VEGETARIANO, REGIMEN
(-> alimentos, comidas, ecología, sacrificio, sábado, utopía). Muchas veces se ha acusado a la Biblia de violencia en contra de los animales. La palabra donde Dios dice a los hombres que «llenen la tierra y la sojuzguen, que dominen sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gn 1,28), implicaría una negación del orden vital anterior donde hombres y animales compartían un mismo proceso sagrado de vida. Ahora los hombres se han elevado sobre los animales, de manera que se convierten en dictadores cósmicos. Pues bien, en contra de esa acusación, leyendo el pasaje en su contexto, descubrimos que la Biblia ha postulado para el principio de los tiempos un tipo de concordia pacífica entre hombres y animales, aunque ha destacado la superioridad del hombre.
(1) Texto bíblico. Dios ha hecho al hombre señor sobre los animales, pero no para matarlos y comerlos, sino para compartir con ellos los alimentos de unas plantas, que no tienen que destruirse ni matarse para ser consumidas, pues ellas mismas regalan aquello que les sobra: los frutos que caen, las hierbas que se cortan para que el tallo siga creciendo. Así dice Dios a los hombres: «Os entrego como alimento toda hierba que lleve semilla y todo árbol que produzca fruto. Y a todo animal terrestre y a toda ave de los cielos y a todo reptil de los suelos… toda la hierba verde les servirá de alimento» (Gn 1,29-30). Esta es una ley que empareja a hombres y ani males, distinguiéndolos de las plantas: los hombres se alimentan de semillas y frutos del campo; por su parte, los animales deben comer hierba y no carne de otros animales. En su principio, unos y otros son vegetarianos, en la línea de los textos proféticos que afirman que en los tiempos finales se unirán lobo y cordero, alimentándose de hierba, sobre el campo (Is 11,2-9; 65,25; cf. también Ez 34,25). El hombre come semillas de plantas (trigo, centeno, uvas…) o frutos de árboles (olivo, higuera, manzano…): los animales comen hierba; y así, unos y otros, viven en paz sobre la tierra, recogiendo lo que ella produce, sin forzarla, como hijos agradecidos de una madre generosa. Esto supone que el hecho de comer carne (con derramamiento de sangre de animales) llevaría un germen de violencia: no implicaría señorío sino dictadura, esclavizamiento. En ese sentido, el principio de la Biblia se halla cerca de muchos mitos y símbolos de pueblos de Oriente y Occidente que postulan una edad de oro (no violenta) en el origen de la historia, como dice un texto chino: «No arrebatar nada a la fuerza; sólo el fruto, sin urgir más, el fruto, sin más empeñarse, sin encapricharse…, el fruto, sin forzar más» (Tao 30b). Hombres y animales, todos vegetarianos, habitan en fraternidad universal, sin enfrentarse con violencia. De esa forma evoca el texto bíblico el tiempo feliz, edad de oro en que los seres primigenios convivían en paz mesiánica y profética, sobre la ancha y abundante tierra. Este pasaje (todo Gn 1,26-31) eleva su utopía frente al mundo actual, que es campo de batalla donde humanos y animales se comen entre sí y se enfrentan por comida. Al afirmar que al principio no era así (no se comía en violencia como ahora), Gn 1 profetiza el banquete final, armonía escatológica de seres vivientes, que comerán ya sin violencia, en un mundo donde ya no hay que matar a los demás para comer, pues ya no hay muerte (cf. Ap 21-22).
(2) Interpretación. Esos textos no pueden entenderse de forma historicista. Las cosas no sucedieron así a nivel biológico: muchos animales fueron siempre carnívoros; la vida de unos es muerte para otros. Además, los mismos hombres han comido desde antiguo carne, no han sido vegetarianos, como Gn 1 supone. Pero, en el fondo, esos tex tos reflejan una gran verdad: ofrecen una utopía, la de una humanidad y vida ya pacificada, que no se alimenta de muerte. Conforme a esa utopía, humanos y animales deberían consumir aquello que la tierra produce espontáneamente, el fruto de las plantas, sin matarlas. Por eso, el señorío del hombre sobre los animales (y de humanos y animales sobre las plantas) ha de estar al servicio de la vida, no de la muerte. Siguiendo una visión de muchos mitos (por ejemplo de Grecia), los hombres deberían ser reyes buenos de un mundo al que cuidan, sin aprovecharse de animales ni matarles, en armonía con todos los vivientes. El texto evoca así un tiempo feliz, una edad de oro donde hombres y animales eran hermanos. Este es un sueño que los hombres han cultivado desde siempre, proyectándolo al principio y a la meta de la historia. Por eso, el texto, siendo relato sacerdotal de alabanza cósmica, es también un canto de protesta y profecía frente al mundo actual que es campo de lucha en que se matan hombres y animales. Esta es una protesta utópica (el hombre no puede cambiar la dieta alimenticia de los animales) y exigente, pues supone que una vida donde el hombre se alimenta de la muerte de animales es injusta.
(3) En las fronteras del mito. La formulación bíblica se encuentra cerca de mitos y símbolos de pueblos antiguos que postulan una edad de oro (no violenta) en el origen de la historia. Avanzando en esa línea, ella aplica ese régimen de paz vegetariana a los animales (leones y panteras, serpientes y lobos de Is 11,1-9), de manera que todos los vivientes (cuadrúpedos, aves, reptiles) comerán la hierba verde, en paz con la vida de la tierra (Gn 1,30). Los mismos animales (excluidos los peces, pues de ellos nada sabe o quiere decir nuestro autor, como tampoco sabe nada de virus o bacterias) aparecen así pacificados. Lobos y corderos, palomas y aguiluchos… vivirían en paz sobre la tierra, comiendo lo que ella produce, de forma espontánea, sin matar por ello. Muchos pueblos, desde los chinos antiguos hasta los israelitas del Génesis, han pensado que hubo (= debió haber) un tiempo feliz, una edad fraterna. Otros pueblos del entorno mediterráneo han tenido un tipo de sueño semejante. Asumido de forma genial por la Biblia y situado en el comienzo de la creación, este sueño ele va su protesta frente al mundo actual, que es un campo de batalla en que se matan humanos y animales, de manera que sólo los más fuertes y/o adaptados perduran. Históricamente, somos hijos de unos animales y unos hombres que han crecido y pervivido matando y comiendo (en sentido físico o simbólico) a otros animales y hombres. Pero más allá de esa historia de violencia puede haber un orden de paz y complementariedad no violenta entre todos los vivientes, de manera que unos y otros convivan sin matarse, ayudándose mutuamente (pues es bueno que a una planta le quiten los frutos sobrantes de los que vive el ser humano).
(4) Sentido litúrgico. Desde esa perspectiva se entiende el Sábado de Dios, como liturgia natural del cosmos (cf. Gn 2,2-3). En un mundo como aquél no hacían falta templos especiales, ni sacrificios de animales. La misma armonía universal, reasumida y celebrada cada sábado, en descanso creador, era culto sagrado. Para que celebren su sábado ha creado Dios a los humanos; para que veneren y gocen su fiesta, con los animales, sobre un campo armonioso, les ha hecho. Dios no necesita que los hombres le aplaquen con sangre derramada, pues no se encuentra airado o enojado. Tampoco los humanos deberían canalizar su violencia, descargándola sobre víctimas, pues no deberían existir violencias reprimidas sobre el mundo. En este principio no hacen falta sacrificios, ni expiaciones, ni restauraciones, pues no hay nada que expiar o restaurar. La vida humana es gozo compartido sobre el mundo, comida en equilibrio gozoso con todos los vivientes. Ciertamente, este pasaje (Gn 1,29-30) describe una utopía, como he dicho, pues no existe ni ha existido vida semejante en ninguno de los mundos conocidos. Pero no es una utopía falsa, ni es vacío o evasión, sino al contrario: deseo y promesa de pacificación final de todos los vivientes.
Cf. P. BEAUCHAMP, Création et séparation, Cerf, París 1969; «Création et fondation de la loi en Gn 1,1-2,4a. Lc don de la nourriture végétale en Gn l,19ss», en La création dans l’Orient anden, Cerf, París 1987, 123138; X. PIKAZA, «Dominad la Tierra (Gn 1,28). Relato bíblico de la Creación y Ecología», en J. M. GARCíA Gí“MEZ-HERAS (ed.), Etica del medio ambiente. Problema, perspectivas, historia, Tecnos, Madrid 1997, 207-222; «Varón y Mujer los creó. Ecología humana y relación de sexos en Gn l^í», en C. NUEVALOS (ed.), Una mirada diferentes. La mujer y la conservación del medio ambiente, Edetania, Valencia 1999, 23-58.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra