4 cosas que el Sagrado Corazón enseña sin necesidad de palabras

Por: Tom Hoopes

Durante un tiempo el Sagrado Corazón me incomodaba. Me parecían extrañas las representaciones de Jesús con el corazón expuesto frente a sus vestidos, y consideraba la mayor parte de las expresiones de piedad para el Sagrado Corazón arcaicas y descorazonadoras.

Amaba a Jesús, pero no entendía la necesidad de concentrarse en su sistema cardiovascular.

Los papas del siglo XX me han hecho reconsiderar mi juicio: alababan la devoción al Sagrado Corazón, definiéndola como una “necesidad” y “el compendio de toda la religión”.

Madre Teresa fue particularmente incisiva.

Describía su devoción al Sagrado Corazón desde la infancia, y al citar el Evangelio decía: “Deben aprender del Sagrado Corazón de Jesús. Es por eso que Jesús dijo: ‘Aprendan de mí’, no de los libros”.

Esto ha vencido todas mis resistencias.

La fe católica es tal que santo Tomás de Aquino ha podido escribir obras maestras teológicas e incluso los iletrados pueden tener una experiencia de fe profunda como la suya.

Piensen cómo la Iglesia nos habla sin usar palabras: en el Bautismo el agua nos lava la cabeza, el alma, y no logro imaginar una manera mejor en que Cristo pueda decir “Quiero estar unido completamente a ti, y quiero que tú me lleves fuera de la Iglesia a las calles” a través de su presencia real en la Comunión.

Es tan sencillo que puede entenderlo incluso un niño. Esto es el Sagrado Corazón.

En primer lugar, es un corazón, no un cerebro.

Que yo sepa, no existe ninguna devoción formal al Sagrado Cerebro de Jesús.

Existe, sin embargo, una devoción al Cerebro Soviético de Lenin. El cerebro de Vladimir Lenin fue extraído de su cadáver tras su muerte y ha sido estudiado por científicos ansiosos de encontrar una clave de genialidad del líder de la revolución soviética.

Las dos devociones –la nuestra al corazón, la suya al cerebro– son significativas.

Lenin inició el amplio sistema del comunismo soviético; su herencia fueron sus normas, su ideología y su jerarquía, y su cerebro fue quien lo ideó.

También Jesús inició un sistema –la Iglesia– con normas, enseñanzas y jerarquía, pero eso no era lo realmente importante para él, sino el misterio de la encarnación.

Nosotros honramos el corazón de Jesús, no su cerebro. Para nosotros, su herencia es su misma vida, el hecho mismo de su existencia, como Dios y como hombre, que ha vivido entre nosotros.

En segundo lugar, no es ni siquiera un aura.

Vivimos en un mundo en que la gente cree que ser “espiritual” y ser “religioso” son dos cosas distintas.

Oprah Winfrey ha descrito así la espiritualidad: “La espiritualidad es reconocer que estoy vinculada a la energía de toda la creación, que yo soy una parte suya y ésta es siempre una parte de mí”.

El Sagrado Corazón nos recuerda que el “espíritu” no existe en cualquier nivel alternativo mágico y etéreo de la realidad. Nuestro espíritu y nuestro corazón son una sola cosa.

El Sagrado Corazón es un atributo de “espiritual pero no religioso”.

Cualquier niño que lo considere ve muy claramente que en él Dios nos está diciendo que su encarnación ha sido real –que era realmente humano y divino– y que nuestra santidad no es una aureola externa a nosotros, sino una realidad que está dentro de nosotros.

En tercer lugar, nos muestra qué significa participar de la vida de la Trinidad.

Un sacerdote una vez describió cómo su vocación había iniciado cuando vio el cuadro del Sagrado Corazón de su familia cuando era niño.

“Lo vi donarme su corazón”, recordó, “y, por lo tanto, le pedí que tomara el mío”.

Se consagró al Sagrado Corazón antes de haber entendido qué podría significar.

El sacramento del Bautismo nos vuelve partícipes de la vida divina de la Trinidad, lo que significa que las personas de la Trinidad existen en una continua donación recíproca de sí. El Padre da todo al Hijo; el Hijo restituye todo al Padre y el Espíritu Santo procede de aquel amor, restituyendo todo.