Biblia

​La oración de la debilidad

​La oración de la debilidad

Por: Carlos Padilla Esteban

La Navidad no es a veces un tiempo fácil. A lo mejor hemos perdido a un ser querido. O la crisis nos hace recordar tiempos mejores. O estamos solos. O ha cambiado nuestra realidad familiar. Hemos sufrido la separación, o el abandono.
 
En esos momentos, celebrar Navidad cuando no hay motivos para estar alegres no es tan fácil. Miramos la fecha y suspiramos pensando en lo que vamos a vivir. El tiempo pasa, se acerca.
 
¡Qué hacer esos días en los que hay que estar alegres casi por decreto! No es fácil. Las cenas familiares no son siempre un motivo de alegría. Nos gustaría que fuera distinto.
 
La realidad es la que es. Lo que sí podemos cambiar es nuestra actitud. Podemos llegar a las cenas de estos días con otra disposición. De nosotros depende.
 
Decía hace poco el Papa Francisco en Estrasburgo: “En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor”. 
 
¿Podemos ser plenamente nosotros mismos en nuestra familia? ¿O tenemos que medir siempre nuestras palabras, lo que puede sentar bien o mal? En familia necesitamos sentirnos en casa, en un hogar. Pero depende de nosotros, de nuestra actitud.
 
Las circunstancias pueden haber cambiado. No es fácil vivir la Navidad con un dolor profundo en el alma. ¿Qué hacer cuando se han roto nuestros proyectos, todos nuestros sueños?
 
No es tan sencillo volver a vivir estas fiestas con el corazón de niño. Renovados, alegres, esperanzados.
 
¿Cómo se puede perdonar en Navidad? El Niño Jesús viene a pedirnos que perdonemos. Que pidamos perdón. Y a nosotros nos cuesta demasiado perdonar.
 
Heridas profundas. Ofensas. Palabras. Todo lo recordamos. Lo guardamos como una losa en el corazón. ¿Cómo se olvida todo? ¿Cómo se perdona? Guardamos silencio. No sabemos. Los silencios dicen a veces mucho más que mil palabras.
 
Nos sentimos como esa persona que rezaba: “Todos te traen cosas, mi niño Jesús. Todos te traen regalos. Te hablan. Fuera hace frío. Yo no sé, Jesús. No tengo nada. Estoy callada. Sentada en un rincón del portal. En el suelo, a tu altura.
 
Me siento tan indigna. Tan pequeña. Tan pobre. Perdón por mi suciedad, mi vacío. Perdón por no saber querer. Yo sólo te miro. No puedo dejar de mirarte. Tú has venido a mí porque yo no sabía ir a ti. No sabía, no podía.
 
Todo se deshace en mi corazón. María se ha dado cuenta. Me mira con calidez entre la gente. Me invita a acercarme. Tiemblo de emoción. Toda mi vida se detiene aquí. Te quiero mucho. Me arrodillo.
 
Te beso en la frente y en un piececito. Me encantaría cogerte en brazos. Vuelvo a ser una niña inocente y pura. Quiero crecer a tu lado. No quiero separarme nunca de ti. Te adoro. Cuando te veo, pequeño y frágil, vuelvo a creer y a confiar. No llores, mi niño. Ayúdame a amar y a ser pequeña”. 
 
Es la oración de la debilidad, de nuestra impotencia. La oración del corazón que desea perdonar y olvidar y no sabe cómo. La oración de la impotencia para vivir con paz, con alegría, con esperanza. La oración cuando nos arrodillamos frágiles ante Dios.