Lo que hay en mí de Saulo
Por: Carlos Padilla Esteban
Pablo se sintió rescatado de las aguas. Jesús mismo salió al camino a buscarlo. No quiso que se perdiera. Anduvo detrás de él hasta que lo tiró del caballo. Como uno nacido prematuramente, antes de tiempo. Así lo rescató Dios.
No se enorgullece de ser el último. Simplemente habla del amor de Dios. Cuenta cómo Jesús se apiadó de él en el último instante. Eso es suficiente para ser apóstol.
No lo eligió de los primeros. No pudo compartir con Él su vida terrena. No pudo negarlo durante su camino a la cruz. No estuvo allí. No pudo sufrir con los otros apóstoles el miedo y la alegría, las dudas y los milagros.
No fue tocado por el abrazo de Jesús. No sintió sus lágrimas. No palpó su deseo. No recibió esas palabras que llenaban de vida. No escuchó, como Pedro, la pregunta que rompe las entrañas: « ¿Me amas?». No. No pudo decirle compungido, que lo amaba.
Pero Jesús esperó. Dejó que estuviera presente en la muerte de Esteban y de otros. No se lo impidió. No retuvo su brazo. No se interpuso en su camino. No lo hizo hasta aquel día en Damasco. Allí se apiadó de él.
¿Qué sentiría Pablo en su alma cuando se levantó sin ver? Dios perdonó todos sus pecados. Salvó su vida. Lo tiró del caballo y lo perdonó hasta lo más hondo de su alma. Allí, sobre el polvo del camino, experimentó el abrazo del Padre al hijo pródigo.
Lloró como lloró Pedro. Se sintió solo y acompañado, perdido y encontrado. Allí, como María Magdalena, sintió que Jesús le perdonaba todos sus pecados. Allí, como Pedro, conmovido, se supo amado para siempre.
Ciego, roto, caído, vacío, mudo. Salvado en el último momento. Se dejó guiar, él, que nunca antes había seguido a otros aprendió a seguir otro camino. Aprendió a obedecer a otros hombres, cuando hasta ese momento sólo pensaba que obedecía a Dios. Ese Dios al que amaba sobre todas las cosas se hizo carne en una voz que se apiadó y le mostró un nuevo camino.
Siempre que pienso en Saulo pienso en todo lo que hay en mí mismo de Saulo. De ese Saulo antes de Damasco, orgulloso de sí mismo. Ese Saulo seguro y firme, convencido de lo que hacía, satisfecho consigo mismo, salvado, ya redimido.
No dudaba. Simplemente cumplía con pasión lo que pensaba que era la voluntad de Dios. Era un fiel cumplidor. Me impresiona su fuerza para hacer justicia.
Tal vez en mis propios juicios reconozco a Saulo. Cuando no admito opiniones diferentes. Cuando me cierro en mi verdad y rechazo otros caminos. Cuando creo que mi forma es la única correcta.
Entonces pienso en ese Dios que salva, rescata, tira del caballo, abraza. Ese Dios que no se olvida de mí y me rescata. Como a Saulo. Como a tantos. Ese Dios enamorado.