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Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 6

Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 6

por Bruce L. Shelley

Parte VI: Los rivales (1914 – 1986)

Parte VI: Los rivales (1914 – 1986)

A comienzos de 1986, los jets americanos F-111 con base en Inglaterra viajaron 2.400 millas para asestar un duro golpe a los campos de entrenamiento terrorista en Libia y al palacio de Kadafi, el presidente libio. El momento elegido para estas incursiones coincidió con la retirada de los buques navales soviéticos del sur del Mediterráneo. Esta fue una manera de reducir las posibilidades de un conflicto militar directo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Esta acción, llevada a cabo a la vista de todo el mundo, es nada más que un ejemplo del esfuerzo titánico en que están involucradas las fuerzas rivales del mundo actual: los Estados Unidos, la Unión Soviética y el mundo árabe.

A la luz de esos conflictos, las iglesias del presente se encuentran en una posición nueva y diferente. Durante el siglo XIX, miles de misioneros se esparcieron por el mundo, abriendo nuevos campos para plantar iglesias. Salían contando con el apoyo indirecto de las naciones tradicionalmente cristianas en Europa y América del Norte. Los planes de expansión del cristianismo complementaban los planes de colonización europeos y americanos.

En la actualidad, el colonialismo en el concepto tradicional está muerto. Los misioneros reconocen que sus naciones de origen no profesan más su anterior lealtad cristiana sino que constituyen grandes sociedades seculares que aportan a los misioneros más motivos de vergüenza que de ánimo.

Al tiempo que el cristianismo busca en la actualidad la cooperación de hombres y mujeres, debe competir con fuertes rivales ideológicos que reflejan (o suponen hacerlo) las aspiraciones de las masas.

Una de esas ideologías es la fe secular de las naciones del Occidente, incluyendo los Estados Unidos. Es una fe surgida de los ideales del siglo de las luces, pero con definidos lazos con el cristianismo. Los principios democráticos, que descansan en los derechos individuales, son la piedra angular de la fe en el progreso humano. Su evangelio es «libertad» para decir cualquier cosa, para ver cualquier cosa y para hacer cualquier cosa, con tal que contribuya al mantenimiento de la paz civil.

Otra ideología rival es la fe marxista de las naciones del bloque comunista. El comunismo tiene una atracción hipnótica para mucha gente en este siglo, porque parece describir la vida tal como es enfrentada por las grandes masas, en su estado de opresión, privación y necesidad.

El evangelio comunista, por ejemplo, promete un nuevo futuro para los pobres. Interpreta la historia en términos de conflicto entre los que «tienen» y los que «no tienen». Este conflicto, inevitablemente, lleva a la revolución y a la destrucción de los opresores. Después de la revolución viene un régimen comunista: la nueva élite imperante que garantizará la reforma agraria y una nueva economía, trabajo para los pobres, educación para los niños, dignidad para la gente.

Una tercer ideología es la fe religiosa que se encuentra en el mundo árabe. Tiene sus raíces en las cinco leyes del Islam pero, políticamente, está inflamada por un intenso odio hacia Israel y los Estados Unidos. Esta fe, dentro del mundo árabe, es altamente negativa ya que se basa en el odio al «occidente cristiano». El creciente número de mezquitas que se levantan en las naciones del Occidente da testimonio de su misión «evangelística».

El pensamiento secular occidental trata de olvidar el lamentable episodio de las Cruzadas realizadas para liberar a la Tierra Santa de los musulmanes, pero los terroristas libaneses y los islámicos han mantenido su memoria fresca para renovar la fe en Alá y en la necesidad de la unidad del mundo árabe. En su pensamiento, las Cruzadas simbolizan lo peor del colonialismo cristiano y occidental. Ellos insisten en que el mismo espíritu imperialista existe hoy en día en la negativa de los Estados Unidos e Israel para reconocer los derechos de los palestinos.

Para dar un vistazo de cómo las tres principales expresiones del cristianismo contemporáneo (ecuménicos, católicos romanos y evangélicos) proponen solucionar las necesidades del atribulado mundo actual, debemos examinar tres reuniones internacionales.

Para el extranjero, Amsterdam parece ser la ciudad de los relojes, dando siempre la hora del día con sus campanadas. En 1948, Europa acababa de emerger de la devastación de la Segunda Guerra Mundial y los relojes de Amsterdam parecieron anunciar un nuevo día para el cristianismo, un día en que los cristianos podrían poner a un lado sus diferencias para enfrentar un mundo atormentado. Su razonamiento fue que tal vez acercándose unos con otros, los cristianos podrían demostrarle al mundo los valores de la paz y la hermandad.

Esa fue la esperanza que en el año 1948 llevaron a Amsterdam 350 personasde 147 iglesias, en su mayoría protestantes. Fundaron entonces el Concilio Mundial de Iglesias, la más ambiciosa expresión de unidad religiosa desde la reforma protestante. El concilio reunió en sí a tres movimientos anteriores (Fe y Orden, Vida y Trabajo, y el Concilio Internacional Misionero) y soñó con atraer a muchos otros desde los sectores evangélicos, católico romano y ortodoxo.

El concilio, con esta visión, estableció más tarde su sede internacional en Ginebra, Suiza, con el éxito de agregar a su membresía a la Iglesia Ortodoxa Rusa y realizar otras cinco asambleas generales.

En años recientes, sin embargo, estas asambleas revelaron un giro desde la preocupación primordial por la unidad cristiana, hacia un creciente rol activo en la política a nivel global. Quizás la evidencia más pronunciada de este cambio se plasmó en la conferencia de Bangkok en 1973, en el documento Salvación y justicia social: «La salvación actúa en la lucha por la justicia económica contra la explotación del hombre por el hombre». Un observador católico romano comentó en la conferencia: «No oí a nadie hablar sobre la vida eterna. ¿Qué lugar tiene la justa ira de Dios en contra del pecado?». El no estaba solo. Al mismo tiempo algunos evangélicos sintieron también que el Concilio Mundial proponía enfrentar las necesidades humanas del mundo contemporáneo adoptando la ideología marxista.

Una reunión diferente surgió en Roma, bajo el Concilio Vaticano II, de la Iglesia Católica Apostólica Romana. La ceremonia de apertura, de cuatro horas de duración y realizada en octubre de 1962, dio toda la apariencia de la inauguración de «una nueva era para la Iglesia». Las mitras blancas de los obispos se agitaron a través de la populosa plaza de San Pedro, mientras el Papa Juan XXIII hacía su recorrido sobresaliendo por sobre esa marea blanca como una majestuosa barca. El coro cantó: «Donde hay unidad y amor Dios está presente.» «El mundo entero espera un paso hacia adelante», dijo el papa. Había razones para ello.

Entre 1850 y l950, la Iglesia Católica Romana había resistido militantemente a las ideas modernas enfatizando la infalibilidad del papa y la exaltación de la Virgen María. Pocos eran los que creían que un nuevo concilio de la Iglesia Católica Romana revelaría otra cosa que el poder de los atrincherados conservadores dentro de la iglesia.

Sin embargo, sorpresivamente y casi tan pronto como el Papa Juan XXIII hizo la apertura del nuevo concilio, se evidenció que los clérigos de mente progresista eran mayoría. Las sesiones estuvieron marcadas por un nuevo espíritu de apertura y cambio. Los documentos aceptados por el concilio eran pastorales, no dogmáticos. El tono general de la asamblea era conciliador y no combativo.

El Concilio Vaticano II reveló una iglesia cuyo interés primordial no era condenar al mundo sino poner su propia casa en orden. Sólo de esta manera los hombres y mujeres modernos podrían estar deseosos de aceptar una invitación a entrar, comer y encontrar satisfacción.

Una tercera reunión tuvo lugar en Lausanna, Suiza. En julio de 1974, los evangélico? del mundo se reunieron en e Palacio de Beaulieu, a orilla; del Lago Ginebra, en el que llamaron «Congreso de Lausanna para la Evangelización Mundial». Primordial propósito de congreso: la tarea misionero mundial.

Más de 3.000 evangelistas de 150 naciones asistieron a congreso para discutir sobre estrategias de evangelización. Ellos elaboraron y firmaron el «Pacto de Lausanna», tal vez la mejor declaración válida sobre las creencias y esperanzas de los evangélicos para este mundo turbulento.

Para entender el significado del Congreso de Lausanna, necesitamos mirar el trasfondo del evangélico americano. En un sentido remoto, los evangélicos provienen de una tradición enraizada en la Reforma. Sus doctrinas principales provienen de Lutero y Calvino, quienes redescubrieron el evangelio en las Escrituras.

En otro sentido, sin embargo, los evangélicos americanos contemporáneos fueron formados por una moda de cambio de la década del 40. Surgió una nueva actitud hacia la vida americana, que contrastó claramente con la actitud defensiva de los años 30.

Durante la década del 20, la teología liberal encontró en las denominaciones la rígida posición de un movimiento llamado fundamentalismo. Los modernistas sostenían que los fundamentalistas eran decididamente no científicos y dogmáticos. Los fundamentalistas acusaron a los modernistas sencillamente de herejes. Antes de me esta guerra verbal se aquietara, casi todas las denominaciones protestantes sufrieron el efecto del fuego cruzado.

Muchos evangélicos perdieron la confianza en su denominación y gradualmente abandonaron iglesias que tradicionalmente habían mantenido una línea evangélica. Ellos prefirieron invertir su dinero y energías en nuevas organizaciones cristianas llamadas agencias «paraclesiásticas». Durante la depresión, éstas tomaron con frecuencia la forma de institutos bíblicos, transmisiones radiales, agencias misioneras o equipos evangelísticos itinerantes. Poco a poco el liderazgo americano evangélico pasó de las denominaciones tradicionales a las agencias y seminarios para eclesiásticos más vigorosos.

La dirección cambiante del país y la tendencia de las denominaciones, convencieron a muchos cristianos de que América estaba dando sus espaldas a Dios. La pregunta era: ¿Cuan seria es esta incredulidad? En la década del 40, esta pregunta originó la principal división entre los protestantes conservadores.

Muchos cristianos dentro de la tradición evangélica, incluyendo algunos fundamentalistas, sintieron que América estaba seriamente desequilibrada, pero que un gran avivamiento espiritual podría restaurar la sanidad a la nación. Este grupo llamó a los evangélicos a la unidad para llevar a América de regreso a Dios. El propósito era infiltrarse en la sociedad americana y en las denominaciones tradicionales para presentar el evangelio.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las diferencias entre los fundamentalistas separatistas y los evangélicos colaboradores, se hicieron más evidentes. Los separatistas continuaron usando con gusto el rótulo de «fundamentalistas». Pero otros fundamentalistas pensaron que era hora de dejar de lado el rótulo; ellos prefirieron el viejo término de «evangélicos». Argumentaron que muchos fundamentalistas eran han intelectuales, insensibles a las enfermedades de la sociedad y orgullosos de separarse de las denominaciones históricas.

J. Elwin Wright, director de la Nueva Confraternidad Inglesa, estaba especialmente ansioso de ver una nueva hermandad nacional de evangélicos, que estuviera libre de las críticas dirigidas al fundamentalismo. Wright viajó e hizo contactos afanosamente, hasta que pudo ver la formación de la Asociación Nacional de Evangélicos en 1942.

La importancia de esta entidad no radica en su tamaño sino en su estructura. Además de los fundamentalistas colaboradores, la asociación aceptó al pentecostalismo, evangélicos de las principales denominaciones, algunos grupos de santidad y denominaciones conservadoras con trasfondo de inmigrantes, todos bajo la cobertura de una declaración evangélica de fe.

Al comenzar la década del 40 se vio también el surgimiento de varios ministerios significativos entre la juventud. El más llamativo fue un ministerio evangelístico que se reunía los sábados a la noche llamado Juventud para Cristo. La idea de las reuniones populares se esparció rápidamente por el país y en el exterior.

En 1945 se formó Juventud para Cristo Internacional. En su primer año creció de alrededor de 300 reuniones populares, alcanzando a casi 400.000 jóvenes, a aproximadamente 900 reuniones alcanzando a cerca de un millón.

Entre los que viajaban con Juventud para Cristo había un predicador joven y delgado con un suave acento de Carolina del Norte. Sus amigos lo llamaban Billy Graham.

Este grupo le proveyó a Graham su primera plataforma como evangelista itinerante y le dio miembros con experiencia para su equipo. Viajó bajo su bandera por dos años. Luego, en 1949, condujo una carpa de avivamiento en Los Ángeles que captó la atención del potentado periodista William Randolph Hearst. Con el respaldo de los periódicos de Hearst, Graham obtuvo publicidad nacional casi de la noche a la mañana.

La Asociación Evangelística Billy Graham emergió como la fuerza individual más poderosa en el cristianismo evangélico después de la Segunda Guerra Mundial. El evangelista mejor conocido de América fue el catalizador para el nuevo y ampliamente basado evangelicalismo. Graham mismo, más que cualquier otro factor, es la explicación de Lausanna.

¿Y cómo propuso el Congreso de Lausanna acercarse a nuestro mundo dividido? El pacto declara: «Más de 2.700 millones de personas aún deben ser evangelizadas. Nos avergonzamos de que tantos han sido dejados en el olvido. Por lo tanto, hacemos un pacto solemne con Dios y entre nosotros, para orar, planear y trabajar juntos para la evangelización del mundo».

Qué pensamiento tan apropiado para concluir esta serie de artículos, justamente ahora, cuando se programa la segunda versión de Lausanna: Singapur 89. Es un pensamiento que refleja las palabras finales de nuestro Señor.

Apuntes Pastorales

Volumen V Número 6