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Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 4

Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 4

por Bruce L. Shelley

Parte IV: Los reformadores (1517-1789)

Parte IV: Los reformadores (1517-1789)

En el verano de 1520, circulaba por Alemania un documento que mostraba un impresionante sello en busca de una remota figura: «Levántate, oh Dios,» así comenzaba, «y juzga tu causa. Un salvaje jabalí ha invadido tu viña».

La «bula» del papa León X tardó tres meses en alcanzar a Martín Lutero, el salvaje jabalí. Pronto llegó a la Universidad de Wittenberg donde Lutero enseñaba, él sabía su contenido. Le exigía repudiar sus errores o hacer frente a las terribles consecuencias, la excomunión de la iglesia.

Lutero contestó la amenaza liderando una ansiosa multitud de estudiantes universitarios, quienes quemaron copias de la ley de la iglesia, libros de teólogos medievales y la bula del papa. Esas llamas simbolizaron rápidamente el desafío a la autoridad papal que prontamente se extendió durante el siglo XVI a toda Europa.

La historia llama a esta rebelión «La Reforma Protestante». Lutero inició el camino de querer reformar la Iglesia Católica Romana, y fue este movimiento que cambió la cara del cristianismo en el norte de Europa mediante el derrocamiento de la autoridad papal. Pero, qué creyeron específicamente estos reformadores, Lutero, Calvino, Bucer, Tyndale y otros?

En nuestra era ecuménica no nos agrada desenterrar los viejos huesos de disputa que una vez dividieron a los protestantes de los católicos. Conocemos lo que la lucha religiosa ha hecho en el norte de Irlanda.

Sin embargo una genuina comprensión del cristianismo nunca puede crecer en la tierra de la ignorancia. Estamos mal preparados para una significativa conversación con otros cristianos si ignoramos nuestra propia herencia, y esta es problema de la historia.

Nosotros, los evangélicos protestantes, somos los herederos de dos movimientos de la moderna historia de la iglesia, la Reforma del siglo XVI y el Avivamiento evangélico del siglo XVIII, Martín Lutero ilustra el primer movimiento, Juan Wesley el 2°. Uno nos dio las convicciones fundamentales del evangelismo protestante, el segundo la experiencia central.

El estudiante alemán Ernst Troeltsch llamó al protestantismo una «modificación del catolicismo» en la cual las preguntas católicas permanecen, pero aparecen nuevas respuestas. El ofrece un provechoso camino que resalta esas convicciones básicas que unen los diversos movimientos.

La primer pregunta que perturbó a los reformadores fue: ¿Cómo puede una persona alcanzar el perdón de Dios?

La Iglesia Católica Romana responde: «Dos cosas son necesarias. Primero el pecador debe arrepentirse y confesar sus pecados al sacerdote para recibir el perdón de Dios del eterno castigo que lleva al infierno. Segundo, mediante oraciones, ayuno, buenas obras y los sacramentos eliminar el castigo temporal del purgatorio. En otras palabras, la justificación ante Dios es por la combinación de la fe con buenas obras».

Los reformadores protestantes, empero, contestaron violentamente de distinta manera: «¡No! Una persona es justificada ante los ojos de Dios solamente a través de su fe en el Señor Jesucristo. Todas las obras humanas son indignas para obtener el perdón de Dios. Sólo la muerte de Cristo es adecuada para pagar la deuda del hombre a Dios, cualquiera que crea en Cristo puede alcanzar el perdón de Dios».

La segunda pregunta que elevaron los reformadores fue: ¿Dónde descansa la autoridad religiosa?

La Iglesia Católica responde: «Un cristiano encuentra lo que debe creer y cómo debe vivir en la sagrada ilustración establecida por Jesucristo. El Señor mismo fundó la Iglesia Católica y la dotó con un sacro oficio llamado el magisterium habilitado para enseñar toda la verdad necesaria para nuestra salvación. El papa es la voz de este viviente magisterium, entonces cuando él enseña oficialmente, todos los cristianos deben obedecer».

Empero los reformadores protestantes insistieron en que la autoridad religiosa yace en otra parte: «Encontramos toda la verdad necesaria para nuestra fe y conducta en una fuente, la Palabra de Dios registrada en la Biblia. Maestros dotados nos capacitan para comprender mejor los detalles de las Escrituras, pero, lo necesario para nuestra salvación está claramente revelado en la Biblia».

La tercer pregunta era: ¿Qué es la iglesia? La Iglesia Católica Romana respondía: «La verdadera iglesia es esa institución jerárquica y sacerdotal que Jesucristo fundó sobre Pedro, el primer papa. A Pedro y los otros apóstoles, Jesucristo les dio la autoridad de gobernar la iglesia y de ofrecer el verdadero sacrificio. Y Pedro y los otros apóstoles delegaron esta autoridad sacerdotal al obispo de Roma y los otros obispos de la iglesia».

Los reformadores protestantes no estuvieron de acuerdo. «La verdadera iglesia», dijeron, «no es una sacra jerarquía. Es una comunidad de fe en la cual los verdaderos creyentes comparten la labor sacerdotal. Solamente en esta comunidad el verdadero sacrificio por todos los pecados fue ofrecido una vez por Cristo Jesús en la cruz. Los sacrificios que ofrecen los creyentes no son físicos sino espirituales, el sacrificio de alabanza y de servicio a Dios y entre sí».

La vida de Martín Lutero tipifica este conflicto entre las autoridades católicas y los reformadores protestantes. Habiendo crecido en un hogar de un minero de Sajonia, Lutero fue afligido por un abrumador sentido de alejamiento de Dios. Su problema no eran su pecados, pero sí su condición pecadora. El sabía que la iglesia le exigía amor a Dios, pero en su corazón sólo encontraba odio, ¿cómo puedes amar al juez que te condena?

En 1505, mientras asistía a la escuela de abogacía, Lutero fue atrapado por una violenta tormenta de truenos. Un rayo lo derribó. Aterrorizado, gritó al primer santo que le vino a la mente, la patrona de los mineros: «Santa Ana, ¡sálvame! Y seré un monje».

Lutero mantuvo su promesa e ingresó en el monasterio agustiniano de Erfurt, decidido a hacer las paces con Dios. «Fui estricto en los preceptos», recordaba, «tanto que podía decir que si un monje entraría al cielo por su transparente sacerdocio, ese sería yo».

Se forzó a extremos abnegados, como ayunar por tres días y dormir sin frazadas en un invierno helado. Pero ni la cantidad de penitencias ni de buenas obras podía borrar la convicción de que él era un miserable y condenado pecador.

Solamente a través del estudio de las escrituras fue que Lulero encontró el perdón y el amor que buscaba. Designado para enseñar Biblia en la Universidad de Wittenberg, llegó a las palabras del apóstol en Romanos 1.17: «Mas el justo por la fe vivirá». Cuando Lutero observó que la justicia de Dios es esa rectitud de Dios por la cual justifica al pecador por su completa gracia, y que el pecador puede recibir el perdón de Dios solamente por la fe, sintió como si hubiera «entrado por las puertas abiertas al paraíso».

Un flagrante abuso en las finanzas de la iglesia lo impulsaron a una pública controversia. Como cambio por alguna obra meritoria, frecuentemente una contribución a una benemérita causa, la iglesia de Roma ofrecía una exención a los pecadores (llamada «indulgencia») de su penitencia consiguiendo un «tesoro de méritos». La iglesia enseñaba que éste era el sacrificio de Cristo y la acción meritoria de los santos que lo había hecho posible.

En 1517, un dominicano llamado Juan Tetzel llegó a Alemania ofreciendo indulgencias papales como canje por contribuciones para la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. Prometía a los donantes una oportunidad para poner en libertad almas en el purgatorio. Tan pronto como las monedas repiquen en el cofre», cantaba con monotonía Tetzel, «otra alma saldrá del purgatorio».

Tal comercio torpe impulsó a Lutero a escribir sus 95 Tesis, una lista de proposiciones para un debate teológico. El 31 de octubre de 1517, las colgó en la puerta de la iglesia en Wittenberg. En tres meses, toda Alemania conocía las Tesis.

Lutero declaró que nadie podía arrepentirse verdaderamente de sus pecados sólo por ir. a un sacerdote y concertar un contrato. Sólo Dios puede quitar el castigo por nuestra culpa. En consecuencia el papa no tiene ningún poder para sacar una alma del purgatorio. Además, si el papa puede sacar almas del purgatorio, ¿no lo haría por misericordia cristiana más que por ganancias monetarias?

Rápidamente los dominicanos alemanes denunciaron a Lulero como un predicador de «doctrinas peligrosas». Sus peores temores fueron confirmados cuando en 1518, durante un debate de 18 días en Leipzig, Lutero abruptamente dijo: «Ni la iglesia ni el papa pueden establecer artículos de fe. Estos deben ser tomados de las Escrituras». Tal afirmación le costó la excomunión y la fogata en Wittenberg.

El papa León X y su sucesor fracasaron en llevar a Lutero a las llamas reservadas pora los herejes, ya que éste ganó la protección de los príncipes alemanes. En 1530, muchos de ellos aceptaron sus puntos de vista expresados en la Confesión de Augsburg. Otros territorios siguieron a Sajonia en el campo protestante y Europa se sumergía en un siglo de guerra religiosa. Hoy, la Iglesia Católica Romana no condena a Martín Lutero, y muchos protestantes no aceptan sus puntos de vista. Pero sus tres preguntas iniciales y sus respuestas permanecen como la mejor introducción al protestantismo.

Para descubrir el significado del protestantismo evangélico, necesitamos examinar otro evento en la historia moderna de la iglesia. Este comenzó en alta mar, en un barco, en enero de 1736. Botado para Savannah, Georgia, el Simmonds se encaminó a una serie de violentas tormentas en el Atlántico. El viento rugía, el barco se quebró y se estremeció y las olas azotaron al cubierta. A bordo, un joven pastor anglicano, de pequeña contextura, estaba aterrorizado. Juan Wesley había predicado el evangelio a otros, pero estaba temeroso de morir. Sin embargo, estaba profundamente impresionado, por una compañía de creyentes alemanes llamados los hermanos moravos. Cuando el mar rompía sobre la cubierta partiendo la vela mayor, los moravos calmadamente cantaban sus salmos a Dios. Westley escribió en su diario: «Este fue el día más glorioso que he podido ver».

Este encuentro dio énfasis al carácter evangélico del protestantismo porqué revela la fe como una experiencia personal interna, que capacita al alma a creer en Cristo aun frente a la muerte. Los moravos la tenían. Wesley, no; aún no. Pero como muchos cristianos, pronto lo encontró en los que llamamos el Despertar Evangélico.

El siglo XVII tomó su toque de la otrora juvenil vitalidad de la Reforma Protestante y la reemplazó por un espíritu pendenciero de ortodoxia. Pero en todo el norte de Europa, el protestantismo fue legal, aceptable y ortodoxo, y sin vida. La justificación por la fe era una doctrina para debatir, más que una vida para experimentar.

Una serie de avivamientos espirituales, empero, cambiaron la cara del protestantismo y le dieron un significado fresco al término evangélico, que se convirtió en «nuevo nacimiento», el experimentar al Espíritu Santo de una manera que cambie la vida.

Los primeros signos de avivamiento aparecieron en Alemania, en un movimiento llamado pietista. Despertado por el pastor Philipp Jakob Spener y el profesor universitario Augusto Hermann Francke, el pietismo recalcó la fe sincera a través del estudio bíblico, la oración y el mutuo cuidado dentro de la iglesia.

Los pietistas admiraban a Lutero y trataron de volver al énfasis original sobre el evangelio. Argüían que los hombres y mujeres necesitaban más que la doctrina de la justificación por fe. Como Lutero, necesitaban de una experiencia de justificación.

Al morir Spener y Francke, el liderazgo recayó en un noble alemán, Count Nikolaus von Zinzendorf. El proveyó de un refugio para un grupo llamado los Moravos, los creyentes que encontró Wesley en el Simmonds.

Cuando Wesley regresó a Inglaterra desde Georgia como misionero retirado, se propuso encontrar el secreto de los moravos sobre la fe. En Londres, se encontró con Pedro Bohler, un joven pastor moravo quien le enseñó que la justificación es una experiencia personal que transforma la vida, del perdón de Dios y que un genuino creyente puede obtenerla instantáneamente.

El 24 de mayo de 1738, Westley encontró la verdad que le enseñara Bohler. En una reunión morava en la calle Aldersgate, sintió su corazón extrañamente acalorado. Por primera vez en su vida puso su confianza sólo en Cristo para su salvación.

En los siguientes años y en respuesta a una invitación de su amigo Jorge Whitefield, Wesley entró a los campos abiertos personas. Allí encontró su llamado y pronto se convirtió en el predicador más prominente del gran avivamiento en Inglaterra.

Cuando Wesley murió en Londres en marzo de 1791, con casi 88 años. Dejó 79.000 convertidos en Inglaterra y 40.000 en Norteamérica. Pocos hombres han hecho más para desarrollar el carácter del evangelismo actual. En el amanecer del siglo XIX, los evangélicos pronto entrarán en su gran hora y su mayor prueba.

Apuntes Pastorales

Volumen V Número 4