ZACARIAS PROFETA
(-> Sión, Sofonías). Zacarías es un profeta israelita y el nombre de un libro del Antiguo Testamento donde se recogen no sólo los oráculos del profeta de su nombre (Primer Zacarías), sino los de un profeta posterior, a quien se le suele llamar Segundo Zacarías.
(1) Primer Zacarías. (1) Profeta de la restauración. Lc podemos datar con notable precisión, entre el 520 y el 518 a.C., cuando los judíos vueltos del exilio están reedificando el templo de Jerusalén. Este profeta fue, al mismo tiempo, un visionario (que transmite en su libro las primeras ocho grandes visiones simbólicas y unitarias de la restauración israelita) y un líder social (que anima, potencia y dirige la obra de reconstrucción judía, que debe estar centrada en el sacerdote Josué y en el príncipe Zorobabel). Tiene fuerte conciencia de su misión: sabe que Dios le ha enviado para culminar la obra de los antiguos profetas y así lo dice en los momentos centrales de su mensaje, para confirmar sus predicciones: «Sabréis que Yahvé Sebaot me ha enviado a vosotros» (Zac 4,9; 6,15). Su obra (Zac 1-8) está constituida por ocho visiones relativas a la restauración de Jerusalén (1,7-17; 2,1-4; 2,5-9; 3,1-7; 4,1-14; 5,1-4; 5,5-11; 6,1-8); en medio de ellas aparecen varias secciones explicativas, conforme a una técnica literaria que se hará común en los profetas tardíos y en las obras apocalípticas. En ese contexto se sitúa el canto de la Hija-Sión, uno de los textos más conocidos de la Biblia hebrea: «Canta y alégrate, Hija-Sión, pues yo vengo para habitar en medio de ti, palabra de Yahvé. Y aquel día se incorporarán a Yahvé muchas naciones y serán pueblo (am) para mí: y habitaré en medio de ti y sabrás que Yahvé Sebaot me ha enviado a ti. Y Yahvé escogerá a Judá como su herencia sobre la Tierra Santa y escogerá de nuevo a Jerusalén. Calle toda carne ante Yahvé, porque se ha elevado desde su santa morada» (Zac 2,14-17). Las re laciones de este pasaje con el canto de Sofonías* 3,14-18 resultan evidentes. Es posible que ambos provengan de un mismo contexto o que Zac 2,14-17 dependa de Sof 3,14-18, como parece más probable. Común en ambos casos es la invitación al gozo: la Hija-Sión ha de cantar y alegrarse. En nombre de Yahvé, el profeta ha dicho a los constructores de la nueva Jerusalén (Zac 2,5-9) que no cierren las puertas de la ciudad, que no tengan miedo, pues Dios mismo será su protección, como muralla de fuego que impide que la asalten o conquisten los pueblos enemigos (cf. Ex 40,34; Nm 8,15-23; Ez 40^18).
(2) Primer Zacarías. (2) Habitaré en medio de ti. Dios mismo protege el santuario de su pueblo, pues habitará en Jerusalén, ciudad de Yahvé Sebaot, monte santo. En este contexto, el mismo Dios invita a la Hija-Sión para que cante, con el gozo de las bodas, pues él habita dentro de ella (shakanti betokek). Habita Dios en Sión como en su propio santuario, como esposo que viene y vive (suscitando vida) en la entraña de su esposa. Así se implican mutuamente la imagen sacral (inhabitación) y la esponsal: Jerusalén es santuario y es novia de Dios, novia que canta/baila a la llegada de su amado. En este contexto de bodas puede superarse el viejo enfrentamiento que escindía a judíos y gentiles. Por eso, en contra de lo que supone el texto paralelo de Is 52,12, Zacarías afirma que «se incorporarán muchas naciones», formando parte del propio pueblo de Dios e integrándose en su pacto (= serán pueblo de Dios). En este sentido se podrá decir que Jerusalén será una «ciudad abierta» (Zac 2,8): en ella caben todos, en boda universal. Estos «asociados» de Yahvé (y de Sión) no serán servidores o esclavos de los israelitas, como parecía suponer Is 61-62, sino que forman parte del pueblo. Evidentemente, el texto, formulado como ideal profético, no puede indicar las concreciones históricas y las mediaciones sociales de esa incorporación de los gentiles al pueblo de la alianza, tema que ha sido tratado de forma jurídica y resuelto de manera negativa (con exigencia de expulsión) por los libros de Esdras*-Nehemías. Han existido judíos intransigentes, celosos de la propia identidad social y cultural de Jerusalén, defensores de la separación respecto de los otros pueblos. Históricamente, ellos son los que han triunfado, en el tiempo que va desde Esdras-Nehemías (en torno al 450 a.C.) hasta la crisis macabea (170-160 a.C.). Pero dentro del mismo Israel y en su Escritura más sagrada se conserva la memoria de este profeta que quería que la Hija-Sión abriera sus puertas, recibiendo dentro a las naciones, como supone Ap 21,25, cuando dice que las puertas de la Nueva Jerusalén no estarán jamás cerradas. Esta experiencia de gozo, vinculada a la apertura de Jerusalén, que acoge en su seno a todas las naciones, constituye el centro de la primera parte del libro de Zacarías.
(3) Segundo Zacarías. (1) La danza de la Hija-Sión. Hacia comienzos del III a.C., asumiendo quizá temas y hasta textos anteriores, el autor a quien llamamos Segundo Zacarías (Zac 9-14) ha redactado una obra profética centrada en el mesianismo escatológico. Culminando su acción anterior e invirtiendo los medios de poder normal del mundo (violencia de los imperios), el mismo Dios va a desvelar su misterio en Sión/Jerusalén, como muestra el más paradójico y fuerte de todos los pasajes bíblicos sobre la Hija-Sión: «Danza con fuerza, Hija-Sión; grita aclamando, HijaJerusalén; he aquí que tu rey viene a ti; justo y vencedor es él; humilde, montado sobre un asno, sobre un pollino, cría de borrica. Destruirá el carro de Efraín y el caballo de Jerusalén. Y destruirá el arco de guerra y anunciará la paz a las naciones; y su dominio será de mar a mar, del torrente a las extremidades de la tierra» (Zac 9,9-10). La Hija-Sión tiene que ponerse a danzar en gesto de fiesta solemne; danza y grita clamando, porque llega su rey. Estamos en una liturgia de entronización: se forma el cortejo, avanza el rey y, mientras llega, se le acerca la Hija-Sión para recibirle con la alegría desbordante de su baile. Sofonías 3,14-18 iniciaba una danza nupcial: Zac 2,14-17 invitaba al baile religioso, pero sólo Zac 9,9-10 lleva ese tema hasta el final y nos sitúa en el centro de una gran ceremonia de coronación, que se inicia con el baile de un pueblo/muchacha que recibe con gozo emocionado y entusiasta a su rey salvador. Desaparecen o pasan a segundo plano los restantes oficios y figuras de la tierra: sacerdotes, militares, potentados… Toda la humanidad se ha condensado en esta Hija-Sión, esta ciudad-mujer, esta doncella que, llena de juventud y esperanza, se prepara para la danza triunfal de su rey. Ella no tiene más oficio que cantar y alegrarse; para eso se prepara y así lo hará porque viene su rey. Ciertamente, ese rey que viene es justo, en la línea de la justicia de Dios, pero es también justo con los israelitas (y con los hombres) justos de la historia. Este rey es vencedor, en cuanto trae la victoria de Dios; pero el término empleado en este caso es pasivo, como para indicar que no realiza la salvación a través de su esfuerzo violento, sino que la recibe de Dios. Es rey humilde (como los que forman el resto de Israel en Sof 3,12), y viene montado en un asno, como en asno montaban los primeros salvadores y reyes de la historia israelita (cf. Gn 49,11; Je 5,10; 10,4; 12,14). Una muchacha que danza gozosa, un rey que avanza montado sobre un asno… Esta es la representación de la historia total. Los dos unidos forman el signo de la humanidad. Por eso hay que entenderlos juntos: uno desde el otro y con el otro. La muchacha danzante sólo tiene sentido allí donde la vida no es ya guerra, allí donde el auténtico poder no es el caballo de batalla ni el dinero, sino un tipo nuevo de humanidad que avanza sobre un asno. Por otra parte, la humildad del rey expresa algo que es mucho más que una virtud interna; es la expresión permanente de la voluntad de diálogo, de la paz mutua, de la renuncia a la violencia. Pero el texto sigue diciendo que destruirá (¿quién? Dios o el mismo rey, según se lea el texto hebreo) el carro de Efraín y el caballo de Jerusalén (9,10). Normalmente, en la vieja tradición hímnica y profética de Israel carros y caballos suelen ir vinculados como expresión de poderío guerrero (cf. Ex 15,1; Miq 5,9; Is 2,7). La novedad de nuestro texto es que separa ambos signos y atribuye los carros a Efraín y los caballos a Jerusalén, poniendo así sobre el mismo plano de violencia (y con la misma necesidad de conversión) a judíos y samaritanos.
(4) Segundo Zacarías. (2) El rey pacífico. La salvación está simbolizada en la Hija-Sión y en su rey. Pero esta HijaSión no se identifica ya sólo con Jerusalén, sino con todos los que buscan la paz. La paradoja (que el Nuevo Testamento ha captado en la escena de la entrada de Jesús en Jerusalén* 2; Mt 21,5) consiste en el hecho de que este rey sin armas simboliza (y en algún sentido realiza) la victoria de la nueva huma nidad sobre los grandes pueblos armados. Este nuevo rey es signo de condena para los hermanos enfrentados, para judíos y samaritanos, en un tiempo (siglo III a.C.) en que unos y otros se están combatiendo ya en una lucha que les dividirá para siempre (hasta el día de hoy). Sólo entonces, cuando judíos y samaritanos (Efraín y Jerusalén) depongan sus armas, cuando puedan darse la mano de la paz en tomo al rey de no violencia, montado sobre un asno, podrá salir la Hija-Sión a bailar. Ambos, rey pacífico y muchacha danzante, forman como las dos caras de un mismo ideal mesiánico abierto hacia todos los pueblos, porque el texto sigue diciendo «destruirá el arco de guerra y anunciará la paz a las naciones». El arco constituye, con los carros y caballos, el signo máximo de guerra (cf. 1 Sm 2,4). Parece que los pueblos han vivido hasta el momento actual dominados por un tipo de lógica militarista: arco y espada han definido y decidido siempre sus disputas. Pues bien, asumiendo una lógica nueva de paz escatológica, que podemos ver en textos como Is 2,2-4; 11,1-9, nuestro pasaje ha elaborado un ideal de paz universal, que no se extiende por imposición ni a través de una especie de rito de magia, sino que se anuncia y razona a través de la palabra. El nuevo rey hablará en forma de paz (dbr Shalom), convertirá la paz en palabra abierta hacia todas las naciones. No hablará con las armas, no razonará con medios de violencia: creerá en la palabra y así la irá extendiendo hacia el conjunto de la humanidad, en camino de recreación escatológica. Desde ese contexto se ilumina el pasaje en que Jesús dirá a la samaritana* que los verdaderos adoradores adoraran en espíritu y verdad, superando el nivel de disputa entre Sión y Garizim (cf. Jn 4,20-24).
Cf. L. ALONSO SCHí“KEL y J. L. SICRE DíAZ, Profetas I-II, Cristiandad, Madrid 1980; A. J. HESCHEL, Los profetas I-II, Paidós, Buenos Aires 1973; T. H. ROBINSON y F. HORST, Die zwótf kleinen Propheten, HAT 1/14, Tubinga 964.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra