por Sheila C. de Hussey
¿Cómo encontrar el tiempo para las devociones en medio de actividades necesarias, ineludibles, genuinas, buenas? He aquí algunas recomendaciones para la mujeres muy ocupadas.
Mientras pelaba papas y rallaba zanahorias me preguntaba: ¿Será que no soy bastante firme conmigo misma? ¿Es que me dejo llevar por cosas secundarias? No era la primera vez que esto me ocurría. Había llegado a ser casi la norma y estaba consciente que no podía ser y quería encontrar la causa para poder remediarlo.
DETECTAR EL PROBLEMA
¿Será que no tengo apetito, que no tengo deseos de leer la Palabra de Dios? Cuando un hijo no quiere comer la madre se preocupa y le pregunta enseguida: «¿No te sientes bien? ¿Te duele la cabeza? ¿Qué te pasa?». Luego viene el tocar la frente para ver si tiene fiebre. A veces un simple resfrío puede quitar el apetito y pasados unos días vuelve a la normalidad; pero si la inapetencia persiste, debe buscar la causa. Consulta entonces al médico: «Doctor, el nene no me come» y el facultativo hace un reconocimiento procurando detectar el problema.
Sí, la falta de apetito es síntoma de que algo anda mal. El apóstol Pedro dice: Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual» y ¡cómo reclama el bebé su alimento!, ¿eh? Empieza sintiéndose molesto, luego llora, y si el alimento no llega, se incrementa la frecuencia e intensidad del llanto, demandando nutrición hasta que la madre, o la abuela, u otra persona lo levanta y satisface su necesidad. Mientras pongo la olla sobre el fuego oro: «Señor, abre mi apetito por tu Palabra. Haz que la desee más que la miel. Que la necesidad de estudiar Tu Libro sea más fuerte que las otras demandas de la casa. Ayúdame a disponer de tiempo para tener mi devocional. Enséñame a establecer mis prioridades y a cumplirlas.
BUSCAR SOLUCIONES
Me propuse, entonces, poner el despertador para que suene quince minutos antes de lo necesario y dedicar ese tiempo a estar en comunión con mi Dios antes de despertar a los chicos. Es un método que generalmente da resultado y es un deleite pasar tiempo a solas, en el silencio de la mañana, orando al Señor y leyendo Su Libro para oír lo que El me tiene que decir. Y digo «generalmente» porque si por algún motivo no he descansado bien, por más que trate de levantarme el sueño me vence, o hago el esfuerzo de levantarme pero la mente no recibe el mensaje y leo mecánicamente. Recuerdo que cuando mis hijos eran más pequeños resultaba más difícil aún encontrar tiempo para el devocional personal. Cuando uno está entre biberones y pañales, muchas veces sin dormir bien, los pequeños absorben tanto tiempo que estamos en peligro de descuidar nuestra vida espiritual y el enemigo de nuestras almas aprovecha la situación susurrando a nuestro oído: «Hoy no tienes tiempo de leer la Biblia. Hay mucho que hacer en la casa. Mañana podrás tener tu devocional. Y al día siguiente pasa lo mismo y los días se transforman en semanas, y lamentablemente, cuando nos damos cuenta, quizá han pasado meses y sólo hemos leído la Biblia en forma esporádica.
La comida está casi lista. Pongo la mesa y pienso: «Para comer siempre hago tiempo aunque a veces por servir a mi familia como menos o más apurada, pero no dejo de alimentarme. Entonces, mi problema no es falta de tiempo sino otro». ¿Qué podemos hacer en este caso? Primero, reconocer que tenemos un enemigo que está muy activo procurando entorpecer nuestra relación con Dios, pero que está vencido y «mayor es el que está en nosotros». Luego reclamar la victoria que El nos ha prometido y, en tercer lugar, rogarle a Dios que abra nuestros apetitos por su Palabra, que nos dé sabiduría para organizar nuestro tiempo y determinación para nutrirnos, aunque signifique postergar otras cosas. ¿Y por qué no pedir a nuestros esposos que se hagan cargo de los niños, de atender el teléfono y la puerta por quince minutos cada día para que podamos dedicarnos a tener nuestro devocional? Las mamás jóvenes pueden aprovechar el tiempo cuando amamantan a su bebé, si él lo permite, para leer la Palabra, y cuando el niño está satisfecho y se duerme, permanecer unos minutos en oración antes de acostarlo.
ACEPTAR SUGERENCIAS
Otra sugerencia que recibí es tener un almanaque con un texto bíblico para cada día del año y leerlo a primera hora de la mañana, releerlo cada vez que paso por delante de él, tratando de memorizarlo. Mientras lavo platos o plancho la ropa seguir meditando en el texto hasta que se hace parte de mí. Si tiene algún mandamiento que cumplir, preguntarme si lo estoy poniendo en práctica. Si hay algo que no entiendo comentarlo en la mesa para que junto con mi esposo podamos descubrir su significado. O bien copiar un Salmo u otra porción de la Palabra en una hoja de papel en letra grande y tenerlo a mano en la cocina para leerlo varias veces al día, o un versículo por día hasta memorizarlo.
Conozco a una señora que tiene ocho hijos y, por consiguiente, mucho trabajo en la casa. Además es activa en su iglesia, y ha encontrado la fórmula para superar este problema pidiéndole al Señor que la despierte a la madrugada, cuando el resto de la familia duerme. Me dijo que generalmente se despierta alrededor de las dos, descansada y con la mente fresca. Entonces ora, lee la Palabra y se vuelve a dormir hasta que es hora de despertar a los niños para ira la escuela.
CREAR BUENOS HÁBITOS
Así como es una necesidad imperiosa nutrirnos físicamente, también lo es en el aspecto espiritual, y si queremos ser cristianas maduras y gozar de buena salud espiritual no podemos descuidar la lectura de la Palabra del Señor.
Una reconocida ecónoma de un país europeo, al presentar una exposición de Biblias dijo: «La Santa Biblia se ha convertido en parte de mi vida. Nunca pierde su frescura, siempre tiene algo nuevo. Definitivamente, la Biblia es el alimento indispensable para el ser humano». ¿Lo creemos así? ¿Estamos de acuerdo? Entonces, ¡a comer!, diariamente, diligentemente, hasta que se transforme en un hábito que sea más fuerte que las presiones de los quehaceres de la casa, que las demandas de los hijos y la preocupación por cumplir la tarea espiritual que Dios nos ha encomendado. Deseemos como niños recién nacidos, en forma imperiosa, sin tregua, la bendita Palabra de Dios. Que Dios abra nuestros apetitos. Que podamos decir con el salmista: «Tu ley es mi delicia. Oh, cuánto amo yo tu ley (Sal. 119:174,97).
Apuntes Pastorales. Octubre Noviembre / 1984. Vol. II, número 3