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Las esposas maltratadas

Las esposas maltratadas

por C. Donaldo Cole

¿Ocurre entre los matrimonios y parejas cristianos que el marido le pague y abuse de su mujer? ¿Sucede eso entre los cristianos o es sólo en el mundo secular?

No hace mucho tiempo, un extenso retiro de aconsejamiento para mujeres comenzó de manera inesperada. En lugar de dar una charla «devocional», como las mujeres presentes lo esperaban, la oradora lanzó un mensaje de una larga hora sobre los abusos que sufren las esposas. Durante el discurso era visible el enojo de las organizadoras del retiro. No podían imaginar un mensaje más «inapropiado», según ellas.

Imagínese el asombro cuando, después del mensaje, la oradora fue asaltada por las mujeres. Apenas había terminado su mensaje cuando las mujeres comenzaron a andar por los pasillos, pidiendo tener una charla privada con ella. El retiro duró dos días y, entre las sesiones, cada minuto del tiempo de esta oradora fue para aconsejar a mujeres cristianas cuyas vidas habían sido entristecidas por el abuso al que habían sido sometidas.

La irritación inicial de las organizadoras es fácilmente comprensible. Las mujeres bien casadas asumen que el abuso de esposas es muy raro entre cristianos y que no vale la pena hablar sobre el mismo, ¡y menos en un retiro! Esas son las típicas mujeres de gran parte del pueblo evangélico. Son inconscientes de la naturaleza y del alcance que tiene el abuso de esposas en la iglesia. Consecuentemente, la iglesia en conjunto, no está preparada para tratar con este problema.

¿Es el abuso de esposas un problema en la comunidad cristiana? La respuesta es «sí»; sin embargo, es difícil de determinar cuan serio es. Las mujeres cristianas no se inclinan a hablar de ello.

El consejero cristiano, Craig Massey, dice que muchas de las que buscan ayuda pastoral son esposas que han sido abusadas. De acuerdo con Massey, las estadísticas realizadas por fuentes seculares se aplican en igualdad para la comunidad cristiana. En su libro. Sin lugar para esconderse (No place to hide), la consejera Eslher Olson presenta un estudio que da el perfil de la mujer abusada.

Más de la mitad son «religiosas» o «profundamente religiosas». Catalina Santucci, otra consejera cristiana, dice que un alto porcentaje de sus clientes son mujeres cristianas que tratan de hacer frente a un inflexible abuso.

Sospecho que muchas mujeres cristianas infelices no consultan ni a sus pastores ni a consejeros profesionales. Saben por experiencia que lo único que consiguen de sus pastores es un impotente encogimiento de hombros y una exhortación a orar con más fervor, a tratar de ser alegre y calladamente sumisa, de esta manera ganarán a sus esposos para el Señor. Entonces, el abuso terminará. Después de 10 o 15 años de sufrimiento, de golpes y abusos por parte de sus esposos, estas mujeres no son fácilmente alentadas por un sermón dominguero sobre las virtudes de la sumisión. Podrá servir para algunas mujeres, pero no para ellas; sus esposos son tan crueles como siempre.

Muchas de estas esposas están poco dispuestas a consultar a un consejero matrimonial. Sienten que todo el consejo del mundo no puede cambiar las circunstancias o hacerlas más fácil de encarar con un esposo abusivo. ¿Por qué ir a un consejero? Después de haber enfrentado la situación por años, no quieren escuchar que deben seguir intentándolo, por lo que se guardan sus problemas. El abuso amontonado sobre ellas diariamente está privadamente administrado y privadamente soportado.

Pero la información trasciende; es muy duro mantener un secreto tan doloroso. Recientemente vi los resultados de un cuestionario realizado por un consejero matrimonial a 40 mujeres, que promediaban en edad entre los 25 y 65 años. Todas eran miembros de un estudio bíblico en grupos de la iglesia. Las mujeres respondieron sobre el matrimonio. Ante la pregunta de que si había considerado alguna vez el suicidio, casi la mitad contestó que sí. Casi todas las que estaban en esta situación, dijeron que aún estaban perturbadas por las cosas que las habían llevado a pensar en la autodestrucción como una posible solución. Todas eran mujeres cristianas, y la mayoría casadas con hombres cristianos.

¿Por qué ellas habían considerado, aun por un momento, el pensamiento del suicidio? La mayoría de las razones eran por distintas formas de abuso. Sus esposos las habían golpeado o vituperado continuamente o las habían datado como si fueran siervas. Ellas eran terriblemente infelices. Más de la mitad de las encuestadas había pensado seriamente en tener una aventura con otro hombre.

Esta cifra revela la crónica infelicidad de muchas mujeres cristianas que aparentemente parecen contentas. Son infelices porque sus esposos se abusan de ellas.

Al escuchar el término «abuso», la mayoría piensa inmediatamente en lo físico. Las mujeres golpeadas han sido tema sobrado para los documentales televisivos. Casi todos conocemos a alguna mujer cuyo esposo la golpea ocasionalmente. Pero el abuso emocional es el más común, especialmente en la comunidad cristiana. Los hombres cristianos que no pueden pensar en golpear a sus esposas, sin embargo, las vituperan y, muchas veces, públicamente. Solamente Dios sabe el grado de sufrimiento soportado por mujeres cristianas cuyos maridos las tratan con desprecio o que las engañan abiertamente.

La infidelidad es dolorosa, pero otras formas de desprecio pueden ser más dolorosas a través del tiempo. Observa la generalidad: durante la boda el novio realiza sonrientes promesas. El amará y cuidará a su esposa hasta que la muerte los separe. Unos pocos años más tarde, a veces más rápido, el amor y el cuidado es olvidado. No hay ningún tipo de cuidado, y si hay amor, no es el que describe 1 Corintios 13 o Efesios 5, donde se les pide a los esposos cristianos amar a sus esposas «como Cristo amó a la iglesia» (v. 25). En su lugar una dura indiferencia, a veces un estudiado desprecio y, muy a menudo, un horrible abuso verbal.

La iglesia apenas puede enfrentar tal clase de abuso. No puede impedir que los hombres griten insultos a sus esposas, pero sí deben entender que el gritar o gruñir insultos es algo terriblemente abusivo. Esos hombres deben reconocer el dolor de sus mujeres, forzadas a enfrentarse con un sin fin de abusos verbales o el menosprecio con que ellos las tratan; como si fueran pigmeas intelectuales sólo porque son mujeres.

La iglesia, por supuesto, no es el mundo secular. Sus patrones son más elevados, su interés por la gente más sincero. La iglesia debe enseñar a los esposos cómo amar a sus esposas. Santos y eclesiásticos sermones sobre el amor no son suficientes; charlas directas a hombres es lo que se necesita; una y otra vez .Y cuando las mujeres son abusadas físicamente, se necesita más que una simple charla de consolación. Las mujeres cristianas golpeadas necesitan protección. En Sin lugar para esconderse, Esther Olson cuenta de una mujer cristiana en que su esposo es un encantador hombre en la iglesia, y ella una mujer golpeada en el hogar. La autora no señala tanto los detalles del abuso sino el fracaso de la iglesia por ayudar a esta mujer. El consejo de su renombrado pastor era típico, el de siempre.

Tal vez la parte más angustiosa es el constante fracaso de la voluntad de la esposa. Después de cada particular y salvaje golpiza, resuelve que «la próxima vez» abandonará a su esposo. La próxima vez se repite indefinidamente y ella retuerce angustiosamente sus manos, incapaz de tomar acción.

Varias son las razones dadas para la irresolución de la mujer (incluso el temor de que los golpes sean por su culpa). Ellas han sido condicionadas a creer que merecen esos golpes. La sicóloga Paula J. Caplan deplora el hecho de que muchas mujeres que tratan de evitar el dolor son acusadas de «querer el dolor por razones masoquistas». Después de años de horrorosos golpes, una amiga mía consultó a un siquiatra cristiano, solamente para que se le diga que ella «debía conseguir algo de los golpes», «aprender con ellos».

En el caso anterior, la mujer había conseguido poca ayuda de la iglesia; sus miedos habían sido confirmados por subsecuentes eventos. Finalmente, y después de años de golpizas (cientos de golpes, algunos terriblemente salvajes), esa mujer hizo algo. Le dijo a su pastor que iba a abandonar a su esposo y lo hizo. Dos meses más tarde regresó a su hogar: había sucumbido a la presión, en especial la de su pastor.

Atribuyéndole la culpa a ella, el pasto amó a la iglesia». Entonces, ¿por qué insistir en una aplicación literal? Es difícil amar a la esposa; más fácil es dominarla…, aunque sea a golpes.

Es fácil ver por qué las esposas abusadas obtienen poca ayuda. Los padres unen sus manos al pastor para hacerla volver al hogar. Nadie pregunta si ella puede tener justas razones para no volver. Sin embargo, es precisamente ésa la pregunta que debería hacerse. Ciertamente, Pablo entendía que algunos matrimonios eran intolerables; el admitió que en Corinto una mujer cristiana podía no permanecer en la misma casa que su marido pagano. En algunos casos sí, en otros no.

Los tiempos están cambiando. El mundo secular está tomando otra visión de la incómoda y hasta ahora indisputable forma de tratar a las mujeres. Las mujeres golpeadas no serán más tildadas de masoquistas; las asociaciones siquiátricas admite ahora que la mayoría de ellas ni buscan ni les agrada ser golpeadas. Mujeres capacitadas en sicología y psiquiatría están forzando a sus colegas masculinos a modificar su condescendiente acercamiento al asunto. De ahora en más, las esposas abusadas son tratadas en forma diferente en las clínicas siquiátricas.

Es hora también de que la iglesia cambie algunas de sus actitudes hacia las mujeres. Es hora de que se dé una fresca mirada al asunto dentro de la iglesia; sin importar cuan abusivo es el esposo, ¿las esposas cristianas deberán continuar recibiéndolos para siempre? ¿Es su obligación cristiana? Yo digo que es un disparate. La iglesia le debe a sus abusadas hermanas un mejor trato del que ha venido dándoles.

Apuntes Pastorales

Volumen V Número 5