VINO Y OTRAS BEBIDAS ALCOHOLICAS

I. En el Antiguo Testamento

Entre un considerable número de sinónimos que se usan en el AT los más comunes son yayin (generalmente traducido “vino”) y šēḵār (generalmente traducido “sidra”). Con frecuencia se usan juntos estos términos, y se emplean independientemente de que el escritor se esté refiriendo positivamente al vino y a las bebidas alcohólicas o advirtiendo sobre sus peligros. Una tercera palabra, tı̂rôš, a veces traducida “vino nuevo” o “dulce”, se ha tomado a menudo como bebida sin fermentar, y por consiguiente vino que no intoxica, pero un ejemplo como el de Os. 4.11, juntamente con el uso en el Talmud, deja en claro que se la puede usar en sentido malo igual que las otras. Más todavía, si bien hay casos en que se prensan uvas en una copa y se usa el contenido de inmediato (Gn. 40.11), resulta significativo que el término “vino” no se aplica nunca al jugo resultante.

La expresión “vino nuevo” no indica vino sin fermentar, porque de hecho el procedimiento de fermentación comienza con suma rapidez, y no se podía disponer de vino sin fermentar muchos meses después de la vendimia (Hch. 2.13). Representa más bien vino hecho de las primeras porciones del jugo, antes de que se comenzara a pisar las uvas en el lagar. Por ello resultaba ser un vino particularmente potente y en consecuencia sería lógico pensar en el inmediatamente como explicación de lo que parecía ser un estado de ebriedad. La costumbre moderna en Palestina, tratándose de un pueblo tradicionalmente conservador en lo que respecta a fiestas religiosas, también sugiere que el vino que se empleaba era fermentado. Se puede decir, por lo tanto, que la Biblia no es invariablemente consecuente en el empleo de los diversos sinónimos.

Naturalmente que por tratarse de un país con un clima particularmente adecuado para el cultivo de la vid el vino se asociaba con frecuencia con el trigo, y juntos representan una provisión plena y adecuada de alimento, como también de las buenas dádivas de la vida. Por lo tanto se los puede prometer como señales de la bendición de Dios (Gn. 27.28), y son aceptos a Dios cuando se ofrecen en el altar (Ex. 29.40). Como disciplina, empero, hay oportunidades en que es preciso abstenerse de ellos, como cuando el hombre se entrega al servicio sacerdotal (Lv. 10.9), o en el caso del *nazareo mientras duraba su voto (Nm. 6.3). La abstinencia de los *recabitas entra en otra categoría, por cuanto en el intento de preservar la vida nómada vivían en tiendas, y el rechazo del vino no era por los peligros de su abuso, sino porque se lo asociaba con el cultivo de viñas, la siembra de semillas, y la edificación de casas (Jer. 35.7). Sin embargo, hay pruebas de que incluso para los que aceptaban el modo de vida agrícola los peligros de las bebidas fermentadas también eran evidentes. Las advertencias del libro de Proverbios son claras, y en la época de Isaías hasta los sacerdotes cayeron en sus garras.

Ambos aspectos del vino, su uso y abuso, sus beneficios y su maldición, su aceptación a los ojos de Dios y su abominación, estan entretejidos en la estructura del AT de tal modo que puede alegrar el corazón del hombre (Sal. 104.15) o hacer que cometa errores (Is. 28.7), puede asociarse con la alegría (Ec. 10.19) o con la ira (Is. 5.11), puede usarse para descubrir la desnudez de Noe (Gn. 9.21); en manos de Melquisedec sirvió para hacerle honor a Abraham (Gn. 14.18).

En el uso metafórico se observan los mismos usos. El vino puede representar lo que Dios mismo ha preparado (Pr. 9.5), y que ofrece a todo el que quiera recibirlo de sus manos (Is. 55.1); por otra parte, puede representar también la influencia intoxicante de la supremacía babilónica que trae aparejada la ruina (Jer. 51.7).

II. En el Nuevo Testamento

En el NT la palabra común es el gr. oinos (cf. el heb. yayin). Una vez encontramos sikera, ‘sidra’ (Lc. 1.15; “licor [fermentado]” (°vm, °vp), préstamo del semita (cf. heb. šēḵār), y una vez gleukos, “mosto” (Hch. 2.13, °vrv2; °vm, “vino nuevo”). Esta última palabra significa literalmente “vino dulce”; la cosecha del año en curso no estaba disponible aun, pero había formas de disponer de vino dulce todo el año.

Las referencias en el NT son mucho menos numerosas, pero una vez más los aspectos buenos y malos se ponen de manifiesto de todos modos, y muchos de los puntos que notamos en el AT tienen su contrapartida en el NT. Juan el Bautista ha de abstenerse del vino en razón de su misión especial (Lc. 1.15), pero esto no significa que el vino como tal sea malo, porque Jesús no sólo está presente en el casamiento en Caná de Galilea, sino que cuando falta el vino renueva el suministro en medida amplia y extraordinaria, y posteriormente su disposición para comer con publicanos y pecadores provoca la acusación de que era glotón y bebedor. La negativa de Jesús a beber el vino que se le ofreció de conformidad con la costumbre judía cuando fue crucificado (Mr. 15.23) no tenía nada que ver con alguna objeción al vino como tal, sino debido a la decisión de morir con la mente clara. Posteriormente aceptó el vino (vinagre) que tomaban comúnmente los trabajadores en los campos y la clase más baja de soldados.

En más de una ocasión Jesús se valió del vino para ilustrar su enseñanza. Mr. 2.22 señala la práctica corriente de poner vino nuevo en odres nuevos y recalca la inconveniencia de proceder de otro modo. Los comentaristas difieren en cuanto a la interpretación de esta parábola. Porque, mientras que el vino nuevo señala claramente la obra vivificante y poderosa de la nueva enseñanza de Cristo, los odres que se rompen bien pueden representar ciertas formas convencionales o todo el sistema judaico, como también el corazón humano, todos los cuales tienen que ser remodelados de conformidad con el desafio de la nueva era que se ha hecho presente. Lamentablemente los fariseos no estaban dispuestos a afrontar los cambios correspondientes, y obstinadamente se aferraron al sistema del que dependía su sustento (Lc. 5.39).

Metafóricamente la palabra “vino” también se usa en el NT tanto en sentido bueno como malo.

Este último sentido aparece varias veces en Apocalipsis, donde los habitantes de la tierra se representan como embriagados por la fornicación de Babilonia (Ap. 17.2), mientras que ella misma se ha embriagado con la sangre de ellos (Ap. 17.6). Por otra parte, Pablo exhorta a sus lectores a ser llenos del Espíritu (Ef. 5.18), por contraste con el estado de ernbriaguez provocado por el vino. Existen, desde luego, ciertas semejanzas entre ambas condiciones, consideración que bien puede haber llevado a Pablo a expresarse de este modo. Por cierto que en el día de Pentecostés hubo muchos que tomaron las pruebas de la presencia del Espíritu simplemente como efecto de la ingestión de bebidas alcohólicas. Esta misma interpretación se hizo mucho tiempo antes por el movimiento de los labios de Ana mientras oraba en presencia de Elí, supuesta falta que Elí reprendió mas prestamente en ella que en el caso de sus propios hijos (1 S. 1.14).

Timoteo es exhortado por Pablo a beber un poco de vino a causa de sus propiedades medicinales (1 Ti. 5.23; cf. su aplicación de un modo diferente en el relato del buen samaritano), pero en las epístolas pastorales se reconocen los graves peligros del exceso, y a los que tienen cargos, o de algún modo ofrecen liderazgo en el seno de la comunidad cristiana, tanto hombres como mujeres, se les advierte específicamente acerca de esta falta, que los descalificaría para el cumplimiento de su deber (1 Ti. 3.8; Tit. 2.3). Este abuso es particularmente inaceptable en el seno de la iglesia, porque si es cierto que la ebriedad es en general signo de descuido en asuntos espirituales, y olvido del inminente retorno de Costo (Ro. 13.13), cuánto más se ha de deplorar en la rnesa del Señor, donde revela no sólo un espíritu de completa indiferencia hacia Dios, sino una total falta de consideración para con los que integran la comunión cristiana (1 Co. 11.21).

Resumiendo, entonces, podemos decir que si bien el vino no se condena como algo que no tiene su utilidad, en manos del pecador se corre el peligro de que se convierta en hábito incontrolable, por lo que hasta los que se consideran fuertes harían bien en abstenerse, si no por su propio bien, por lo menos por amor al hermano mas débil (Ro. 14.21). El argumento de que hay muchas otras cosas de las que se puede abusar además del vino es perfectamente aceptable, pero en el caso del vino la experiencia indica que muy frecuentemente se convierte en un verdadero peligro, a tal punto que Pablo lo menciona específicamente, al tiempo que deja sentado el principio general. Es innegable que este principio tiene su aplicación en el contexto de la vida moderna entre los que toman en serio su responsabilidad cristiana.

Bibliografía. A. Schultz, “Vino”, °DT, 1985, pp. 550–551:, L. Ramlot, “Vino”, °EBDM, t(t). VI, cols. 1212–1221.

C. Seltman, Wine in the Ancient World, 1957; J. P. Free, Archaeology and Bible History, 1950, apéndice II, pp. 351ss:, “Wine” en TWBR; “Food” en HDB, 2, pp. 32; C. Brown, NIDNTT 3, pp. 918–923.

F.S.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico