por Jaime D. Smith
Durante la controversia montanista la Iglesia cristiana rechazó ¿la herejía o al Espíritu Santo?
Sentimos una conexión especial cuando descubrimos un ancestro espiritual que se nos parece. Por ejemplo, los que hoy sufren por la fe se inspiran en los primeros mártires. Aquellos que ansían la adoración llena del Espíritu son atraídos por un movimiento entusiasta del segundo siglo llamado montanismo. En este último ejemplo, sin embargo, hay un problema. El montanismo, que superficialmente es parecido a varios movimientos modernos, fue rechazado en general por la Iglesia como una herejía. ¿Por qué?
Comienzos inspiradores
Alrededor del año 157 en la provincia romana de Asia Menor conocida como Frigia un cristiano profesante llamado Montano comenzó a profetizar extáticamente. Alegando la inspiración del Espíritu Santo, pronto se le unieron dos profetas mujeres: Maximila y Priscila (Prisca). Prestaron atención a las enseñanzas bíblicas sobre el Paracleto y aun afirmaron ser los últimos de una serie de profetas que incluía a las hijas de Felipe (Hch. 21:8-9). Decían que estaban llamados a convocar a todos los creyentes a la preparación para la venida de la Nueva Jerusalén celestial.
Hacia el 170 el movimiento «Nueva Profecía», como era conocido, se había extendido. El centro de la actividad montanista permaneció en Asia Menor, aunque había convertidos en Roma, Bizancio y Cartago. ¿Qué atrajo a tantos cristianos al montanismo? Quizá la respuesta se encuentra en tres palabras: autoridad, vitalidad y disciplina.
Los profetas montanistas afirmaban tener revelaciones directas de Dios, y sus palabras (oráculos) eran atesoradas y preservadas por los fieles como enseñanzas con autoridad. ¡Aquí tenían verdad fresca dada por el Espíritu para estos últimos días!
Además, las revelaciones, que venían de un éxtasis similar al trance, eran experiencias eléctricas tanto para el profeta como para la congregación.
Finalmente, había un énfasis renovado y riguroso en la santidad práctica, con enseñanzas proféticas sobre temas como el ayuno, el matrimonio, el ascetismo y la sanidad espiritual.
Tertuliano, el convertido más famoso del montanismo, ilustra la atracción del movimiento en su tratado Sobre el Alma:
Tenemos entre nosotros, ahora, una hermana que ha sido favorecida con dones de revelación, los cuales experimenta en el Espíritu por medio de visión extática en los ritos sagrados del Día del Señor en la iglesia. Conversa con ángeles y a veces aún con el Señor. Ve y oye comunicaciones misteriosas. Discierne los corazones de algunos hombres y obtiene dirección en cuanto a la sanidad para quienes la necesitan. Ya sea en la lectura de las Escrituras, en el cántico de los Salmos o en la predicación de los sermones o en las oraciones tiene la oportunidad de ver visiones…
¿Qué estaba mal, entonces?
No todos estaban tan enamorados del movimiento. En 192 Serapión, obispo de Antioquía, declaró que «la obra de la organización mentirosa llamada Nueva Profecía es abominada por la totalidad de la hermandad del mundo».
Otro obispo que escribió anónimamente en la misma época habló de sínodos regionales en Asia Menor que se reunieron para tratar esta controversia, con el resultado de que los montanistas fueron excomulgados.
Él y otros escritores se basaban en cinco evidencias principales:
Por otro lado, algunos maestros ortodoxos, aunque no se unieron al movimiento, resistieron condenarlo. Ireneo, obispo de Lyon, estaba preocupado porque quienes atacaban a los montanistas forzarían al don profético auténtico a no revelarse en la Iglesia. Al respecto escribió: «no admiten el aspecto presentado por el Evangelio de Juan, en el cual el Señor prometió que enviaría al Paracleto, sino que dejan a un lado tanto el Evangelio como el Espíritu profético».
Aun Epifanio, el investigador de herejías del siglo cuarto, no pudo hallar fallas serias en el movimiento. De todas maneras, la forma en que los montanistas practicaban la fe hacía que la mayoría de los cristianos no confiaran en ellos.
El fin del movimiento
A comienzos de este siglo el historiador francés Pierre de Labriolle demostró que el montanismo de Asia Menor duró hasta la Edad Media, aunque el entusiasmo general por el movimiento terminó a fines del siglo cuarto. Tertuliano, que escribió siete libros defendiendo a Montano, fue la última figura importante.
Los historiadores continúan debatiendo cómo la Iglesia cristiana antigua manejó su doble mayordomía de autoridad eclesiástica y poder espiritual. Algunos discuten que la Iglesia, al condenar el movimiento, terminó con un elemento que hubiera creado aún más disensión. Otros dicen que las palabras de Pablo fueron ignoradas: «No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías» (1 Ts. 5:19, 20).
Mucha de la literatura sobre la controversia (tal como el libro Sobre el Éxtasis de Tertuliano) está perdida. Lo que permanece, sin embargo, es un asunto de interés vital no sólo para historiadores de la doctrina sino para cristianos guiados por el Espíritu hoy en día.
Jaime Smith es pastor de la Iglesia Bautista Emanuel de Clairemont y profesor adjunto del Seminario Teológico Bethel Oeste (ambos en San Diego, California). Tomado de Christian History Magazine. Usado con permiso. Traducido y adaptado por Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.