¿Qué sucede últimamente con la autoridad de Cristo en nuestras iglesias?
por A. W. Tozer
Este tema es carga en mi corazón. Y mientras que clamo por esto, tengo el presentimiento de que también es la carga del Espíritu Santo.
Como conozco a mi corazón, sé que es sólo amor lo que me motiva a escribir esto. Lo que hago no es el resultado de discusiones fraternales, agitado por el contender con mis compañeros cristianos. No he sido maltratado ni atacado, ni he discutido con ninguno. Mis relaciones con mi iglesia, así como con cristianos de otras denominaciones han sido muy buenas, amigables y agradables. Mi pesar es simplemente el resultado de una condición, la cual creo, prevalece casi universalmente en todas las iglesias.
Reconozco también que estoy muy envuelto en la situación que deploro. Como Esdras, en su poderosa oración de intercesión, me incluyo y digo yo también: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Cualquier palabra dura que yo escriba aquí debe caer también sobre mi cabeza. Yo también he sido culpable. Esto estoy escribiéndolo en la esperanza deque todos nos volvamos al Señor, nuestro Dios, y no pequemos más en su contra.
Déjenme establecer la causa de mi pesar. Es esta: Jesucristo casi no tiene hoy autoridad en los grupos que se llaman así mismos por su Nombre. Y no estoy haciendo referencia a los diferentes cultos cuasi cristianos, estoy hablando de las iglesias protestantes en general, incluyendo aquéllas que se proclaman fuertemente como descendientes espirituales de nuestro Señor y de sus apóstoles.
El tema de la autoridad de Cristo es una doctrina básica del Nuevo Testamento. Después de su resurrección, Jesús fue declarado por Dios Señor y Cristo; fue investido por el Padre de absoluto Señorío sobre la iglesia, la cual es su cuerpo. Toda autoridad es suya en los Cielos y en la Tierra. En el tiempo apropiado El la ejercerá a pleno, aunque durante este período en la historia permita que su autoridad sea desafiada o ignorada. Y justamente es ahora cuando está siendo desafiada por el mundo e ignorada por la iglesia.
EL REY REINA, PERO…
La posición actual de Cristo en las iglesias evangélicas puede ser comparada con la de un rey contemporáneo, con una monarquía constitucional parlamentaria como las que tienen varios países actualmente en que el rey reina pero no gobierna (España, Inglaterra, Suecia, Japón, etc.). El rey, a veces tan despersonalizado que hasta se lo llama la Corona, es en tales países no más que un elemento tradicional de reunión, un símbolo agradable de unidad y lealtad como una bandera o un himno nacional. El es aclamado y sustentado, pero su verdadera autoridad es mínima. Nominalmente es la cabeza sobre todos, pero en cada crisis es otro el que toma las decisiones. En las ocasiones formales aparece con su atavío real para entregar el sumiso y descolorido discurso que ha sido puesto en sus labios por los verdaderos gobernantes del país. Todo esto no es más que apariencia, está arraigado desde la antigüedad, es divertido y nadie quiere terminar con ello.
En las iglesias evangélicas, Cristo, en la actualidad, no es más que un querido símbolo. Aclamamos todos el poder del Nombre de Cristo, es el himno de las iglesias y la cruz nuestra bandera oficial, paro en los servicios semanales y en la conducta diaria es otro, no Cristo, quien toma las decisiones. En ocasiones especiales se permite que Cristo diga: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados, oNo se turbe vuestro corazón paro cuando termina de hablar, otro personaje toma posesión.
Aquellos que están en autoridad deciden las normas morales de la iglesia, así como todos los objetivos y métodos para conseguirlos. Como resultado de una gran y meticulosa organización le es posible hoy a un joven pastor recién salido del seminario, tener más autoridad en la iglesia que Cristo.
Y el tema no pasa solamente en que Jesucristo tenga o no autoridad, sino que, además, su influencia es cada vez menor. Algunos paralelos válidos podrían ser las influencias de San Martín para el Cono Sur, Bolívar para el norte de Sudamérica o Washington en EE.UU. Los honestos y valerosos libertadores son todavía líderes para estos países y sus niños son educados con su historia y sus máximas, pero ¿qué del control real y la influencia en los destinos de la nación? En la actualidad, y ante los hechos políticos presentes, el recurrir a sus dichos o máximas no es más que una verdadera burla.
El señorío de Cristo no está completamente olvidado entre los cristianos paro ha sido relegado al himnario, donde toda responsabilidad hacia El ha sido tranquilamente eximida en un brillo de agradable emoción religiosa. O tal vez, si es ensoñado en el aula como una teoría, raramente es aplicada a la vida práctica. La idea de que el Hombre Jesucristo tiene absoluta y terminante autoridad sobre la iglesia y sobre todos los miembros en detalle de sus vidas, simplemente no es aceptada como verdad en las filas y esferas de los cristianos evangélicos.
NUESTRO LABERINTO DIALECTICO
Para eludir el obedecer o rechazar la completa instrucción de nuestro Señor en el N.T., nos refugiamos en la interpretación liberal de las mismas. Casualmente, esto no es monopolio de la teología católica romana solamente. Nosotros, los evangélicos, también sabemos cómo eludir el punto agudo de la obediencia, mediante finas e intrincadas explicaciones. Estos no son otra cosa que trajes a medida para la carne. Excusan la desobediencia, animan a la carnalidad y hacen que la Palabra de Dios no tenga efecto la neutralizan. Y la esencia de todo esto es que simplemente Cristo no puede explicar lo que dijo. Sus enseñanzas son aceptadas teóricamente y sólo después de que han sido debilitadas por la interpretación.
El todavía es consultado por un creciente número de personas con problemas y buscado por aquellos que ansían la paz en sus mentes. El es sabiamente recomendado como una especie de siquiatra espiritual con poderes notables para enderezar a la gente, capaz de liberarlos de su complejo de culpa, y ayudarlos a eludir serios traumas síquicos mediante un suave y fácil ajuste a la sociedad ya sus propios intereses. Por supuesto, este Cristo no tiene relación con el Cristo dcl N.T. El verdadero Cristo es también Señor, pero este contemporáneo Cristo, siquiatra complaciente, es poco más que un sirviente de la gente.
A PALABRA Y EL TRABAJO PRACTICO
Pero supongo que debo ofrecer alguna prueba concreta para sostener mi acusación de que Cristo tiene poca o ninguna autoridad hoy, entre las iglesias. Bien, expondré algunas preguntas y permita que las respuestas sean la evidencia.
¿Con cuánta frecuencia encontramos un grupo de ancianos que consulta las palabras de nuestro Señor para decidir determinados problemas en discusión? Si usted ha tenido experiencia en una junta de iglesia, trate de recordar las veces que algún miembro de la junta leyó de las Escrituras para aclarar un punto, o cuando un pastor o presidente sugirió a los hermanos el buscar las instrucciones que el Señor tiene para ellos en una cuestión particular. Las reuniones de junta son habitualmente comenzadas con una oración formal o un tiempo de oración; después se lee un pasaje bíblico. A renglón seguido, la Cabeza de la Iglesia permanece respetuosamente en silencio mientras los verdaderos gobernantes se apoderan de la reunión. A cualquiera que niegue esto, que traiga evidencias para refutarlo. Por mi parte, estaría muy contento de escucharlo.
En muchísimos grupos dc maestros o escuela dominical, los planes, normas, operaciones y nuevas técnicas metodológicas absorben todo su tiempo y atención. La oración antes de la reunión es para que la (divina ayuda encauce sus planes y la idea de que el Señor debe tener algunas instrucciones para ellos, generalmente no entra en sus mentes.
¿Quién recuerda a algún presidente de Comisión de Conferencias que trajo su Biblia con el propósito de usarla activamente en la elección de temas? Minutos, órdenes del día, reglamentos, reglas de orden, todo eso sí. Los Sacros Mandamientos dcl Señor, no; sólo una mención tradicional al comienzo. Una absoluta dicotomía existe entre el período devocional y la reunión propiamente dicha. La primera parte no tiene relación con la segunda, sólo alguna mención esporádica para apoyar alguna idea propia.
¿Cómo resuelven sus negocios las juntas misioneras? Podrán orar toda la noche para que Dios conceda éxito a sus empresas, pero Cristo es (deseado como su ayudador y no como su Señor. Los recursos humanos son planeados para alcanzar metas que se creen deben ser (divinas. Estos luego caen en política y burocracia, y después de eso el Señor no tiene ni siquiera un voto.
LA REUNION Y EL ESTUDIO
En la conducción de nuestras reuniones dc alabanza, ¿dónde se puede encontrar la autoridad de Cristo? La verdad es que hoy raramente el Señor controla el culto, y la influencia que El ejerce es mínima. Cantamos de El, y predicamos de El, pero no (debe interferir. Adorarnos a nuestra manera y esto debe ser correcto porque siempre lo hemos hecho así, como las otras iglesias de nuestra denominación.
¿Qué porcentaje de cristianos, al enfrentar un problema de moral, se dirige al Sermón del Monte o a otra escritura del N.T. para encontrar una respuesta con autoridad? ¿Quién permite que las palabras de Cristo sean las definitivas en cuanto al dar, al control de la natalidad, la educación de la familia, a hábitos personales, a diezmar, al entretenimiento, a la compra y venta, y otros temas tan importantes?
¿Qué escuela de teología puede continuar si quiere que Cristo sea Señor de cada plan de estudio? Deben haber algunas (;y espero que las haya!) pero creo estar en lo cierto cuando digo que la mayoría de esas escuelas, para continuar, están forzadas a adoptar ciertos procedimientos que no tienen asidero bíblico y que ellos llaman enseñar.
Así tenemos esta extraña anomalía: la autoridad de Cristo es ignorada para mantener una escuela que enseña, entre otras cosas, la autoridad de Cristo.
RAZONES
Los causantes de la debilitación de la autoridad de nuestro Señor, son muchos, pero nombraré sólo dos.
Uno es el poder de las costumbres, antecedentes y tradiciones enraizadas en los viejos grupos religiosos. Semejante gravitación afecta cada área de la práctica religiosa en estos grupos, ejerciendo una firme y constante presión. Por supuesto, esa presión tiende a (dirigirse hacia el conformismo del status quo. No Cristo, poro sí las costumbres, señorean esta situación. Las mismas cosas se han establecido en grupos tales como los tabernáculos llenos del evangelio, las iglesias de santidad, los pentecostales, las iglesias fundamentalistas y las muchas iglesias independientes y sin denominación que se encuentran por todo el continente.
La otra causa es la instauración del intelectualoidismo entre los evangélicos. Esta, si entiendo la situación correctamente, no es sed de aprender sino sed de reputación por lo aprendido. Y muchos buenos hombres están siendo colocados en la posición de colaboradores del enemigo. Lo explico.
Nuestra fe evangélica (la verdadera fe de Cristo y sus apóstoles, una vez dada a los santos) está siendo atacada en estos días desde muy diferentes posiciones. En el mundo occidental, el enemigo ha renegado de la violencia corporal, física. No nos ataca ya con la espada y los palos sino con la sonrisa y trayendo regalos. Eleva sus ojos al cielo y jura que él también cree en la fe de nuestros padres, pero su real propósito es destruirla o por lo menos, modificarla de tal manera que ya no sea la sobrenatural y contracultural fe que fue. Viene en el nombre de la filosofía o sicología o antropología, y con suaves razonamientos nos impele a que pensemos nuestra histórica posición, que reconsideremos sensatamente para ser menos rígidos, más tolerantes, más públicamente conocidos.
Este mimetizado enemigo habla en la sacra jerga de los seminarios y muchos de nuestros eruditos corren a adularlo. El arroja licencias académicas a los trepadores hijos de profeta, como el rico acostumbraba a arrojar migajas a Lázaro. Muchos evangélicos, quienes con alguna justificación han sido acusados de falta de una verdadera erudición, ahora intentan asir tales símbolos que dan status. Cuando llegan ya casi no creen. Su fe ha cambiado tanto que el glorioso e inicial evangelio en que creían ahora es una maraña de ideas. Caminan contemplativos con una escéptica incredulidad, con un por poco me persuades en su actitud general.
Para el verdadero cristiano, la única y suprema prueba para el mérito de cada cosa religiosa deberá ser ¿qué lugar ocupa nuestro Señor en ella? ¿Es El el Señor o un mero sagrado y venerado símbolo? ¿Está El a cargo del proyecto o es simplemente uno más en la tripulación? ¿Decide sobre las cosas o sólo ayuda a encauzar los planes de otros? Toda actividad religiosa, desde la simple obra de un cristiano hasta las costosas y poderosas empresas dc toda una denominación, debe ser probada por la respuesta a la pregunta: ¿Es Cristo el Señor de esta obra?
Que nuestras obras prueben ser madera, heno u hojarasca, u oro y plata y piedras preciosas en aquel gran día, dependerá de que demos una correcta respuesta a estas preguntas.
¿Qué haremos, entonces? Cada uno debe decidir y hay, por lo menos, tres opciones: Una es levantarse indignado y acusarme por este artículo. Otra es asentir con lo que está escrito, pero considerar que, de hecho, hay excepciones y que usted está entre ellas. La última es ir en sumisa humildad y confesar que hemos entristecido al Espíritu y deshonrado a nuestro Señor.
Tanto la primera como la segunda, confirmarán el error. La tercera, si es aplicada hasta su final, podrá cambiar el curso. La decisión descansa en nosotros.