por Osvaldo L. Conde
Existe una dicotomía entre si el pastor evangélico debe ser pastor-hermano o pastor-padre. Dicha dicotomía produce un desgaste vocacional y psicológico que indudablemente afecta, de manera negativa, al ministerio pastoral. El artículo nos provee una reflexión sobre las capacidades potenciales del modelo pastor-hermano, y las frustraciones propias de la posición paternalista.
La iglesia Libre y la Reforma Protestante, no solamente presentan alternativas doctrinales diferentes a las del catolicismo, sino que han incorporado un tipo de líder distinto. Como dijo Flügel: La fe cristiana tal como nos es comunicada por las enseñanzas de Cristo es una fe fraternal y no paternalista. (The Psicoanalyst of the Family, pág. 44).
El rol del pastor evangélico o protestante no sólo difiere del rol del sacerdote católico en el plano religioso, sino aun en el secular. Muy a menudo se dice que el líder de nuestra época debería parecerse a un superhombre nietzcheano, que superara en mucho a sus semejantes.
El interrogante que como pastor me hago (y creo que no estoy solo en esta duda) es: En la práctica, ¿a cuál modelo de liderazgo adhiero: al fraternal o al paternalista? Sospecho, fundamentándome en la experiencia personal que no son pocas las oportunidades en que a pesar de que acepto teóricamente la idea de ser pastor-hermano funciono como pastor-padre. Dicha dicotomía produce un desgaste vocacional y psicológico que indudablemente afecta, de manera negativa, al ministerio pastoral.
El motivo de la presente nota es el de reflexionar junto a mis colegas sobre las capacidades potenciales del pastor-hermano, y las frustraciones propias de la posición paternalista.
El error del paternalismo según la óptica del Nuevo Testamento
El pastor cumple el papel de padre en la relación con sus propios hijos en su hogar y no en la relación con sus feligreses (Wayne E. Oates, en su artículo El consejero pastoral protestante). Precisamente, el pastor que asume su función de padre dentro del seno hogareño, dando muestras de gobernar bien su casa, realiza con ello un testimonio mucho más elocuente que el de muchos sermones sobre vida familiar. El que ame a su esposa hasta dar la vida por ella y no provoque a ira a sus hijos es la vivencia bíblica que sus feligreses necesitan observar para seguir su ejemplo. Pues si hay un aspecto que es propio del ministerio, es el de ser ejemplo a los demás (1 Pe. 5.3).
La crisis se presenta cuando esa autoridad paterna trasciende los límites familiares y se pretende imponer en ámbitos grupales como, por ejemplo, la iglesia. Allí aparece el paternalismo, que crea una relación vertical o de dependencia, a todas luces opuesta a la relación de hermanos indicada por la Palabra de Dios.
Si tenemos que elegir un vocablo para definir el error del paternalismo, este bien podría ser invulnerabilidad. La invulnerabilidad deriva de la antigua, y muy deteriorada, necesidad del hombre de mitificar el liderazgo, y así colocar al líder en una región en la que nadie lo pueda alcanzar, de modo que nadie pueda llegar a ser semejante a él. O sea que el verdadero propósito de todo líder paternalista (o superhombre) es ni más ni menos que el triunfalismo. Lo más difícil de sobrellevar en ese sentido para el propio líder (en este caso el pastor), es que los demás han sido imbuidos de los falsos conceptos ya expuestos y lo empujan hacia esa incómoda posición. Hacia un exitismo del que dependerá para siempre. Su objetivo será siempre el arrancar aplausos fáciles y no el objetivo válido de involucrarse en los dolores y frustraciones de sus hermanos.
Jesús, el príncipe de los pastores, fue vulnerable. Pidió agua cuando tuvo sed, pan cuando tuvo hambre, reclamó un reposo digno y durmió en la barca de sus discípulos. Lloró, en Getsemaní y frente a la tumba de su amigo Lázaro. Les dijo a los suyos que ya no los llamaría siervos sino amigos. Cuando se refirió al ministerio de los fariseos y los escribas, lo definió en los siguientes términos: atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres; pero sin embargo, ellos no están dispuestos a moverlas ni con un dedo. Para recomendar como conclusión a sus discípulos: Y no llaméis a nadie vuestro Padre en la tierra; porque Uno es vuestro Padre, el que está en los cielos (Mt. 23.4-9).
El apóstol Pedro, que no sólo fue un receptor especial de las palabras de Jesús, sino que además recibió personalmente del Maestro la tarea de cuidar la grey de Dios, se dirige así a los líderes cristianos en la diáspora: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente, no por ganancias deshonestas, sino con ánimo pronto, no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey (1 Pe. 5.2-3). Evidentemente, el Nuevo Testamento se opone a todo triunfalismo, a todo enseñoreamiento que intente convertir a los demás en meros objetos y no respete su condición de personas coiguales al líder cristiano.
El pastor-hermano
El pastor-hermano participa de la vida de sus feligreses como un hombre-hermano, actitud mucho más compleja y difícil que la paternalista. Se trata de guiar, sin imponer; de proteger, sin asfixiar; de acompañar, sin pisar; de limitar, sin invadir. Actuar de esa forma implica un compromiso y un amor fraternal mucho más amplio que el de la imposición o la cohesión.
¿Cómo advertir con claridad la diferencia entre lo fraternal y lo paternal? Existen dos elementos de medición que, por sus respectivas cualidades de inalterabilidad, pueden ayudarnos a tal clarificación. Uno de ellos es el tiempo y el otro, el espacio.
El factor tiempo indica que mientras la relación padre-hijo establece generaciones distintas, la relación fraternal ubica a los hermanos en el mismo plano generacional. Esto significa que mientras el padre vive de su experiencia, el hijo lo hace por el crecimiento. Para decirlo más sencillamente, mientras el padre vuelve, el hijo va; las expectativas de ambos no sólo son diferentes, están contrapuestas.
Por su lado, el factor espacio indica que el padre y el hijo sostienen un presente diferente. Por ejemplo: Para el padre, el gobierno del hogar es un asunto de pura actualidad, mientras que para el hijo su hogar está en el futuro. Mientras que el padre es consciente de que su futuro no será muy distinto del presente, el hijo se siente exactamente al revés.
Si utilizamos el medidor espacio para la relación entre hermanos, vamos a captar de inmediato que ellos tienen un pasado, un presente y un futuro que los identifica. Es el mismo. Provienen de la misma situación económica, cultural y social; son comprendidos por la misma historia. En cuanto a las expectativas, pueden diferir en lo personal, pero no en lo general: el peligro de una guerra de las galaxias, el fenómeno de la ruptura ecológica, las opciones políticas, las modas, afectarán a los hermanos por igual. Además, sus respectivas historias, por más individuales que parezcan, acabarán por interrelacionarse, ya sea para bien o para mal. Pero tienen el mismo camino por recorrer.
La relación fraternal llevada a la esfera de la iglesia supone la creación de relaciones duraderas. Toda persona que ingrese a una congregación local, tiene todo el derecho de pretender este tipo de relación interpersonal. El Señor los llama a la salvación individual, pero a la vez los llama a formar parte del cuerpo de Cristo, a funcionar como un miembro más; ni inferior ni superior a los otros. Ni más, ni menos necesario que sus hermanos. Y uno de esos hermanos es el pastor.
El pastor-hermano enfrentará la tarea nada fácil de, esencialmente, amar a los demás, y al mismo tiempo no adherirse a ellos de forma sobreprotectora. Deberá conocer las flaquezas de sus hermanos sin despreciarlas ni temerlas. Actuando de este modo, surgirá la admiración de los otros. Allí se presentará la tentación de usufructuar esta admiración para provecho propio.
El pastor-hermano se pone a la vanguardia de la grey, su labor es la de un guía, no la de un arriero. Se le ha otorgado el don de indicar cómo se llega en forma segura a la cumbre. El verdadero pastor-hermano no se preocupa tanto de cuántos lo siguen, sino de avanzar en la dirección correcta. No vivirá su propia humanidad como una justificación permanente de sus posibles errores, pero llegado el momento, sabrá confesar y compartir esos errores humanos propios de su ser.Los patriarcas y los superhombres fracasaron. Así lo demostraron en la vida política hombres como Stalin, Chiang-KaiShek, Sygman Rhee y tantos otros. Una gran mayoría de cristianos católicos jamás acepta al cura como padre, unos lo rechazan literalmente, y otros lo hacen en la concepción íntima. El consejo, la sugerencia, la idea que proviene desde arriba no tiene el encanto persuasivo de la que se emite desde al lado. Jesús prefirió despojarse a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Fil. 2.6). Jesús, el primogénito de muchos hermanos (Rom. 8.29), se hizo uno con nosotros, y desde ese plano nos acompaña hasta el fin de los tiempos.
Decíamos al principio de este artículo que algunos de los pastores de hoy incursionamos más de una vez en la figura fácil del paternalismo. Ingresando más a fondo en la cuestión, me pregunto: ¿Hasta qué punto la iglesia misma no colabora con ese error? En distintas instituciones dedicadas a la preparación de futuros ministros se suele escuchar: Aquí tenemos lo mejor de las iglesias. Este preconcepto se estimula y acrecienta en los sucesivos años que el aspirante a pastor dedica a su preparación teológica. Cuando finalmente llega a la congregación designada, no ve al paternalismo como una opción lejana a su tarea. A él (el nuevo pastor) le dijeron que era bueno, que era el mejor. Muchos de los feligreses de su nueva iglesia también opinan así. ¿Cómo sustraerse a una posición tan tentadora?
Desde la perspectiva bíblica, además de lo ya dicho, el joven pastor encontrará en la Primera Carta de Pablo a Timoteo, consejos de este tenor: No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza (1 Tim. 5.1-2). Creemos firmemente que si así encaramos desde el principio nuestro rol pastoral, no sufriremos los inútiles desgastes del paternalismo en el futuro.
Desde la perspectiva secular, la honestidad con nosotros mismos jugará un papel básico: ¿Buscamos nuestro propio status quo, o la bendición de los demás? ¿Está en juego nuestra fama, o la vida de aquellos a quienes fuimos llamados a pastorear ?
Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Osvaldo L. Conde es pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Martínez, Buenos Aires, Argentina.
Apuntes Pastorales
Marzo Mayo / 1986
Vol. III, N° 5 y 6
Edición especial