“Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel al rey en Hebrón, y el rey David hizo pacto con ellos en Hebrón delante de Jehová; y ungieron a David por rey sobre Israel” (2 S. 5:3).
Introducción
Este pasaje de 2 Samuel 5:1–3 se repite en 1 Crónicas 11:1–3. En el mismo se presenta la proclamación del ungido, es decir, David, como rey de Israel (5:3).
En 2 Samuel 2:4 leemos: “Y vinieron los varones de Judá y ungieron allí a David por rey sobre la casa de Judá”. Como el ungido de Judá, la tribu del sur, de la cual David procedía y era hijo geográfico, este reinó “siete años y seis meses” (5:5).
En Hebrón las tribus de Israel, del norte, que con Abner había pactado con David, incluyéndose también la tribu de Benjamín (2 S. 3:17–21), proclamaron y ungieron como rey único a David (5:3).
La “casa de David” que consistía de la tribu de Judá, tuvo por capital a Hebrón (5:5), y la “casa de Saúl” que eran las otras tribus de Israel, ahora también “casa de David”, tuvieron a Jerusalén como la capital del ungido “treinta y tres años” (5:5).
Con anterioridad se leía: “Hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David; pero David se iba fortaleciendo, y la casa de Saúl se iba debilitando” (2 S. 3:1). También leímos: “Como había guerra entre la casa de Saúl y la de David aconteció que Abner se esforzaba por la casa de Saúl” (2 S. 3:6). El ungido reinó cuarenta años y seis meses. El número “cuarenta” es representativo del trato de Dios con el ser humano.
Así como la “casa de Saúl” tuvo que pactar con la “casa de David”, teniendo al ungido como el rey legítimo; la carne también tendrá que dejar que sea el espíritu el que reine en la vida del creyente.
Is-boset, hijo de Saúl, reclamó el reino de Israel, pero era un aspirante a rey ilegitimo. Su maltrato a Abner, quien le protegía en su posición, le quitó la fidelidad a este (2 S. 3:6–12), y se la transfirió a David. Después de la muerte de Abner, Is-boset fue asesinado por dos de sus capitanes llamados Baana y Recab (2 S. 4:5–7).
Al amalecita que se atribuyó la muerte de Saúl, el ungido ordenó darle muerte (2 S. 2:13–16). A Baana y Recab que buscaban ganarse el favor del ungido, haciendo reclamos de este homicidio, este los mandó a matar (2 S. 4:12).
El ungido siempre se cuidará de los que le hayan sido infieles a cualquier autoridad, y que por beneficio propio se hayan prestado o se presten para dar “muerte” a algún superior.
- El reconocimiento
“Vinieron todos las tribus de Israel a David en Hebrón y hablaron, diciendo: Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos” (5:2).
Llegará el día cuando los que rechazan la revelación del ungido, tendrán que reconocer su llamado y posición. Antes del ungido ser aceptado y reconocido por las tribus de Israel y de Benjamín, tuvieron que pasar “siete años y seis meses”. El “siete” es número de Dios y habla de perfecta voluntad, de reposo, de comienzo.
Esa expresión: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos”. Nos invita a pensar en dos cosas:
Primero, en la presentación, “henos aquí”. Son ellos quienes tienen que venir al ungido, y rendir sus voluntades. El ungido no tuvo que buscar por ellos, estos buscaron al ungido.
Segundo, en la aceptación, “hueso tuyo y carne tuya somos”. Ya no veían al ungido como alguien “raro”, un “extraño”, ahora se identifican con él. Esa expresión “hueso tuyo y carne tuya” o “hueso mío y carne mía” (2 S. 19:13); es un hebraísmo que implica inclusivismo y participación. Son ellos los que aceptan al ungido y se le unen. La verdadera unidad no es que otros se nos unan, sino nosotros unirnos a otros. Por causa de la unción y la visión que descansa en el ungido, hay que buscar la unidad con él. Hay que allegarse al ungido y buscarlo ofreciéndole todo.
- El recordatorio
“Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer” (5:2).
El tiempo de la cosecha le había llegado al ungido en el presente, porque había sembrado en el pasado. En el ministerio hay un tiempo de siembra y otro tiempo de cosecha. Si la siembra es buena, abundante, en buen terreno, la cosecha será buena y abundante.
Las tribus recordaban que el ungido era el que los dirigía en las batallas, y que con él salían y regresaban. Andar con los ungidos es andar asegurados. El éxito y las victorias de los ungidos, son también de los que los acompañan. Lamentablemente, muchos nunca se recuerdan de las buenas acciones pasadas del ungido. De las victorias que a su lado y bajo su liderazgo tuvieron.
III. La profecía
“Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (5:2).
Dios ya le había hablado al ungido, le había dicho que dirigiría a su pueblo:
Primero, “tú apacentarás a mi pueblo Israel”. Esa expresión “apacentarás” (Reina-Valera) se lee “pastorearás” (Biblia de las Américas). Dios le dio al ungido corazón de pastor. Sin un corazón de pastor, el ungido difícilmente podrá servir a los que Dios le encarga dirigir.
Segundo, “y tú serás príncipe sobre Israel”. A sus ungidos Dios le da principados. Las realidades de las cosas espirituales y celestiales se descubren en las maternales y terrenales. En el mundo espiritual hay principados puestos por Dios, principados puestos por Satanás, y príncipes, hombres o mujeres que Dios designa sobre su obra.
Ese “tú serás príncipe”, es un mensaje de realeza de autoestima, de valorización y de identidad espiritual. Los ungidos y las ungidas tienen que verse así mismos como príncipes puestos por Dios.
- La aceptación
“…y ungieron a David por rey sobre Israel” (5:3).
Aunque David fue ungido con el cuerno de aceite por el profeta Samuel, temiendo a su padre y hermanos por testigos (1 S. 16:13); luego fue ungido por los varones de Judá (2 S. 2:4) como rey; todavía le faltaba ser ungido como rey de todos las tribus y se cumplió.
Al ungido, primero, Dios le entrega la familia; segundo, Dios le entrega su comunidad o barrio, tercero, Dios le entrega su nación. Esa ceremonia de ungimiento lo que hacia era confirmar la unción y la visión que ya Dios le había dado al ungido.
El ungimiento de David por Samuel fue privado; el de la tribu de Judá fue aislado; el de todo Israel fue de conocimiento público. Como ha dicho el pastor Nicolás Augustia, el ungido es “un patrimonio nacional”, le pertenece a todos y es de todos. Los ungidos no son propiedad exclusiva de ningún grupo, son de todos.
Conclusión
(1) Al ungido hay que buscarlo y aceptarlo. (2) Las actuaciones pasadas del ungido nunca se deben olvidar. (3) El ungido nunca debe olvidar lo que Dios le ha profetizado. (4) Al ungido le llegará el día cuando todos lo reconocerán y lo proclamarán.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (197). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.