Urgencia y Lealtad

por Billy Graham

En nuestra proclamación del evangelio, reconocemos la urgencia de lanzar un llamamiento a todos para que tomen la decisión de seguir a Jesucristo como Señor y Salvador, y para que lo hagan así con amor y sin coacciones ni manipulaciones de ninguna clase.

En 1983 la Asociación Evangelística Billy Graham organizó el encuentro de evangelistas más grande que alguna vez la historia haya conocido. Más de 4.000 hombres comprometidos con la proclamación del evangelio se reunieron en Amsterdam, Holanda. Al final del Congreso, en una emotiva y profunda sesión, todos los presentes se comprometieron en quince afirmaciones referentes a la concepción del ministerio evangelístico. A cada una de las quince afirmaciones leídas por Graham, los congresales respondían con un “¡Lo afirmo!”.


Por cortesía especial de la asociación mencionada, Apuntes Pastorales ofrece una de estas afirmaciones, con un pertinente comentario del Dr. Billy Graham.



Leí públicamente la afirmación que sigue:



En nuestra proclamación del evangelio, reconocemos la urgencia de lanzar un llamamiento a todos para que tomen la decisión de seguir a Jesucristo como Señor y Salvador, y para que lo hagan así con amor y sin coacciones ni manipulaciones de ninguna clase.



La respuesta fue:



Lo afirmo.



Cada vez que lanzo una invitación, estoy en actitud de oración –porque sé que la situación depende totalmente de Dios. A propósito, éste es el momento, en una reunión, en que me siento agotado emotiva, física y espiritualmente. Esta es la parte del servicio evangelístico que con frecuencia me fatiga profundamente en todos los aspectos. Creo que una de las razones para ello es la poderosa batalla espiritual que tiene lugar en los corazones de tantas personas a la vez. Llega a ser una lucha espiritual de tal magnitud que, a veces, me siento desfallecido. Siento una angustia y una agonía interna en la oración que no puedo expresar con palabras. Estoy seguro de que todos los verdaderos evangelistas sienten lo mismo.


La urgencia es otro ingrediente de este aspecto del ministerio del evangelista. Por supuesto, siempre que oramos, nuestros mensajes contienen un sentimiento de urgencia que llega a su punto culminante en el momento de lanzar la invitación. La urgencia que siento en esos momentos es compulsiva. Sé que es posible que haya muchas personas que, si se van sin entregarse a Cristo en ese momento, puede ser que no vuelvan a tener una oportunidad similar para hacerlo. Cuando he terminado el llamamiento a tomar una decisión por Cristo y muchos están respondiendo a él, sigo teniendo una sensación continua de urgencia por los que se retienen. He tenido la misma sensación de apremio al hablar de Cristo con algún individuo en un avión o una oficina. La urgencia es una parte indispensable del trabajo de un evangelista.


El apremio al invitar a las personas a tomar una decisión se basa en tres motivos de preocupación.



Decisión y destino



En primer lugar, Jesús enseñó que hay un destino eterno para cada individuo: el cielo o el infierno (Jn. 5.25-29). El destino eterno de cada persona depende de una decisión hecha durante su vida (Lc. 16.19-31) –a la que debe seguir una vida de obediencia. No se puede aceptar a Cristo después de la muerte. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio” (Heb. 9.27).



¿Y mañana qué?



En segundo lugar, no tenemos ninguna seguridad de que seguiremos vivos el día de mañana. (Pr. 27.1). El evangelio tiene urgencia porque la vida puede concluir en cualquier instante. Alguien a quien le hablamos puede no tener otra oportunidad de escuchar el evangelio y entregarse a Cristo. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6.2).



Demora que endurece



En tercer lugar, una decisión demorada puede dar como resultado un corazón que se endurece ante el llamamiento del Espíritu de Dios. La Biblia nos advierte que no debemos endurecernos “por el engaño del pecado” (Heb. 3.13). Y también amonesta diciendo: “El hombre que, reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado y no habrá para él medicina.” (Pr. 29.1). Por consiguiente, el mensaje evangelístico contiene siempre una nota de urgencia que está basada en las enseñanzas de las escrituras.



EL PORQUÉ DE LA URGENCIA



Esta urgencia se expresa en el llamamiento que lanza el evangelista a todos los que escuchan el evangelio. Y el llamamiento forma parte integrante de la responsabilidad del evangelista, que no se limita a predicar la verdad, sino que, además, la proclama con la intención de que algunos de sus oyentes respondan en forma positiva al mensaje del evangelio. Por supuesto, este último se debe comunicar en forma sencilla y comprensible, aclarando lo que está en juego y mostrando con nitidez la necesidad de una respuesta –positiva o negativa–. En ese punto, el evangelista depende del poder de las escrituras y el ministerio del Espíritu Santo al actuar en los corazones de todos los que escuchan, mediante el mensaje.


Aún cuando el evangelista es esencialmente un cosechador, Dios puede utilizar su mensaje en otra forma. Puede ser la preparación de algunos corazones para una respuesta positiva ulterior –una siembra de la semilla del evangelio. En el caso de otros, puede ser un riesgo de esa semilla para conducir a la decisión. Dios es soberano y no podemos dictarle por qué etapas puede decidir hacer que pase un individuo llegar a la fe salvadora. Pablo escribió: “Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Co. 3.6-7).



LA INVITACIÓN Y LA BIBLIA



La invitación a la decisión es bíblica. Se encuentra repetidamente en las escrituras. Comienza con el llamamiento de Dios a Adán y Eva (Gen. 3), cuando se escondieron de El, debido a su pecado. Concluye en el llamamiento hecho por el Espíritu de Dios por medio de sus testigos y evangelistas. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22.17).


La palabra de Dios es una invitación repetida a la humanidad perdida para que regrese a El.


Moisés lanzó una invitación, cuando dijo: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo” (Ex. 32.26).


Josué hizo un llamamiento a Israel para que tomara una decisión definitiva. “Escogeos hoy a quién sirváis” (Jo. 24.15). Cuando las personas dijeron que decidían volverse a Dios y servirle, Josué lo puso por escrito e hizo que se erigiera una gran piedra como testimonio de su decisión.


Elías se enfrentó a los falsos profetas de Baal y la incredulidad del pueblo en el Monte Carmelo. En 1 Re. 18.21 leemos que retó al pueblo, diciendo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos. Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. A lo largo de todas las escrituras, Dios les presenta a las personas una elección. En 1 Re. 18.30 leemos que Elías lanzó su invitación: “Entonces dijo Elías a todo el pueblo: Acercaos a mí. Y todo el pueblo se le acercó.” Cuando Dios consumió milagrosamente el sacrificio sobre el altar, el pueblo respondió: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios” (1 Re. 18.39).


Isaías describe el llamamiento de Dios a Judá: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta” (Is. 1.18).


El mismo profeta invita a todos los sedientos a “venir a las aguas” y “buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Is. 55.1,6).


Juan el Bautista predicó en el desierto y acudieron multitudes a escucharle, respondiendo a su llamamiento al arrepentimiento.


Jesús les dijo a Pedro y Andrés: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4.19).


En Pentecostés, Pedro llamó al pueblo al arrepentimiento (Hch. 2.38) y le respondieron tres mil (alguien debió contarlos).


El Apóstol Pablo les escribió tanto a los judíos como a los gentiles: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro. 10.13). Y a la iglesia de Corinto le escribió: “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Co. 5.11). La palabra “persuadir” en griego es muy fuerte, lleva aparejada la idea de “firme convencimiento”.



PERSUADIR NO ES COACCIONAR



Sin embargo, debemos tener cuidado de que la coacción no forme parte de esa persuasión. Algunos evangelistas bien intencionados pueden abusar del llamamiento urgente de la Biblia. Las personalidades con un don tienen capacidad para excitar las emociones y manipular a las personas. Otros pueden utilizar medios dudosos, tales como amenazas, tácticas de fomento del miedo y presiones psicológicas para producir “convertidos”, o bien, sentirse tan ansiosos por las cifras que amplían la invitación para incluir a personas con cualquier problema. En algunos países he descubierto que podría hacer que todos los oyentes pasaran al frente si no conociera sus antecedentes culturales y religiosos. Se limitarían a aceptar a Jesús para añadirlo a los muchos otros dioses que tienen. Debemos ser muy específicos. Creo que, para poder ser fieles al evangelio, las invitaciones deben ser claras y directas. Pablo dijo: “Nosotros… renunciamos a todo lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Co. 4.1-2). Nunca les pido a las personas que levanten sus manos, para pedirles a continuación el paso tradicional de salir al frente. Por el contrario, hago un llamado directo y sin complicaciones de testimonio público y entrega.


Hemos escuchado toda clase de “explicaciones” sobre las razones por las que las personas salen al frente en nuestras cruzadas. En Londres, un periodista pretendió que era el efecto emotivo de la música (el himno “Tal como soy”) el que hacía que la gente acudiera al frente. Así, pues, algunas noches dejamos de tener música al lanzar la invitación. Hubo todavía más personas que salieron al frente en medio del respetuoso silencio en el enorme auditorio. ¡Después de la primera noche en que suprimimos la música, un periodista declaró que era el “silencio emotivo” el que hacía que la gente avanzara al frente! Naturalmente, ese periodista no sabía gran cosa sobre la obra del Espíritu Santo.


Estoy convencido de que una invitación con mucha presión no puede ser del Espíritu Santo de Dios. Por esos métodos, podemos ser culpables de darles a las personas una falsa seguridad de salvación. Eso es desviarlos del camino y dejarlos en peor situación que la que tenían antes. Asimismo, podemos generar un gran resentimiento contra el evangelio.



HACER DISCÍPULOS DE CRISTO



Finalmente, hay hombres con gran carisma y una personalidad tan agradable que inducen a las personas a seguirles, en lugar de hacer que sigan a Cristo. Algunos que comenzaron a actuar como siervos de Cristo se han visto desviados de su camino recto por sus propios egos. Jesús nunca nos pidió que hiciéramos discípulos de nosotros mismos, ni siquiera de nuestra iglesia o denominación, por buenas que estas últimas puedan ser. Juan el Bautista declaró, refiriéndose a Jesús: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3.30). La persona más utilizada por Dios es la que ha aprendido el secreto de permanecer a la sombra de la cruz, señalando hacia Cristo, en lugar de hacerlo hacia ella misma.


Se nos manda que hagamos discípulos, que los conduzcamos a la misma relación directa con Cristo que tuvieron los que dejaron sus redes y sus botes de pesca para convertirse en “pescadores de hombres”. Cuando vamos a una ciudad para una cruzada, reconozco que hay centenares de personas que han participado en las oraciones y los preparativos para la campaña. Por ende, como evangelista, no puedo apropiarme los resultados. Es la obra de personas utilizadas por el Espíritu Santo en diferentes tareas. Es un trabajo de equipo. Por ejemplo, en todos los trabajos que hacemos, tengo un grupo de personas conmigo. Jesús los envió de dos en dos. Eran equipos de personas. Ninguno de ellos podía atribuirse el éxito. Aunque gran parte de la publicidad puede utilizar mi nombre, y con frecuencia me molesto por ello, reconozco que en nuestros días, de conformidad con la publicidad moderna, es algo que se tiene que hacer. Pero Billy Graham no gana a las personas para Cristo. Casi todos los que acuden a Cristo lo hacen como resultado de muchos factores en sus vidas. Cuando vayamos al cielo, podremos sorprendernos por los diferentes modos en que se contarán y atribuirán las almas, de modos distintos a cómo lo solemos hacer en la tierra. El evangelista es extremadamente importante; pero lo son igualmente quienes lo respaldan, rodean y ayudan.


El trabajo del evangelismo se podría comparar a los eslabones de una cadena. Ninguno de ellos es más importante que los demás. Ni siquiera el último eslabón puede considerarse como más importante que el primero. A fin de cuentas sólo Dios salva; pero no sin los eslabones de la cadena de testimonios, oraciones y fe. Dentro de su majestad infinita, el Señor escogió actuar de este modo. Es muy hermoso poder decir, junto con el gran apóstol: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios” (1 Co. 3.9).



Apuntes Pastorales


Diciembre 1985 – Febrero 1986


Vol. III, número 4