Predicación con propósito
por Jay E. Adams
En los cursos de exégesis u homilética no se ha enfatizado suficientemente la importancia de discernir y predicar de acuerdo con el propósito del Espíritu Santo. Sin embargo, no hay nada tan fundamental como eso, si deseamos predicar con solidez.
Ya hace años que he estado diciéndole a mis alumnos que si los despertara un domingo a las tres de la mañana y les preguntara: «¿Cuál es el propósito general de tu sermón de hoy?», y a las 3:15 volviera a decirles: «¿Cuál es tu propósito específico?», ellos deberían saber de tal manera las respuestas que pudieran dármelas en una oración breve y concisa («mi propósito general es informar; mi propósito específico es informar a la congregación acerca de los hechos de la muerte y la resurrección enumerados en 1 Tesalonicenses 4»), darse vuelta y seguir durmiendo.
Usted me dirá: «¡Está bromeando!, ¿es tan importante el propósito?». Es mejor que usted crea que lo es. A menos que un predicador sepa el propósito de su sermón, todo está perdido. Él mismo está perdido, y pronto lo estará la congregación. Y en cuanto al sermón, sería mejor que también estuviera perdido. «Bueno, si el próposito es tan importante, ¿por qué no me lo dijeron en el seminario?»
Permítame responderle esa pregunta sugiriéndole un hecho. Ciertamente he llevado a cabo lo que estoy por sugerirle. Diríjase a la sección de homilética de la biblioteca de cualquier gran seminario teológico y, con los ojos cerrados, saque varios volúmenes de sermones, aleatoriamente. Luego, ábralos al azar y estudie los sermones que haya en esas páginas. Descubrirá dos cosas:
1. La mitad y aún más de ellos no tendrán un propósito claro.
2. Los que sí lo tengan, probablemente contengan el del predicador y no el del escritor bíblico, cuyas palabras están siendo usadas para un propósito distinto del que él tenía.
En los cursos de exégesis u homilética no se ha enfatizado suficientemente la importancia de discernir y predicar de acuerdo con el propósito del Espíritu Santo. Sin embargo, no hay nada tan fundamental como eso, si deseamos predicar con solidez.
Considere esto: si usted no descubre el propósito del Espíritu Santo en cada porción de su mensaje y, por lo tanto, no lo hace suyo al predicar:
1. Deformará el significado de las Escrituras.
2. Perderá la autoridad que confieren las Escrituras a la predicación.
3. Confundirá a la congregación y fracasará en brindarles alimento.
Supongamos que yo le escribiera una carta solicitando un puesto como pastor asistente en su iglesia y que, al recibirla, usted comenzara a investigar todo lo posible acerca de mí y de mi escrito para poder entender lo que dice con exactitud. Usted estudiaría la época y el lugar en que se escribió. Realizaría un estudio sobre mi vida y mis actividades. Compararía el vocabulario, el uso de las palabras y la teología básica de mi carta con otras cosas escritas por mí. Finalmente, después de haber hecho esto por algún tiempo, usted llegaría a creer que ha comprendido el sentido de la carta con exactitud. ¡Y se detendría allí! Bueno, el propósito de la carta se vería frustrado, ¿no? Yo quería que usted me diera un empleo y no sólo que estudiara todo lo concerniente a mí y mis antecedentes!!! Este estudio tendría sentido si, finalmente, lo condujera a considerar el propósito de la carta. Pero, ¿de qué sirve todo ese estudio si no lo hace? Con un pasaje de las Escrituras puede llegar a suceder lo mismo. Se puede considerar cuidadosamente todo lo referente al pasaje, ignorando el propósito del Espíritu Santo al inspirarlo.
Cuando hablo del propósito que tuvo el Espíritu Santo al escribir una porción de las Escrituras, estoy pensando en lo que Él intenta hacer en el lector. En cada pasaje que inspiró, el Espíritu Santo (a diferencia de muchos predicadores) tenía alguna intención, algún propósito en vista. Por otra parte, la tarea del predicador no es sólo descubrir lo que Él intentaba hacer en el lector, sino también apropiarse de ese propósito al predicarlo. El expositor no tiene derecho a usar una porción de las Escrituras para sus propios fines; debe descubrir el propósito del Espíritu y predicar usando el pasaje para lograr ese y sólo ese propósito. Cuando los predicadores comiencen a tomar en serio este asunto, tendrán más poder en su predicación (el Espíritu bendice su Palabra), como así también mayor comprensión de las Escrituras por parte de la congregación. Habrá menos herejías, menos ensayos apartados de lo bíblico, menos esfuerzos y tiempo perdido en vano.
«Pero», usted insiste, «¿por qué no me han hablado antes del propósito?» Bueno, ¿recuerda los libros de las estanterías? Son predicadores los que han enseñado a predicadores a través de los años. Han prevalecido visiones falsas sobre la predicación y se han perpetuado los mismos errores de generación en generación. Usted no puede pretender que hombres que han sido culpables de usar las Escrituras para sus propios fines les enseñen a otros a hacer lo contrario, ¿no?
Pero ya es hora de que esta práctica generalizada, junto a sus males concomitantes, llegue a su fin. Una y sólo una cosa puede hacerlo posible: el concentrarse en el propósito como el factor de control en el estudio y la predicación de cada sermón.
El propósito no sólo es el factor de control al seleccionar y estudiar un pasaje de las Escrituras para una predicación, sino que también es el factor de unión de todo lo que se haga. Todo lo que no contribuya a fomentar el propósito deberá ser eliminado del sermón; todo lo que sí contribuya deberá ser conservado.
Otra cosa importante del propósito es que determina el tipo de esquema a emplear. Si el propósito es informativo, el esquema deberá sobresalir; si es de motivación, el esquema deberá estar más velado.
De modo que vemos claramente que el propósito es el factor de control en la predicación. Por lo tanto, no hay que asombrarse de que todo esté perdido si no existe un propósito claro.
Hay dos clases de propósito, (como lo indicaron mis comentarios anteriores): general y específico. Cada sermón, así como cada porción de prédica, tiene un propósito general y uno específico. Pero, ¿qué es una porción de prédica? Es toda unidad de material bíblico (oración, párrafo o capítulo) que tenga un propósito general y uno específico.
Si aislamos una porción para predicar acerca de ella y no tiene estos propósitos, puede ser inadecuada. No será una porción de prédica. Aunque se han predicado muchos sermones sobre el versículo «Jesús lloró», ese motivo no es válido para considerarlo una porción de prédica. El propósito es, por lo tanto, el primer factor que nos debe motivar a seleccionar un pasaje para nuestra predicación. Estos pasajes pueden ser grandes porciones de la Biblia con grandes propósitos (por supuesto), o pasajes pequeños que en realidad son porciones que contienen subpropósitos o aun sub-subpropósitos.
La Biblia tiene un propósito (2 Ti. 3:15-17), cada libro de la Biblia tiene propósito (Jn. 20:30-31), cada sección de cada libro tiene propósito (1 Ts. 4:13-18), etcétera.
Se pueden reducir los propósitos generales de la Biblia a tres: informar, persuadir, motivar. Rara vez aparece alguno de estos tres propósitos en forma aislada, pero generalmente se enfatiza alguno de ellos. Cuando Pablo dice, «No quisiera que fueran ignorantes en lo concerniente a…», su propósito general es informativo. Pero al concluir sus observaciones, dice: «Así pues, dense consuelo unos a otros con estas palabras». He aquí un propósito de motivación. Incidentalmente, la Palabra de Dios abunda en estas indicaciones de propósito («Estas cosas son escritas para que…», «Les escribo para estimular vuestros…», etcétera). Búsquelos. Pero atención, también se encuentran propósitos sin estas indicaciones.
Los propósitos específicos son los objetos particulares de los propósitos generales. Cuando Pablo escribe, «No quisiera que fueran ignorantes, hermanos, en lo concerniente a…», lo que constituye su propósito específico es ese «concerniente a…», aquello en lo cual no desea que ellos permanezcan ignorantes. Así, contar con un propósito de motivación significa que se busca motivar a alguien para algo.
Se podría expresar un propósito persuasivo de esta manera: «Quiero persuadir a mi congregación a que crea… (o a que no crea)». Entonces, se llena el espacio en blanco con el propósito específico.
Sin un propósito, usted predica, aunque sin una meta a la vista. El viejo dicho de que si uno no le apunta a nada seguramente llegará a la nada, es cierto en la predicación. Déjeme animarlo, pues, a escribir al comienzo de cada sermón no una proposición, un informe del tema o una idea central, sino una declaración del propósito. Se lo puede hacer de la siguiente forma:
Yo quiero informar_ persuadir_ motivar_ a mi congregación
para que aprenda acerca de_ a creer_ a no creer_ a hacer ………………………………………………. …………………………………………….
(llenar este espacio con el propósito específico).
Es posible que este artículo resulte breve, pero pienso que es lo más importante que le puedo decir sobre la predicación. Si lo toma en serio, puede llegar a cambiar todo su ministerio.
Empiece a trabajar hoy mismo en este asunto. Va a llevarle algún tiempo desarrollar plenamente la habilidad de descubrir el propósito y predicar con él, pero a menos que empiece a trabajar en ello con cuidado y oración, jamás adquirirá esta habilidad. Debe proponerse predicar con propósito, y hacerlo, por supuesto, a propósito.