Biblia

¿Especialistas en células, o discipuladores de personas?

¿Especialistas en células, o discipuladores de personas?

por Enrique Zapata

Una clara comprensión de la manera en que funcionan los grupos en la iglesia del primer siglo, puede librarnos de mucha frustración y guiarnos en nuestra visión y percepción del ministerio.

Poseer una clara comprensión de la manera en que funcionaban los grupos en la Iglesia del primer siglo puede librarnos de mucha frustración y guiarnos en nuestra visión del ministerio. En el Nuevo Testamento no vemos una estrategia de grupos sino, más bien, que los grupos fueron el resultado natural de dos necesidades diferentes. La primera necesidad fue la formación de líderes. Los grupos resultantes eran producto del trabajo de un discipulador (Jesús, Pablo), que tenía como objetivo equipar a líderes para el futuro. Los participantes eran seleccionados por el discipulador, quien asumía un fuerte compromiso hacia ellos para su formación. En raras ocasiones el formador seleccionaba solamente a una o dos personas. En la mayoría de los casos elegía a varios, quienes terminaban convirtiéndose en un grupo. Su trabajo tenía un doble propósito: 1) conformarlos a la imagen de Dios y 2) enviarlos a repetir el mismo proceso de formación en otros. Esto se ve claramente reflejado en las palabras finales de Jesús a sus apóstoles (Mt 28.18–20, Jn 20.21).

La segunda necesidad surgió espontáneamente en quienes habían gustado de la salvación: deseaban estar con otros que también habían sido redimidos. Las casas proveían el marco natural para que la gente se pudiera encontrar y crecer. En estas reuniones se vivía un compromiso como el de una familia, y ellas pasaron a ser la expresión visible de la Iglesia.

De esta manera, entonces, existían dos tipos de grupos, pero muy diferentes entre sí.Debemos aclarar, no obstante, que Jesús no desarrolló una estrategia celular, ni tampoco lo hicieron sus discípulos. Intentó formar personas que podrían alimentar y cuidar a los redimidos; los grupos surgieron naturalmente de esto.

El Maestro tardó entre tres y cuatro años en alcanzar su meta de formar a los apóstoles, y con una dedicación prácticamente a tiempo completo. ¡Qué llamativo es que hoy muchos pretenden que, entre tres a doce meses, pueden formar personas y multiplicarse! ¿Han descubierto algo que Jesús no conocía acerca del proceso de multiplicación espiritual? ¿o será que están produciendo un discipulado de escasa profundidad que el proceso solamente requiere de unos pocos meses.

Por supuesto, nosotros contamos con la ventaja que Dios nos ha dado, en la mayoría de los casos, más años de los que tuvo Jesús para realizar el proyecto. La verdad, sin embargo, es que nosotros no podemos dedicarle el tiempo que Jesús le dedicó a los suyos. En más de treinta años de experiencia de trabajar con y en grupos de discipulado, he encontrado que es muy difícil —justamente por mis deficiencias— tener un grupo mayor a ocho personas, si es que quiero involucrarme profundamente en sus vidas.

Esto me lleva a reconocer otra gran diferencia entre Jesús y nosotros. El poseía, en sí mismo, todos los dones de Dios para el ministerio que se le había encomendado.Cuando él volvió para estar con el Padre repartió sus dones a la Iglesia. Aunque él los tenía todos, usted y yo solo tenemos algunos de esos dones. ¡Es una diferencia fundamental que nos tiene que llevar a entender cuán limitados somos!

Estas dos realidades me obligan, entonces, a preguntar: ¿es doce el número divinamente establecido para todo grupo de discípulos? ¿o más bien debemos aceptar que, limitados por el tiempo y los dones, tal vez es más sabio tener un grupo más pequeño, conforme a nuestras posibilidades reales? Gracias a Dios, en todos estos años he podido formar grupos de entre cuatro y ocho personas durante tres a cinco años; he repetido una y otra vez este proceso. Mis carencias de dones y conocimiento, no obstante, me han obligado a involucrar a otras personas en esta tarea de formación. De no hacerlo, los discípulos acabarían teniendo grandes huecos en su vida, áreas donde yo no he podido suplir todo lo que necesitaban para llegar a ser perfectos en Cristo Jesús.

Las necesidades actuales de formación de líderes, como también el cuidado de las personas que están en la familia de Dios, encuentran una excelente respuesta en los grupos o células. No debemos, sin embargo, convertir al grupo pequeño en un fin, sino entender que es un medio para un propósito. Con esta visión, es necesario entender las dos funciones diferentes que pueden cumplir los grupos, para luego asumir un compromiso serio con el desarrollo de liderazgo y el cuidado pastoral de todos los redimidos en nuestra localidad. Los grupos pequeños deben surgir naturalmente del compromiso que los líderes tienen con estas dos necesidades en el cuerpo de Cristo.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes con la visión y el compromiso de formar a otros. Con mucha regularidad le pido a los pastores que asisten a nuestras conferencias que escriban los nombres de las personas que están formando. Lamentablemente, la mayoría de ellos no pueden elaborar su lista. Necesitamos arrepentirnos y re-dedicarnos a este llamado sagrado.

Por otro lado, en muchas iglesias encuentro poca preocupación por el cuidado de cada miembro del cuerpo. El énfasis se hace en los programas y los números. Esto también requiere arrepentimiento. Jesús no dio su vida por programas, sino por personas. Solamente cuando le demos a cada individuo el valor que él les dio, desarrollaremos una iglesia que está avanzando hacia la perfección, claramente encaminada a ser la gloriosa novia del Cordero. La calidad de la iglesia es la suma de la calidad de sus miembros individuales.

Concentrémonos en lo que Jesús se concentró. Experimentaremos todas las frustraciones que él tuvo al buscar la transformación de hombres pescadores en pescadores de hombres. Sin embargo, ¡él lo logró! Con Su ayuda, también produciremos fruto que permanece por la eternidad.

¡Adelante!