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«Jaque» a la salud del ministro

«Jaque» a la salud del ministro

por James L. Johnson

Dios no ha prometido inmunidad al que se causa daños físicos y mentales en pro del Reino. El ministro que descuida su salud no queda excepto de enfermedades. De su propia experiencia, y debido a la enfermedad del corazón que sufrió, el autor nos comparte esta interesante reflexión…

No soy médico, pero los médicos me conocen muy bien, y yo los he llegado a apreciar más que nunca. Hoy estoy dándome cuenta de lo que me he causado durante mi vida como pastor, misionero, hombre de negocios cristianos y escritor. Hace más de un año, una operación de corazón abierto (un by-pass cuádruple durante el cual morí dos veces) lo comprobó una vez para siempre: Dios no es el autor del abuso físico y mental que nos causamos por el bien del Reino.


Cuando Nietzsche dijo que «una vida sedentaria es un verdadero pecado contra el Espíritu Santo», el expresó la razón por la cual los ministerios y escritores son el máximo riesgo para las compañías de seguros. Ambas profesiones involucran demasiados límites de tiempo y demasiado estar sentados (aconsejando, investigando, escribiendo sermones, o lo que quiera), lo cual crea calor continuo en el sistema arterial.


Mi propia complicada operación de corazón en marzo de 1978 a la edad de 50 años dejó pocas dudas de cuánto yo me había ocasionado. Había pastoreado durante seis años, misionero durante otros tres, enseñado periodismo en la facultad y escrito libros. Nadie dijo que tuviera que hacerlo todo al mismo tiempo, pero el ministerio es a menudo un galope frenético para mantenerse al día con las demandas de la gente, programas, horarios, compromisos para charlas, y las necesidades de la familia, sumado a todo lo demás.


Cuando finalmente me estrellé en lo mejor de mi vida, me enfrenté a un duro y largo camino de regreso. No es que haya operaciones de corazón simples, pero la mía fue más complicada que lo normal. Esta fue provocada por un sentido de invencibilidad divina-humana que decía «mientras esté haciendo la obra del Señor, nada realmente malo podrá sucederme, a nivel físico». Estoy aún vivo por la gracia de Dios. Muchos de mis colegas no lo están. Fui afortunado de tener tempranas advertencias de que mi corazón no estaba soportando las presiones del ministerio. Otros no reciben ninguna indicación. En un instante están rugiendo a través de los desafíos de la vida, y al siguiente ya no están más. Dios, en muchos de estos casos, nunca quiso eso.


Y no le está ocurriendo a algunas pocas personas. Recientemente me reuní con una docena de ministros en el Oeste Medio de mi país para simplemente cenar e interactuar socialmente. Para la mayoría de ellos, era la primera vez que se tomaban una hora para hacer eso. Pero mientras hablábamos, descubrí que cada uno de ellos sufría ya alguna perturbación en las defensas de su cuerpo: colitis, diverticulitis, migrañas, dolores en el pecho, presión alta, por nombrar sólo algunas cosas. No eran viejos, eran todos de mediana edad y aún más jóvenes que eso. Luego de haberlos escuchado a todos, tomé la palabra y dije: «Caballeros, ¡apaguen sus máquinas!». Por supuesto que es más fácil decirlo que hacerlo, y ellos así lo expresaron. Traté de comprender ya que yo mismo me había propuesto hacerlo durante años, pero siempre había algo más, alguna persona más necesitada, una charla o escrito más para preparar. Pero, o se para la actividad, o la actividad lo para a uno.


Mi cardiólogo me dijo durante mi recuperación de la operación: «No es de sorprenderse que muchos de Uds., de los que están en el ministerio cristiano, especialmente pastores, sufran estos achaques mortales. Una ojeada a los horarios del pastor típico o de un líder cristiano es suficiente evidencia; o se contempla al cuerpo y a la mente como tesoros que deben ser cuidados, como herramientas afiladas finalmente dadas por Dios para ser usadas con sabiduría o son ignoradas. Hacer lo primero es equilibrar la vida y tener mayor posibilidad de longevidad y efectividad. Hacer lo segundo es invitar a la enfermedad.


Por supuesto, es cierto que este abuso físico no se limita a los ministros u otros líderes cristianos. Ocurre igualmente en el mundo secular. Pero al ministro le viene como un shock. Mi honesta confesión pocas horas antes de la operación de corazón fue: «Dios, durante 22 años de mi vida te di todo lo que tenía. Me rompí la espalda por vos. Pero no me importó, estaba haciendo lo mío, usando los dones que Tú me diste. En cierto modo, me parece que tendría que tener un poco más de ventaja que los que no te conocen, o que los que sí pero están muy contentos de estar fuera de la acción».


Era yo el salmista despotricando contra lo injusto de mi condición, cuando lo que Dios intentaba era llamarme la atención sobre lo que me estaba haciendo a mi mismo.


Las exigencias a que exprimamos el tiempo no son menos que horrendas, y uno rara vez se da cuenta de la sutil corrosión en nuestras entrañas en cada tema, reunión del consejo, en cada reunión de la escuela dominical, en cada sesión de consejería, o en la confrontación con algún miembro irritado de la iglesia. El pastor sermonea, casa, entierra, bautiza, visita, confronta, aconseja y carga con el presupuesto sobre sus espaldas. Debe responder al consejo de ancianos y a su congregación, además de hacerlo ante su esposa y sus hijos. Debe organizar su equipo, tener alta su moral, supervisar sus áreas de responsabilidad (porque si algo anda mal, él, el pastor, es responsable). Debe tranquilizar, motivar, estimular, inspirar, y organizar mientras mantiene un aspecto «sereno» dentro de una comunidad que puede estar disgregándose. También debe separar sus preocupaciones personales hacia su mujer e hijos, sus deseos para ellos y su futuro, de lo que es su vocación.


Muchos ministros han visto a su familia desvanecerse ante sus ojos, causa de largas horas en la iglesia, esas reuniones de consejo de medianoche, reuniones de misiones, banquetes de jóvenes y reuniones de escuela dominical («Pastor, si usted no viene, muchos no vendrán»). A medida que se va dando cuenta de que está perdiendo contacto con el tesoro de su vida, su familia, se da mucho más cuenta de las tensiones de su ministerio. Una puntada de ansiedad lo invade y lentamente comienza a encender la llama dentro de él hasta que algo se derrumba.


Agreguen a esto la sensación de inseguridad en su trabajo. Un pastor no tiene contrato, no tiene ninguna seguridad de que va a durar más de un año en la iglesia que sea. Desde el momento en que es nombrado está siendo probado continuamente. Cada domingo, mañana y tarde; y los miércoles a la noche también tiene críticas frente a él. Ninguna de ellas pretende ser eso, a pesar de que algunas son más articuladas y vocales que otras. Pero dentro del terreno consciente de cada pastor existe la comprensión de que si no lo reduce a ciertas especificaciones, especialmente aquellas de los líderes en opinión, estará en suelo precario.


Me he sentado con ministros que estaban deshechos porque no la «cortaron». Los he visto peleando para mantenerse firmes aún cuando sabían perfectamente que la corriente les era adversa. La causa no era la falta de habilidad para comunicarse, era simplemente un caso de agotamiento. Atrapado por mil tareas administrativas el pastor permite que sus hábitos de estudio sufran y finalmente esto aflora en sus prédicas. Todo esto carcome el músculo del corazón de cualquier hombre, o las paredes del estómago, o las arterias, todo aquello que compone el milagro que es el cuerpo humano.


Paul Tournier en su libro Escape de la soledad («Escape from Lonliness», Westminster Press) dice: «Rara vez he sentido el asilamiento del hombre moderno en forma más poderosa que viéndolo en una cierta diaconisa o pastor. Entusiasmado con el activismo desenfrenado de la iglesia, este último tiene reunión tras reunión, está siempre predicando, aún en conversaciones personales, con un programa tan cargado que ya no encuentra tiempo para meditar, no abriendo nunca su Biblia a menos que sea para encontrar temas para sus sermones. Ya no se alimenta más personalmente. Un pastor tal como éste, luego de varias charlas conmigo, dijo abruptamente: «Siempre estoy orando como pastor, pero hace mucho tiempo que no oro simplemente como hombre».


Algunos ministros admiten esto, algunos no, en realidad, demasiados no. Por supuesto siempre están los que no sienten nada de esto. Pero los que sienten que esto les está mordisqueando por dentro y que quieren protegerse de un colapso físico o emocional deben encarar los problemas que contribuyen a esto.


Por empezar el pastor debe reconocer que las presiones, si las hay, son reales. El puede o no ser consciente de ellas, pero un chequeo físico por año, de alguna manera las descubre. (Es asombroso enterarse de cuántos pastores jamás se hacen un chequeo anual). Si es consciente de ellas, no debe sacar la conclusión de que son nada más que otro de sus «riesgos laborales». Muchos pastores no aceptan que la ayuda médica sea necesaria, y muy pocas veces le indican a los ancianos que necesitan un respiro. Pero, el tener como botiquín casero una farmacia, debería ser indicio suficiente de que algo anda mal.


Por supuesto que no le es fácil a un ministro admitir ser vulnerable en la «carne» en este sentido. Desde los días de seminario y a través de su preparación él está condicionado a ser una roca para su gente, que no se dobla fácilmente con los vientos. Y si hay dolor, deberá ser sufrido en un lugar privado con Dios. Más de un pastor que yo conozco han sufrido úlceras perforadas o terribles migrañas y no han querido decírselo a nadie para que no hubiera indicios de alguna debilidad en su espiritualidad o su llamado. Nadie sabe de dónde proviene esta actitud, si es presunción del ministro o de la congregación. Está enterrado en alguna parte de la ética de trabajo cristiano que dice que ciertos líderes simplemente no se enferman.


Así pues, para comprobar la continua erosión que presiones insidiosas pueden causar, el pastor no debe solamente admitir que las tiene, sino también ver de resolver la estructura misma que parece estar favoreciéndolas. No es poner la culpa afuera. Pero es esencial descubrir de dónde proviene este desgaste.


DELIMITANDO FUNCIONES


La mayor parte de las veces viene por tratar de trabajar dentro de una estructura donde la autoridad es confusa y está fragmentada. Consultando con 50 pastores durante una convención ministerial no hace mucho tiempo, descubrí que 48 de ellos no habían discutido jamás qué clase de estructura de autoridad de la iglesia estaban aceptando cuando fueron llamados.


En otras palabras, el pastor necesita saber qué papel juega en el proceso de tomar decisiones de la iglesia. ¿Quién forma parte del personal? ¿Cuáles son las provisiones para pastores asistentes? ¿Dónde residen la autoridad y responsabilidad, en los ancianos o en él? Ningún ministro puede actuar en un vacío; si lo hace es inevitable que se despierte durante las noches para reflexionar sobre los problemas del arreglo del ómnibus, problemas del currículum, en el coro, el mantenimiento, etc. O si no, puede ser que se despierte preguntándose si las decisiones giran alrededor de él, o están principalmente en manos de los ancianos, o en las de algún otro administrador «auto-nombrado». Ya sea que la iglesia tenga 100 miembros o 1.000, el pastor debe saber en qué terreno pisa, de qué recursos dispone y a quién tiene para ayudarle en el uso de los mismos.


Para evitar el grave problema de tener responsabilidades sin autoridad definida, él podría muy bien empezar por ver cómo se distribuye en realidad la división de trabajos.


En mi caso, un curso en administración poniendo énfasis en el uso de la autoridad y en cómo delegar, me habría ahorrado mucho camino inútil y esfuerzo innecesario. Desafortunadamente pocos seminarios ofrecen un curso así.


Si los demás no asumen responsabilidades, el pastor encuentra que está llevando a cabo toda la gama de tareas; desde averiguar el tamaño de bombitas de luz en los pasillos hasta patrullar los baños, y asegurarse de que los himnarios estén en los bancos.


Una vez que el ministro domina la estructura de la organización, puede comenzar a infundir autoridad con responsabilidad al personal, funcionarios y trabajadores voluntarios. Entonces podrá enfrentarse al asesino número uno que continuamente lo acosa día tras día: su mal uso del tiempo.


Pasear en bicicleta los lunes a la mañana está bien, pero un paseo una vez a la semana por los parques de la ciudad no va a ser suficiente para calmar la tensión de toda la semana. Delegue o no, el pastor lleva aún una pesada carga. Simplemente debe evadirse de la rutina llena de tensiones y conseguir un tiempo para cambiar deliberadamente de ritmo, caso contrario, la presión lo va a alcanzar. Esto implica disciplina, pero él necesita tiempo simplemente para sentarse y pensar, reflexionar, orar y estudiar en una atmósfera de calma. Demasiados pastores desestiman la presión que ejerce el tener que predicar exitosamente a su gente tres veces a la semana. Sí, Dios es Dios, pero Dios no compensa la falta consciente de una preparación cuidadosa.


Un pastor, con su salud quebrantada a los 38 años, dijo: «Durante los cinco años que estuve en la iglesia nunca fui a un partido de pelota. Me encanta el fútbol, pero de alguna manera sentía que un día, en el estadio, debería salir corriendo para atender a alguien en conflicto. Pero aún así yo necesitaba un cambio de aire, cada pic-nic de la iglesia al que yo iba, implicaba alguna meditación dirigida por mi, y esa continua sonrisa de relaciones públicas que se supone que acompaña al pastor. Eso no me importaba en absoluto; quería mucho a las personas y esos pic-nics, pero yo necesitaba ir a algún lugar donde pudiera abandonar mis zapatos y caminar descalzo sobre el pasto de vez en cuando. El golpeteo familiar de las demandas de la iglesia me estaba alcanzando. Al poco tiempo empecé a estar cansado, luego todo aquello me puso tenso. La vida pasaba, yo estaba predicando, aconsejando, ministrando, etc., ciertamente lo que quería hacer. Pero no estaba saboreando de nada más en mi vida, de las cosas que me equilibrarían como hombre y como líder».


Hay algunos pasos prácticos que usted como pastor, puede tomar para aliviar esta clase de esfuerzo y evitar el desastre físico.


SUGERENCIAS


Primero:Aceptar el hecho de que la tensión existe y no puede ignorarla como un riesgo profesional. Un chequeo físico por año puede decir mucho de lo que le está pasando a su cuerpo, mente y emociones. Anote en su agenda, con un año de anticipación, la cita médica, y no deje que nadie ni nada atente contra ella. Además, cultive una buena relación con el médico, lo que le garantizará una comunicación correcta en cuanto a lo que está pasando en su cuerpo y lo que debe hacer para aliviar el problema, luego, obedezca su consejo.


Segundo:Asegúrese de dejar libre, con regularidad, un día para estar completamente fuera de toda actividad de la iglesia. Nada de estudio, ni de bosquejar el sermón y bicicleta los lunes por la mañana no es suficiente. Haga que sea un día lejos de la comunidad, ya sea una visita al museo de arte, participar en el juego de pelota o hacer una salida al campo con su familia. Que sea un día que se caracterice por su total relajación. Algunas de las mejores reflexiones sobre la naturaleza de Dios y de su sabiduría aparecen en los momentos en que uno está simplemente caminando por un camino de arbustos. Más aún, por supuesto, un día así baja la temperatura de la «planta química» y refresca la mente y el espíritu para continuar las tareas. Solicite al consejo de ancianos que autorice este día. Lo harán.


Tercero:Propóngase hacer ejercicio por lo menos una hora por día. Encuentre la actividad que más le guste, y hágala. Todas las tensiones acumuladas durante el día pueden ser echadas fuera muy rápidamente de esta manera. Pero debe ser todos los días. Programas de ejercicios irregulares son casi inútiles. Pero programas diarios y sistemáticos condicionan al cuerpo y a la mente más que ninguna otra cosa.


Cuarto:Fórmese al hábito de decir no a los eventos y horarios que no sean necesarios para la función de pastor. Evite esos compromisos de dar charlas en verano en el Instituto Bíblico de su localidad. Es lindo que a uno se lo pidan, pero la continua presión de estar frente a la gente comunicando efectivamente hace que la adrenalina corra por mucho tiempo y muy rápido. Los pastores que usan sus vacaciones para hablar en campamentos no se están ayudando a sí mismos, y podrán, quizás, estar abusando de un cuerpo más de lo que será posible reparar. Si Jesús tomó tiempo para descansar, para alejarse de la muchedumbre, entonces ¿sobre qué base explica usted un itinerario ministerial de doce meses?, no es posible. Y, si hay un verdadero deseo de preservar el cuerpo que Dios nos dio para un tiempo extenso de ministerio, esto solo será posible si las presiones y esfuerzos son aligerados. Lo mismo pasa con los programas en la iglesia. Los jóvenes pueden tener su banquete, las mujeres pueden tener sus almuerzos misioneros, y los hombres pueden tener sus partidos de bochas sin el pastor. De vez en cuando Ud. puede concurrir, pero evite la sensación de que tiene que estar en todo para poder preservar su empleo. Aclárele esto a los ancianos desde un comienzo.


Quinto: Averigüe exactamente como está estructurada la autoridad dentro de la iglesia. ¿Quién es responsable por cuales cosas? ¿Quién toma las decisiones en qué área? ¿Qué recursos hay para lograr ciertas tareas? ¿Qué posibilidades hay de contratar a un pastor asistente para hacer visitaciones, por ejemplo? ¿Hay un encargado permanente del edificio?, si no es así, pida uno. El pastor no tiene tiempo suficiente para lavar los baños o las aulas de la escuela dominical y encima de todo lo demás sacar el polvo de los bancos. Delegue todas la tareas que puedan ser hechas por otro que será responsable de hacerlas, y bien. Los trabajadores voluntarios son de gran ayuda, especialmente si se comprometen a aliviar la carga, y al mismo tiempo participar en la continuación del trabajo. Pero elija esos voluntarios cuidadosamente. Manténgase en contacto con ellos; ayúdelos a sentirse esenciales para el ministerio de la iglesia.


Sexto:Delegue libremente, y una vez que lo haga quédese fuera de la operación en cuestión. Demasiados pastores queman sus válvulas muy pronto porque insisten en supervisar todo lo que pasa en la iglesia, aún cuando la responsabilidad de esas tareas le haya sido dada a otro. Asegúrese que los ancianos sepan quién está haciendo que tarea así ellos pueden controlar, si fuera necesario.


Séptimo:Aprenda a dirigir una reunión de negocios de la iglesia. Si alguna facultad local ofrece un curso de administración de este tipo, enrólese y aprenda el proceso. Más de un pastor cargado con esta tarea, y no familiarizado con principios de administración, puede quizás desperdiciar su tiempo y el de sus ocupados ejecutivos. Hay una forma correcta y una incorrecta de presidir sesiones de negocios. La forma incorrecta se evidencia cuando se pasan demasiadas horas con una agenda muy extensa. Los pastores que intentan liderar en este área cuando no están preparados para ello encontrarán que viven cansados, y ni que hablar de los miembros de ese comité. Las reuniones de negocios de las iglesia deberían ser rápidas, decisivas y cortas. Ello evita que haya exasperación, lo cual a su vez, evita que la presión sanguínea se eleve hasta las nubes.


Octavo:No tome las críticas como algo que lo degrada personalmente. Un pastor debe ver las cartas anónimas llenas de quejas así como las ve un político; pero si permite tomarlas como una indicación terminante sobre su éxito pastoral, no durará mucho, ciertamente nada duele tanto como las críticas. Pero permitirles que quiebren nuestra confianza, que diluyan la sensación de ser aceptado por todos; es iniciar una cadena de ondas de irritación dentro de uno. Ignore las cartas con críticas anónimas. Pero, mientras tanto, averigüe el nivel de aceptación con el consejo de ancianos, repase las críticas con ellos, pida que le den consejos para saber si las quejas de esa naturaleza son válidas o no. ¡Pero no se inquiete por ellas! No hay nada que carcoma con más insidia al corazón que el no sentirse querido o aceptado. Hay críticas que vale la pena recibirlas. Pero muchas que no. Aprenda a diferenciarlas.


Noveno:Cultive un amigo confidente en la iglesia. Pocos pastores tienen un Lucas a quien poder compartir sus necesidades. En una iglesia, un hombre se propuso dejarme largar la presión una vez al mes o tantas veces cuantas fueran necesarias, acerca de problemas de la iglesia, la estructura o la carga de trabajo. Ni una sola vez traicionó mi confianza. Oró conmigo, me aconsejó, me dejó sacar mis frustraciones, y luego estuvo a mi lado. Tenga cuidado al elegir su confidente, pero sobre todo, encuentre uno que va a continuamente compartir, dar, y recibir. De otra manera usted se sentiría totalmente solo, frustrado por no poder sacar sus tensiones y sus visiones. Si no existe este desahogo, la presión interna continuará creciendo hasta que vuele la tapa.


Décimo:Mantenga una relación íntima con su esposa y su familia. Permita que su esposa comparta sus cargas, pero no la abrume con las que son innecesarias. Su esposa es más que un adorno, un proveedor de comida, una madre. Ella es y puede encontrar alivio a sus propias presiones. La esposa y la familia que están fuera de las luchas del pastor están siendo realmente engañados, y ellos son los que más sufren cuando algo malo pasa.


No hay fórmulas ingeniosas para negociar el camino pastoral, por supuesto, cada pastor debe estar consciente de sí mismo en relación a cada área de su ministerio, y debe tomar los pasos necesarios para evitar los efectos debilitantes de la frustración y la ansiedad. Dios sabe que están allí. No hay razón para confesar el estrés y tomar medidas para curarlo. Dios se preocupa. Pero, nuevamente, todo vuelve a usted al final. O evalúa con realismo las presiones que soporta e intenta seriamente aliviarlas o sufrirá en algún momento una crítica «pinchadura». La «pinchadura» no necesita producirse; todo depende de su deseo de examinar el panorama de su ministerio y sacar algunas conclusiones. De ahí en más, la cura está a su alcance.


El ministerio es un servicio tremendamente gratificante. La gente desea proteger a sus pastores como protegen a los miembros de su propia familia. Pero el pastor debe darse cuenta de que él también necesita ser ayudado, así como el ayuda a otros. Es, en realidad, una cuestión de mayordomía. No hay gente que vale un millón de dólares en el ministerio, no hay hombres biónicos. Todos deben enfrentarse con la misma fragilidad. La clave es aceptar esto, y luego tomar pasos para «preservar y proteger». El pastor se lo debe a Dios y a la gente.


© Leadership 1980. Usado con permiso. © Apuntes Pastorales. Volumen II – Número 2. Traducido y adaptado por Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.