por Justino
El célebre filósofo, fue mártir en la cuarta persecución general durante los emperadores romanos, la que comenzó en el año 162.
Era nativo de Neapolis, en Samaría, y nació en el año 103 después de Cristo. Alrededor del 133, cuando tenía 30 años, se convirtió al cristianismo. Justino escribió una elegante epístola a los gentiles, para convertirlos a la fe que había adquirido recientemente y vivió en una manera tan pura e inocente que bien mereció el título de «filósofo cristiano».
Justino empleaba sus talentos en convencer a los judíos de la verdad de los ritos cristianos y pasó mucho tiempo viajando, hasta que adoptó a Roma como residencia. Mantenía una escuela pública en la que enseñó a muchos que después se hicieron grandes hombres. También escribió un tratado para refutar herejías de toda clase. Como los paganos comenzaron a tratar a los cristianos con gran severidad, Justino escribió su primera apología y la dirigió al Emperador. Esta pieza, que ocasionó que el emperador publicara un edicto en favor de los cristianos, demuestra gran conocimiento y genio por parte de su autor.
OTRO TIMOTEO
Este era un diácono de Mauritania. Con Maura, su esposa, no llevaban tres semanas de casados cuando fueron separados uno del otro por la persecución. Timoteo fue llevado ante Arriano, gobernador de The-bais, que hizo todo lo posible para inducirlo a abrazar la superstición pagana. Percibiendo que sus esfuerzos eran vanos, y sabiendo que Timoteo tenía las Escrituras, el gobernador le ordenó que las entregara para quemarlas, a lo que Timoteo respondió: «Si tuviera hijos, preferiría entregarlos para ser sacrificados, que separarme de la Palabra de Dios». El gobernador, airado con la respuesta ordenó que le sacaran los ojos con hierros calientes, diciendo: «Los libros serán inútiles para ti, ya que no podrás leerlos».
Soportó el castigo con tal paciencia que el gobernador se enojó aun más y ordenó que lo colgaran de los pies, con un peso atado en su cuello y una mordaza en su boca. Asimismo, soportó el trance con el coraje más grande. Cuando el gobernador se enteró que era recién casado y que estaba muy enamorado de su esposa, Arraino mandó a buscar a Maura y le prometió como generosa recompensa la vida de su marido, si ella lograba que él ofreciera sacrificio a los ídolos. Maura, vacilante en su fe, e impulsada por el amor a su marido, llevó a cabo la impía propuesta.
Ante él, trató de minar su constancia con el idioma del afecto. Cuando le sacaron la mordaza a Timoteo, él le señaló el error de su amor y ratificó su resolución de morir por su fe. Maura seguía, hasta que su marido la censuró tan fuertemente que ella recapacitó y volvió a su fe. El gobernador ordenó que la torturaran, cosa que fue hecha con gran severidad. Timoteo y Maura fueron crucificados uno cerca del otro, en el año 304 después de Cristo.
EN PERSIA
Simeón, arzobispo de Seleucia, con muchos otros eclesiásticos fueron aprehendidos y acusados de haber traicionado los asuntos de Persia ante los romanos (años previos al 128). El emperador se exasperó y ordenó que Simeón fuera traído ante él. En «su presencia, éste defendió la causa de la cristiandad en forma tenaz, por lo que el emperador, ofendido con esta libertad, le ordenó que se arrodillara ante él, como lo había hecho en entrevistas previas. Simeón respondió que, siendo ahora traído ante él un prisionero, por la verdad de su religión y por causa de su Dios, no era legal que él se arrodillara.
Fue puesto en prisión y un corto tiempo después le ordenaron que adorara al sol de acuerdo con la costumbre de Persia, junto a otros ministros cristianos. Al rechazar todos esta orden, el emperador los sentenció a ser decapitados.
Un eunuco viejo, llamado Usthazares, que había sido tutor del emperador y tenía gran estima en la corte, al observar a Simeón ir a prisión, lo saludó, Usthazares había sido antes un cristiano y había apostatado para complacer al emperador. Ante el saludo, el condenado lo censuró por su apostasía, a tal punto que el eunuco estalló en lágrimas.
El emperador, sabiendo que su antiguo tutor estaba afligido, le pregunto si deseaba algo que pudiera procurar para él. «Nada de lo que deseara está al alcance en esta tierra. Mi dolor es de otra clase, ya que por complacerlo he negado a mi Dios, dijo el siervo.
El emperador, ofendido con esta respuesta, ordenó que decapitaran a Usthazares Mientras iba a ejecución, pidió que, como último deseo, se proclama que no moría por ningún delito contra el rey o el estado, sino que, por ser Cristiano, no podía negar a su Dios. Esta petición le fue concedida y fue una gran satisfacción para él, ya que su apostasía anterior había causado que muchos siguieran su ejemplo. Ahora, oyendo que él no había muerto por ningún delito sino por su religión, ellos podrían regresar a Cristo.
El Viernes Santo después de su ejecución, se publicó un edicto por el cual se ordenaba matar a todos los que confesaran ser cristianos, lo cual causó la destrucción de multitudes.
Acepsimus, y muchos otros clérigos, fueron aprehendidos y obligados a adorar el sol. Al negarse fueron flagelados y luego torturados hasta morir o puestos en prisión hasta fallecer. Por este edicto, más de 16.000 sufrieron torturas o fueron bárbaramente ejecutados.
LA INQUISICIÓN
En tiempos del Papa Inocencio III, la religión reformada había causado tanto ruido por toda Europa que los católicos comenzaron a temer que su iglesia estuviera en peligro. El Papa estaba resuelto a impedir, de todas las maneras posibles, el progreso de la Reforma y de acuerdo a eso instituyó un buen número de inquisidores (personas que iban a averiguar y castigar a los heréticos reformados). Muchos se extendieron por varios países católicoromanos, tratando a los protestantes con la más extrema severidad. Por último el Papa, no encontrando a los inquisidores tan útiles como había imaginado, instauró el establecimiento de cortes de inquisición fijas; la primera fue establecida en la ciudad de Tolosa, siendo Dominico el primer inquisidor regular.
Las cortes de este tipo fueron rápidamente erigidas también en otros países, pero la española fue la más poderosa de todas. Aun a los reyes de España mismos, aunque arbitrarios en todos los otros aspectos, les fue enseñado el temer a la Inquisición; y las crueldades que ellos ejercieron obligaron a multitudes, que diferían apenas en opinión de los católicos, a ocultar cuidadosamente sus sentimientos. Los Dominicos y Franciscanos fueron los más celosos de todos los monjes. A estos, por lo tanto, el Papa invistió con un derecho exclusivo de presidir sobre las diferentes cortes inquisitorias. Los frailes de estas órdenes fueron seleccionados de la escoria de la gente, por lo que no tenían muchos «problemas de conciencia» para con el trabajo que les tocaría hacer.
El Papa le dio a los inquisidores los poderes bastante extendidos, como jueces que representaban a su persona: se les permitía excomulgar o sentenciar a muerte a quien ellos pensaran más apropiado; ésto ante la menor información de herejía. Se les permitía publicar cruzadas contra lodos aquellos que ellos estimaran herejes y unirse con los príncipes soberanos para aprovechar sus fuerzas. Alrededor del año 1244 su poder fue aumentado por el Emperador Federico Segundo, quien se declaró protector de todos los inquisidores y publicó dos edictos crueles (todos los herejes deberían morir quemados; los que se arrepentían deberían ser puestos en prisión de por vida).
La historia está plagada de casos en que la crueldad y saña de los inquisidores cegaron la vida terrenal de miles por el solo hecho de leer la Biblia, no creer en el Papa como Sumo Pontífice, etcétera.
Juan Pontic, un protestante español, fue aprehendido por los inquisidores debido, principalmente, a su enorme riqueza y fue culpado de herejía. Bajo este cargo lodos sus efectos fueron confiscados para uso de los inquisidores y su cuerpo quemado hasta las cenizas. Juan Gonsalvo, un sacerdote que luego abrazó la religión reformada, fue atrapado por los inquisidores junto con su madre, hermano y dos hermanas. Condenados, fueron llevados a la ejecución mientras ellos cantaban parte del Salmo 106. A su llegada al lugar de ejecución fueron ordenados a decir el Credo, lo cual aceptaron, pero al llegar a «la santa iglesia católica», se les ordenó que le agregaran «de Roma». Ante las negativas repetidas, uno de los inquisidores dijo: «¡Pongan fin a sus vidas ya!». Los feroces ejecutores los estrangularon inmediatamente.
Cuatro mujeres protestantes fueron atrapadas en Sevilla y torturadas; luego se dio orden para que las ejecutaran. En el camino comenzaron a cantar salmos, pero los oficiales, pensando que las palabras de los salmos los acusaban a ellos, les pusieron mordazas para silenciarlas. Fueron quemadas y sus casas demolidas. Un director de escuela, protestante, llamado Ferdinando, fue aprehendido por orden de la Inquisición, por enseñarle a sus alumnos los principios del protestantismo. Después de ser severamente torturado fue llevado a las llamas.
Un católicorromano español, llamado Juliano, viajando a Alemania se convirtió a la religión protestante y se comprometió llevar a su propio país un gran número de Biblias, escondidas en barriles, y empaquetadas como vino Rhenish. Tuvo éxito en su empresa hasta que llegó el momento de distribuir las Biblias. Un falso protestante que había comprado una lo traicionó y relató el asunto ante la Inquisición. Juliano fue capturado y, usando medios extorsivos para descubrir a los otros compradores, fueron aprehendidas 800 personas. Fueron indiscriminadamente torturadas y sentenciadas a varios castigos. Juliano fue quemado junto a otros veinte, varios encarcelados de por vida y el resto azotados en público y enviados a las cárceles. Muy pocos fueron absueltos.
Una joven llamada María de Coccicao, que residía con su hermano en Lisboa, fue arrestada por los inquisidores y colocada en el potro (instrumento de tortura en que se tensionan las piernas y brazos). Los tormentos que sintió le hicieron confesar los cargos contra ella. Aflojaron las cuerdas y fue llevada de vuelta a su celda, donde permaneció hasta que hubo recobrado el uso de sus extremidades; fue entonces traída de vuelta ante el tribunal para que ratificara su confesión. Se negó absolutamente, diciéndoles que lo que había dicho le fue sacado a la fuerza. Los inquisidores ordenaron que fuera torturada otra vez y la debilidad de la naturaleza prevaleció y repitió su confesión anterior. Fue inmediatamente devuelta a su celda. Cuando fue presentada por tercera vez ante el tribunal le ordenaron que firmada su primera y segunda confesión. Respondió como antes, pero agregó: «Dos veces he dado lugar a la fragilidad de la carne, y quizás pueda, mientras sea torturada, ser lo suficientemente débil para caer otra vez; pero estén seguros de esto, si me torturan cien veces, apenas me liberen negaré lo que me fue sacado a través del dolor». Los inquisidores entonces ordenaron que la pusieran en el potro por tercera vez. Durante esta última prueba soportó los tormentos con la fortaleza mas extrema y no pudo ser persuadida de responder ninguna de las preguntas que le hicieron. A medida que su coraje y constancia aumentaron, los inquisidores, en vez de hacerla matar, la condenaron a ser azotada en las calles y al destierro por diez años.