por Miguel Angel de Marco
El día 24 de setiembre último, el mundo se sorprendía nuevamente por lo que el hombre puede hacer con su cuerpo.
Ben Johnson, atleta canadiense, ganaba la medalla de oro y bajaba el record mundial para los 100 metros llanos a 9 segundos y 79 centésimas en las Olimpíadas de Seúl, en Corea. Atrás quedaba el trabajo del norteamericano Cari Lewis, de 27 años, quien ya había ganado la misma medalla en el 84 y que había ido a Seúl con el deseo de reeditar su triunfo. Llegó segundo.
Dos días después del «Boom Johnson», vendría el «Boom Johnson, segunda edición». Los controles módicos oficiales del Comité Olímpico descubrían que el ganador había ingerido drogas prohibidas, por lo que quedaba descalificado vergonzosamente. Este atleta había usado una droga cuyos residuos tardan varios meses en ser despedidos por el cuerpo de quien la ingiere y le fallaron los cálculos; «lo pescaron in fraganti «.
Muchos periodistas deportivos que habían ensalzado largamente a Johnson, recalcaron que la droga utilizada no ayudaba tanto a tener más fuerza o resistencia sino a modelar estéticamente los músculos. Johnson no solo se había dedicado al atletismo sino que, también, ganaba millones de dólares como modelo publicitario. Los médicos deportólogos, que de esto entienden más que nosotros los periodistas, afirmaron que no en vano esa es una droga prohibida por el Comité Olímpico, ya que al modificar la forma de los músculos incide directamente en su funcionamiento y rendimiento.
A lodo esto, ¿qué es lo que nos trae a este tema? Es nada menos que la Palabra de Dios, cuando dice: «No le impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como la hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán» (Sal. 37.1-2).
¿Qué habrá pasado por la mente de Lewis, al ver que su trabajo esforzado y limpio era arrebatado por Johnson en esos nueve segundos? ¿Sabe usted que Cari Lewis es cristiano, hermano nuestro en la fe?
Así es, mi amigo. Y esto me hace recordar cuando contaba yo mis ocho años de edad. En una situación de mi barrio en que se nos había planteado un problema parecido de aparente injusticia, mamá me recitó aquella estrofa del conocido himno que dice:
Cuando de otros veas la prosperidad y tus pies claudiquen tras de su maldad, piensa en las riquezas que tendrás por fe, donde el oro es polvo que hollará tu pie.
Años más tarde. Dios mostraría cuan vano había sido el camino de aquellos injustos de mi vecindario, y sin tener que luchar por nuestros derechos, Dios honraría a sus hijos.
A nuestro hermano Cari Lewis le tardó sólo dos días. En mi barrio algunos años, «pero la Palabra del Señor permanece para siempre» y «El exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía». Dios se ocupa de nuestra justicia cuando nosotros nos ocupamos en nuestra obediencia, «porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá».
Apuntes PastoralesVolumen VI Número 4