LA REACCIÓN DEL UNGIDO

“Y David dijo a aquel joven que le había traído las nuevas: ¿De dónde eres tú? Y él respondió: Yo soy hijo de un extranjero, amalecita. Y le dijo David: ¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová? Entonces llamo David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió. Y David le dijo: Tu sangre sea sobre tu cabeza, pues tu misma boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová” (2 S. 1:13–16).

Introducción

Después del ungido haber derrotado a los amalecitas, regresó a Siclag, y al tercer día se le presentó un amalecita con la corona del rey Saúl y con su brazalete (1:1, 10). Exactamente tres días es lo que tomaba el viaje del ungido.

Con señal de duelo y señal de reverencia, el amalecita le informó a David de la muerte de Saúl y su hijo Jonatán (1:2, 4). El ungido buscando confirmación a lo expresado por el amalecita, oyó de este el inflado reporte de que Saúl le había pedido que le diera muerte (1:6–10).

La primera reacción del amalecita fue una señal de duelo. Indicándose con esta expresión que aun un amalecita enemigo de Israel tenía que hacer duelo por una “autoridad” no ungida como Saúl.

La segunda reacción del amalecita fue una señal de reverencia, que este le expresaba al futuro rey David. El amalecita era todo un político, con un bachillerato en ciencias sociales y una licenciatura en política internacional. Toda esta noticia de primera plana arreglada por el amalecita, es con el fin de aprovecharse de esta situación particular.

De seguro este amalecita fue parte de una banda de saqueadores lo cual le brindó acceso a las prendas valiosas e identificadoras de Saúl. En vez de lo expresado por el amalecita aprovechador de situaciones, producir una noticia de alegría en el ungido. Este reaccionó con la altura de un líder espiritual manifestando un espíritu de tristeza que se transfirió a sus acompañantes (1:11–12).

Ante el interrogatorio del ungido, el amalecita miente acerca de la muerte de Saúl y se acredita como el autor de la misma. David entonces dio orden de que al amalecita se le diera muerte (1:13–15).

  1. La noticia

“Yo entonces me puse sobré él y le maté…” (1:10).

Una vez más examinemos la historia. El amalecita llegó hasta Siclag (1:3), con los vestidos rotos y con tierra en su cabeza (1:2), pretendiendo tener duelo por Saúl y Jonatán (1:4).

Los que tienen el espíritu amalecita, son unos verdaderos actores. Son unos verdaderos hipócritas que juegan al preocupado por el ungido. Lo único que les interesa es capitalizar para su bienestar.

Aquel joven le anunció a David: “El pueblo huyó de la batalla, y también muchos del pueblo cayeron y son muertos; también Saúl y Jonatán su hijo murieron” (1:4).

Aunque dijo la verdad, le añadiría a la misma para su propia convivencia. Con una apariencia de duelo, dio la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán a David, esperando ser favorecido por el ungido. El ungido tiene que tener cuidado con esos “carteros” que le llegan con noticias y paquetes para ser pagados en efectivo a la entrada.

Estos son individuos oportunistas, que quieren establecer las reglas, del juego a su favor. Hay que tener “oídos” y “ojos” ungidos para detectarlos. El ungido discierne inmediatamente las motivaciones de los que se le acercan.

Notemos con la arrogancia que habla el amalecita: “Yo entonces me puse sobre él y le maté…” (1:10). Era un “yoista” consumado. Se quiso hacer héroe ante los ojos de David. ¡Cuán equivocado estaba, los ungidos no pueden ser comprados!

  1. Los sentimientos

“Y lloraron y lamentaron y ayunaron hasta la noche, por Saúl y por Jonatán su hijo…” (1:12).

El ungido había enseñado a sus asociados a ser sensibles. A tener un corazón que padeciera por las tragedias y por los dolores de otros. La muerte de Saúl y Jonatán no fue causa de regocijo para el ungido y sus compañeros.

El ungido necesita expresar buenos sentimientos hacia los que le han estorbado, han sido “malos” con él, han tratado de impedir el propósito de Dios en su vida.

La derrota y la muerte de un no ungido como Saúl, demostró el corazón “bueno” del ungido. El mismo estaba vacío del odio y la venganza hacia Saúl. Los ungidos nunca se regocijan con ver a los “Saúles” muertos. Pero los “Saúles” sí harán fiestas, sí dirán chistes, sí celebraran las derrotas, tragedias y muertes de los “Davides”. El verdadero ungido es uno que sabe perdonar. La unción no solo es una expresión de poder, es también una manifestación de un carácter santo.

El verdadero ungido es uno que recuerda lo mejor de otros. Mahatma Gandhi declaró: “Es mejor resaltar las cualidades del enemigo, que señalar sus faltas”.

III. El juicio

“Entonces llamó David a uno de sus hombres, y le dijo: Ve y mátalo…” (1:15).

David le preguntó a aquel joven: “¿De dónde eres tú?” (1:13) A lo que este respondió: “Yo soy hijo de un extranjero amalecita” (1:13). Ese amalecita no podía entender los sentimientos, ni el corazón del ungido, porque era “hijo de un extranjero”. Espiritualmente son muchos los que son “hijos de extranjeros”. Estos “hijos de extranjeros” son los que aunque conocen al pueblo de Dios, y se asocian con el mismo, tienen corazones de extranjeros. Todo el que no entiende o desconoce la visión del líder, es un “hijo de un extranjero”. Los hijos de la casa o los nacidos en casa, están familiarizados con el corazón del ungido.

Al asumir responsabilidad por la muerte de Saúl y de Jonatán, este amalecita que en realidad mentía, descubría su falta de respeto a la autoridad. David, el ungido, respetó a Saúl como autoridad puesta por Dios, y por lo tanto, la actitud del amalecita fue algo que le desagradó. En este amalecita se manifestaba un espíritu de mentira, de orgullo y de falta de respeto a la autoridad. Al ungido no le convenía asociarse con este amalecita. Si no respetó a Saúl, ¿quién aseguraría que este respetaría al ungido?

Los que expresan este espíritu amalecita deben ser “eliminados”. Su futura compañía será desastrosa al ministerio del ungido. David le preguntó: “¿Cómo no tuviste temor de extender tu mano para matar al ungido de Jehová?” (1:14).

En esa pregunta, David le demostró su disgusto. Le dejó ver que la reclamación hecha en vez de agradarle, le disgustó. Los que se jactan de ser “asesinos” de ungidos, son gente peligrosa.

David llamando a uno de sus hombres le dio esta orden: “Vé y mátalo” (1:15) El veredicto de David se basó en lo siguiente: “Tú sangre sea sobre tu cabeza pues tu misma boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová” (1:16). Un ungido debe eliminar cualquier relación con aquellas personas, que aunque al parecer activos, tienen motivaciones equivocadas.

Conclusión

(1) El ungido tendrá oídos abiertos, para discernir las palabras de los que son oportunistas. (2) El ungido con sus buenos sentimientos, logrará que otros lo puedan emular. (3) El ungido siempre se interesará en conocer la identidad de los que le vengan con chismes. (4) El ungido eliminará de su relación a los que no respetaran la autoridad espiritual.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (174). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.