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VIVIENTES

VIVIENTES

(y†™ Bestia, animales, metales, apocalí­ptica). Los cuatro vivientes de Daniel constituyen una de las visiones más extraordinarias de la historia de la humanidad. Su tema básico, con las diversas edades o imperios que se suceden, resulta conocido en la antigüedad (cf. estatua).

(1) La historia, un friso de animales: «Estaba mirando en mi visión nocturna, y he aquí­ que los cuatro vientos del cielo agitaban el gran mar. Y cuatro grandes vivientes, distintos el uno del otro, subí­an del mar. El primero era como un león y tení­a alas de águila. Yo estaba mirando, hasta que sus alas fueron arrancadas, y fue levantado del suelo. Luego se quedó erguido sobre los pies, a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre. Y he aquí­ que otro viviente, semejante a un oso, se levantó a su lado. Tení­a en su boca tres costillas entre sus dientes, y le fue dicho así­: ¡Levántate; devora mucha carne! Después de esto yo miraba, y he aquí­ otro viviente, como un leopardo, que tení­a en sus espaldas cuatro alas de ave. Esta bestia también tení­a cuatro cabezas, y le fue dado dominio. Después de esto miraba las visiones de la noche, y he aquí­ una cuarta bestia terrible y^ espantosa, fuerte en gran manera. Esta tení­a grandes dientes de hierro. Devoraba y desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies. Era muy diferente de todas las bestias que habí­an aparecido antes de ella, y tení­a diez cuernos… Tení­a ojos, como ojos de hombre, y una boca que proferí­a arrogancias» (Dn 7,2-8). Del mar grande que es signo de las aguas primordiales (caos informe y matriz de la vida) provienen los vivientes en un proceso en el que parece invertirse la primera creación (cf. Gn 1,1-2). Soplan los espí­ritus (riilihe), naciendo de los cuatro puntos cardinales e impulsados por ellos, emergen unos seres pervertidos que son señal antidivina, creación que se destruye. Esos vivientes suelen presentarse normalmente como bestias o fieras y eso es lo que, en realidad, significan. Pero he preferido dejar que la palabra suene en su sentido original; heywan, vivientes (animales), igual que los hayot o seres vivos de Ez l,5ss. De todas maneras, los vivientes de Ez 1 son signo del poder vital y positivo del cosmos, y así­ pueden presentarse como querubines, portadores del Trono. Por el contrario, los de Dn 7 están pervertidos: no llevan el trono de Dios, sino que combaten contra las criaturas de Dios; son la expresión del pecado original (y final) de nuestra historia.

(2) Un momento de la historia. La imagen de animales (águila, toro, león…) como representación totémica del cambio de los tiempos resultaba conocida desde tiempos anteriores. Pero hubo un momento especial en que algunos intérpretes de la historia, como los profetas de Israel, sintieron que ese cambio se habí­a acelerado, de tal forma que podí­an contemplarse en unidad algunos de sus momentos principales. Estamos dentro del gran movimiento de edades que algunos investigadores han asociado con el «tiempo eje» de la humanidad: entre los años que van del 610 al 540 a.C. emergieron, triunfaron y se sucedieron, en raudo proceso, asirios, babilonios, medos y persas, determinando, de un modo poderoso, la historia del mundo. Posiblemente, nuestro autor ha sido consciente de ello, como lo han sido otros pensadores de su tiempo (especialmente en Grecia). Esta sucesión ha sido también objeto de especulaciones culturales asociadas (como en Dn 2) a diversos metales*: edad de oro, plata, bronce, hierro. Es como si hubiera descubierto que la vida, representada en cuatro reyes/reinos, se hubiera elevado contra el designo de Dios: ellos, los hombres->mperios, son causantes del pecado, en despliegue arrogante de soberbia que, de alguna forma, quiere vincular los poderes de la tierra con los signos astrológicos. De esa forma ha surgido el más impresionante de los grandes zodí­acos (bestiarios) de la humanidad. Precisamente en ese momento de la historia podí­a leerse el despliegue y sentido de toda la historia. Esta ha sido la experiencia desencadenante de la apocalí­ptica, que, desde ese momento, definirá todo el pensamiento israelita.

(3) Sucesión e identidad de los animales. La sucesión puede compararse a la de los metales*, pero aquí­ no es tan claro el proceso degenerativo, (a) El león alado es Babilonia. Ha tenido gran poder, pero lo ha perdido (le arrancaron las alas). Al fin aparece de un modo invertido: tiene mente humana (o corazón), como ha visto en otra perspectiva Dn 4. (b) El oso proviene del norte y refleja el imperio de los medos, famosos por su violencia y voracidad (cf. Is 13,17; Jr 51,11.28). (c) El rápido leopardo es Persia que con Ciro asombra al mundo: vuela en gesto victorioso y parece extender su dominio hacia los cuatro puntos cardinales, como saben los israelitas sometidos a su imperio (entre el 539 y el 332 a.C.). (d) Un cuarto viviente: ¡el cuerno de insolencias! (Dn 7,7-8). Donde se espera un último animal (águila o toro, por ejemplo) emerge la sorpresa de un monstruo sin rostro ni figura que sirva de comparación. No tiene la posible belleza de los signos anteriores (¡fieras nobles!) y presenta sólo rasgos de fuerza destructora y de violencia, vinculados al hierro (como el último de los animales). Es evidente que se trata del imperio de los griegos, iniciado en Alejandro Magno y después continuado por sus sucesores, sobre todo con los Ptolomeos de Egip to y los Seléucidas de Siria, que preocupan al autor. Estamos hacia el 165 a.C.: se ha suprimido el culto judí­o separado en el templo de Jerusalén. El rey helenista favorece el sincretismo social y religioso, hay persecución contra los fieles (ha.sid.im). Esta es la Bestia de hierro (cf. Dn 2,40), es decir, de la ferocidad hecha guerra destructora, deseo insaciable de muerte. Tiene cuernos, el último de los cuales es Antí­oco Epí­fanes, perseguidor de los judí­os. Tiene ojos y boca que profiere insolencias (rabreban). La visión llega con esto al momento del no retorno: Antí­oco Epí­fanes, con otros enemigos de Israel, ha pretendido convertirse en Dios (como Senaquerib en 2 Re 18-19; como Nicanor en 2 Mac 15; como Nabucodonosor y Holofernes en Jdt 3). Está en juego la experiencia y teologí­a de la historia israelita. Este es el momento de la decisión, el tiempo de la manifestación de Dios. Ante este peligro universal sólo existe una respuesta más alta: el juicio* de Dios y la llegada del Hijo del Hombre de Dn 7,9-28 (que para los cristianos será Jesucristo).

Cf. J. B. FREY, «Apocalyptique», DBSup I, 326-354 (hasta 1925); H. S. KVANVIG, Roots of Apocalyptic: The Mesopotamian Backgroimd of the Enoch Figure and the Son of Man, WMANT 61, Neukirchen 1987; S. MOWINCKEL ,Elque hade venir. Mc sionismo y Mesí­as, Fax, Madrid 1975; D. S. RUSSELI, The Method and Message of Jewish Apocalyptic, SCM, Londres 1971; P. SACCHI, LApocalittica Gindaica e la sita Storia, Paideia, Brescia 1990.Y
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PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra