EL PERDÓN DEL UNGIDO

“He aquí han visto hoy tus ojos cómo Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Jehová. Y mira, padre mío, mira la orilla de tu manto en mi mano; porque yo corté la orilla de tu manto, y no te maté. Conoce, pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni he pecado contra ti; sin embargo, tú andas a caza de mi vida para quitármela. Juzgue Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti” (1 S. 24:10–12).

Introducción

En las fortalezas de En-gadi (24:1), el ungido se fue a refugiar. Saúl supo que David estaba allí, y al terminar con los filisteos volvió a la persecución del ungido (24:2).

Con tres mil soldados lo buscó por entre las peñas (24:2). Y luego se metió en una cueva “para hacer sus necesidades” (24:3, Versión Popular). La ironía de esto es que David y sus hombres estaban refugiados en esa misma cueva.

Ante la visita inesperada de Saúl, los hombres de David le dijeron: “Hoy se cumple la promesa que te hizo el Señor de que pondría en tus manos a tu enemigo. Haz con él lo que mejor te parezca” (24:4, Versión Popular).

En ese día, Dios le cumplió una profecía al ungido. Allí tenía a Saúl desprevenido, susceptible, fácil de ser atacado… A pesar de que sus hombres le sugieren que aproveche bien esa oportunidad contra su enemigo, el ungido solo le cortó un pedazo de su manto (24:4). Aun haciendo esto, le mortificó la conciencia.

Notemos cómo el ungido habló a sus hombres: “¡El Señor me libre de alzar mi mano contra mi señor el rey!” (24:6, Versión Popular). Saúl salió de la cueva (24:7), ignorando el grave peligro que corrió de morir a manos del ungido. Luego el ungido le testificó al no ungido de lo que no le hizo al mostrarle el pedazo del manto.

David podía discrepar con Saúl, pero le respeto su investidura como rey. Solo Dios que le permitió ser rey, podía quitarlo como rey. Los términos “rey” y “ungido” son intercambiables. Hablan de una investidura para una posición. Respetar la posición es respetar la investidura.

  1. La ocasión

“… entró Saúl en ella para cubrir sus pies; y David y sus hombres estaban sentados en los rincones de la cueva” (24:3).

La expresión “para cubrir sus pies” (Reina-Valera), se lee en la Versión Popular “para hacer sus necesidades”. Saúl entró a la cueva para defecar. Su posición lo hacia susceptible ante cualquier enemigo.

El no ungido tendrá su momento de descuido ante el ungido. Cometerá errores que lo pondrán en una situación peligrosa. Para el ungido esa era la cueva de la vida, para el no ungido era la cueva de la muerte. Lo que es vida para uno, puede ser muerte para el otro.

A Saúl le llegará esa “ocasión” cuando tendrá que entrar a la cueva de David. El ungido en su cueva podía hacer con él como le placiera. En los “rincones de la cueva”, David con sus hombres estaban sentados. Tenemos que aprender a sentarnos y a esperar en Dios. El Saúl que nos persigue un día tendrá la necesidad de entrar a nuestra cueva y allí se quitará su manto. El manto era símbolo de su posición, representaba su autoridad e investidura.

Busquemos “un rincón” para orar. La oración todavía es el arma principal en la guerra espiritual. Iglesias guerreando con los mísiles de la oración producen bajas al ejército enemigo.

Por la oración se han ganado guerras mundiales. Se han derrumbado imperios. Se han convertido enemigos del evangelio. Se han tomado fortalezas espirituales. Se han soltado nudos de opresión. Se han abierto puertas para el evangelio.

Busquemos “un rincón” para adorar. La adoración es el pasadizo secreto a la presencia de Dios. Adorar es invitar a Dios a acercarse a nosotros. ¡Es nuestro espíritu que se abraza con su Espíritu! Adorar es el clímax de toda intimidad del corazón humano con el corazón de Dios.

Busquemos “un rincón” para alabar. Nuestras reuniones deben ser verdaderas celebraciones. El gozo y la alegría deben señalar las mismas. Si el mundo no cree por el evangelio que predicamos, debe convencerse por el gozo que expresamos. Cada reunión debe ser una “fiesta” espiritual.

Los hombres de David entendieron que el descuido de Saúl era un cumplimiento profético (24:4). Por eso declararon: “Haz con él lo que mejor te pareciera” (Versión Popular).

Sus hombres interpretaron aquello como profético y a su manera. El ungido se cuida mucho de cómo otros interpretan las situaciones para darle un tono profético. Aunque esto era halagador, el ungido no se dejó manipular por la opinión de otros. La presión puede hacer que los ungidos actúen en la carne y no según los dictados de Dios.

Con el ungido muchos quieren jugar al “colegio de los profetas”. Ser sus agentes proféticos. ¡Mucho cuidado ungido! ¡No adelantes el propósito de Dios por una profecía mal infundada! ¡Óyelo todo y retén lo bueno!

  1. La orden

“… y no les permitió que se levantasen contra Saúl…” (24:7).

Ante lo que parecía una profecía de cumplimiento inmediato, pero que era un razonamiento carnal, el ungido responde con prudencia y altura ministerial. Escuchemos lo que dijo: “¡El Señor me libre de alzar mi mano contra mi señor el rey!” (24:6, Versión Popular).

El ungido siempre respeta la autoridad delegada, aunque esta le haya fallado a Dios. Pero mientras tenga la posición para la cual fue investido o ungido, se tiene que respetar.

La señal de un verdadero ungido es que respeta la autoridad y no se rebela contra la misma. David huía y no confrontaba la autoridad, aunque tenía recursos y razones para hacerlo.

Al darle respeto a la autoridad delegada, enseñaba a sus seguidores el principio de respetar a los que están en autoridad espiritual. Quien se somete a la autoridad delegada y llega a estar en autoridad, los que estén bajo su autoridad le darán el mismo respeto que este le daba a su autoridad.

Watchman Nee ha dicho al particular: “Delante de Dios somos gente que se interesa por los hechos y no por la política; por lo tanto, no ponemos énfasis en el procedimiento. Aunque al cortar la orilla de un manto y llevarnos una lanza y una vasija de agua harían que se nos prestara más atención, se nos turbaría, sin embargo, el corazón. David podía someterse a la autoridad. Jamás invalidó la autoridad de Saúl; simplemente esperaba en Dios para conseguir su autoridad. No trato de ayudar a Dios para que lo hiciera; en cambio, voluntariamente esperaba en Dios. Todo el que ha de ser autoridad delegada de Dios debe aprender a no tratar de conseguir la autoridad por sí mismo” (Autoridad espiritual. Editorial Vida, 1997, pp. 170–171).

David le cortó un pedazo del manto de Saúl, que este había puesto en algún lugar mientras hacia su defecación. Con esta acción le dejaría una señal de la oportunidad que tuvo en sus manos, pero por respeto a su investidura no la tomó (Jue. 3:24).

A sus enemigos, los ungidos no los matan cuando tiene la oportunidad, solo les cortan un pedazo del manto. Siempre hay que cortarles algo para que ellos reconozcan quiénes somos. El ungido manifiesta su autoridad correctamente y no utiliza su autoridad equivocadamente e ignorantemente.

Aun así, lo que hizo el ungido fue algo que le molesto. En su espíritu se sintió mal por su acción. El ungido en las pequeñas acciones que no están de acuerdo con los dictados espirituales de su corazón, se siente mal.

David refrenó a sus hombres de hacerle mal a Saúl (24:7). No le hizo daño él, pero tampoco le permitió a sus hombres que se lo hicieran. A sus colaboradores les trasfirió su espíritu perdonador. ¡Que tremenda lección espiritual! ¡No pagó mal con mal! El ungido no mató a Saúl, pero tampoco permitió que otros lo mataran.

III. El perdón

“…pero te perdoné…” (24:10).

Los versículos 9 al 15 registran el tremendo discurso del ungido dirigido al no ungido. En el mismo le declaró el respeto por su posición y por su persona. También le dio testimonio de su integridad.

Pero de todo lo dicho impactan estas palabras “…pero te perdoné…”. Los ungidos por encima de todo y de todos tiene un corazón grande que sabe perdonar. La primera señal del ungido es su respeto por la autoridad delegada. Su segunda señal es que practica el perdón. ¡No mata y perdona! Algunos no matan a Saúl, pero jamás lo perdonan. El que no perdona es tan homicida como el que mata delante de Dios.

El ungido no está haciendo un simulacro de espiritualidad enchapada al decir estas palabras. Él habló con su corazón en la mano. El perdonar no es un florido discurso, es una práctica demostrada. No se perdona de labios, se perdona con el corazón.

El que verdaderamente perdona, no sigue recordando la ofensa cometida ni al ofensor. Cuando alguien vive recordando lo que le hicieron, es porque todavía no ha perdonado totalmente.

Muchos creyentes viven atormentados por su pasado; porque alguien lo abandonó; alguien lo abusó o la ultrajó… Mientras no perdonen en sus corazones, su pasado será su peor carcelero. ¡Destierre de su corazón esos recuerdos amargos del pasado! ¡Despierte de esa horrible pesadilla! ¡Perdone y sonría a la vida!

La falta de perdón tiene a muchos arrastrando una pesada carga de rencor, de ira y de venganza. Los tiene comiéndose por dentro. Les ha quitado el sueño. Les ha producido úlceras. Les da dolores de cabeza. Los tiene desquitándose con otros. ¡Aprenda a perdonar y déle la bienvenida a un espíritu afable!

La falta de perdón, sigue a la falta de comunicación, como las dos causas principales en la mayoría de los divorcios. Los consejeros matrimoniales saben que estas son dos áreas delicadas en reestablecer las relaciones y la salud matrimonial.

Muchos problemas de interrelaciones humanas se resolverían si una de las dos partes cediera a perdonar a la otra. Esos conflictos humanos sin resolverse traen las guerras, y los crímenes premeditados por venganza.

Congregaciones se dividen por la falta de perdón de pastor a líderes, de líderes a pastor, de pastor a feligreses, de feligreses a pastor, de miembros a miembros, de líderes a líderes…

El ungido pudo confesar: “pero te perdoné”. ¿Podemos nosotros también decir as así a los que han sido unos Saúles con nosotros? ¿Sabrán los Saúles que los hemos perdonado?

  1. La reacción

“…yo entiendo que tú has de reinar…” (24:20).

Al discurso de David, Saúl le respondió con otro discurso saturado de emociones. Pero todo este melodrama en Saúl nos demuestra que más que espiritual, era un emocionalista. Su reacción es emocional y no una conversión racional. Habla con las emociones y no con el corazón.

Leemos: “Y alzó Saúl su voz y lloró” (24:16). Su discurso era muy emotivo y no volitivo. Sentía y no cambiaba. Le habló muy halagadamente al ungido, poro eso no significaba que había cambiando en su corazón. Saúl era un demagogo, sabía jugar con las palabras.

Tenemos que cuidarnos de esos Saúles que hablan bien y hablan mucho, sin embargo harán mal a los Davides cuando se les pase la emoción. Saúl hizo una confesión de labios para afuera: “Yo entiendo que tú has de reinar” (24:20). Lo sabía, pero lucharía para no dejarlo reinar. ¡Qué tremenda ironía! Saúl era un rebelde a la visión celestial. Pablo dijo: “…no fui rebelde a la visión celestial” (Hch. 26:19).

Muchos saben lo que Dios hará con los ungidos, peor luchan contra eso. Se rebelan contra la voluntad de Dios. Aunque sepan quién será el ungido, lucharán para que este no llegue a realizar su ministerio.

Saúl también declara: “bajo tu dirección el reino de Israel hará de prosperar” (24:20, Versión Popular). Le profetiza la verdad, sabía que sería de bendición, pero aun así lucharía para que no fuera una realidad.

Uno se rebela contra la visión del ungido, cuando se interesa más por la posición, que por la manifestación de la misma. La visión es el corazón de Dios manifestado.

En 24:21 leemos: “Júrame, pues, por el Señor, que no acabarás con mis descendientes ni borrarás mi nombre de mi familia”. Lo que Saúl le pidió a David, si este se lo hubiera pedido a él, le hubiera dicho que no. Un día David sería el ungido con autoridad delegada. Saúl quería que esa autoridad y poder salpicara misericordia hacia su familia.

Al no ungido le preocupaba el ser olvidado. Estos serán solamente recordados a causa de los ungidos. David le juró a Saúl que sería así (24:22). La historia posterior atestiguaría que el ungido era una persona de palabra. Él tendría misericordia de la casa de Saúl.

El relato termina así: “y después Saúl regresó a su palacio, en tanto que David y los suyos se fueron a la fortaleza” (24:22, Versión Popular). Esa “fortaleza” debe referirse a Masada, cerca de En-gadi, al oeste del Mar Muerto; donde posteriormente Herodes el Grande construyó una tremenda fortaleza y después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, judíos zelotes resistieron a los romanos por tres años y terminaron sacrificándose así mismo sobre novecientas personas. El ungido a la “fortaleza” y el no ungido al “palacio”. Pero un día el ungido habitaría en el palacio. Por ahora, solo tendría que esperar el momento de Dios.

Conclusión

(1) El ungido en los rincones de la cueva, buscará estar cerca de Dios. (2) El ungido no le hace daño a su enemigo, ni deja que sus escuderos tampoco lo hagan. (3) El ungido posee un corazón que perdona. (4) El ungido se cuidará de las muchas palabras bonitas y emotivas que expresa el no ungido.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (145). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.