por Marcos Rainsford
Padre Santo a los que me han dado, guárdalos con tu nombre, para que sean uno, así como nosotros Juan 17.11; En verdad, esta oración del Señor en Juan 17 es una expresión del «amor que sobrepasa todo entendimiento». Anticipándose a los sufrimientos y con la perspectiva inmediata de entrar en aquella gloria que tuvo con el Padre antes de que el mundo existiese.
Jesús piensa en los que va a dejar en el desierto de este mundo. En presencia de ellos parece decirle al Padre que esa gloria no será verdadera gloria a menos que los suyos estén guardados en el hueco de las manos de Dios. «¡Padre, guárdalos!».
Si llegara a surgir en nuestra mente una pregunta como, por ejemplo: «¿Por qué dejarlos en el mundo?, esa pregunta encontraría respuesta en esta misma oración del Salvador. Sin duda, era necesario. Y no sólo el hecho de que El se vaya, sino también era necesario que su pueblo permaneciera aquí un tiempo más. Aunque los dejó en un mundo de tentaciones, desilusiones y conflictos, donde las pruebas intentan quebrar el corazón y las tristezas que agobian al alma nos acosan por todas partes. Aquel en cuyas manos han sido encomendados «es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría» (Jd. 24).
Ese Padre Santo tiene suficiente poder, sabiduría y amor como para quitar a su pueblo del mundo si eso redundase para su gloria o si fuese para el verdadero bien de ellos. Observemos que el Señor no lo pide; ni siquiera lo desea. El dice: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal», (vs. 15).
En verdad, debió costarle mucho más al Señor Jesucristo dejar a los suyos en el mundo que lo que nos cuesta a nosotros permanecer aquí. Si es verdad que «el que os toca, toca a la niña de su ojo» (Zc. 2.8) y que «en toda angustia de ellos él fue angustiado» (Is. 63.9), entonces su sufrimiento es mayor que el nuestro.
Si es verdad que «no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo» (He. 4.15), entonces, lo que el apóstol Pablo dice acerca de sí mismo en Colosenses 1.24 es también verdad de cada miembro del cuerpo de Cristo aquí en el mundo. En tanto que estamos expuestos a pruebas y dificultades, estamos «cumpliendo en la carne lo que falta de las aflicciones de Cristo, por su cuerpo que es la iglesia».
Es a causa de la tremenda gracia y paciencia de Dios el que su pueblo haya sido dejado en el desierto. No es por otra cosa, y hay muchas lecciones que debemos aprender aquí todavía. Estas cosas son absolutamente necesarias y no pueden aprenderse en otro lugar.
- Hemos sido dejados aquí para aprender lo que somos. Es esta una lección que nos humilla, que debemos aprender día a día, hora tras hora. La indignidad, la debilidad del ego, la pobreza, o lo que es peor, la corrupción del ego forman parte nuestra. ¿Qué otro lugar más apropiado para aprender esto que el mundo?
- Hemos sido dejados aquí para aprender por experiencia práctica el vacío de la criatura. Tenemos nuestras esperanzas, afectos, deseos. Procuramos satisfacerlos y encontrar reposo para ellos en las criaturas que nos rodean y acompañan. hacemos el esfuerzo y quedamos desilusionados. Es bueno aprender que no hay lugar de reposo en toda la creación para nuestras pobres esperanzas y nuestros ingenuos corazones; no conocemos otra posición tan bien calculada para enseñarnos esto. Cuando la esperanza no encuentra reposo aprendemos a echar nuestra ancla sobre El, donde el amor, la ternura y la compasión de Cristo se experimenta con más nitidez y claridad en medio del agotamiento y las desilusiones del tiempo.
- Hemos sido dejados aquí para aprender acerca de la gloria de Cristo, la abundancia de su gracia, la constancia de su amor, la inagotable plenitud que tenemos en El para ayudamos. Cuando la criatura nos desilusiona aprendemos a mirar a Cristo para obtener reposo, y allí jamás seremos desilusionados. La gracia que hay en El se manifiesta y realza mucho más en contraste con el resto. Aquí aprendemos el valor de la sangre que limpia de todo pecado, que su poder se perfecciona en nuestra debilidad. ¡Qué bueno es si en ésta, nuestra capacitación terrenal nuestra carne es rebajada y el ego queda postrado en tanto que sólo Cristo es exaltado.
- Hemos sido dejados aquí para llegar a ser partícipes de Cristo y tener comunión con El en sus sufrimientos. Lo único que El puede compartir con nosotros aquí es el sufrimiento. No comparte nuestra incredulidad, desconfianza, corrupción o pecado sino nuestro sufrimiento y, más que nada, nuestro sufrimiento por amor de su Hombre. El mundo que le odió a El nos odia a nosotros y los principios del mundo que se oponen a El, se contraponen también a los nuestros. El fue extranjero aquí, y en la medida que sus hijos se asemejen a El, comprenderán que ellos también son extranjeros aquí. En este desierto El desciente y se acerca a nosotros en nuestras tristezas y tiene comunión en nuestros sufrimientos. Fue en este desierto donde El sufrió. Por eso se compadece profunda y tiernamente de sus miembros tentados. Es más, si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. (1 Pe. 4.14).
- Hemos sido dejados aquí para aprender el poder de Dios. Si no fuese por el tremendo poder de Dios, el mundo, la carne y el diablo nos vencerían pues están aliados en contra de nuestras almas; es el poder de Dios solamente el que nos guarda. No es por nuestro poder, fuerza o sabiduría sino por el brazo fuerte de Dios que nos rodea y nos guarda.
- Hemos sido dejados aquí para aprender Infidelidad de Dios. No hay otra lección más importante que podamos aprender en el desierto que esta: la fidelidad de nuestro Dios. Lo que El ha prometido lo cumplió y lo seguirá haciendo. El no cambia y no cambiara aunque nosotros cambiemos. Su amor por nosotros es constante y no hay variación como sucede en nosotros. El es «el mismo ayer, hoy y por siempre», nuestro Amigo fiel, nuestro Dios fiel.
- Hemos sido dejados aquí para aprender a confiar en su Palabra. En toda la gama de estados de ánimo (¿en qué otro lugar podemos imaginar una mayor variedad de estados de ánimo y sentimientos como en este triste mundo, dónde tanta desilusión, conflicto y tentación nos sobrevienen a menudo? ¿dónde tanta aflicción tan profunda?) y en todas las fases de nuestra necesidad estamos aquí para aprender a confiar en su Palabra a pesar de todo, a esperar en su Nombre, a vigilar, orar, luchar, pelear y por su gracia a vencer por medio de Aquel que nos amó.
¡Oh, Dios, Padre nuestro! enséñanos las lecciones del desierto; concédenos que las aprendamos bien, profundamente, sin perder ni una etapa de nuestra peregrinación ni desperdiciando ninguna lección práctica que debieran enseñamos los conflictos, dificultades y pruebas del camino. Guárdanos en el hueco de tu mano.
¡Guárdanos del mal! Pronto pasará para siempre el desierto y entonces tendremos vestiduras blancas, recibiremos palmas de victoria y la corona de vida. Por fin compartiremos el Trono de gloria. Procuremos alimentar nuestra fe, si es que la tenemos; y si no, que el Dios Todopoderoso produzca fe en nosotros al meditar en la oración de nuestro Señor «Padre Santo, ¡guárdalos!».