Lavándose las manos
por Enrique Zapata
El automóvil que estaba delante del mío retrocedía hacia mí, Yo estaba completamente quieto, esperando que la luz del semáforo cambiara. Como estábamos parados en una leve pendiente, el automóvil seguía deslizándose hacia mí, y aunque hice sonar la bocina preventivamente, sentí un ruido: el ruido del vidrio de mi faro delantero. Segundos más tarde, el semáforo puso su luz verde y el otro vehículo aceleró, siguiendo como si nada hubiera pasado. Lo seguí hasta que en el próximo semáforo pude hablar con su conductor.
-Señor, usted rompió el faro-, le dije.
Entonces, en tono vago, me dijo:
-Le doy el teléfono de mi compañía de seguros. Vaya y hable con ellos, ¿Acaso piensa que yo le voy a pagar algo?-.
Y así se lavó las manos.
La compañía de seguros proveyó un escapismo mental para él pero, en la práctica, no resuelve el problema de mi faro. Ahora me encontraba con una luz menos, a riesgo de que un agente de policía me llamara la atención, con la necesidad de gastar de mi dinero para arreglar la rotura o gastar de mi tiempo para ir a la compañía de seguros de este señor y previamente pasar por la estación policial a hacer la denuncia, sin la cual el seguro no funciona. Y todo porque en la esquina del semáforo, mientras esperábamos la luz verde, un señor no quiso mantener frenado su vehículo.
Sólo unos días antes había estado pensando escribir una carta al diario que leo todos los días, refiriéndome a la irresponsabilidad y la injusticia que devienen por un concepto incorrecto de responsabilidad.
La responsabilidad. ¡Qué virtud! ¡Qué bendición encontramos con hombres responsables, que cumplen su palabra, y que uno no tiene que andar corriendo detrás de ellos! A la misma vez, ¡cuánto dolor y dificultades son causados por la irresponsabilidad!
La responsabilidad es una moneda de dos caras: el cumplir correcta y debidamente y el asumir la responsabilidad por mis pensamientos y actos, así como también las consecuencias. La mayoría tiene problemas en las dos áreas: prometen y no cumplen, y cuando se equivocan no quieren pagar o arreglar las consecuencias,
Los cristianos debemos ser los primeros en asumir responsabilidad. Recuerdo cierta vez que mi mecánico tardó tiempo extra en arreglar mi automóvil. Cuando le pregunté qué le había pasado, me contó que después de haber puesto una pieza nueva en cierto lugar, la rompió por accidente, Tuvo que desarmar todo y cambiar pieza, contándole tiempo como también dinero. Enseguida pensé en lo que significaría en la cuenta total del arreglo, sin embargo, cuando termino su trabajo, no me cobró ni un centavo de más y me dijo: fue mi culpa.
Por años he conseguido trabajo para muchos cristianos que me han compartido su necesidad, pero ahora me cuesta recomendar a hermanos debido a las tantas situaciones en que no han cumplido. En esta misma semana dos personas me reclamaron por trabajos que un creyente que recomendó debería haber terminado hace ya un año. En aquel entonces me preguntaron a mí, como pastor, si lo recomendaría para ese trabajo. Lamentablemente dije que si. El quedó mal en su testimonio y yo en la recomendación.
El salmo 15 (vers.4) declara la verdad de cumplir la palabra aunque me sea difícil: el que cumple sus promesas aunque vaya mal (versión popular). El cristiano no debe ser un hombre de conveniencia a la oportunidad sino de cumplir su palabra. Mi palabra debe valer, ser una garantía aun cuando me cueste cumplirla. Para eso debemos pensar antes de hablar. Como Jesús dijo, que nuestro si sea si y nuestro no, no. Si nos hemos ir rápido, como dice Proverbios, a pedir que la persona nos suelte de nuestra responsabilidad. Sin embargo, es la persona quien tiene que soltarnos de la responsabilidad y no nosotros. Hay quienes, cuando han hecho mal o dañado algo, piensan que por el solo hecho de pedir perdón todo está resuelto. Necesitamos practicar y enseñar que somos responsables delante de Dios para vivir correctamente, en obediencia a la Palabra. Y cuando nos hemos equivocado, somos responsables de resolver la situación. Parte del sed perfectos es hacer lo perfecto. Sé que por ser pecador no voy a hacer todo en forma perfecta, pero cuando me doy cuenta, necesito cambiar lo imperfecto por lo correcto. Aprender a cumplir y a terminar con nosotros deberes. ¡Y creo que el resultado será que muchos más se darán cuenta de que somos hijos de un Padre perfecto! ¡Adelante!
Apuntes Pastorales, Volumen VII número 2