Santificación, ¿por milagro o por vida que fluye?

por Enrique Zapata

No hay santificación por milagro, sino la gloriosa y difícil tarea de descubrir la profundidad de nuestro pecado y la gloriosa salvación expresada en una diaria cooperación entre Dios y nosotros.


Una predicadora declaró en forma dogmática que desde su entrega total al Señor, jamás había vuelto a pecar y en cambio, había vivido en completa santidad. Nos hizo un llamado a todos nosotros a entregarnos al Señor por completo, como lo había hecho ella. Yo era joven y sin mucha experiencia; hice lo que nos recomendaba con la esperanza de no pecar nunca más. En los días siguientes intenté «entregarme» varias veces más en forma más completa porque siempre ocurría algo que indicaba, obviamente, que no había «recibido» la santificación total. La fórmula mágica no funcionaba. Después, al madurar, he pensado muchas veces que hubiera sido interesante preguntarle al esposo de la predicadora si en verdad ella estaba «santificada». ¡Pobre hombre! ¡Qué pesada carga tener una esposa tan autoengañada!


El proceso de cambio, que podemos llamar el camino hacia la verdadera santidad, es uno de los temas menos entendidos en nuestras iglesias y el que más se necesita. No hay fórmulas mágicas, ni atajos, sino que se logra por la perseverante obra de Dios que requiere de nuestra parte una respuesta diaria. El anhelo profundo del verdadero cristiano es agradar a Dios y no pecar más. Y es precisamente por la profundidad de este deseo que tantos cristianos están tan propensos a buscar, aceptar y probar fórmulas mágicas de toda índole, que encuentran en campañas, mensajes y libros. Sin embargo, el resultado siempre es el mismo: tremenda frustración y desánimo.


Por otro lado, las iglesias y grupos con más estabilidad e historia pueden caer en otro error que los lleva a una solución falsa. Ejercitan cierta presión para «organizar» y hacer más predecible el comportamiento de sus miembros. Creen que si pueden sistematizar el comportamiento de todos, las cosas van a andar bien. En un tiempo se hacía mediante negativas como, no ir al cine, no ver televisión, no bailar ni fumar. En el presente hay otras maneras como por ejemplo, distintas formas de adoración en público. Esta organización del comportamiento termina siendo la medida de «santificación» o espiritualidad del grupo y la base para decir: «Nosotros somos los verdaderos porque no hacemos tal o cual cosa o porque hacemos esto o lo otro». Sin embargo, este proceso da como resultado dos elementos: la decadencia interna de las personas y el estancamiento del grupo. En forma superficial la organización, administración y sistematización del comportamiento del grupo produce ciertos beneficios, mayormente la satisfacción personal. El mejor ejemplo de esto son los fariseos que disfrutaban de la autosatisfacción y de la autocomplacencia, y por eso Jesús los censuró.


Dado que un cambio profundo en nuestras vidas resulta difícil y el costo que hay que pagar es alto, muchos prefieren el activismo o lo superficial de un sistema legalista. El cambio desde adentro hacia afuera requiere reconocer la profundidad de mi pecado, que de mi interior fluyen la mayoría de mis verdaderos problemas, y que en primera instancia estos pecados no provienen ni de otras personas ni del diablo. En el nuevo libro El Modelo de Vida, el Dr. James Wilder identifica este problema en la vida de muchos líderes y habla del proceso necesario para descubrir el corazón dañado por el pecado, los traumas de la niñez, y los complejos que nos afectan pero que no entendemos, todo lo cual impide que fluya la vida a partir de nuestra nueva naturaleza. Este proceso de cultivar la vida de Cristo en nosotros y de sanar las malas experiencias causadas por el pecado es fundamental para poder brillar poderosamente en el mundo. El cristiano que solo cumple con el «sistema» de su iglesia no atrae a la luz a las personas que están en tinieblas.


Muchas veces no entendemos la inconsistencia de requerir un cambio en otras personas cuando ellos no lo ven en nosotros. Las personas tienen expectativas muy altas de sus líderes, y se desilusionan con rapidez cuando ven hipocresía y falta de autenticidad. Una de las claves más importantes para el liderazgo eficaz es un proceso de cambio constante y creciente que sea visible para las personas que estamos tratando de liderar (1 Ti 4.15 ). Cuando la gente no ve en nosotros algo profundo, un modelo de vida que respalde nuestra prédica, no está dispuesta a cambiar.


El crecimiento personal requiere una disciplina constante, una reflexión crítica de uno mismo donde atacamos nuestros mecanismos de defensa, nuestras hipocresías, debilidades, ambiciones, falta de sabiduría, de visión y de coraje. ¡Cuántos líderes fracasan porque son cobardes, sin coraje para enfrentar con sabiduría y firmeza las situaciones con que se enfrentan! Es solo en el doloroso proceso de procurar entender estas cosas, y buscar en Dios los recursos para vencerlas, que podemos crecer en forma auténtica. Los otros caminos populares son muerte en vida. Sin embargo, muchas veces los líderes mismos son los culpables de ofrecer alternativas equivocadas.


Cuando los pastores y maestros no viven, no entienden ni enseñan con claridad acerca del proceso de la santificación, no podemos esperar que tengan resultados sólidos y significativos. Hay una tremenda necesidad de estudiar las Escrituras en profundidad y entender ampliamente el proceso: qué es lo que Dios ha hecho y cual es la parte que nos toca a nosotros. En lo que a Dios concierne, es necesario entender que hay tres elementos fundamentales: tiempo pasado, (ej: la obra de Cristo en la cruz), qué es lo que está haciendo en el presente (el ministerio del Espíritu y la obra intercesora de Cristo en el cielo) y qué hará en el futuro. Necesitamos también entender que Dios no nos hizo robots sino seres humanos con mentes y voluntades libres, para participar en la santificación. En otras palabras, Dios obra y nosotros respondemos en fe y obediencia en un proceso de renovación de la mente. La mayoría de las magias espirituales sostienen que la santificación la produce Dios, por medio de «su ungido» o por fórmulas y acciones exteriores, y niegan el obrar profundo en nuestra alma y el desarrollo de un entendimiento de la verdad.


No hay santificación por milagro, sino la gloriosa y difícil tarea de descubrir la profundidad de nuestro pecado y la gloriosa salvación expresada en una diaria cooperación entre Dios y nosotros.


¡Adelante!