por Alberto Pineda S.
El mundo moderno valoriza la ambición; el sistema capitalista la ve como una virtud y hasta la iglesia ha terminado «santificándola», en cierta manera. ¿Acaso no son muchos de los programas ministeriales existentes -incluyendo algunos énfasis en el crecimiento numérico- nada más que máscaras de la ambición eclesiástica?
Hace algún tiempo mi madre me preguntó cuándo iba a estar satisfechos con el crecimiento que Dios me habia permitido en mi trabajo en la obra… Pense: ¿Cuáles son los impulsos del Espíritu y de servir al cuerpo de Cristo, y cuáles son nuestros deseos o ambiciones? Debemos analizar nuestras motivaciones antes de tomar muchas decisiones. La ambición permanece potencialmente latente en todos nosotros como elemento de bien o de mal. Es vital que la reconozcamos, aunque se tome difícil el hacerlo.
Cierta vez, le pregunté al Dr. Brandt (un psicólogo cristiano que ha viajado por el mundo ayudando a grupos cristianos a resolver conflictos) cómo hacía para descubrir las causas básicas de los conflictos. «Es fácil», me contestó, «cuando hay un problema en una iglesia u organización, hay que preguntarse quién tiene celos y ambición personal», y me leyó Santiago 3.16: «Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. He descubierto a través de miles de entrevistas que el problema n° 1 detrás de los conflictos y los malos entendidos son los celos y la ambición personal. Hasta que uno no los identifica, no se resuelven los problemas. Sin embargo, nadie va a admitir que su motivación está siendo controlada por los celos o la ambición personal». Han pasado ya quince años desde entonces…. y tenía razón.
«¿Qué fue lo más importante que aprendió de la historia de la iglesia?», le pregunté una noche a un conocido profesor de historia eclesiástica. Nunca olvidé su contestación breve. Me explicó cómo las divisiones y los problemas en la iglesia han sido provocados, en general, por motivos personales, disfrazados y justificados por discusiones teológicas.
La mayoría de los eruditos dicen que Lucifer era el ángel de más belleza, posición y talento, antes de su caída. La historia muestra en incontables casos que las personas con grandes dones, habilidades y talentos han ambicionado aun más, lo que ha acarreado serios problemas. Rara vez es el creyente nuevo, el miembro de poca experiencia o posición en la congregación quien crea las divisiones. Son las personas dotadas las que están detrás de los grandes conflictos. Son aquellos que están «insatisfechos» con la realidad de la iglesia, y que en vez de canalizar su insatisfacción en cambios producidos por el Espíritu en vidas, con impaciencia quieren imponer cambios (detrás suele estar, a menudo, el deseo de cambiar a las personas que impiden su propio avance y reconocimiento).
La historia de Santiago y Juan (Mr. 10.32-37), donde estos piden a Jesús el sentarse a su derecha e izquierda, nos enseña una lección importante. No les faltaba fe. Expresaban su fe en la victoria de Jesús sobre las tribulaciones y la muerte que recién había experimentado. Su ambición era energizada por la fe. Hoy muchos proyectos, sueños y planes no son más que la ambición potenciada por la fe, y «santificada» por la religiosidad. En sus mentes. Dios empieza a ser la persona que los va a ayudar a ser importantes si ellos se identifican con algo que, supuestamente, beneficia a Dios; el «trueque» religioso. Esto se manifiesta en cosas tales como «Queremos que nuestra iglesia sea la más grande de la ciudad», o «Quiero tener un ministerio radial que abarque toda la nación», etcétera.
Por apuesto, hay gran necesidad de ambición santa, de empuje y deseo de ver el Reino de Dios exaltado, adelantado y extendido. ¡Cuánto necesitamos de hombres y mujeres encendidos con celo santo, donde la expresión sincera de sus corazones sea que Cristo crezca y el yo disminuya! Pero la naturaleza pecaminosa pervierte esto, buscando el engrandecimiento personal, el prestigio y la estima en los ojos de otros.
¿Cómo ayudamos en esto?. Aprendiendo a discernir en nuestras vidas la pasión incorrecta. Debemos ver si estamos:
La prevención con actitudes y acciones correctas, además de evitar la mala ambición, nos ayudará a crecer en virtud interior. Si aceptamos que la exaltación valedera viene únicamente de Dios (Sal. 75:6,7), ya no estaremos tan motivados para buscar la humana. Por otro lado, Dios nos llama a la fidelidad y al servicio, no necesariamente al éxito. También debemos recordar que Dios es quien pone límites, a través de los dones que tenemos; sólo Cristo tiene todos los dones y El los ha repartido entre todos nosotros. Todos también tenemos una medida. Salir de sólo Cristo tiene fe sin medida. Salir de estos límites es desobediencia, a la vez de entrar en áreas donde no tenemos autoridad ni responsabilidad.
Por último, debemos reconocer también que el crecimiento de las personas nos limita. Hasta que las personas a nuestro alrededor no hayan alcanzada cierto punto -el que Dios ha designado- no debemos extendernos (2 Co. 10.15-18). No olvidemos que hemos sido llamados a ser siervos fieles. No somos el Señor ni señores, sólo pecadores salvados por gracia. Con paciencia y perseverancia llegaremos a reinar con El si tomamos cuidado de no caer en la pasión que hizo, al diablo, diablo.
Apuntes Pastorales, Volumen VIII Número 4. Todos los derechos reservados.