UT UNUM SINT

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Encí­clica de Juan Pablo II, en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, 25 de Mayo de 1995, sobre el ecumenismo. Es una breve sí­ntesis de eclesiologí­a ecuménica, sencilla y cautivadora 1. Lo ecuménico en la Iglesia.

2. Frutos del diálogo.

3. ¿Cuánto queda por caminar? Recupera la reflexión del Concilio Vaticano II sobre la unión de las Iglesias y resalta el deseo de unidad del mismo Cristo. Enfoca los hechos de división que han eclipsado ese deseo de Jesús.

Recuerda los rasgos de unidad y verdad que hay en otras Iglesias y que hay que asumir como propios. Invita a todos los cristianos a trabajar por la unidad de los seguidores de Jesús, potenciando lo que une y no resaltando en lo que separa.

Reconoce el valor santificador y amor evangelizador de las Iglesias separadas, lo cual es motivo de esperanza para el porvenir. Texto hermoso para una catequesis sobre el ecumenismo y la unidad de las Iglesias.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DicEc
 
La encí­clica de Juan Pablo II de 25 de mayo de 1995, Ut unum sint, ha sido considerada como uno de los documentos papales más relevantes tanto a nivel eclesiológico como ecuménico desde el concilio Vaticano II. Dos son sus aportaciones más significativas: la insistencia en la profunda relación entre ecumenismo y misión eclesial, y la referencia a la revisión del «ejercicio» del ministerio petrino.

Sobre la relación entre ecumenismo y misión eclesial la encí­clica recuerda que «el ecumenismo no es sólo un mero «apéndice», que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia. Al contrario, pertenece orgánicamente a su vida y a su acción y debe, en consecuencia, inspirarlas» (UUS 20). En efecto, «los fieles de la Iglesia católica deben saber que el impulso ecuménico del concilio Vaticano II es uno de los resultados de la postura que la Iglesia adoptó entonces para escrutarse a la luz del Evangelio» (UUS 101). En esta lí­nea se sitúa el objeto común del diálogo recí­proco: «Dialogando con franqueza, las Comunidades se ayudan a mirarse mutuamente unas a otras a la luz de la Tradición apostólica. Esto las lleva a preguntarse si verdaderamente expresan de manera adecuada todo lo que el Espí­ritu ha transmitido por medio de los apóstoles» (UUS 16). Este diálogo se centra en la «búsqueda común de la verdad, particularmente sobre la Iglesia» (UUS 33).

De ahí­ surge una de las afirmaciones más emblemáticas, después de examinar diversos textos del Vaticano II (especialmente, LG 8 y UR 3), cuando se constata con formulación novedosa que «fuera de la comunidad católica no existe el vací­o eclesial. Muchos elementos de gran valor (eximia), que en la Iglesia católica son parte de la plenitud de los medios de salvación y de los dones de gracia que constituyen la Iglesia, se encuentran también en las otras comunidades cristianas» (UUS 13). Por eso la encí­clica a nivel terminológico va más allá de la doctrina conciliar al observar que «hoy se tiende a sustituir incluso el uso de la expresión hermanos separados por términos más adecuados… Se habla de otros cristianos, de otros bautizados, de cristianos de otras Comunidades» (UUS 42).

Sobre el ministerio petrino es donde aparece el punto que posteriormente es el más citado de esta encí­clica (UUS 88-99). Primero, el ministerio petrino es definido como un «servicio» en clave de servus servorum Dei (UUS 88) y de «episkopé» (UUS 94). Segundo, el Papa desea que «al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (UUS 95). En efecto, «por razones muy diversas, y contra la voluntad de unos y otros, lo que debí­a ser un servicio pudo manifestarse bajo una luz bastante distinta» (UUS 95).

A partir de aquí­ Juan Pablo II ofrece este camino de búsqueda: «La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podrí­a llevar a los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podrí­amos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de Cristo para su Iglesia?» (UUS 96).

A partir de esta encí­clica se han multiplicado las sesiones teológicas de reflexión sobre cómo «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (UUS 95). En ellas se observan tres perspectivas: 1) la primera es primariamente afectiva y espiritual desde una comprensión del ministerio petrino a partir de la comunión, donde se situarí­a, por ejemplo, el Simposio teológico organizado por la Congregación para la doctrina de la fe en Roma el año 1996; 2) una segunda perspectiva de talante «reformista» serí­a la que sin modificar el Vaticano I quiere hacer evolucionar las cosas en el interior de la Iglesia católica, promoviendo sobre todo la sinodalidad, donde se situarí­a, por ejemplo, el Coloquio de la Universidad Católica de Milán de 1998; 3) la tercera perspectiva tenderí­a a ir más allá del «reformismo» para ligar más fuertemente el ejercicio de la función papal con una sinodalidad generalizada y encontrarí­a en el Documento de la Comisión Mixta Católica-ortodoxa francesa de 1991 una expresión inicial privilegiada, así­ como en el más reciente Coloquio del «Centro pro Unione» de Roma de 1997 y en el Coloquio de la Asociación belga de teologí­a católica de 1998.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología