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​Adulterio, ¿realmente es tan grave?

​Adulterio, ¿realmente es tan grave?

Por: Henry Vargas Holguín

Adulterio es la unión sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no sea su cónyuge.

¿Por qué la Iglesia la considera grave? No se trata sólo de tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, sino que tiene el agravante de atentar contra el vínculo matrimonial, que no es algo puramente humano, sino que está establecido por el mismo Dios.

Obviamente, hay que tener en cuenta que el adulterio se produce sólo cuando ese matrimonio es válido. Si es nulo, se trataría de relaciones fuera del matrimonio, pero no de adulterio propiamente dicho.

Ante la realidad del adulterio es necesario tener muy en claro ciertas cosas:

1. La magnitud del pecado del adulterio. Generalmente se confunde la gravedad de este pecado con la magnitud del escándalo si se descubre; o lo que es lo mismo, se piensa que si no hay escándalo no hay gravedad.

O se incurre en el error de creer que por el solo hecho de que nadie se dé cuenta no se está haciendo mal a nadie; pero sí, y los primeros perjudicados son los mismos protagonistas.

El pecado de adulterio daña la Iglesia, daña la sociedad y, por tanto, es más grave de lo que se cree, aunque la sociedad lo vea “con buenos ojos”.

En realidad, este pecado tiene que ver con algo mucho más profundo, que es el romper la alianza con Dios. 

2. Ningún pecado tiene justificación. No se puede justificar un pecado, y menos el de adulterio, con una supuesta lógica humana diciendo, por ejemplo: Estamos bien y felices, todo el mundo lo hace, la culpa del fracaso matrimonial no fue mía y por tanto tengo todo derecho a rehacer mi vida con otra persona cueste lo que cueste, estoy con una persona que me valora, ve por mis hijos y sobre todo me ama, etc..

El maligno hace mal con apariencia de bien, siguiendo la lógica del mundo. No hay que buscar falsas lástimas para no cortar radicalmente con el pecado y/o para tomar los correctivos necesarios.

3.- Es preferible hacer sacrificios y renuncias y tener una conciencia limpia, tranquila y pura que tener lo que el mundo ofrece pero con remordimientos de conciencia y lejos de la salvación.

Jesús dijo: “No todo quien me dice Señor, entrará al reino de Dios sino el que hace la voluntad del Padre” (Mt 7,21). ¿Cuál es la voluntad del Padre? Respetar el vínculo sacramental, a pesar de todo.

4.- En una relación adúltera (o de pecado) no hay amor. La gente no venga con la historia de que hay amor en medio del pecado: Pueden llamarle enamoramiento enfermizo, suplir carencias, necesidad de sexo, búsqueda de protección, lo que se quiera pero Amor no hay allí.

Dios es EL AMOR (1 Juan 4, 8), por eso el amor sólo puede estar realmente en relaciones bendecidas por Él y en las que quieren y respetan su presencia (por eso es tan importante tener y defender –aunque sea unilateralmente- el sacramento del matrimonio).

Es por el mismo motivo que los novios que caen en fornicación viven y pueden terminar mal, porque el amor se va de allí y deja su espacio para el pecado.

5.- Sólo se puede comulgar en estado de gracia, es decir, quien tiene la gracia santificante, quien no tiene pecados graves o mortales. Recibe la comunión quien está en común-unión con Dios.
6.- No hay que intentar mezclar el pecado con lo sagrado. Nadie puede comulgar si tiene al menos un pecado mortal, sea el que sea. Mientras ese pecado exista o subsista no se puede comulgar, pues por culpa de ese pecado mortal no hay vida espiritual; los muertos no comen.

De aquí la importancia del sacramento de la confesión. Toda relación de adulterio está destinada a ser reprobada. Y del adulterio nadie sale solo. El primer paso es ponerlo en confesión, con un buen sacerdote, quizás que conozca bien la historia de esa persona.

Lastimosamente hay mucha gente que pudiendo confesarse, es decir, pudiendo dejar la situación de pecado, no lo hacen; como tampoco buscan comulgar.

7.- Si hay un pecado mortal, el penitente debe cumplir cinco pasos para hacer una buena confesión. Recordémoslos: Examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra.

En el caso de una persona divorciada con una nueva relación, ¿es posible hacer el propósito de enmienda; es decir, de que la relación con la segunda persona deje de tener las características propias de una pareja de casados?

Aunque esa segunda pareja viva bajo su mismo techo, ¿la persona está dispuesta a relacionarse con ella como si fueran realmente hermanos de sangre con todo lo que implica?

Si la respuesta es positiva a las dos preguntas y garantiza el cumplimiento serio del propósito de enmienda  (propósito de dejar de pecar o propósito de mantenerse en gracia), se puede acercar a cualquier sacerdote y comulgar, aunque sea en otra parroquia donde no la conozcan para evitar malentendidos, o comulgar de manera privada.

Jesús le dijo a la pecadora publica: “Yo tampoco te condeno, vete y no peques mas”.

8.- Si la respuesta a las dos preguntas anteriores es negativa, eso no significa que la persona se ponga al margen de la vida eclesial. Aunque no pueda comulgar, eso no significa que deje de ir a misa; es más, debe seguir yendo a misa, participar en ella y hacer la comunión espiritual.

9.- Si la persona con quien convive en verdad la ama, entenderá que su pareja desee darle prioridad a Dios y a su salvación y respetará su decisión; decisión que, dicho sea de paso, repercutirá en el bien espiritual de sus hijos y de la persona en cuestión.

El amor de verdad, el amor auténtico, quiere el bien real presente y eterno de los demás; nunca debe excluir a Dios ni su bendición.

10.- Se dice que el que algo quiere algo le cuesta. Si una persona divorciada con una nueva pareja quiere cumplir con el primer mandamiento de la ley de Dios -amarás a Dios por encima de todas las cosas (personas, placeres, apariencias, etc.)-, ¿qué está dispuesta a renunciar, a dejar?

No es compatible la aceptación teórica de la realidad de un sacramento (del matrimonio), que se presume válido aunque haya fracasado –indiferentemente de la causa y/o del causante-, con la negación practica del mismo.

Si la persona se casó válidamente, es invitada a respetar ese sacramento, aunque su cónyuge legítimo no lo haga.

11.- Si la persona además tiene hijos, su situación incide además en la formación de la fe de los hijos. Más que con palabras, se educa con el testimonio, pues los hijos más que oír, ven.

Las circunstancias pueden aprovecharse para servir de ejemplo ante las circunstancias adversas, ante las situaciones difíciles, ante el pecado, para que los hijos vean cómo se superan correctamente.

12.- En casa no hay que dejar de hacer oración, de fomentar la oración en familia, formar en la fe a los hijos, etc.

13.- Hay muchas maneras de estar unido a Dios y a la Iglesia. Es bueno involucrarse en la vida de parroquia todo lo posible, que la Iglesia no rechaza a las personas divorciadas que viven una nueva unión.

La Iglesia es misericordiosa, acoge a las personas; es madre y no rechaza ningún hijo de Dios por más pecador que sea; desea que sus hijos regresen a casa.

Ahora bien, el hecho que la Iglesia sea acogedora y misericordiosa no significa que acepte el pecado, o que deje de denunciar el pecado allá donde esté. El adulterio (de pensamiento o de obra) es un afecto desordenado.

Como se suele decir: Dios (y de consecuencia la Iglesia) rechaza el pecado, llamándolo por su nombre, mas no al pecador; lo llama a la conversión, al cambio de vida.

Jesús vino por los pecadores, para llamarlos a la vida.  El amor de Dios es más grande que el pecado, hay que agarrarse de Él. Pase lo que pase no hay que soltar a la Iglesia.

El ser humano sin la Palabra de Dios, sin la relación con Dios (que debe tender a ser correcta, perfecta y santa) está perdido. Si una persona divorciada unida nuevamente tiene recta intención de salir del pecado, hay que prepararse para ver qué poderoso es el brazo del Señor: Él puede devolver la dignidad a su vida.