UTILITARISMO

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Término que se aplica al sistema filosófico que persigue la utilidad concreta como ideal de vida y de pensamiento. Los utilitarismos han sido múltiples, desde el que busca la ventaja inmediata y personal (egoí­smo) hasta las formas sociales que miran lo conveniente para la sociedad como razón de ser del progreso (progresismo)

Las manifestaciones del utilitarismo han seguido con frecuencia caminos hedonistas, como promovió y defendió Jeremí­as Bentham; o simples aplicaciones provechosas para la colectividad, como en el caso del pragmatismo de William James; o el simple rendimiento que tanto alaba John Stuart Mill.

La cultura moderna se desenvuelve en clave utilitarista, lo que dificultad el cultivo de la abstracción en la formación de la mente y fomenta el menosprecio por la teorí­as generales que intentan explicar la vida. Es una dificultad añadida que suele aparecer en la educación de las nuevas generaciones, que viven pendientes de lo inmediato y encuentran bloqueos insuperables para cultivar la ética, la estética y la trascendencia.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La teorí­a clásica del utilitarismo afirma que en el terreno de la ética hay que obrar con vistas al mayor bien posible para el mayor número posible de personas.

Son utilitaristas, además de Mill, La Mettrie, Hume, Helvetius, Comte y Bentham. Pero mientras que para Bentham y La Mettrie la felicidad de los otros lia de buscarse teniendo ante la vista la propia felicidad, y por tanto dentro de un sentido hedonista, para los otros autores esa felicidad tendrá que buscarse por sí­ misma.

La teorí­a ética del utilitarismo, considerada como eudaimonismo social, ha desarrollado recientemente con mayor claridad la idea de la imposibilidad de dar a la exigencia moral un fundamento que no sea precisamente el objetivo del bienestar y el de una organización más adecuada de la convivencia social.

Lo que se intenta con ello es dar una justificación no moral de la moralidad o del punto de vista de la moral. Pero, ¿es posible dar una respuesta no moral a una pregunta de tipo esencialmente moral ? El presupuesto es que el objetivo de la moral consiste sólo y esencialmente en una dimensión de tipo horizontal, sin que posea, o sea posible darle, una dimensión de tipo vertical.

Pero, ¿puede referirse tan fácilmente el objetivo de la moralidad al interior solamente del horizonte socia1 ? ¿Es acaso éste el horizonte único o primario de la vida mora1 ? ¿Qué significa poner el objetivo de la vida moral solamente en la bienaventuranza o felicidad para uno mismo y en igual medida para los demás ? Naturalmente, apenas se plantea uno semejantes preguntas, se da cuenta enseguida de que el fundamento último de la vida moral en semejante perspectiva está determinado por la condición existencial de la convivencia humana. Si el ser humano se encontrase en un contexto de soledad, como Robinson Crusoe, no habrí­a ninguna exigencia de vivir moralmente.

Pues bien, si sólo se le diera a la moralidad el objetivo de hacer más llevadera la permanencia de los seres humanos en esta tierra, no habrí­a ciertamente una perspectiva de la totalidad, siempre aceptable, incluso hasta sus últimas consecuencias.

Hacer que este mundo sea más fácil de vivir puede considerarse como el objetivo de la vida moral sólo secundariamente o a nivel de un comportamiento que busca la realización de unos valores no morales, mientras que el objetivo primario de la vida moral tendrá que ser siempre tender a la realización del valor moral de la propia bondad interior o de la vida espiritual, de la que se nos habla en el evangelio (Lc 9,24).
S. Privitera

Bibl.: J, Stuart Mill, El utilitarismo, Aguilar Madrid 1960; G, Haeffer, Utilitarismo. en SM, VI, 810-814; E, López Castellón, Etica (sistemas de), en NDTM, 637-656; S. Privitera, 11 volto morale dell’uomo, Avvio allo studio dell’etica filosofica e teologica, Palermo 1992.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Concepto
Se llama u. (del latí­n utilis = útil) aquella teorí­a ética que juzga el valor moral de una acción según la medida en que contribuya a la felicidad máxima del mayor número posible (the greatest happiness of the greatest number). Está en oposición con el u. aquella ética según la cual una acción es buena porque pertenece a una clase determinada de acciones, es decir, porque tiene valor en sí­ y no lo recibe de sus consecuencias. En cuanto el u. sostiene que el único valor a que puede tender el hombre es el placer (griego édoné), es hedonismo; sin embargo, el u. no es necesariamente egoí­smo, porque también el goce de otras criaturas es meta digna de apetecerse. La doble máxima contenida en la fórmula utilitarista es posible únicamente si los distintos estados de goce del sujeto sensible difieren entre sí­ sólo cuantitativamente y, además, si los distintos sujetos sólo difieren entre sí­ numéricamente. Bajo este presupuesto el defensor del u. espera que en principio podrá calcular la acción recta en cada caso a partir del análisis de la situación.

2. Historia
Puesto que el u. se desarrolló casi exclusivamente en las Islas Británicas, sin duda puede buscarse su origen en la actitud pragmática y empirista del pensamiento anglosajón. El primero que usó la fórmula doctrinal del u. fue el obispo Cumberland (De legibus naturae [1672]); según él, realizar the greatest happiness of all es el mandato supremo de Dios a los hombres. La influencia de David Hume (A Treatise of Human Nature in [1740]) preparó el surgimiento total del u. en Jeremy Bentham. Bentham (A Fragment of Government [1776]; Introduction to the Principies of Morals and Legislation [1789]), interesado sobre todo por reformas polí­ticas y jurí­dicas, encontró en la fórmula del u. un criterio universal para juzgar el valor de las leyes. Procuró hacer cada vez más utilizable este instrumento mediante una investigación más profunda de la cuantificabilidad del placer y mediante su aplicación a problemas de la administración estatal. Se preocupaba menos por una justificación teorética de su principio. Su amigo y discí­pulos James Mill (A Fragment on Mackintosh [1835] y el hijo de éste John Stuart (Utilitarianism [1861]) siguieron desarrollando el u., que entretanto habí­a pasado a ser la filosofí­a moral dominante en los salones de Inglaterra y en su seno habí­a engendrado la economí­a nacional. J.S. Mill difundió la palabra u., pero introdujo en su sistema algunos pensamientos que en el fondo suprimí­an el u.: goces cualitativamente diferentes («más altos» y más bajos») y valores no placenteros que, sin embargo, son dignos de apetecerse por sí­ mismos (p. ej., la virtud y el saber). El último utilitarista importante fue Henry Sidgwick (Methods of Ethics [1874]). Intentó mostrar que en principio, entre la realidad de que todo hombre tiende sólo a su felicidad y la ley moral que manda tender también a la felicidad de los otros, no hay ninguna oposición fundamental; pero aquí­ abandonó la base empí­rica propia del u. Hoy parece que la gran época del u. filosófico ha pasado, aunque el u. práctico bajo la forma de la polí­tica del bienestar avanza cada vez más.

3. Clases
Primero debe distinguirse entre el u. como intento de describir sistemáticamente las convicciones éticas de los hombres (u. descriptivo) y el u. como teorí­a para fundamentar las convicciones éticas (u. normativo). El primero es discutido en su consistencia incluso por los defensores del u. mismo. El segundo, a su vez, puede ser entendido de doble manera: como u. de la acción (act. utilitarism) o como utilitarismo de la regla (rule utilitarism). El u. de la acción llama moralmente buena a aquella acción que como acto individual promueve la felicidad general; el u. de la regla llama buena a aquella acción que se hace según una norma cuya consecuencia habitual es el máximo de felicidad. Como puede suceder que en un caso particular la acción hecha según una regia habitualmente útil cause daños, el u. de la regla se muestra como secundario e inferior respecto del u. de la acción. En realidad la mayorí­a de los representantes del u. eran utilitaristas de la acción.

4. Juicio
Un juicio sobre el u. deberá dirigirse crí­ticamente: a) contra su presupuesto antropológico; b) contra su definición de la -› moralidad; c) contra la posibilidad de utilizar su método cognoscitivo.

a) La doctrina de que el goce es el único valor en sí­, degrada al hombre y lo convierte en un consumidor impersonal de placer. Además esta doctrina, cuando no significa sólo el placer del hombre mismo que tiende a él, es infundada, y, en caso contrario, el u. es a la vez egoí­smo y debe postular una armoní­a necesaria entre la tendencia egoí­sta al placer y el estado general de felicidad. Entonces, el vicio es un defecto de visión en el cálculo del placer.

b) La preocupación por el goce (propio o ajeno) no es en cualquier caso buena en sí­ misma, sino solamente cuando este goce mismo puede defenderse moralmente, es decir, cuando permanece en el marco de las referencias al fin que radican en la esencia del hombre.

c) No se puede indicar ningún método de medición para determinar claramente todo estado de goce mediante un número correspondiente de unidades de placer. La cuantificación del placer sólo es posible dentro de lí­mites muy estrechos; tiene sus lí­mites en las diferencias cualitativas de los distintos goces v en la diferencia de gustos. Tampoco puede determinarse claramente el otro miembro de la doble máxima, a saber, el mayor número. ?Debe atenderse aquí­ solamente a los vivos o también a los no nacidos ¿y hasta qué limites temporales?), cuyo número depende de la regulación de nacimientos? ¿Deben incluirse también los animales (como opinaba Bentham) en este máximo número de seres sensitivos? Por consiguiente, el u. corno método para determinar objetiva y empí­ricamente lo moralmente bueno a partir de la utilidad social, debe considerarse como fracasado.

El contenido positivo del u. es la exigencia de la máxima igualdad posible en la repartición de los bienes que son objeto de goce. Como vestidura de esta meta, el u. en el tiempo de su nacimiento tuvo frutos positivos en el terreno social. Sin embargo, el u. ha sucumbido frecuentemente al peligro de la doctrina de la armoní­a (cf. antes), y así­ ha perdido su fuerza de crí­tica social (p. ej., en el -» liberalismo).

BIBLIOGRAFíA: L. Stephen, The English Utilitarians, 3 vols. (NY 1900); G. Myrdal, Das politische Element in der nationalökonomischen Doktrinbildung (B 1932); J. Plamenatz, The English Utilitarians (0 21958); H. Braun: RGG3 VI 1215s; J. J. C. Smart: The Encyclopedia of Philosophy VIII (NY – Lo 1967) 206-212 (Lit.); J. Stuart Mill, El utilitarismo (Aguilar Ma 21960).

Gerd Haeffner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

(Lat. utilis, útil).

El utilitarismo es una forma moderna de la teoría ética hedonista que enseña que la finalidad de la conducta humana es la felicidad, y que en consecuencia la norma discriminatoria que diferencia entre el comportamiento bueno y malo es el placer y el dolor. En palabras de uno de sus mas distinguidos defensores, John Stuart Mill:

La doctrina que acepta como fundamento de la moral a la utilidad o principio de la máxima felicidad, sostiene que las acciones son correctas en proporción a su tendencia a promover la felicidad, e incorrectas si tienden a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el placer y la ausencia de dolor; por infelicidad al dolor y la privación del placer (Utilitarismo, ii, 1863).
Aunque el término utilitarismo no entró en boga hasta no ser adoptado por Bentham, y aunque los principios esenciales del sistema ya habían sido apoyados por muchos filósofos ingleses, puede decirse que, con la importante excepción de Helvetius (Del espíritu, 1758) en quién Bentham parece haberse inspirado, todos los defensores de este sistema han sido ingleses. El privilegio de que ha disfrutado en el pensamiento inglés puede atribuirse en gran medida al predominio de las enseñanzas de Locke de que todas nuestras ideas se derivan exclusivamente de la experiencia sensorial. Esta doctrina epistemológica, hostil a cualquier sombra de intencionalismo, encuentra su complemento ético en la teoría de que nuestras ideas morales de lo bueno y lo malo, nuestros juicios morales y la conciencia misma son en principio derivados de experimentar los resultados de las acciones.

Rastreando la corriente del pensamiento utilitario desde sus orígenes, podemos comenzar con Hobbes (Leviatán, 1651), cuyo axioma ético fundamental es que la conducta correcta es aquella que promueve nuestro propio bienestar; y que el código social de la moral depende para su justificación de si sirve o no para el bienestar de quienes lo observan. Un eclesiástico protestante, Richard Cumberland (De legibus naturæ, 1672), ocupado en refutar la doctrina de Hobbes de que la moral depende del decreto civil, buscó mostrar que el principio de la máxima felicidad es una ley del Evangelio y una ley de la naturaleza: «La mas grande benevolencia posible de todo agente racional para con todo el resto constituye el estado mas feliz de todos y cada uno. Consecuentemente el bien común será la ley suprema». Este enfoque fue posteriormente desarrollado por algunos otros teólogos de quienes el último y mas conspicuo fue Paley (Principios de moral y filosofía política, 1785), quién concluyó que, ya que Dios desea la felicidad del hombre, entonces si hemos de amoldar nuestra conducta a la voluntad de Dios entonces deberemos actuar con el fin de promover la felicidad común; y la virtud consiste en hacer el bien a toda la humanidad en obediencia a la voluntad de Dios y para la felicidad perpetua. La obligación moral el la concibe como la presión que ejerce la Divina voluntad estimulando nuestras intenciones hacia la acción correcta. En mas armonía con el espíritu de los utilitarios posteriores se encuentra Hume, a quien lo que menos le preocupaba era encontrarle a la moral alguna fuente o aprobación religiosa. En su Investigación sobre los principios de la moral (1751) realizó un extenso análisis de los diversos juicios que por los que pasamos por nuestro propio carácter y conducta y en aquellos de otros; y a partir de su estudio llegó a la conclusión de que la virtud y el mérito personal consiste en aquellas cualidades que son útiles a nosotros mismos y a otros. En el curso de su reflexión el se encuentra con la interrogante que es el insalvable obstáculo en la ruta del teórico utilitario: el cómo conciliar el motivo del interés personal con el motivo de la benevolencia; si cada ser humano necesariamente persigue su propia felicidad, ¿como puede ser la felicidad de todos el fin de su conducta? A diferencia de posteriores pensadores de esta escuela, Hume no discute ni trata de resolver sistemáticamente esta dificultad; el la descarta apoyándose en la suposición de que la benevolencia en la virtud suprema.

En Hartley (Observaciones sobre el hombre, 1748) encontramos el primer esfuerzo metódico por justificar el principio utilitario mediante la teoría de la asociación a la que una gran parte de la génesis de nuestros juicios morales es asignada por subsecuentes pensadores, especialmente aquellos del partido evolucionista. De las sensaciones y de las emociones bajas elementales o primarias, de acuerdo con Hartley, resultan los sentimientos y emociones mas elevados, de una clase distinta a los procesos de donde han surgido. Los motivos altruistas, la compasión y la benevolencia, son así justificados. Con Bentham surge el grupo de pensadores que tienen por distintivo el apropiado nombre de utilitarios. Los líderes posteriores a Bentham fueron los dos Mills, los dos Austins y Godwin, quienes son conocidos también como los filósofos radicales. Mientras los demás miembros de este partido destinaban una considerable labor de pensamiento a la defensa y desarrollo del utilitarismo académico al que convirtieron en el punto de partida de su actividad política, ellos se volvieron notablemente menos especuladores filosóficos que reformistas activos de las condiciones sociales, económicas y legislativas. La idea central de sus doctrinas y política fue acuñada por Bentham en la apertura de sus Principios de moral y legislación (1789):

La naturaleza a puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Es por ellos solos que tomaremos nota de que debemos hacer y de como lo haremos. Por una parte la norma de lo correcto y lo incorrecto, y por otra la cadena de causa y efecto están encadenadas a su trono. Nos gobiernan en todo lo que hacemos, cada esfuerzo que hagamos por liberarnos de su yugo no servirá mas que para demostrarlos y confirmarlos. En una palabra el hombre pretenderá renunciar a su imperio; pero en realidad continuará sujeto a él todo el tiempo. El principio de utilidad reconoce esta sumisión y asume que es la fundación de ese sistema cuyo objetivo es criar la tela de la felicidad de la mano con la razón y la ley.
Apoyándose de manera incondicional en el principio del egoísmo absoluto, Bentham se libra a sí mismo de la tarea de reconciliar el interés personal y el altruismo:

No sueñes con que los hombres moverán su dedo más pequeño para servirte, a menos que el beneficio por hacerlo sea para ellos lo bastante obvio. El hombre nunca lo ha hecho y nunca lo hará mientras la naturaleza humana está compuesta de su materia actual. Pero ellos desearán servirte cuando al hacerlo puedan servirse a sí mismos, y las ocasiones en que puedan servirse a sí mismos sirviéndote son numerosas (Deontología, ii, 1834, obra póstuma)

En manos de Bentham y sus discípulos el utilitarismo disocia la moralidad de su base religiosa e, incorporando el determinismo con sus otras doctrinas, se vuelve marcadamente positivista, resolviendo la obligación moral como un prejuicio o sentimiento resultante de la asociación prolongada de las consecuencias desagradables que acuden con ciertas clases de acciones, y los beneficios que siguen a otras. Bentham caracteriza a la palabra deber como un impostor autoritario, el talismán de la arrogancia, indolencia e ignorancia. Es la condenación del utilitarismo de que esta estimación del deber es rigurosamente consistente con el sistema; y ningún defensor de la teoría utilitaria ha sido capaz, aunque algunos han tratado, de indicar los reclamos de la obligación moral en los terrenos del utilitarismo positivista. Bentham redactó un curioso esquema para calcular el valor o peso a asignar a todos tipos de placeres y dolores como una norma práctica de determinar en forma concreta el valor moral de cualquier acción. Él asume que todos los placeres son semejantes en su tipo y difieren solo en cantidad, o sea en intensidad, certeza, duración, etc. Su análisis sicológico, además de su defecto original de convertir al interés personal en el único motivo de las acciones humanas, contiene muchos errores. Autores subsecuentes lo han abandonado como irrelevante por la buena razón de que calcular los resultados de cada acción del modo que exige su uso, y el lograr un balance entre las ventajas y desventajas que lo acompañan requiere de un intelecto mucho más poderoso del que el ser humano ha sido dotado.

La expresión clásica de este sistema se encuentra en Utilitarismo de John Stuart Mill, quién se empeña en cultivar la idea del utilitarismo en un plano mas alto que el del egoísmo abierto en que lo apoya Bentham. Como fundamento de esta estructura Mill sostiene que cada hombre actúa necesariamente con el fin de obtener su propia felicidad; pero encontrando que este fundamento lógico es insuficiente en proveer la base para un adecuado criterio de conducta, e impulsado por sus propias y grandes compasiones, que rápidamente se esfuerza en reemplazar «la felicidad de todos los interesados» por «la felicidad propia del agente». El argumento sobre el que, siendo el autor de un formidable trabajo de lógica, se empeña en pasar de la primera a la segunda posición, puede servir de ejemplo adecuado para proponer al principiante de lógica cuando esté ocupado en la detección de sofismas. En breve, el argumento es que, como cada cual desea y persigue su propia felicidad, y la suma total de estos fines individuales conforma la felicidad general, entonces la felicidad general es algo deseable por todos y proporciona la norma utilitaria de que es correcto en conducta. «También podrá discurrir » dice Martineau «que si un centenar de hombres, cada uno de ellos hambriento, se satisface comiendo, el hambre de todos ellos deberá ser satisfecha mediante la comida de cada uno». Para escapar de algunas críticas incitadas en contra de la doctrina establecida por Bentham, quien no hizo distinción entre los diversos tipos de placer, Mill proclamó que el utilitarismo observa que los placeres difieren tanto en calidad como en cantidad; a juicio de aquellos que experimentan los distintos placeres, algunos son preferidos sobre otros, y es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho. Desde allí pasa de «preferible» a «elevado», y así subrepticiamente introduce una clasificación moral en los placeres. El único terreno legítimo en donde conectar los valores morales altos y bajos con los diversos placeres es evaluarlos de acuerdo al rango de las facultades o tipos de acción a donde pertenecen como resultados. Pero el hacer esto es asumir alguna norma moral mediante la cual podemos medir lo correcto o incorrecto de la acción, independientemente de sus consecuencias placenteras o dolorosas. Para responde a la objeción de que la virtud es deseada por su propio bien, y que el hombre hace el bien frecuentemente sin mediar ningún cálculo de la felicidad derivada de su acción, Mill lista la teoría de la asociación; como resultado de la experiencia, las acciones que han sido aprobadas o condenadas debido a sus consecuencias placenteras o desagradables a la larga aparecen ante nosotros como bien o mal, sin que nosotros notemos su resultado placentero o doloroso.

Desde tiempos de Mill el único escritor que ha introducido alguna modificación en el pensamiento estrictamente utilitario ha sido Sidgwick (Métodos de ética, 1874), quien admite que la norma del placer y dolor es incapaz de servir universalmente como criterio de moralidad; pero cree que es valiosa como instrumento de corrección del código moral recibido. Defienda al principio de la felicidad general como norma de conducta pero lo trata mas como un principio primario que como uno demostrable. Aunque denunció vigorosamente al utilitarismo, la construcción ética de Herbert Spencer (Datos sobre ética, 1879) que puede tomarse como del tipo de la escuela evolucionista, es fundamentalmente utilitaria. Él usa a la verdad en vez de la felicidad para incrementar la vida, o sea, una vida mas plena e intensa, el fin de la conducta humana debido a que es el fin de toda la actividad cósmica de la que la conducta humana forma parte. Pero retiene el placer y el dolor como la norma que discrimina lo bueno de lo malo de modo que en realidad él ve al valor moral de las acciones como completamente dependiente de su utilidad. Su explicación del origen de nuestras ideas morales, de la conciencia, y de nuestros juicios morales es demasiado larga y complicada para ser incluida aquí. Bastará decir que en ella publica la influencia de la asociación con la de la herencia como la fuente de nuestras normas y juicios morales. Nuestro sentido de la obligación moral no es mas que un sentimiento transitorio generado por la convergencia de nuestra heredada experiencia racial de los resultados de la acción con otro sentimiento que de manera remota se le presenta a nuestra conciencia como poseedor de mayor «apariencia autoritaria» que los resultados inmediatos. Los argumentos impulsados en contra del hedonismo en general son efectivos en contra del utilitarismo. Su propia debilidad particular descansa en su incapacidad de encontrar un paso del egoísmo a; el altruismo; su identificación del interés propio y la benevolencia como un motivo de conducta, y su reclamo de que las ideas moralmente correctas y útiles son en el fondo idénticas.

JAMES J. FOX
Transcrito por Tomas Hancil y Rick McCarty
Traducido por Daniel Gallo

Fuente: Enciclopedia Católica