por Miguel Angel de Marco
¡Qué difícil que es entender la vida que vivimos! ¿Por qué tanto sufrimiento y tanta desdicha? ¿Por qué tanta incoherencia en las rutinas de la vida? Nos enamoramos locamente y comenzamos a vivir en pareja. Luego muchos padecen matrimonios amargos, terribles. Tenemos hijos y en ello nos gozamos.
Luego crecen, se descaman y lloramos amargamente hasta desear no haberlos traído al mundo. Allí los padres son acusados de «malos padres», y ellos, en su interior, experimentan un amargo y oscuro: «¿qué sabía yo sobre el criar hijos? Si lo hubiera sabido, tal vez no me metía en esto». ¿Por dónde empezar para entender esta vida?
Que nuestra existencia es pasajera, no quedan dudas. Estamos de paso en el camino al Cielo, …o al Infierno. Supongo que tanto yo como usted ya hemos arreglado nuestras cuentas con Dios, por lo cual seguimos pensando en el mejor desuno y no bajo la tierra.
Como decía, la vida es pasajera. Somos peregrinos en camino hacia la Patria Celestial. Pero debemos vivir todos los días distintas situaciones que nos hacen olvidar esa temporalidad. Las ocasiones que nos suceden están cargadas de emociones, las que empujan al corazón a olvidarse que, al final de los tiempos, el orden será puesto -¡y para siempre!- por quien nos ama eternamente y usando de profusa misericordia. Unos porque pelean para vender cosas y con ello comer y dar de comer, otros que soportan al jefe, este a sus empleados, etcétera. Están nos jóvenes que luchan con el estudio o con un negocio «para ser alguien en el futuro» -futuro que durará lo que le reste de su tiempo en la tierra-, o quienes edifican imperios empresariales «para las generaciones Alturas», y esas otras generaciones -hijos, nietos o yernos- las desmoronan. Al final, uno termina preguntándose: «si todo es vanidad, ¿para qué vivirlo?». Es precioso apreciar -y más aun participar- en la obra de Dios cambiando vidas a través de los años, pero bien sabemos que Dios puede hacer eso instantáneamente, sin hacemos pasar por el doloroso proceso.
Por un lado, vivimos en un mundo totalmente desbaratado si lo comparamos con los planes iniciales de Dios. No podemos buscar la coherencia en un mundo que perdió su destino. Y así como el abrumado padre de un hijo delincuente dijo: «Si hubiera, sabido, no lo traía al mundo», tal vez Adán diría ahora: «De haber sabido en qué terminaría todo esto, no me hubiera atrevido a comer aquello». Esto nos lleva al segundo punto:
No somos dioses para dirigimos a nosotros mismos, ni tenemos derecho propio como para reclamar explicaciones o anticipaciones. Somos criaturas; somos hechos para obedecer. Tal vez nos moleste esta ignorante situación sobre lo que será mejor para el futuro, pero debemos entender que no tenemos derecho a aspirar a tal información.
Sin embargo. Dios es tan bueno con nosotros que nos ha provisto de su Palabra, la Biblia, para saber qué hacer en esta vida; cómo vivir de una buena manera. Realmente no sabemos cómo comportarnos como hijos, pero la Biblia nos dice que si honramos a nuestros padres eso traerá consecuencias positivas sobre nuestra propia existencia. No podemos garantizar a nadie el triunfo en la vida, pero a quien procede como dice el Salmo 1 le está profetizado que todo le saldrá bien (v. 3).
Otro aspecto es el vivir por fe. Vivir por fe significa hacerlo en función de la Palabra de Dios -no en función del aire, como algunos suponen-. Es vivir obedeciendo, y al mismo tiempo sabiendo en Quién hemos creído. «Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac …pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos…» (He. 11.17,19).
Todo es vanidad, …en sí mismo. Eclesiastés nos hace una buena descripción del carácter vano de todo lo que se halla bajo el sol. Esa vanidad -calidad de vacío- se encuentra cuando alguien busca el fin en esas mismas cosas. El dinero no tiene sentido en sí mismo; el trabajo no lo tiene tampoco, ¡ni aun la familia tiene sentido en sí misma! Todas las cosas encuentran valor cuando se relacionan al propósito eterno de Dios. Todo es vano, pero en el plan global del Señor, «sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien».
Vivir en función de la eternidad es nuestro desuno. Los cristianos de la iglesia primitiva creían que el regreso del Señor era inminente, por lo que no importaba vender las casas y varias cosas más; en cualquier momento serían arrebatados. Ahora, después de dos mil años de experiencia. cristiana, seguimos pensando que tal vez el Señor regrese pronto posiblemente antes de que usted termine de leer esto-, pero esto puede llegar a durar unos cuatrocientos años más. Eso significa que, como lo dijo Jesucristo, no es este el mejor lugar para guardar tesoro.
No creo que debamos dejar de adquirir propiedades y de establecemos permanentemente en donde y cuando nos sea necesario, pero que eso constituya nuestro tesoro Debemos reconocer que, sea lo que hagamos aquí, sólo servirá por unos cuantos años. Lo que verdaderamente vale la pena es invertir en el futuro, en el Cielo. Es lindo, para el flamante propietario de un hermoso chalet, pararse en la vereda de enfrente y apreciar su propiedad, pero qué verdadero gozo deberá ser el ver caminar por las calles de la Nueva Jerusalén a aquellos a quienes compartimos el Evangelio. En ese entonces, vaya a saber lo que habrá sucedido con el chalet de la tierra, pero las almas que fueron rescatadas del Infierno vivirán por siempre.
Como lo diría C.S. Lewis, somos la fuerza de combate del verdadero Rey que está recuperando su terreno perdido. Estamos sirviendo en un plan de Dios mucho más grande de lo que nuestras mentes pueden concebir. Por la comunión espiritual que tenemos con El podemos saber cómo caminar y batallar en función de su voluntad y deseo.
Estamos en la introducción. La vida que tenemos hoy es una introducción para la verdadera y peculiar existencia que se nos prepara para siempre. ¿Por qué debemos vivirla así? En verdad no lo sabemos. ¿Por qué la única manera de satisfacer la justicia para nuestra salvación era la muerte de Cristo? Más allá de las explicaciones doctrinales, no lo sabemos. Pero la Biblia dice que era necesario.
Todo libro bien escrito tiene una necesaria e imprescindible introducción, ¡y es lo que más rápido dejamos de lado! El Autor, perfecto en sus diseños, pensó que la mejor introducción era esta. Y quien honra al Señor con su caminar aquí, será honrado por El en su bienvenida allá.
Apuntes PastoralesVolumen VIII Número 4