“Después David huyó de Naiot en Ramá, y vino delante de Jonatán, y dijo: ¿Qué he hecho yo? ¿Cuál es mi maldad, o cuál mi pecado contra tu padre, para que busque mi vida? El le dijo: En ninguna manera; no morirás. He aquí que mi padre ninguna cosa hará, grande ni pequeña, que no me la descubra; ¿por qué, pues, ha de encubrir mi padre este asunto? No será así. Y David volvió a jurar diciendo: Tu padre sabe claramente que yo he hallado gracia delante de tus ojos, y dirá: No sepa esto Jonatán, para que no se entristezca; y ciertamente, vive Jehová y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mí y la muerte. Y Jonatán dijo a David: Lo que deseare tu alma, haré por ti” (1 S. 20:1–4).
Introducción
Después del tremendo avivamiento y la manifestación profética que tuvo lugar en Naiot en Ramá, donde los mensajeros del no ungido fueron llenos del Espíritu Santo y profetizaron (1 S. 19:20–21), y luego el mismo Saúl también fue lleno del Espíritu Santo y profetizó (1 S. 19:23–24), era de esperarse un tremendo cambio espiritual en su vida. Pero no fue así.
Los no ungidos pueden reaccionar a la unción, hasta recibirla en sus vidas, pero no la mantienen. Esa unción sobre Saúl fue de efectos efímeros y pasajeros. Fue una unción que para él terminó en simple exhibición emocional. Entró en excesos emocionales, sin tener cambios permanentes en su vida.
Más importante que la unción es que ocurra un cambio de vida. La presencia del Espíritu Santo debe controlar nuestro temperamento y mejorar nuestro carácter. Saúl era un ungido para ocasiones.
David el ungido conocía muy bien a un no ungido como Saúl. Por eso después que terminó aquella reunión tan llena de unción, donde el don de la profecía sobresalió y donde Saúl estuvo de retiro y vigilia, David vuelve a huir.
- La razón
“Después David huyó de Naiot en Ramá, y vino delante de Jonatán, y dijo: ¿Qué he hecho yo? ¿Cuál es mi maldad, o cuál mi pecado contra tu padre, para que busque mi vida?” (20:1).
El ungido deja a su consejero y se reúne con su amigo. Sabía a quién recurrir en medio de los problemas. Su amigo Jonatán siempre lo recibiría y nunca le cerraría la puerta.
David llegó donde Jonatán, lleno de preguntas, muy preocupado. Los ungidos también se preocupan. Las preocupaciones quieren asaltar el castillo de su fe.
Se define preocupar como: “Estar prevenido en favor o en contra de una persona o cosa, inquietarse por una cosa”. Las preocupaciones son positivas o negativas. Son un mecanismo de prevención emocional para prestar atención a lo bueno y a lo malo que puede suceder.
Primero, David se preocupa diciendo: “¿Qué he hecho yo?” Él se había hecho un examen concienzudo y de conciencia. El fiscal de su conciencia no tenía de qué acusarle. Él no le había hecho absolutamente nada a Saúl.
En su caso, David no tenía ninguna culpa. Todo lo que le había sucedido era porque Saúl había perdido la unción y la espiritualidad. David no era el problema, Saúl era el problema.
Pero con todo, el ungido pregunta a su amigo Jonatán: “¿Qué he hecho yo?” Esto demuestra que estaba dispuesto a ser confrontado y corregido. No se veía como un intocable espiritual, como uno que nunca falla, ni comete errores.
En esta interrogante resalta un grado elevado de humildad. Si hubiera tenido un espíritu de arrogancia, sus palabras hubieran sido: “Yo no he hecho nada”. El humilde no busca la autojustificación, por el contrario, se sienta en la silla del acusado si fuera necesario.
Segundo, David se preocupa diciendo: “¿Cuál es mi maldad, o cuál mi pecado contra tu padre, para que busque mi vida?” El ungido se escudriñó espiritualmente. El único que puede identificar nuestros pecados y señalarlos es Dios. Pero los demás los pueden ver en nosotros.
David le pide a Jonatán que si él sabía de algún pecado cometido por él, que fuera la causa de la persecución de Saúl, que se lo mostrara. Hay pecados que nosotros no nos damos cuenta, pero otros sí se dan cuenta.
Hay situaciones adversas que nos ocurren como cosecha del pecado o pecados que hemos sembrado. Antes de acusar a otros necesitamos realizar un inventario espiritual de nuestros hechos y acciones. Muchos pecados son de comisión, son hechos, son actos, son palabras, son pensamientos premeditados y previstos. Otros pecados son de omisión. Pecamos porque no hemos hecho o dicho lo que teníamos que hacer o decir. No haciendo nada o no diciendo nada es muchas veces pecado.
Está preocupación de David demuestra su calibre espiritual. Los espirituales se preocupan por el pecado. Los santos aunque pecan, no quieren pecar y cuando pecan detestan y aborrecen su condición pecaminosa. La diferencia entre un santo que ha pecado, y un mundano pecador, es que al primero le molesta su acción y reacción pecaminosa; pero al segundo ni le va ni le viene. Está insensible a la convicción de su pecado.
El pecado nos da mal olor delante de la nariz de Dios. Y por eso Él ha hecho provisión con la sangre de Jesucristo. En 1 Juan 2:1–2 leemos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.
En 1 Juan 1:7–10 también se nos declara: “… y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
A los ungidos les interesa vivir lo más alejado posible del pecado. Saben que el pecado les quita la unción. El deseo de Dios es que sus ungidos vivan guardándose del pecado. Son sus vasos y vasijas y Él quiere a sus utensilios limpios.
- La revelación
“Y David volvió a jurar diciendo: Tu padre sabe claramente que yo he hallado gracia delante de tus ojos, y dirá: No sepa esto Jonatán, para que no se entristezca; y ciertamente, vive Jehová y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mi y la muerte” (20:3).
Jonatán le había dicho a David: “En ninguna manera; no morirás. He aquí que mi padre ninguna cosa hará, grande ni pequeña, que no me la descubra; ¿por qué pues, me ha de encubrir mi padre este asunto? No será así” (20:2).
La familia de los no ungidos en lo espiritual no los conocen bien. Saúl podía confiarle muchas cosas a Jonatán, pero el pecado de su corazón nunca lo haría.
Jonatán inocentemente, anima al ungido a no preocuparse. Le afirma: “En ninguna manera; no morirás”. Él conocía a Saúl su padre en la carne, pero no lo conocía espiritualmente. A muchos los conocemos en la carne, pero no los conocemos espiritualmente. Para conocer bien a una persona hay que conocer su corazón, y puede tomar muchos años hasta que podamos penetrar en su corazón o ellos puedan penetrar al nuestro.
La familia del no ungido puede ser víctima de este, hablando bien del mismo y hasta defiéndelo, porque todavía a ese corazón no se le ha sacado una radiografía espiritual.
El apóstol Pablo en 2 Corintios 5:16 declaró: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”.
Un carnal conoce a la gente carnalmente, un espiritual los conoce espiritualmente. Pablo conocía a Jesucristo en la carne, pero cuando se convirtió camino a Damasco (Hch. 9:1–7), lo conoció en el espíritu. Por eso en 2 Corintios 5:17 el pasaje contextual al ya tratado dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Saúl a Jonatán no le escondía al parecer nada, pero este asunto contra el ungido, no se lo diría. Lo que Saúl tenía contra David nacía y se nutria del celo y de la envidia. El no ungido jamás admitiría que era celoso y envidioso.
Pero el ungido sabía quién era el no ungido. Podía olfatear a Saúl a mucha distancia. Su detector de carnalidad siempre se encendía con la presencia de Saúl.
David le dice a Jonatán: “Tu padre sabe claramente que yo he hallado gracia delante de tus ojos, y dirá: No sepa esto Jonatán, para que no se entristezca…” (20:3).
Al ungido Dios le revela el corazón de Saúl y el corazón de Jonatán. David a los ojos de Jonatán había “hallado gracia”. Cuando Dios da gracia y pone en gracia, no hay nadie que la quite. Para ser aceptados y reconocidos por otros, Dios nos tiene que poner en gracia y tenemos que ser hallados en gracia. La gracia no es algo que uno se propone buscar, es algo que llega de manera natural. La tiene que dar Dios. Y nuestra relación con Dios y el servicio a los demás, puede ser la ruta a un estado de gracia.
Saúl quería a Jonatán y nunca le diría que en su corazón estaba matar al ungido. Él no le podía quitar la unción ni la gracia a David, pero eso sí lo podía eliminar.
Finalmente David le declara a Jonatán: “y ciertamente, vive Jehová y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mi y la muerte” (20:3). David está seguro y delante de Dios y ante Jonatán lo afirma, que estaba a un paso de la muerte. Dios le reveló que Saúl lo iba a matar. Dios siempre le revela al ungido lo que el no ungido quiere hacerle.
III. La necesidad
“Y Jonatán dijo a David: Lo que deseare tu alma, haré por ti” (20:4).
El ungido estaba en la necesidad de ser ayudado por Jonatán. Los ungidos necesitan mucha ayuda y se le debe dar toda la que se pueda. Hay que ayudar a los ungidos contra los no ungidos. No podemos cruzarnos de brazos mientras los Saúles planifican acabar con los Davides.
Jonatán se pone a la disposición del ungido: “Lo que deseare tu alma, haré por ti”. Él estaba dispuesto a hacer por David cualquier cosa:
Primero, esto demuestra que Jonatán era un amigo de verdad. En la necesidad sabemos si la amistad es verdadera o simple simulacro socioemocional. Con sus palabras Jonatán empeño su amistad.
Segundo, esto demuestra que Jonatán era un amigo de integridad. Conocía a David y ni aun su padre lo podría convencer para creer de manera diferente sobre él. El peor golpe que puede recibir un ungido es cuando un llamado amigo le cree a los que dicen otros negativamente sobre él.
Tercero, esto demuestra que Jonatán era un amigo de compromiso. Al momento de la verdad muchos no se quieren comprometer. Son nuestros amigos hasta que tienen que comprometerse así mismos, o comprometer su posición. A Jonatán no le importaba que dijeran: “El hijo de Saúl ha traicionado a su padre, ayudando a David su enemigo”.
Cuarto, esto demuestra que Jonatán era un amigo de sacrificio. Su promesa a David era un sacrificio serio. Podía exigirlo todo de él. Pero Jonatán no mira las consecuencias mira su deber de amigo.
Conclusión
(1) El ungido debe ser un hombre o una mujer que sea humilde y espiritual. (2) El ungido es una persona a la cual Dios le revela el corazón de otros. (3) El ungido necesita de amigos verdaderos, íntegros, comprometidos y sacrificados.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (96). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.