Los diez cristianos del siglo

por Harold Segura Carmona

Sin querer desconocer que «los grandes y famosos» son necesarios como fuente de inspiración y como «…gran nube de testigos…» (Heb. 12: 1), no podemos olvidar que el mayor acento bíblico no recae sobre grandes personalidades individuales, sino sobre comunidades organizadas a la manera de un Cuerpo cuya única cabeza es Cristo. Porque la Iglesia es, ante todo, un Cuerpo en Misión.

Este título, sin duda, resulta semejante al de algunas revistas de farándula que anuncian los diez artistas del siglo o las diez mejores canciones de los últimos cien años. De estas listas estamos saturados. Unas resultan más serias que otras: ofrecen la clasificación de «los mejores» deportistas, «las mejores» actrices, «los más» destacados escritores, «los más» reconocidos científicos, o «los más» distinguidos políticos. Los cristianos hicimos también nuestra propia lista. Fue la revista norteamericana «Christian History», la encargada de hacer la investigación de «los diez cristianos más influyentes del siglo XX».


Billy Graham, encabeza la lista; el evangelista de fama mundial, nacido en Carolina del Norte en 1918 es, según la investigación, el cristiano más influyente del siglo. Le siguen, en su orden, el novelista y poeta inglés C. S. Lewis (1898-1963); el pastor pentecostal estadounidense negro William Seymour; la Madre Teresa de Calcuta, misionera, fundadora de las Misioneras de la Caridad y ganadora del Premio Nóbel de la Paz en 1979; el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968) quien con sus contribuciones abrió la puerta a la teología bíblica y a la exégesis teológica; el Papa Juan XXIII, quien el 11 de octubre de 1962 abrió el Concilio Vaticano II e inauguró una nueva era en la historia de la Iglesia Católica; el novelista soviético Alexander I. Solzhenitsin, escritor del Archipiélago de Gulag y Premio Nóbel de Literatura en 1970; el pastor bautista Martin Luther King (1929-1968), defensor de los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos; John R. Mott (1865-1955), pionero del movimiento ecuménico del siglo XX y presidente del Concilio Mundial de Iglesias; y, cierra la lista, el actual Papa, Juan Pablo II, elegido en 1978 y primer Papa no italiano en 456 años.


Como se puede observar, entre «los diez más influyentes»: cinco son cristianos evangélicos o protestantes (la revista es de orientación evangélica); tres son estadounidenses; dos son negros; dos son «laicos»; y sólo aparece una mujer. Esta composición podría tomarse como un penoso reflejo del cristianismo actual en el cual los hombres influyen más que las mujeres, los blancos más que los negros, los clérigos más que los «laicos» y los países ricos más que los pobres. La lista refleja también nuestra tendencia a resaltar los logros de «los grandes y famosos» y a desconocer el impacto de los que día a día y «grano a grano» colaboran con Dios en la construcción de su Reino. Aquellos «de los cuales el mundo no era digno…» (Heb. 11: 38).


Esta última realidad, la de destacar a los grandes y desconocer a los pequeños (aunque estos hayan hecho cosas más grandes que aquellos) ha sido uno de los males colosales en la historia de nuestra fe. Se ha privilegiado el centro antes que la periferia; los poderosos primero que los débiles; los protagonistas individuales por encima de las comunidades protagónicas.


Sin querer desconocer que «los grandes y famosos» son necesarios como fuente de inspiración y como «…gran nube de testigos…» (Heb. 12: 1), no podemos olvidar que el mayor acento bíblico no recae sobre grandes personalidades individuales, sino sobre comunidades organizadas a la manera de un Cuerpo cuya única cabeza es Cristo. Porque la Iglesia es, ante todo, un Cuerpo en Misión.