“Las dos mujeres de David, Ahinoam jezreelita y Abigail la que fue mujer de Nabal el de Carmel, también eran cautivas. Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios” (1 S. 30:5–6).
Introducción
A su regreso a Siclag, el ungido encontró que su ciudad había sido invadida por gente de Amalec y la había quemado (30:1). Tomando cautivos a las mujeres, niños y los que allí estaban (30:2); incluso a las dos mujeres de David, Ahinoam y Abigail (30:4).
Todo esto causó tristeza en el ungido y sus seguidores (30:4). En su angustia el pueblo hablaba de apedrear al ungido (30:6). Después de este haber recibido la palabra de Dios; y ser notificado por un egipcio abandonado por su amo amalecita (30:7–16); el ungido con cuatrocientos hombres atacó al enemigo (30:17); rescatando todo de sus manos y despojándoles de lo que tenían (30:18–20).
Del botín tomado repartió equitativamente a los doscientos hombres que no pasaron el torrente de Besor y a los cuatrocientos a pesar de la crítica de algunos “malos y perversos” (30:21–25). También le dio obsequios a los ancianos de Judá (30:26) y gratificó a aquellos lugares que dieron albergue y ayuda a sus hombres (30:27–31).
- El peligro
“…porque el pueblo hablaba de apedrearlo…” (30:6).
Por causa de la incursión amalecita el secuestro de las mujeres y niños, ganados y una ciudad encendida, la tristeza y el dolor contagió a David, a sus hombres y a la gente.
Leemos: “Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz, y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar” (30:4). ¡Los ungidos también lloran! Son sensibles al dolor y a las pruebas. Lloran por lo que les pasa a otros y lo que les pasa a ellos.
En el versículo 5 se nos informa que las dos mujeres del ungido Ahinoam y Abigail “también eran cautivas”. Con esto se aclara que si los demás tenían problemas, el ungido tenía también los suyos. Muchos piensan que los ungidos no tienen problemas, pero a veces tienen el doble de los demás.
Sobre esto el pueblo le añade más angustia. Leemos: “Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearle, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios” (30:6).
Si algo angustió al ungido más que el dolor ajeno y el de su propio corazón, fue que “el pueblo hablaba de apedrearlo”. A Jesús el Ungido sus adversarios también quisieron apedrearlo: (1) “Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo y atravesando por en medio de ellos, se fue” (Jn. 8:59). (2) “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle” (Jn. 10:31).
De Esteban el diácono leemos: “Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon…” (Hch. 7:58). Del apóstol Pablo leemos: “…y habiendo apedreado a Pablo…” (Hch. 14:19).
La tentación de apedrear a los ungidos sucederá tarde o temprano en el ministerio de estos. Se les apedrea con la crítica, la falta de apoyo, y no defendiéndoles delante de los demás.
Ante esta situación, “David se fortaleció en Jehová su Dios”. El secreto del ungido está en su relación con Dios. Sus fuerzas espirituales vienen de Él. El Salmo 25 se considera que fue la oración del ungido durante su prueba.
- La consulta
“Y David consultó a Jehová…” (30:7).
A David lo acompañaba el sacerdote Abiatar, que tenía “el efod” y que de alguna manera era un instrumento para consultar a Dios (30:7). David preguntó a Jehová: “¿Perseguiré a esto merodeadores? ¿Los podré alcanzar?” (30:8). Dios por intermedio de Abiatar le declaró: “Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos” (30:8).
El ungido recibió un mensaje profético que le garantizaba una victoria segura. Los ungidos se mueven y actúan en lo que Dios les dice. Son obedientes a la Palabra.
En el camino, después que doscientos hombres se quedaron atrás cansados (30:9–10); el resto se encontraron con un esclavo egipcio, abandonado por su amo porque estaba enfermo y llevaba tres días y tres noches hambriento y sediento (30:12). Este egipcio llevó a David al campamento amalecita (30:13–16). Donde los amalecitas fueron heridos de muerte y solo escaparon cuatrocientos jóvenes (30:17).
Primero, el ungido consulta. No hace nada fuera de la voluntad de Dios. Se somete a la Palabras de Dios y por eso Dios lo respalda.
Segundo, el ungido comparte. Ve a alguien en necesidad y le da de lo que tiene. Tiene alimento para el hambriento y sediento.
Tercero, el ungido se compadece. Dejó huir a cuatrocientos jóvenes. No les quitó la vida. Mostró compasión por ellos. El ungido considera a la juventud.
III. La recuperación
“…todo lo recuperó David” (30:19).
El ungido recuperó “todo” lo que el enemigo le había quitado. Jesucristo es nuestro Ungido, nuestro “David” que le ha arrebatado al enemigo de las almas “todo” lo que este había tomado de la raza humana, y que ahora le han sido devuelto a la Iglesia.
Primero, el ungido recuperó las pertenencias. Él sabía lo que era de ellos. Es tiempo ya, de que los creyentes comienzan a reclamar lo que el mundo le ha tomado, ha profanado y le ha dado usos viles.
Segundo, el ungido recuperó las mujeres. Se nos dice específicamente: “Y asimismo libertó David a sus dos mujeres” (30:18). En el período cultural en el cual vivió el ungido, era justificable el que se le atribuyeran estas dos mujeres. Los ungidos buscan la libertad de sus cónyuges.
Tercero, el ungido recuperó los hijos e hijas. La familia es importante para todos. Al ungido le interesa ministrar a los hijos. Hay que recuperar a nuestros hijos del mundo. Tenemos que quitárselos al enemigo.
Cuarto, el ungido recuperó las ovejas y el ganado mayor. Estos se utilizaban en el acto de la adoración. Para el ungido la adoración y recuperar lo que corresponde a esta es de vital importancia. La adoración no se puede separar de la unción; la unción no se puede separar de la visión; la visión no se puede separar de la misión; y la misión no se puede separar de la Gran Comisión. Así como no podemos separar a Moisés del Pentateuco; a David de los Salmos; a Salomón de los Proverbios; a Jesús de los Evangelios; a Pablo de las Epístolas y a Juan del Apocalipsis.
- El repartimiento
“…así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocara parte igual” (30:24).
A su regreso David “saludó con paz” (30:21) a los hombres que por causa del cansancio se quedaron en el torrente de Besor; doscientos en total. Ahora aprendemos que entre los hombres de David había “malos y perversos” (30:22). Se mostraron renuentes a compartir el botín con los que se quedaron.
Dios permitirá situaciones para revelar al ungido el corazón de “todos los malos y perversos”. El tiempo de discipulado y convivencia con el ungido, la restauración que este les ministró, los privilegios recibidos no lograron ningún cambio en su corazón. En esa, ocasión se manifestaron “todos” los de corazón malo y egoísta.
El ungido les reconviene: “No hagáis eso, hermanos míos, de lo que nos ha dado Jehová, quien nos ha guardado, y ha entregado en nuestra mano a los merodeadores que vinieron contra nosotros…Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual” (30:23–24).
El ungido tiene que regañar a los que se tornan egoístas cuando reciben bendiciones. Que únicamente piensan en ellos y se olvidan de compartir con los que han quedado atrás.
Escuchemos con que autoridad el ungido se expresa: “No hagáis eso”. Decir “no” muchas veces es difícil para el ungido, pero es necesario que aprenda a decir que “no”. Escuchemos con que ternura el ungido se expresa: “hermanos míos”. No los trata con rudeza o autoritarismo, sino con el corazón de un hermano. Les habla como a hermanos.
Escuchemos con que agradecimiento el ungido se expresa: “de lo que nos ha dado Jehová, quien nos ha guardado, y ha entregado en nuestra mano a los merodeadores que vinieron contra nosotros”. El ungido es agradecido por causa de Dios. No se toma el mérito que le pertenece a Dios.
Para los que quedarían con el bagaje y los que fueron a la batalla, la recompensa sería equitativa: “les tocará parte igual” (30:24). En la iglesia todos son bendecidos los que trabajan como los que se quedan atrás.
El escritor de Primero Samuel dice: “Desde aquel día en adelante fue esto por ley y ordenanza en Israel, hasta hoy” (30:25). La acción de David estableció un buen precedente. Algo que se tendría por ley en generaciones futuras. Los buenos precedentes sobreviven a la presente generación. Los malos precedentes afectan a otros en el futuro.
No solo David fue generoso con sus hombres los fue también con los ancianos de Judá, “sus amigos” (30:26) y en “todos los lugares donde David había estado con sus hombres” (30:31). El ungido jamás olvida a “sus amigos” y colaboradores en los días de la bendición.
Conclusión
(1) El ungido algún día encontrará a algunos que quieran apedrearlo. (2) El ungido buscará dirección de Dios antes de actuar. (3) El ungido recupera lo de él y lo de otros. (4) El ungido es justo y equitativo a todos los trata por igual.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (169). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.