII, Ed, Encuentro, Madrid 1989.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
En los tratados particulares De religione y De revelatione de teología fundamental se formulan preguntas para cuya respuesta resulta útil el concepto universale concretum.
La Iglesia se encuentra ante un mundo variopinto de religiones y tiene que justificar ante ellas su pretensión de ser la comunidad salvífica querida por Dios, la vera religio. Solamente puede ser vera religio si reúne en sí y completa toda la verdad de las religiones. Esto puede hacerlo porque es el «cuerpo» de aquel que, como hombre, con toda su limitación, encierra en sí y.vive la riqueza de toda la verdad: Jesús de Nazaret. El, y por él la Iglesia, pueden designarse con el atributo universale concretum.
La revelación divina no es la manifestación de una dimensión del mundo y de su historia existente ya siempre, sino el descubrimiento del designio salvífico de Dios. Siendo éste una decisión libre de Dios, sólo puede presentarse en un acontecimiento histórico, y por lo tanto limitado. Pero si es la revelación de Dios, tiene precisamente una peculiaridad que afecta absolutamente a todo el mundo. La persona y la vida de Jesús de Nazaret son este acontecimiento, al que le corresponde ser universale concretum.
Concebir lo universal y lo concreto como solidarios es algo que los filósofos no han dejado nunca de intentar; pero todos los esfuerzos han fracasado antes de conseguir su meta: o se concebía lo universal como verdaderamente no concreto o lo concreto como verdaderamente no universal.
Solamente en el espacio de la teología cristiana se ha podido lograr este intento: reflexionando sobre el conocimiento de la figura y del significado de Jesucristo, fundado en la fe pascual. Tal es, por ejemplo, el caso de Nicolás de Cusa, quien frecuentemente, pero sobre todo en De docta ignorantia (libro III, c. 3), subraya la coincidencia de la universalidad y de lo concreto del acontecimiento de la revelación, que alcanza su cima en Jesucristo. En realidad, él habla ahí no de «concretio», sino de «contractio»; y así se encuentra muchas veces la combinación «universális contractio» o «universalis contracta (emitas)» (De docta ignorantia, E. Hofmann y R. Klibansky (eds.), Leipzig 1932, 127-129). Todos los grandes proyectos teológicos tienen en cuenta de una manera o de otra el hecho de que Jesús de Nazaret es el acontecimiento de la revelación de Dios al mundo, o sea el universale concretum.
Bajo las voces «Adán» y «sustitución vicaria», la teología veterotestamentaria y judía intentaron captar lo universale concretum; pero sólo en la reflexión de la fe sobre Jesús de Nazaret alcanzó este esfuerzo su meta. En ello es decisivo el «por muchos» o «por todos», que designa su muerte en cruz y la hace salvífica. Lo «universal» del concretum, que es Jesús de Nazaret en su vida y muerte se realiza en su «proexistencia» (H. Schürmann, W. Breuning): en su existir para los otros, para todos. La condición que hace posible esta proexistencia es que Jesús es la palabra de Dios encarnada. Ella es accesible a la fe pascual.
Ya en el NT se concibe en formas siempre nuevas la coincidencia del universale y del concretum, que se hizo realidad en Jesús. Ante todo los escritos paulinos y juanistas expresan de múltiples maneras el alcance universal del acontecimiento de Cristo: Jesús es el Logos de Dios encarnado (Jn 1,14). Jesús es el nuevo Adán (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,20-22.44b49). Jesús es el mediador de la creación y de la redención (Rom 3,21-26; Ef 1,3-14). Jesús es la cabeza de su cuerpo, la Iglesia, de la cual a veces se dice, por ejemplo, en las cartas a los Efesios y a los Colosenses, que tiene dimensiones cósmicas.
Los enfoques bíblicos siguieron abordándose y desarrollándose más tarde en formas nuevas. Ireneo concibe el concretum universale, que es Jesucristo mediante la categoría de la «recapitulación». Cristo contiene en sí la totalidad del mundo y de su historia. Por eso en Cristo es restablecido Adán. Según Adv. haer. 5,17,4, el cuerpo crucificado de Cristo pendiente del madero muestra las dimensiones del cosmos y abarca a la humanidad judíos y paganoscon ambas manos. Justino, en relación con el prólogo del evangelio de Juan y en diálogo con la filosofía helenística, designa a Cristo como el verdadero Logos, realizando con ello una posibilidad más de concebir a Jesucristo como concretum universale (cf Apol. 2,10,1). Otros importantes teólogos de la Iglesia antigua siguieron desarrollando y profundizando la cristología del Logos. A este respecto tuvo particular importancia Orígenes (cf, p.ej., Hom. in Gen. 1,1), al cual siguieron luego muchos.
En la teología de los padres griegos se desarrolló también la doctrina de la «redención física». Según esta doctrina, Jesucristo tomó de hecho en la encarnación una naturaleza humana individual, pero a través de ella entró en contacto con la especie humana en su totalidad. A través de este contacto comunicó a la humanidad la gracia, la redención y la divinización. La encarnación, para poder obrar universalmente, supone la unidad esencial de la humanidad. El hombre individual es una participación espacio-temporal limitada de la «naturaleza» una y universal del hombre, o sea, de la humanidad que hay que concebir como ser que existe concretamente. La entrada del Logos encarnado en una humanidad así entendida es un hecho «social». La presencia de Jesucristo, el primogénito, en la humanidad, que por el pecado había perdido la unidad de su condición de imagen de Dios, le aporta a ésta la redención, es decir, la recuperación de su condición de imagen de Dios. De manera particularmente impresionante ha desarrollado Gregorio de Nisa la doctrina de la «redención física» en la gran catequesis (cf R. HUBNER, Die Einheft des Leibes Christi be¡ Gregor von Nyssa, Leiden 1974).
Agustín expuso constantemente nuevas variaciones del motivo «Christus totus et caput et corpus» (cf Sermo 341,9,11; Enarr. in Ps. 37,6, etc.) e intentó comprender así el universale coneretum, que es Jesús de Nazaret. La famosa doctrina del Anselmo de Canterbury, expuesta ante todo en Cur Deus homo, de la «satisfacción sustitutiva», es una forma particularmente eficaz en el aspecto histórico-teológico de ilustrar el alcance de la acción de Jesucristo. Permanece aquí indeciso si la discusión medieval, ante todo entre los teólogos franciscanos, que intenta comprender la relación entre singulare y universale, aporta algo al conocimiento del universule concretum que es Jesucristo. En todo caso, sin el esfuerzo precedente de los teólogos franciscanos no hubiera sido posible la obra de Nicolás de Cusa, que habla expresamente de la «coincidentia» de «universale»y «contractum». Martín Lotero, en la polémica con Zwinglio y su concepción de la cena, atribuye gran valor a que se entienda la comunicación de idiomas (intercambio de predicados divinos y humanos) como praedicatio realis, y por tanto no sólo como praedicatio verbalis. Sólo así se puede afirmar la ubicuidad (omnipresencia) de la humanidad de Jesús, sin la cual no sería posible en la cena la presencia real de Jesucristo bajo el pan y el vino. Por tanto, también la doctrina de Lotero de la comunicación de idiomas, que ha de entenderse realmente, es una manera de considerar que el misterio de Jesucristo es eoneretum y universale.
«Dios es amor» (Un 4,17). Dios, que es en sí el amor esencial, muestra este amor ante el mundo y al mundo en la historia, sobre todo en la historia de Jesús de Nazaret. En Jesucristo encuentra la revelación bíblica su significado central y su suprema condensación. El acontecimiento Cristo abarca en su concreta unicidad la historia entera; más aún, el universo, pues en la universal proexistencia de Jesucristo crucificado y resucitado llega a su consumación. La condensación de lo universal en la unicidad concreta de la persona y de la vida de Jesús encuentra su expresión eristólógica en el dogma de la unión hipostática. Desde la perspectiva de la teología de la revelación, esta unión significa la unidad esencial de Jesucristo con la palabra de Dios y con la acción redentora de Dios, y por tanto con la revelación de Dios (cf Col 2,9: «Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en Cristo’.
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W. Lóser
LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teología Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992
Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental