La obra de los espíritus malignos en las reuniones cristianas

por Sir Robert Anderson

Yo me reuní con un número de hermanos y hermanas durante una semana cada mes para orar a Dios, con el propósito de que nos derramara más de su Espíritu, dones y poder. Después de haber hecho esto durante algún tiempo con gran fervor sucedieron algunas manifestaciones poderosas y maravillosas, aparentemente del Espíritu Santo.

No dudamos ni por un momento que el Espíritu de Dios, en respuesta a nuestras oraciones, había descendido en medio nuestro. Entre otras cosas, ese «espíritu», acerca del cual nosotros pensábamos que era el Espíritu de Dios, usó a una muchacha de quince años como su instrumento y comenzó a revelar por medio de ella, al conjunto de personas reunidas, algún vicio o pecado de cada uno de los presentes. Nadie en aquella reunión podía quedarse con ninguna carga de conciencia sin que fuera revelada a los demás por medio de ese espíritu. Por ejemplo, un señor de gran estima y respeto, que provenía de nuestro vecindario, vino a la reunión y sus pecados fueron expuestos ante todos los que estábamos allí por esa muchacha de quince años. Poco después, este caballero me llevó a una habitación vecina y, deshecho anímica y moralmente, me contó que había cometido todos esos pecados que la muchacha había revelado y otros más también. Luego entró nuevamente a la reunión e inmediatamente la misma voz dijo: «¡Oh!, todavía no lo ha dicho todo; usted ha robado dinero y no lo ha confesado.» Este hombre me llevó de nuevo a la habitación de al lado y me dijo que eso también era verdad. Este señor nunca antes había visto a esa muchacha, ni ella lo había conocido previamente.

Por lo tanto, en un ambiente así, nadie que tuviese algo escondido se atrevía a quedarse en aquella reunión. La voz seguía exclamando: «¡El temor ha sorprendido a los hipócritas!» y otras cosas más.

A pesar del miedo que cundía en el ambiente, sentimos que debíamos desenmascarar a ese «espíritu», que en lugar de ser el Espíritu Santo, como nosotros habíamos creído, resultó ser un terrible espíritu de las tinieblas. Cuando se lo dije a un amigo y hermano mayor que yo me respondió: «Mi querido hermano, si usted continúa siendo incrédulo puede cometer el pecado contra el Espíritu Santo que no tiene jamás perdón.» Esos fueron unos días terribles para mí, porque no sabía si estábamos tratando con el Espíritu de Dios o con un espíritu de Satanás. Una cosa tenía clara; no podríamos permitir ser llevados por un espíritu mientras no tuviésemos la luz y la confirmación para saber si ese poder era de lo alto o de los abismos. De manera que tomé a los hermanos líderes y los conduje a la habitación más alta de la casa. Allí les hice saber lo que pensaba. Al final nos pusimos de acuerdo en orar y clamar a Dios para que pudiésemos probar ese espíritu y conocer su real procedencia.

Cuando bajamos la voz ese poder dijo, usando siempre a la muchacha de quince años como su instrumento: «¿Qué significa esta rebelión? Serán castigados a causa de su incredulidad.» Yo le contesté que era cierto, que no sabíamos con quién estábamos tratando, pero que queríamos tener una actitud tal que si en verdad se trataba del Espíritu de Dios no queríamos pecar contra Él, pero que si se trataba del diablo no estábamos dispuestos a dejarnos engañar por él. «Si eres un espíritu de Dios, estarás de acuerdo en que empuñemos la espada de la Palabra de Dios, la que nos dice que debemos probar a los espíritus para ver si son de Dios». De modo que todos nos arrodillamos y oramos a Dios con tal fervor que Él tuvo misericordia de nosotros y nos reveló de una manera particular quién era el espíritu con el cual habíamos estado tratando. Entonces ese espíritu tuvo que revelarse a sí mismo. A través de la persona que había estado usando como instrumento dijo, primeramente, unas cosas terriblemente sucias y chilló con voz penetrante: «Me han descubierto, me han descubierto…»

Tomado de Manifestaciones del Espíritu, incluido en Jessie Penn-Lewis, Guerra contra los santos, Editorial CLIE, 1989. Usado con permiso.