por Gonzalo Cervantes
Debe tenerse en cuenta que el obrar de Dios nunca anula nuestra personalidad. Él nos quiere activos en espíritu, alma y cuerpo, y con pleno uso de nuestras facultades, realizando su voluntad en libertad. Los poderes de las tinieblas, en cambio, desean esclavizarnos, reducirnos a máquinas y manejarnos a su antojo.
En numerosas ocasiones escuchamos que debemos poner nuestra mente en blanco, renunciar totalmente al uso de nuestra voluntad y de nuestras facultades mentales para que Dios pueda obrar en nosotros, y entregarnos, de esta forma, completa y pasivamente a la obra del espíritu. También, en muchas iglesias, ciertos líderes llaman a «no pensar», «soltarse», «quedarse en blanco», etcétera, promoviendo, de esa manera, una pasividad peligrosa. La acción de «abandonarse», la conciente y buscada inactividad de la voluntad, la mente y el cuerpo, abren nuestro ser para que los espíritus malignos puedan trabajar libremente en él.
Lamentablemente, esa pasividad que permite que los espíritus malignos entren en acción tiene su origen, a menudo, en una mala interpretación de las Escrituras.
La pasividad afecta las diferentes áreas de nuestro ser, haciéndolo de manera progresiva y alterando paso a paso nuestra persona. Algunas de las formas en que esto sucede y cuáles son los daños producidos serán mencionados a continuación.
· la voluntad. El creyente engañado piensa que rendirse totalmente al Señor implica dejar de escoger y tomar decisiones. Al comenzar a actuar de esta manera le parece vivir experiencias «gloriosas», pero al cabo de un tiempo se encuentra totalmente incapacitado para escoger, incluso, entre las cosas más triviales de la vida diaria. Otros son los que toman las decisiones por él, y tiene temor hasta de expresar sus opiniones. No obstante, persiste en su error, pensando que Dios está ejerciendo su voluntad en lugar de él por intermedio de las circunstancias y de las otras personas. Sin embargo, son los espíritus malignos los que operan, produciendo todo tipo de maldades a su alrededor. Lamentablemente, la persona ya no tiene voluntad como para resistir y se ve envuelta en una marea de engaños y confusiones. El texto que muchas veces se ha malinterpretado en estos casos es Filipenses 2:13: «porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.» La persona pasiva concluye erróneamente que Dios ejerce su voluntad en lugar de la suya, y así sigue avanzando hasta un lamentable estado de indolencia total.
Cabe destacar que Dios no ejerce su voluntad en lugar del hombre. El ser humano es siempre responsable de sus actos. Por el contrario, los espíritus malignos están siempre dispuestos a decidir por él. Así, cuando las facultades de la persona permanecen inactivas, los espíritus aprovechan para «ayudarle» en la decisión a tomar, la mayor parte del tiempo usando textos bíblicos extraídos fuera de contexto y ofreciéndoselos a su víctima en forma sobrenatural. Lamentablemente, el creyente se aferra a ellos como a un salvavidas, y la mentira sigue creciendo.
· la mente. Algunos cristianos piensan que no necesitan usar las facultades mentales que Dios les ha dado y que Él no escogió a los intelectuales más brillantes para que lo sirvan, poniendo como ejemplo la selección que hizo Jesucristo de sus discípulos. Pero no toman en cuenta que Pablo fue una persona sumamente preparada y que Dios busca personas inteligentes y capaces para que sean pilares de la iglesia. Una mente brillante, sometida a la verdad de Dios, puede ser maravillosamente utilizada por Él. Por el contrario, la mente pasiva entra en un estado de inactividad, o bien, en un hiperactivismo fuera de todo control. La persona afectada se vuelve irritable, indecisa, falta de concentración, de juicio, y con mala memoria. Por ejemplo, su imaginación se descontrola y los espíritus malignos proyectan en ella todo lo que quieren. Esto trae como consecuencia uno de los más grandes peligros: el tomar esas proyecciones como visiones provenientes de Dios.
En algunos casos, la persona siente que su mente está aprisionada por una banda de acero u oprimida por un gran peso, y no puede pensar con claridad.
En este estado, el creyente ha cerrado su mente a todo tipo de argumento o razonamiento. Los esfuerzos de los demás para llegar hasta él son considerados una interferencia, y sus agentes calificados de ignorantes o entrometidos. Él se cree infalible en todos sus juicios (en realidad, en los que los espíritus hacen por él).
Es probable, además, que haya recibido ciertas palabras o mandamientos en «forma sobrenatural» y que no admita sobre ellos ninguna objeción; tampoco los examina ni trata de razonar al respecto. De este modo, está convencido de que es guiado por una ley más elevada o que es Dios mismo quien le ordena hacer alguna cosa.
En algunos creyentes, esto produce un decaimiento moral y otros caen en un estado de resignación. Ya no juzgan lo que es bueno o malo, sino andan de acuerdo a «la voz de Dios», abiertos a toda clase de sugerencias y falsos razonamientos por parte de los espíritus de las tinieblas.
La única forma de salir de esta condición es que la persona reconozca que ha sido engañada y utilizada por los espíritus de las tinieblas. Es necesario que su mente sea «desprogramada», y para ello hay que comenzar a revisar uno por uno los fundamentos de su fe hasta hacerle comprender el extremo al que ha llegado, con mucho amor y mucha paciencia (Stgo. 5:19-20).
· el espíritu. Existe una relación íntima entre el espíritu y la mente. La pasividad del espíritu puede surgir de un conocimiento erróneo de éste, de una tergiversación de sus funciones, o bien por un debilitamiento o agotamiento físico y/o mental (1 Re. 19:4-9). La preocupación excesiva en cuanto al pasado o al futuro hace que sean las cosas externas las que dominen, restando al creyente la libertad necesaria para discernir la voluntad de Dios. El diablo se encarga de torturarlo con recuerdos del pasado o temores del futuro. El espíritu se cierra y no puede actuar libremente, dejando así de «resistir al maligno».
· el cuerpo. Cuando el cuerpo entra en un estado pasivo, prácticamente se paraliza, pues los sentidos resultan afectados. El creyente no es conciente de muchas situaciones importantes y se comporta de manera automática, manifestando hábitos inconscientes, muchas veces negativos e inconvenientes. Incluso puede sufrir de rigidez en ciertas zonas, letargo, pesadez, dolores, mareos, etcétera, todo ello sin causa aparente. Sus ojos carecen de brillo y la mirada se muestra perdida.
Cuando todo el ser resulta afectado por la pasividad, la persona no usa, o utiliza sólo parcialmente, sus facultades mentales. Es probable que se entregue sólo a lo sensual, experimentando sensaciones de fuego, de elevación, temblores o estremecimientos, y toda clase de sensaciones agradables, en apariencia espirituales, que alimentan los sentidos. Estos creyentes sienten que andan más allá del cuerpo y se llaman a sí mismos «espirituales». Sin embargo, aquel que vive verdaderamente en el espíritu no es dependiente de este tipo de experiencias.
La condición de pasividad puede ser arrastrada durante muchos años y, durante todo ese tiempo, los espíritus malignos continúan brindándole a su víctima información falsa, hasta acusarla, incluso, de haber ofendido a Dios más allá de todo perdón posible, dejándola en una terrible agonía.
De este modo, el creyente deja de lado la obra del Señor, se siente agotado y no puede ejercer sus dones espirituales. Además, está en permanente estado de ansiedad, nervioso, temeroso, carente de facilidad de palabra y de agilidad de pensamiento. Satanás ha logrado apagar su luz.
Interpretaciones erróneas de las Escrituras que frecuentemente conducen a la pasividad.
Algunos creyentes aceptan «sufrir con Cristo» siguiendo el camino de la cruz, y para ello se entregan a cualquier forma de sufrimiento que les presenten los espíritus malignos, creyendo que esto les acarreará una recompensa y traerá fruto. A menudo se ven como mártires cuando, en realidad, son víctimas.
A través del sufrimiento, los demonios controlan y obligan a una persona a ir en determinada dirección y a hacer lo que en otras condiciones no haría (Job 3:1-23).
El sufrimiento que no es por Cristo carece de resultados positivos, es decir, no trae fruto, ni crecimiento, ni victoria; es sin propósito. Además, Dios no se deleita en causar sufrimiento al hombre por el mero hecho de hacerlo sufrir, pero el diablo sí lo hace. Lamentablemente, esto puede transformarse en un círculo vicioso: cuanto más cree el creyente que Dios le está enviando sufrimientos, más se abre a los espíritus del engaño, los que, a su vez, le aumentan los sufrimientos. Así, el carácter de Dios aparece deformado y los espíritus mentirosos se encargan de culpar a Dios por lo que ellos mismos están haciendo.
Otra forma de engaño es la aceptación de enseñanzas falsas en cuanto a la humildad. El creyente, en un intento antinatural de eliminar su «yo», crea una atmósfera de desesperanza, sensibilidad extrema, oscuridad y tristeza. Al aceptar las mentiras de los espíritus malignos procede a la supresión de su personalidad, entregándose, así, en las manos del mentiroso. También, al intentar permanecer en un estado de debilidad constante, malinterpretando las palabras del apóstol Pablo en 2 Corintios 12:10, la persona se transforma en una carga para los que la rodean, y su testimonio deja de mostrar la vida que Dios desea para el hombre. Ciertamente, la voluntad de ser débil impide el fortalecimiento por parte de Dios.
Liberándose de la condición pasiva.
Quien está atrapado en esta condición, debe tratar de entender cómo era su situación anterior, y comenzar a examinarse para ver de qué manera los espíritus malignos han estado interfiriendo. Para ello, es necesario que recuerde una etapa de la vida que haya sido buena y fructífera, y la compare con la que está atravesando en este momento.
Para una liberación completa, el creyente tiene que estar, primeramente, dispuesto a cooperar. El engaño sólo puede ser eliminado cuando la persona comienza a entender su condición y la obra de los malos espíritus y, a través del uso de su voluntad, niega a éstos el terreno que una vez les cedió.
Es importante mantener en el pensamiento cuál era la condición anterior a la caída en la pasividad y averiguar las razones por las que ésta tuvo lugar. Cualquier facultad o área del ser que haya sido rendida al engaño y esté fuera de uso, debe ser recuperada a través del ejercicio activo de la voluntad.
El terreno cedido tiene que ser recuperado y se debe estar preparado para la lucha, dado que los espíritus malignos intentarán recobrar lo perdido. En este caso es importante recordar las palabras de 1 Juan 4:4: «Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.»