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VOLUNTARIADO

VOLUNTARIADO

Entre las diversas posibilidades actuales de servicios sociales, en la cooperación en el campo misionero, en los servicios de caridad y en la opción por los pobres, destaca el llamado «voluntariado». De hecho, es un servicio, ordinariamente temporal, que se presta gratuitamente o espontáneamente, sin perder la profesionalidad y debida preparación. Alguna vez es también una alternativa a una prestación social oficial, que se juzga no conforme a la propia conciencia. Los campos del voluntariado son muy variados educación, promoción humana, drogadicción, sanidad, pobreza, desarrollo, marginación, descanso, misión apostólica…

La organización es muy aleatoria y variada, según los casos. Puede ser personal o en grupo. A veces son grupos asistidos o relacionados con otras instituciones más fuertes que sirven de apoyo a la experiencia. Puede ser una experiencia vocacional misionera programada en plan de servicio práctico. También existen las organizaciones no gubernamentales o privadas, sin afán de lucro (las ONG). No siempre tienen matiz religioso, pero sí­ miran a un campo necesitado, en plan asistencial o promocional. Puede ser un aliciente para que otras personas asuman sus responsabilidades sociales y caritativas.

Ordinariamente el voluntariado es prestado por laicos (cfr. AA 22), puesto que los sacerdotes y personas consagradas ya tienen su propio cauce de servicio y de cooperación. Cuando se trata de un campo misionero o apostólico, también en sus instituciones de caridad y de educación, hay que procurar que el voluntariado esté preparado, que sea una escuela para vivir la propia fe y que dé un claro testimonio de vida cristiana. Las Iglesias jóvenes en sectores pobres (paí­ses en desarrollo) agradecen y necesitan más este testimonio que la ayuda económica y técnica. La «temporalidad» del servicio puede ser un momento privilegiado de discernimiento vocacional para un servicio o consagración de por vida.

Referencias Caridad, cooperación misionera, laicado, obras de misericordia, ministerios (servir), opción preferencial por los pobres, promoción humana, solidaridad, vocación misionera.

Lectura de documentos AA 22.

Bibliografí­a A. FERNANDEZ, El voluntariado social reconocimiento y marco jurí­dico en España (Madrid, Cruz Roja Española, 1989); I. LOPEZ DE AGUILERA, El voluntariado en la acción sociocultural (Madrid, Ed. Popular, 1990); S. RIZZA, Il volontariato internazionale, en Portare Cristo all’uomo (Roma, Pontificia Universidad Urbaniana, 1985) III, 565-572; A. SCARIN, Volontariato internazionale, una teologí­a, una spiritualití  (Bologna, EMI, 1986).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El voluntariado es una elección. Es la opción de aquel que oye el grito de los oprimidos, ve la indigencia de los pobres y siente la necesidad de encarnarse en la historia: «He visto la aflicción de mi pueblo». Tiene, por un lado, la carga profética de toda denuncia de la injusticia, de la miseria, de los condicionamientos, de la inhumanidad de tantas estructuras y de tantos hombres, que en dichas estructuras han cristalizado el mal y la opresión de los otros. Por otro lado, tiene también el sentido de invitar a todos —no con discursos, sino mediante el testimonio— a encontrar un camino, un poco de aliento, una esperanza: cosas que son tanto más válidas en el voluntariado, cuanto más se mueve por sendas nuevas, no trilladas, cuando incluso tiene que descubrirlas e inventarlas. Por tanto, es un acto de confianza en el hombre y para el hombre, un acto que no se limita a adaptarse a unas estructuras más cómodas y más visibles, pero a menudo inadecuadas. Desde este punto de vista, el voluntariado constituye también un espacio nuevo para los hombres de nuestro tiempo, especialmente para los jóvenes. Si se habla de un mundo nuevo es porque hay problemas nuevos que antaño no existí­an y para los que, por tanto, es inútil buscar soluciones concretas en el pasado. Y para todo esto hace falta lanzar gritos de esperanza y abrir espacios de vida y de acción. El voluntario lo sabe y es consciente de que está pisando caminos nuevos y que tiene que saber distinguirlos.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

El término » voluntariado » ha tomado en los últimos decenios un significado más amplio y se aplica a realidades diversas con acepciones no totalmente homogéneas. En sentido general, recuerda el valor de la espontaneidad: en efecto, es voluntaria una acción hecha libremente, sin constricción alguna. Pero, más allá de la clarificación terminológica, lo que define el contenido del voluntariado son sobre todo las diversas tipologí­as en que se ha venido expresando y las áreas de compromiso dentro de las cuales se ha ido desarrollando. Existe un voluntariado individual y un voluntariado familiar, un voluntariado de grupo y un voluntariado de comunidades estables. Existen formas de voluntariado de tiempo limitado -pensemos en las prestaciones ofreecidas durante el tiempo libre por las propias ocupaciones profesionales y familiares-, pero también existen formas de voluntariado a tiempo completo, durante perí­odos más o menos largos, como el servicio a los paí­ses en ví­as de desarrollo y la acción de comunidades comprometidas en el ámbito de situaciones de malestar o de marginalidad (drogodependencia, enfermedad, minusvalí­a, etc.). Es igualmente amplia la gama de áreas en las que hoy se despliega el voluntariado: desde el área socio-asistencial a la socio-sanitaria, desde el área de la animación cultural a la de la protección civil, desde el área deportiva y turí­stica a la de los problemas del Tercer Mundo.

En todo caso, lo que cualifica a la prestación del voluntariado es una acción continuada realizada en primera persona, sin fines de lucro e inspirada en los valores de la solidaridad y del servicio en función de una auténtica promoción humana.

El voluntariado no es patrimonio exclusivo de los creyentes. Históricamente nació y se desarrolló en los contextos sociales donde es central la atención al hombre y a sus necesidades. Pero para los creyentes recibe su último significado de la fe. La conciencia de la paternidad universal de Dios y la certeza de que todos los hombres están llamados en Cristo a la salvación confieren un nuevo sentido al servicio a los hermanos. Este servicio se convierte entonces en compromiso de acogida del Reino, haciendo transparente su alcance de liberación y asegurando al esfuerzo humano un suplemento de esperanza frente a las dificultades y derrotas.

En la comunidad cristiana el voluntariado es expresión concreta de la caridad, que es el signo de reconocimiento entre los que se proclaman discí­pulos del Señor (Jn 13,35). Alimentando mediante la Palabra y la eucaristí­a el sentido de la entrega a1 hombre, la comunidad consolida las razones del compromiso de cada uno por los demás; a su vez, el voluntariado la estimula a asumir responsabilidades concretas para con los pobres presentes en el territorio.

El voluntariado tiene, además, un gran valor social. No está dirigido principalmente a enfrentarse con situaciones de emergencia o a desempeñar un papel de suplencia respecto a los incumplimientos del servicio público. Su papel une al servicio directo a las personas la concienciación social y la presión polí­tica. En efecto, el voluntariado tiende a sensibilizar a los ciudadanos para que se encarguen directamente de las situaciones de malestar y a comprometer a las instituciones públicas para que eliminen las causas de la marginalidad.

Lejos de sustituir al compromiso profesional, el voluntariado constituye con su misma presencia atenta, discreta, disponible, una solicitación a concebir y a realizar en términos distintos la misma profesionalidad, ofreciendo así­ la propia aportación a una real humanización de los servicios. Esto supone el desarrollo de una sólida formación, tanto en el plano personal como en el general, y la adquisición de competencias profesionales especí­ficas. Sólo de esta manera puede el voluntariado concurrir a la construcción de un entramado social más justo y . solidario, en el que encuentren respuesta las preguntas de todos.

G. Piana

Bibl.: G. Pasini, Voluntariado en NDTM, 1937-1946; A. Fernández Papillón, El voluntariado social: reconocimiento y marco jurí­dico en España, Cruz Roja Española, Madrid 1989; 1. López de Aguilera, El voluntariado en la acción sociocultural, Ed. Popular Madrid 1990.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. Origen histórico del término.
II. Lar principales expresiones del voluntariado.
III. Las áreas del voluntariado.
IV. Identidad y valores del voluntariado.
V. Voluntariado de inspiración cristiana y voluntariado laico.
VI. Voluntariado y comunidad cristiana.
VII. Voluntariado y sociedad civil.
VIII. Voluntariado y compromiso profesional.
IX. La formación en el voluntariado.
X. Las perspectivas del voluntariado en una sociedad en transformación.

I. Origen histórico del término
El término voluntariado traduce sólo parcialmente el significado y los contenidos de un fenómeno que ha tenido en los últimos tiempos una notable expansión en varios campos. Literalmente, voluntariado viene de voluntad, y recuerda el valor de la espontaneidad: una acción voluntaria es la acción hecha espontáneamente y sin coacción. La aplicación del término al servicio social ejercido gratuitamente en favor del prójimo es reciente; la realidad del voluntariado estaba tradicionalmente ligada a otras expresiones, como archicofradí­as, conferencias de San Vicente, etcétera. En la lengua francesa se usa el término mucho más apropiado de bénévolat (voluntariado), bénévole (voluntario), para indicar que se hace algo gratuitamente.

La poca claridad terminológica ha influido probablemente también en una cierta indeterminación sustancial, por lo que el término voluntariado se usa a veces con excesiva ligereza y se aplica a realidades diversas con acepciones no homogéneas.

II. Las principales expresiones del voluntariado
Hoy el voluntariado se ha ampliado notablemente, tanto en el plano de las tipologí­as como en el de las áreas de compromiso [l luego, III].

En el plano de las tipologí­as hay que recordar:
– El voluntariado individual: es el que una persona realiza por iniciativa espontánea, sin conexión con grupos y asociaciones, poniendo periódicamente a disposición su propio tiempo (para hacer compañí­a) o la capacidad profesional (enseñante, enfermeras, enjalbegador, abogado, l médico…); – el voluntariado familiar: tiene como sujeto a la pareja, y a veces también a sus hijos. Es el caso de parejas que frecuentan voluntariamente la cárcel de menores para seguir en particular a un joven detenido; o bien de familias que se unen con la amistad a otras familias ví­ctima de problemas particulares (/droga, alcoholismo, /enfermedad, etc.); o también de familias que deciden acoger dentro de ellas a una persona con problemas (menor abandonado, muchacha madre, anciano solo, sujeto portador de una minusvalí­a, etc.): todo esto durante algún tiempo o establemente; – el voluntariado de grupo: se realiza con otros en una asociación estable. Es el grupo el que fija determinadas reglas para la aceptación de nuevos miembros, el plan de servicio, los criterios y el modo de formación, el compromiso de animación social y de presión polí­tica. Esta forma de voluntariado asegura más la continuidad del servicio, el poder contar con sujetos diversos intercambiables.

Todas estas formas de voluntariado se realizan normalmente en el t tiempo libre de las propias ocupaciones profesionales o familiares; pero existen también formas de voluntariado a tiempo completo, durante perí­odos más o menos largos.

– Es el caso del voluntariado internacional, realizado durante un perí­odo mí­nimo de dos años en un paí­s en ví­as de desarrollo, con el objetivo de contribuir al pleno desarrollo de la comunidad local y de hacer de coordinadores de los recursos y de las energí­as humanas y de catalizadores de potencialidades inexpresadas. Normalmente este servicio se ejerce en el ámbito de una de las asociaciones de voluntariado internacional, basándose en un proyecto preciso de desarrollo, madurado y decidido con la población del lugar y después de una seria selección y preparación. En efecto, un servicio de este tipo exige al menos una suficiente capacidad profesional, dotes psicológicas de estabilidad y dedicación, capacidad cultural de comprensión de realidades diversas.

– Otra forma de voluntariado a tiempo pleno es en algunos paí­ses el año de voluntariado social. Se trata del compromiso de jóvenes mayores de edad de pasar un año entero de su vida al servicio total de la comunidad y también como ocasión para profundizar el sentido de la propia vida y las relaciones propias, de las elecciones personales afectivas, profesionales, religiosas, culturales, etc. Concretamente, el año de voluntariado social ha arraigado sobre todo entre las chicas, constituyendo un modo ejemplar de desarrollar la feminidad como oferta de vida y en función de la vida, en particular en favor de mujeres en apuros (muchachas madres, jóvenes gestantes alejadas de su familia o despedidas de centros psiquiátricos, detenidas, etc.).

– Dentro del plan del voluntariado a tiempo pleno existen formas de voluntariado comunitario. Se parte de la existencia de pequeñas comunidades, compuestas sobre todo por personas inhábiles o disminuidas, en las cuales se introducen los voluntarios con el fin de compartir y dar apoyo en el plano laboral, para una más fácil inserción en la familia o en la sociedad. El voluntario vive naturalmente en la comunidad, a expensas de la comunidad.

– Finalmente, en el voluntariado a tiempo completo (quizá impropiamente) se encuadran las experiencias de servicio civil de muchos objetores de conciencia [l Objeción y disenso]. Rechazando el servicio militar, optan, según la ley, por el servicio civil sustitutivo. En realidad, aquí­ no se puede hablar de voluntariado, por existir una obligación bien precisa para el que rechaza el alistamiento. No obstante, son muchos los lazos con el voluntariado: a menudo estos jóvenes provienen de experiencias de voluntariado, ejercen tiempos de servicio superiores a los fijados por la ley, llevan en el compromiso la tendencia ideal propia del voluntariado.

III. Las áreas del voluntariado
Igualmente vasta es la gama de áreas donde se desarrolla hoy el voluntariado; se tiene la impresión de que todos los ambientes del vivir social son un espacio potencial para el voluntariado.

– El área socio-asistencial es indudablemente la más extensa. Comprende grupos que trabajan en la asistencia a disminuidos fí­sicos y psí­quicos, a enfermos mentales, a personas ancianas, a presos o familias de presos, a casas hogar para menores, a drogodependientes, alcohólicos, jóvenes inadaptados, nómadas, personas sin vivienda fija, inmigrados del tercer mundo, etc. Comprende también los numerosos centros de ayuda a la vida, los consultorios matrimoniales, los centros de escucha, el «teléfono de la esperanza», surgidos sobre todo para hacer frente a las nuevas formas de pobreza.

– También está notablemente desarrollada el área socio-sanitaria, que tiende especí­ficamente al sostén de las personas en el perí­odo de enfermedad: asistencia a enfermos en los hospitales y a domicilio; asistencia nocturna en momentos de crisis; grupos de donantes de sangre y de órganos; grupos especializados para enfermos de tumores, para personas necesitadas de diálisis, etc.

– Otra área es la del servicio de animación cultural, que comprende ya sea grupos de voluntariado que trabajan en el tejido popular (organización de bibliotecas y de centros de cultura popular, centros de animación y debate en zonas carentes de servicios, búsqueda de necesidades de la zona implicando a la gente, educadores de la calle, escuelas populares de alfabetización, cursos de educación sanitaria básica, ete.), ya sea grupos que profundizan temáticas culturales a niveles más altos (la t paz, la defensa de los ! derechos del hombre, los problemas de subdesarrollo, etc.).

– Un área que va ampliándose es la de la protección civil; bien entendida en sentido amplio, que comprende grupos de socorro alpino, de defensa ambiental, de protección de los animales, vigilantes contra el fuego, radioaficionados; o entendida en sentido estricto, que abarca los grupos que intervienen en casos de catástrofes (terremotos, inundaciones, de finalidad asistencial…) y que actúan también a nivel de prevención; o bien entendida en el sentido de defensa del patrimonio artí­stico del paí­s.

– Va en aumento el área deportiva y turí­stica, con grupos de voluntariado que intervienen bien como anticipadores de instancias y de respuestas a necesidades a las que las instituciones desatienden o para las que no están preparadas, bien como servicios voluntarios a zonas discriminadas o excluidas de la atención del Estado, bien como servicios de integración de los servicios estatales. Es bastante obvio el carácter de prevención de todos estos grupos en relación con posibles formas de patologí­a social (droga, inadaptación…).

– Finalmente hay que recordar el área de los grupos comprometidos en crear una sensibilidad a los problemas del tercer mundo y en apoyar realizaciones concretas en paí­ses subdesarrollados o mal desarrollados. Frecuentemente el alma de estos grupos de voluntariado son ex voluntarios que han estado comprometidos durante algunos años en el servicio internacional.

Existen también otras áreas menores; pero estas referencias ya dan idea de lo importante que es la presencia del voluntariado.

IV. Identidad y valores del voluntariado
Dentro de la gran variedad de expresiones y de la rápida evolución del fenómeno, resulta difí­cil discernir los elementos de identidad del voluntariado. Habrá que limitarse a un mí­nimo que podamos identificar con un servicio realizado: – personalmente por el voluntario, bien con prestaciones fí­sicas (p.ej., asistencia a un enfermo), bien con prestaciones intelectuales, y culturales (ej., dar un asesoramiento, escribir un artí­culo, etcétera); – espontáneamente, o sea por libre elección y no por deber profesional; por tanto, se excluyen la coacción y el deber jurí­dico; – sin finalidad de lucro, a saber: excluyendo ya sea la finalidad del beneficio económico, ya la de ventajas sociales, laborales, etc.; – con una cierta continuidad, por tanto sin agotarse en alguna buena acción esporádica, pero con un compromiso sistemático, aunque periódico, del voluntario.

A efectos de un cambio de la sociedad, en orden a una mayor humanización, es más importante que el servicio materialmente prestado por el voluntariado la aportación de valores que introduce en la sociedad, ya sea modificando a las personas mismas de los voluntarios, ya introduciendo con gestos concretos una provocación y un desafí­o a las lógicas dominantes en el contexto social. Los valores que más se repiten en el voluntariado son: -la l solidaridad: el voluntario se hace cargo de los otros y estimula a la sociedad a salir del aislamiento privatista y del descompromiso, para responsabilizarse ante los hechos sociales y los sufrimientos de los demás, asegurando la contribución que cada uno es capaz de dar; -el compartir gratuitamente a sí­ mismos, el tiempo propio, las dotes profesionales, etc.: esto constituye un germen de revolución cultural respecto a la lógica imperante del beneficio y el frenesí­ de acumular, y propone como punto céntrico de la vida el ser respecto al tener, la relación humana respecto a la posesión de cosas; -el valor central del hombre. Al inclinarse sobre la persona en apuros, y particularmente sobre los pobres, sobre los marginados, sobre los que no cuentan, el voluntario evidencia el valor originario del hombre y de todo hombre, prescindiendo de los elementos contextuales: la salud, la belleza, la riqueza, el saber, la colocación social, la capacidad productiva; -el espí­ritu de servicio, es decir, la disponibilidad no tanto a realizar servicios, sino también y en primer lugar a escuchar para conocer qué servicios necesitan las personas y cómo quieren que se las ayude; disponibilidad, pues, a modificar el propio compromiso adaptándose a las necesidades objetivas del prójimo. En este sentido el voluntario declara su pobreza; no tiene recetas ni fórmulas mágicas; es esencialmente un servidor; -la promoción y la liberación humana. El objetivo no declarado pero real del voluntariado es ayudar a las personas a salir lo más posible de un estado de dependencia y de pobreza, recuperando autonomí­a, libertad, capacidad participativa y creativa en el ámbito del vivir social y conciencia de los propios derechos y deberes. De ahí­ brota un estilo de compromiso caracterizado por trabajar con las personas más que para las personas; -la humildad de asistir a la escuela de los pobres. A menudo el voluntario declara que es más lo que recibe que lo que da. Ciertamente, los pobres no son mejores que los demás sólo por ser pobres; pero la condición de sufrimiento, de privación y de humillación les ha permitido conservar algunos elementos vitales que las condiciones de bienestar y sobre todo el clima de consumo han extinguido. Por eso justamente el compromiso ha de partir de los últimos: la sociedad tiene necesidad de ellos para recuperar un rostro verdaderamente humano.

V. Voluntariado de inspiración cristiana y voluntariado laico
El voluntariado no es una exclusiva de los creyentes. Históricamente nace y se desarrolla en cualquier contexto social en el que florecen valores humanos de solidaridad. Y así­, junto a las «misericordias» de matriz cristiana, tenemos las «asistencias públicas» de inspiración laica; junto a las conferencias de San Vicente, los voluntarios de la Cruz Roja. En las asociaciones y en los grupos más recientes se nota una cierta tendencia a presentarse como aconfesionales, aunque el fundador y el animador sea un religioso, y ello a fin de establecer una base de servicio abierta a todos.

La diferencia entre las dos tipologí­as de voluntariado reside no tanto en las cosas que se hacen o en las modalidades de hacerlas cuanto en los valores que las inspiran.

Voluntariado cristiano y voluntariado laico tienen en común: la atención al hombre en sus condiciones concretas y con sus problemas especí­ficos; el compromiso preferencial por los últimos de corte promocional; el sentido de la solidaridad recí­proca; en gran parte también la lectura de las causas de la pobreza y de la marginación; la voluntad de realizar la justicia social; el deseo de paz; la apertura a los pueblos del hambre; la exigencia de construir juntos, pobres y ricos, sanos y enfermos, una sociedad solidaria.

El voluntariado de inspiración cristiana encuentra el fundamento y las motivaciones últimas de su compromiso social en la fe: la paternidad de Dios, que da sentido a la fraternidad universal; la presencia de Cristo en todo hombre, que le asegura un valor teológico al servicio de los hermanos; la inserción de todos en el cuerpo mí­stico de Cristo, que proporciona motivaciones sustanciales, tanto a la corresponsabilidad recí­proca como a la certeza de que todo hombre es portador de valores y es esencial al camino de toda la comunidad; la perspectiva escatológica, fundada en la presencia de Cristo resucitado en la historia, que camina con nosotros hacia la realización del reino y le asegura al esfuerzo humano un suplemento de esperanza y de estabilidad, sobre todo ante las dificultades y las derrotas.

Además, el servicio de voluntariado cristiano encuentra sostén y alimento espiritual en la oración y en los sacramentos.

En cualquier caso, reconocerse en Cristo no constituye para el voluntario cristiano motivo de separación o de supremací­a sobre los demás hermanos; al contrario, es un impulso más a insertarse en la vida humana ordinaria y a colaborar con todos los hombres de buena voluntad. El sabe que Dios siembra el bien por todas partes en el mundo, y que es su autor último, cualquiera que sea la persona que lo haga. En efecto, se puede aplicar al servicio de la caridad lo que decí­a santo Tomás a propósito de la verdad: «Veritas a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est» (La verdad, independientemente del que la diga, viene, en definitiva, del Espí­ritu Santo).

VI. Voluntariado y comunidad cristiana
La comunidad cristiana tiene en la caridad su signo de reconocimiento: «En esto conocerán que sois mis discí­pulos…» (Jua 13:35). El ejercicio de la caridad tiene indudablemente múltiples expresiones: las intervenciones en las emergencias, el compartir los bienes [! Propiedad], la misma l limosna, el encuentro ocasional con una persona en apuros, etc.; pero el voluntariado junto con el compromiso de servicio del hombre en la vida cotidiana familiar y profesional- constituye la punta de diamante de la caridad cristiana, sobre todo porque evidencia la relación entre persona y persona, el trato de amistad y el sentido de gratuidad que han caracterizado al amor de Dios por el hombre en la persona de Cristo Jesús («Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único…»: Jua 3:16), amor que constituye para los cristianos como individuos y para las comunidades el punto de referencia necesario.

Entre comunidad cristiana y voluntariado existe una profunda relación de enriquecimiento recí­proco. Puede decirse que el voluntariado brota de la comunidad cristiana, a la cual a su vez ofrece su luz propia.

La comunidad cristiana hace estas aportaciones al voluntariado: ofrece la eucaristí­a, que es fundamento y modelo de toda expresión de servicio y de donación al hombre; ofrece la palabra de Dios y, junto con ella, ocasiones de profundización teológica que refuerzan las convicciones del compromiso y lo arraigan contra la tentación de la inestabilidad emotiva; además se presenta a sí­ misma como comunidad global, que comprende a los iluminados y a los inseguros, a los avanzados y a los retrasados, a los generosos y a los perezosos; una comunidad que avanza lenta y fatigosamente, de la cual todos han de sentirse parte viva y corresponsable del camino común.

Por su parte, el voluntariado puede ayudar a la comunidad cristiana: a vivir y profundizar su dimensión de caridad, abriéndose a una cultura nueva y pasando de la limosna a compartir, del mero dar cosas a cor_nprometer la propia persona, de laí‘imple asistencia al compromiso liberador y promocional, de un hábito de delegación a una toma comunitaria de responsabilidad; a realizar en términos concretos la elección prioritaria de los pobres; a colocarse en términos correctos y constructivos en el territorio con actitudes de estima y de colaboración, pero también con una visión crí­tica de las elecciones que no respetan al hombre ni dan prioridad a los últimos.

No hay que descuidar, por último, la relación entre voluntariado y pastoral vocacional [l Vocación y vocaciones] que han de desarrollar las comunidades cristianas. Aunque el voluntariado contempla todas las edades de la vida, es obvio que interesa de modo particular a la edad juvenil por su mayor disponibilidad cronológica y psicológica. Al orientar a los jóvenes a las grandes opciones vocacionales, las comunidades cristianas pueden encontrar en el voluntariado de todo tipo, pero particularmente en el organizado en orden a un servicio social, un excepcional instrumento pedagógico que, a la vez que sale al encuentro de necesidades reales de la sociedad, educa a las personas para que entren en la vida de modo generoso y responsable.

VII: Voluntariado y sociedad civil
En los últimos años el voluntariado ha asumido proporciones numéricas -y presencias tan significativas que se imponen a la atención de la sociedad civil y de las fuerzas polí­ticas. El Estado ha sentido incluso el deber de regular estas fuerzas con leyes especí­ficas.

En cambio, en la cultura corriente es menos claro el significado global que tiene el voluntariado en el ámbito de la sociedad; en la imaginación popular el voluntariado se agota todaví­a en la óptica del buen samaritano, que interviene en momentos de urgencia que afectan a personas o familias, ejerciendo en general un papel de suplencia de los incumplimientos o las carencias del servicio público. Además, a los ojos de la gente, los voluntarios serí­an el lado bueno de una sociedad mala y egoí­sta.

En realidad, qué debe ser en la sociedad el voluntariado son los mismos voluntarios quienes lo expresan con autonomí­a y libertad. En las maduraciones doctrinales más recientes destacan tres funciones del voluntariado, que han de considerarse como suplementarias y en cierto sentido constitutivas de su ser: el servicio directo a las personas y a la comunidad, el deber de concienciación social y el deber de presión polí­tica.

La primera función es la más admitida y menos discutida; si acaso, se ha insistido en encontrar una relación equilibrada entre voluntarios y profesionales, y en la exigencia de que el servicio esté cimentado en una adecuada preparación.

La función de la concienciación social consiste en ayudar a la población a hacerse cargo directamente de las situaciones de malestar y de pobreza, desarrollando un estilo y una red operativa de solidaridad. El compromiso de la población es fundamental para la superación de la marginación, que es provocada justamente por la gente, por la población. Una persona disminuida puede sufrir por alguna limitación fí­sica, pero sufre sobre todo porque se ve marginada a causa de esa disminución. La ayuda del voluntariado es decididamente insuficiente si se limita a asistir al disminuido, sin comprometerse a promover su integración social, luchando contra la cultura del rechazo de los «diversos».

La tercera función constitutiva del voluntariado es el compromiso polí­tico, que se ejerce sobre todo poniendo en claro las causas de la pobreza y estimulando su supresión a través de nuevas polí­ticas del empleo, la construcción, la sanidad, la instruccí­ón profesional, la asistencia social. El compromiso polí­tico del voluntariado tiene salida también en la denuncia de carencias legislativas y administrativas, pero, sobre todo, en propuestas precisas de servicios que expresen el respeto de los valores humanos en que se inspira el voluntariado. En ese sentido el voluntariado tiene una función profética, pues le señala a la sociedad las necesidades nuevas e indica caminos adecuados en respuesta a la aparición de nuevas necesidades. La historia más reciente de la drogodependencia [I Droga] ilustra abundantemente la función anticipadora desarrollada por el voluntariado a través de cientos de casos de acogida y de comunidades terapéuticas.

Algún equí­voco ha surgido sobre la relación voluntariado-servicios sociales en la concepción polí­tica y en la programación concreta de ciertos administradores. El voluntariado ha sido erróneamente interpretado como una institución de servicios sociales a bajo costo, en la cual el Estado delegaba la realización de algunos de sus deberes. Es éste un riesgo que el voluntariado rechaza normalmente como peligroso. Es cierto que los servicios sociales administrados por fuerzas privadas cuestan medianamente menos que si fuesen administrados por el Estado. Pero también es cierto que sólo excepcionalmente el voluntariado es capaz de sostener como propio y exclusivamente un servicio social. Regularmente el voluntariado es sólo integración y complemento de servicios sociales, no sustitución de ellos; los voluntarios no tienen ni el tiempo ni la preparación profesional adecuada para administrar enteramente servicios asistenciales, sanitarios, etc. Por eso aceptar esta delegación significarí­a hacer pagar a los pobres la insuficiencia y el escaso compromiso polí­tico de los administradores públicos.

Se podrí­a decir, en cambio, que el voluntariado, si funciona bien, promueve un incremento de gasto público, ya que evidencia nuevas pobrezas y marginaciones que reclaman la intervención de los servicios sociales y que aún no han llegado a la conciencia pública general.

VIII. Voluntariado y compromiso profesional
A menudo se presenta al voluntariado como fuerza de cambio social, en el sentido de que su presencia y su acción brotan, por lo general, de situaciones deficientes o patológicas que es preciso erradicar. Pero surge el problema: ¿Cómo contribuye el voluntario al cambio social? ¿Puede, por ejemplo, de manera realista hacer cambiar el sistema sanitario, el régimen de la justicia, etc., dedicando sólo una parte marginal de su tiempo y con una profesionalidad reducida?
Quizá el cambio más seguro sea el que el voluntario realiza en sí­ mismo, en su vida, en sus relaciones, en el propio compromiso profesional, si transfiere coherentemente a la actividad ordinaria los valores humanos que experimenta de manera intensiva en la acción del voluntariado. Esta conexión coherente voluntariado-vida es condición esencial para que el voluntariado sea fuerza de cambio. Un voluntario que en el trato con los enfermos, los disminuidos, los ancianos, etc., fuese atento con las personas, dialogante, promocional en las actitudes, servicial, y luego, en la vida familiar y profesional, fuese intratable, autoritario, intolerante, etc., mostrarí­a con los hechos que no cree en los valores que va proclamando y aireando, y que no quiere honradamente un cambio social en el sentido de una mayor humanización y de una equidad mayor. Asimismo, el voluntario que en el compromiso con los pobres predica ¡ajusticia y la lucha para que el Estado asegure los servicios sociales a todos los ciudadanos, y luego a nivel profesional y cí­vico es indiferente, evasor fiscal, promotor de trabajo negro, ajeno a los momentos polí­ticos en los cuales se deciden las medidas concretas en favor de los pobres y de los últimos, es sencillamente un hipócrita, que a lo sumo busca atenuar los sufrimientos existentes, haciéndolos más tolerables, pero manteniéndolos a pesar de todo.

Hay una segunda relación entre voluntariado y profesionalidad. El voluntario, al trabajar junto a los profesionales (p.ej., el médico, las enfermeras, el enseñante, el asistente social, la colaboradora doméstica, etc.), constituye con su misma presencia atenta, discreta y disponible un estí­mulo a concebir y realizar en términos diversos la profesionalidad. Es fundamental una influencia del voluntariado en la profesionalidad cuando se afronta el tema de la humanización de los servicios, hoy muy vivo en la población. Serí­a inconcebible delegar la humanización a los voluntarios, que pasan sólo algunas horas a la semana en los servicios; el verdadero salto de calidad debe tener lugar en quien administra profesionalmente los servicios sociales y está cotidianamente en contacto con el ciudadano enfermo, necesitado de experiencia, de asistencia social, etc. En este cuadro entra el problema del estilo de presencia y del método de relaciones del voluntario con los profesionales: el voluntario debe poseer el sentido de los propios lí­mites, no puede pensar en sustituir al profesional en funciones especí­ficas, ni en asumir actitudes presuntuosas que crearí­an sólo rechazo.

En realidad hay que añadir que en algunos casos el voluntariado puede ser promotor de nuevas profesionalidades (sobre todo en presencia de necesidades nuevas) que no encuentran espacio adecuado en las estructuras tradicionales formativas aseguradas por la sociedad. En este sentido han surgido en los últimos tiempos figuras de llamados educadores de la calle; ellos constituyen al menos una respuesta inicial a los inadaptados de familias casi inexistentes y que eluden la obligación escolar, a los cuales sólo es posible acercarse actuando en la calle.

IX. La formación en el voluntariado
El voluntariado exige un perí­odo de preparación inicial y un programa de formación permanente. La exigencia de la formación está ligada a la naturaleza del servicio. Para servir no son suficientes las motivaciones; éstas sostienen el servicio y aseguran su continuidad, pero no garantizan su idoneidad y eficacia. Para prestar un servicio hay que estar eri condiciones de servir.

La formación no es un proceso igual para todos los grupos de voluntariado; sino que difiere según la naturaleza y la actividad de cada uno de los grupos. Por tanto, es diversa relativamente a: -grupos que utilizan los tiempos marginales de sus actividades normales para un servicio integrativo en apoyo de las familias y de las instituciones; -grupos voluntarios que asumen directamente la gestión de un servicio (p.ej., casa, familia) quizá trabajando de forma mixta con algunas personas comprometidas; -cooperativas constituidas par socios dependientes pagados y socios voluntarios (cooperativas de solidaridad social); -voluntariado familiar para el sostén de familias en apuros y hacerse cargo de menores (/Adopción].

El proceso formativo se articula normalmente en las cuatro exigencias del saber (la serie de conocimientos requeridos), saber hacer (el grado de capacidad técnica que se refiere al campó especí­fico de acción: ancianos, disminuidos, etc.), saber ser (las actitudes que se han de adoptar en el servicio; p.ej., no alienante, promocional y liberatoria, respetuosa del grado de madurez de las personas), saber mover a hacer (el sujeto ayudado deberí­a ser estimulado a adoptar a su vez una actitud de servicio para con los demás: voluntariado como multiplicador).

Las cuatro exigencias deberí­an aplicarse luego a las tres dimensiones complementarias de la acción voluntaria, a saber: el servicio directo y personalizado, la animación y la»implicación popular, el compromiso polí­tico.

Pasando a los contenidos de la formación, se puede observar la misma variación indicada. Hay algunos contenidos generales y varios contenidos especí­ficos. -Contenidos generales: formación a nivel cultural y polí­tico sobre la sociedad y sobre los mecanismos que generan marginación; formación jurí­dico-administrativa para un conocimiento de las leyes y de las instituciones del servicio del territorio; formación de orden psicológico; formación sanitaria, que permite discernir los sí­ntomas de las situaciones patológicas; formación como enriquecimiento de motivaciones humanas y religiosas. -Contenidos especí­ficos: se refieren, bien a los conocimientos de la legislación (ej., es diversa para los ancianos, los disminuidos o los menores), bien al conocimiento de las estructuras de servicio, bien a la formación sanitaria y de enfermeras.

Es también importante el método formativo, que puede variar desde el tradicional (curso con transmisión de conocimientos y ulterior profundización en trabajo de grupos), válido sobre todo en la fase inicial, hasta el método de la formación sobre el campo, con metodologí­a activa y comunitaria, que comprende la formulación del programa, documentación del trabajo hecho en la realización del programa, comprobación constante.

Es fundamental en el campo formativo la actividad dinámica de los voluntarios, la disponibilidad constante a la verificación y el sentido de lo provisional.

X. Las perspectivas del voluntariado en una sociedad en transformación
¿Hacia dónde camina la sociedad? ¿Qué contribución puede dar el voluntariado en relación con la dirección que se ha de tomar?
Algunas exigencias aparecen cada vez más apremiantes. Ante todo la de reducir las distancias entre los pueblos, en particular entre el norte y el sur del mundo. En efecto, por un lado registramos una creciente pobreza de los pueblos del tercer mundo, que en última instancia se traduce en perjuicio no sólo de los pueblos pobres, sino también de los pueblos ricos, en el sentido de que les priva de salidas de mercado y a la larga pondrá en crisis también su sistema productivo. Por otro lado, asistimos a una invasión creciente del viejo continente y de las zonas de bienestar de América por parte de los pueblos del hambre. Falta aún una cultura mundial que racionalice estos fenómenos y oriente hacia una visión del mundo basada en la interdependencia y en la integración recí­proca. El voluntariado puede aportar una verdadera contribución para realizar este salto de cualidad. En efecto, existen hoy muchos voluntarios que han trabajado en los paí­ses del tercer mundo y que, al volver a la patria, siguen desarrollando la sensibilidad hacia los problemas que han encontrado allí­. De otra parte, son cada vez más numerosos los grupos de voluntariado que amplí­an su esfera de acción más allá de los confines nacionales y plantan sus tiendas también en paí­ses en ví­as de desarrollo, constituyendo así­ de hecho polos de cultura internacional y mundial.

Otra exigencia que se va difundiendo es poner en discusión los equilibrios polí­ticos y militares sobre los cuales se han mantenido durante siglos las relaciones entre Estados. La !guerra, aunque extendida por el mundo, es cada vez menos aceptada como instrumento racional para la solución de los conflictos; la carrera de los armamentos [l Paz y pacifismo] es vista como una locura colectiva. Se está buscando fatigosamente un camino alternativo, humano y no violento. El voluntariado puede verse indudablemente como fuerza de paz; no solamente porque un número creciente de jóvenes hacen objeción de conciencia al servicio militar y optan por el servicio civil sustitutivo [! Objeción y disenso], sino’también y sobre todo porque,, actuando al servicio del hombre, ensanchan el tejido de las relaciones humanas, restringen los espacios del egoí­smo, facilitan la comprensión y él diálogo y ofrecen en la realidad cotidiana su contribucí­ón, no llamativa, sino eficaz, para construir la civilización del amor.

[/Bienestar, y seguridad social; /Participación; /Solidaridad; /Trabajo social; /Vocación y vocaciones].

BIBL.: AA.VV., Volontariato societá e pubblici poteri, Dehoniane, Bolonia 1980; AAVV., Verso uno statuto del volontariato, 2 vols., Dehoniane, Bolonia; CARITAS ITALIANA, Volontariato di ispirazione cristiana, Dehoniane, Bolonia 1981; ID, Volontariato e comunitá cristiana, Edizioni Caritas, Roma 1986; ID, Anno di volontariato sociale delle done, Edizioni Caritas, Roma 1982; CORTAZAR REVUELTA J.L., El voluntariado vicenciano hoy, Asociación Nacional de Caridad, Madrid 1987; FERNíNDEZ PAMPILLóN A., El voluntariado social: reconocimiento y marco jurí­dico en España, Cruz Roja Española, Madrid 1989; Voluntariado social, apuntes y propuestas, Popular, Madrid 1986.

G. Pasini

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral