Biblia

VIGILANTES, INVASION DE LOS

VIGILANTES, INVASION DE LOS

(1 Hen 6-11) (-> apocalí­ptica, pecado, ángeles). El tema de la invasión y violación provocada por unos ángeles, encargados de velar por los hombres (es decir, de vigilarles y ayudarles), constituye de algún modo el mito fundacional de la apocalí­ptica*. Estos ángeles vigilantes o custodios eran unos seres intermedios* a los que Dios habí­a dado el encargo de velar por los hombres, de iluminarles y ayudarles. Pero ellos, en vez de hacerlo, poniéndose al servicio de los hombres, les invaden y violan: «En aquellos dí­as, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos. Semyaza, su jefe, les dijo: Temo que no queráis que tal acción llegue a ejecutarse… Lc respondieron todos: Jurémonos y comprometámonos bajo anatema… Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así­ porque en él juraron y se comprometieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel… Tomaron mujeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas» (1 Hen 6,1-7,1). Los ángeles de Dios, que debí­an haber sido maestros y custodios de los hombres (cf. Jub 4,14), se han vuelto sus adversarios y seductores: desean tener lo que les falta (mujeres e hijos) y juran lograrlo en el Hermón (en hebreo, hnn: juramento, anatema), en un lugar llamado Ardis (posible corrupción de Yared, padre de Henoc: cf. Gn 5,18-20). El texto tiene carácter narrativo: no elabora ni justifica los hechos; no dice si las mujeres excitaron a los ángeles, ni pregunta por su sexo, aunque todo el simbolismo supone que los ángeles son masculinos. Tampoco dice nada sobre la posible reacción de los varones. Pero es evidente que a través del mito de la invasión y violación angélica, el texto ha querido contar una historia humana de violencia sexual y polí­tica. Estos «ángeles violadores» son sin duda un signo de los hombres «poderosos» que ejercen y despliegan su dominio en for ma de violación sexual y social generalizada. El mito distingue los dos niveles (el humano y el angélico-demoní­aco), pero supone que se encuentran vinculados. Estos ángeles invasores actúan de forma meditada y firme, bajo juramento, ratificando con fuerza lo que hacen. No piden permiso a Dios, ni dialogan con las mujeres; simplemente las violan. Este es el principio de nuestra historia. Ciertamente, habí­a previamente seres humanos y todaví­a siguen existiendo algunos que no nacen de violación (por lo menos los videntes o sabios vinculados a la tradición de Henoc). Pero la humanidad en su conjunto comienza a estar determinada por este pecado original, que los hombres padecen, no cometen. En ese ámbito, el texto sigue presentando el nacimiento de los gigantes, hijos del cruce humano-angélico, seres que llevan en su carne una señal de desmesura: son hí­bridos enormes, de tres mil codos cada uno (cf. 1 Hen 7,2), seres de violencia que destruyen y consumen los bienes del mundo: «Agotaban todo el producto de la tierra, comí­an a los hombres», igual que a los restantes animales, y bebí­an su sangre» (1 Hen 7,3-6). La narración ha introducido así­ en el comienzo de la historia actual de la humanidad unos vivientes de carácter destructor y ciego, como algunos titanes griegos y los monstruos de muchos mitos de otros pueblos. Este tema parece estar en el fondo de Gn 6,1-8 y de un Libro de Noé, después perdido. En este momento del mito no se habla todaví­a de la función de Henoc*, que será después básica para solucionar los problemas surgidos.

Cf. X. PIKAZA, Antropologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra