“Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David. Aconteció al otro día, que un espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl, y él desvariaba en medio de la casa. David tocaba con su mano como los otros días; y tenía Saúl la lanza en la mano. Y arrojó Saúl la lanza, diciendo: Enclavaré a David a la pared. Pero David lo evadió dos veces. Mas Saúl estaba temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl; por lo cual Saúl 1o alejó de sí, y le hizo jefe de mil; y salía y entraba delante del pueblo” (1 S. 18:9–13).
Introducción
Tarde o temprano el ungido será perseguido por el no ungido. Los que pierden la unción de Dios aborrecen a los que todavía la mantienen. Saúl comenzó celando al ungido y terminó tratando de matarlo.
Cuando no se opera en el Espíritu de Dios, se opera en la carne. Saúl antes era dirigido por el Espíritu Santo y ahora lo vemos manipulado por un espíritu malo.
Los ungidos tienen que cuidarse mucho de los no ungidos. Estos los rechazan, los aborrecen, los quieren destruir, les envidian su consagración. La espiritualidad de David hacia que la carnalidad de Saúl se sintiera incómoda.
- La mirada de Saúl
“Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David” (18:9).
Aquella celebración donde se cantó a Saúl y a David, dándole más mérito al segundo que al primero (18:7), fue la semilla del celo y de la rencilla que el maligno sembró en el corazón del no ungido. Saúl con la unción era sensible a las cosas de Dios, pero sin ella era recipiente fácil para el maligno. Cuando se pierde la espiritualidad, la carne toma el control.
La mirada de Saúl hacia David cambió. Ya no veía en David un aliado, sino un contrincante; no veía un servidor, sino un usurpador; no veía en él la bendición, sino la maldición; no veía la seguridad, sino el peligro.
“Saúl no miró con buenos ojos a David” significa que perdió la visión espiritual. Cuando se pierde la visión espiritual no se ve lo que Dios está haciendo y quiere hacer a través de otros. Sin visión no hay enfoque espiritual.
A los ungidos hay que mirarlos espiritualmente y no carnal. Por encima de todo lo que no nos agrade de ellos, sus debilidades y sus faltas, se tiene que mirar su motivación.
“Saúl no miró con buenos ojos a David” significa que al perder la unción, perdió su confianza en Dios. Por esto se llenó de temores y le faltó fe. Estaba operando por los sentidos y no por la fe. La falta de fe produce miopía espiritual. Se pierde la visión de los propósitos de Dios.
“Saúl no miró con buenos ojos a David” significa que en el corazón donde antes hubo aceptación, ahora hay rechazo; donde hubo amor, ahora hay odio; donde hubo agradecimiento, ahora hay repudio; donde hubo admiración, ahora hay celo.
Un líder ungido provocará la carnalidad en otros. Los carnales no pueden comprender cómo Dios puede usar a otra persona distinta a ellos. Principalmente cuando tienen alguna posición que los pone más elevados que otros. Saúl estaba elevado por la posición, pero David lo estaba más por la unción. Las posiciones no dan estatura, la unción sí. La inseguridad de Saúl lo llevó a mirar con celos a David.
- La condición de Saúl
“Aconteció al otro día, que un espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl, y él desvariaba en medio de la casa. David tocaba con su mano como los otros días; y tenía Saúl la lanza en la mano” (18:10).
Aquí se nos presenta a Saúl, el que había sido ungido por el Espíritu Santo, tomado por un espíritu malo. Esta expresión “un espíritu malo de parte Dios tomó a Saúl” implica que ya no gozaba de la protección divina. Sin esta, Saúl era victima de cualquier mal espíritu.
Los espíritus malos o demonios son reales. Pueden tomar a cualquiera que este fuera de la protección de Dios. Pero los que están con Dios y Dios con ellos, no hay demonio que pueda pedir permiso para poseerlos.
Los que juegan con los demonios se exponen a caer bajo su influencia. Las obras de la carne, las debilidades y las tentaciones a las cuales se exponen los creyentes no se deben confundir con posesiones demoníacas.
Los demonios molestan, atemorizan, confunden y manipulan a los creyentes que no tienen autoridad espiritual para confrontarlos, resistirlos y reprenderlos. Cuando uno sabe quién es uno en Dios y la posición que en Cristo tenemos, no habrá demonio que se atreva. Cuando el Espíritu Santo se mudó de la casa espiritual de Saúl, un demonio la tomó. Donde vive el Espíritu Santo, no puede vivir el demonio.
Saúl desvariaba de un lugar para otro por causa de la influencia demoníaca. Estaba desequilibrado, inestable, extremadamente deprimido, porque estaba vacío de Dios.
Cuando nos llenamos de Dios, las depresiones, las angustias, el aborrecimiento, la melancolía y todos esos males emocionales tienen que desaparecer. El gran problema de Saúl era que se había vaciado de Dios. Él abandonó a Dios y Dios lo abandonó a él. Le falló a Dios y Dios ya no estaba comprometido con él. Le dio lugar a la carne y un mal espíritu tomó dirección de su vida.
Mientras David continuaba tocando el arpa en el palacio para Saúl, este jugaba con su lanza. La adoración mantenía a David ocupado en las cosas de Dios. La lanza distraía a Saúl con las tentaciones.
III. La agresión de Saúl
“Y arrojó Saúl la lanza, diciendo: Enclavaré a David a la pared. Pero David lo evadió dos veces” (18:11).
El no ungido busca matar al ungido. Dos veces planificó Saúl darle muerte a David; lo pensó y lo manifestó. Pero el ungido lo supo evadir. Aunque adoraba a Dios, no se descuidó de la astucia y de las mañas de Saúl. El ungido aunque espiritual, sabía cómo moverse más ligero que la lanza de Saúl. Se hizo un experto en evadir el ataque del enemigo.
Los ungidos tienen que aprender cómo evadir lanzas. No pueden dejarse enclavar a alguna pared de vituperio y de crítica. Las paredes del palacio eran buenas para poner adornos, pero no con el ungido.
Una lanza que a menudo le arrojan al ungido es la indiferencia. Pero aunque lo traten con indiferencia, no se deja enclavar a la pared. La indiferencia lo podrá atacar, pero no lo paralizará.
Otra lanza que le tiran a los ungidos es la crítica. Por bien que haga las cosas, siempre alguien le encontrará algo malo. La lengua de muchos serán lanzas que tendrá que esquivar con mucho estilo y protocolo.
Notemos que David no reaccionó respondiendo agresión con agresión. El ungido no se puede rebajar al nivel del no ungido. No puede permitir que las acciones del no ungido lo vayan a descontrolar y lleguen a determinar su manera de actuar.
El ungido tiene que aprender a evitar conflictos. No maximiza el problema, sino que lo minimiza. La clave de todo ministerio de éxito es resolver problemas y no fomentar problemas. Para David quejarse de que Saúl le arrojaba lanzas era alimentar un problema, pero esquivando las lanzas resolvía el problema.
Los ungidos son personas que el Espíritu Santo los hace ágiles. No son lentos en reaccionar. Piensan ligero y actúan ligero. David nunca bajó la guardia ante Saúl. Tocaba el arpa “con su mano” y mantenía los ojos abiertos. Con el enemigo uno nunca se puede descuidar. Es peligroso y busca siempre un descuido para atacar, aun cuando estamos adorando y ministrando delante de Dios.
- El temor de Saúl
“Mas Saúl estaba temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl; por lo cual Saúl lo alejó de sí, y le hizo jefe de mil; y salía y entraba delante del pueblo” (18:12–13).
Los no ungidos aunque lo nieguen o lo quieran ignorar, siempre reconocerán la presencia de Dios con ellos. Saúl sabía que Dios estaba con David y no con él.
Los que pierden la unción, la autoridad espiritual, lo saben. Pueden aparentar, pueden pretender, pueden jugar a que la tienen, pero en su corazón saben que la han perdido. Saúl sabía que David tenía lo que él había perdido. Él tenía el puesto, David tenía el poder; él tenía la posición, David tenía la unción.
Por lo tanto, Saúl optó por alejar a David de sí. Los no ungidos no pueden convivir con los ungidos. El estar cerca de ellos los hace sentirse incómodos. Su presencia los molesta. Delante de ellos se sienten fuera de lugar.
Lo mejor era darle un puesto a David y así alejarlo del palacio. El ungido tiene que cuidarse de títulos y posiciones que lo puedan alejar de su verdadera misión y llamado.
Notemos “y le hizo jefe de mil”. David fue hecho “jefe” por Saúl. Pero los títulos no embriagaban a David. No le interesaba ser “jefe”, sino servidor. Este titulo no enfermó la naturaleza espiritual de David.
Los que están buscando ser “jefe”, es porque todavía no entienden el propósito de su llamado. Lo mejor es esperar en Dios y que Él nos dé la posición que a su juicio podamos desempeñar. No busquemos puestos, busquemos hacer la voluntad de Dios. Los puestos no dan ministerios, dan reconocimiento; solo haciendo la voluntad de Dios tendremos ministerios.
El titulo de “jefe” no se le fue a la cabeza a David. Leemos: “y salía y entraba delante del pueblo”. El ministerio de David lo era la gente. Se identificaba con sus necesidades. Convivía con ellos. No era el “líder invisible de la hora”. Su presencia era visible. Era hombre de pueblo.
David entraba y salía en presencia del pueblo. Sus salidas y entradas no lo cambiaban. De frente y de espalda era el mismo. No era un ministro de espectáculo, sino un ministro lleno de Dios, que entendía bien su visión y su misión.
Conclusión
(1) Un líder ungido no será bien mirado por los que mantienen una actitud carnal. (2) El Espíritu Santo que habita en el creyente es la única garantía contra la posesión demoníaca. (3) El ser llenos del Espíritu Santo no implica que nos cruzaremos de brazos ante el enemigo. (4) La presencia de Dios en la vida de un ungido no puede ser ignorada por los que no están ungidos.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (62). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.