por Randal Alcorn
«¿Debemos casarnos?» Hay pocas preguntas que requieran mayor atención que ésta. Cuando una decisión impulsiva reemplaza a una preparación cuidadosa del casamiento, generalmente termina en conflictos perpetuos, separación, divorcio o, en el mejor de los casos, en un matrimonio «de segunda».
«¿Debemos casarnos?» Hay pocas preguntas que requieran mayor atención que ésta. Cuando una decisión impulsiva reemplaza a una preparación cuidadosa del casamiento, generalmente termina en conflictos perpetuos, separación, divorcio o, en el mejor de los casos, en un matrimonio «de segunda».
No obstante, supongamos que la decisión de casarse ya ha sido tomada y es la correcta: ambos son cristianos activos, tienen personalidades y metas compatibles y están dedicados a Dios y el uno para el otro. La pregunta siguiente es casi tan importante como la primera: «Entonces, ¿cuándo debemos casamos?»
En esta era de independencia, la mayoría de los jóvenes enfrentan la decisión por su cuenta. Contrariamente al modus operandi de muchas culturas en otros tiempos, ya no consultan a sus padres. Peor aun, muchos padres se sienten obligados a mantenerse «a un costado». Por temor a interferir en la vida de sus hijos, razonan que «los mismos ya son lo suficientemente grandes como para decidir por sí mismos»; tanto en el «con quién» como «cuándo» casarse. Esta es la lógica que se aplica,… y así aumentan los divorcios.
Otros padres no dudan en ofrecer consejo, así como también apoyo, aliento y advertencias cuando sean necesarios. ¡Bien por ellos! Pero están también los otros, que tratan de dominar las vidas de sus hijos y poseen una sola palabra, aunque bien intencionada, en su vocabulario de consejo matrimonial: «Espera». A ellos les sorprenderá escuchar este consejo: una vez que la pareja ha decidido casarse, el casamiento debe llevarse a cabo lo antes posible.
Mi experiencia como consejero pre-matrimonial ha reforzado mi convicción. Para ayudar a las parejas a resolver el «cuándo», les presento siete factores que ellos y sus padres deben considerar.
MADUREZ
La decisión de casarse descansa en el supuesto de que ambas panes han alcanzado cierto grado de madurez. Una pareja que no está madura para casarse pronto es probable que no esté madura para casarse en absoluto.
En ciertas ocasiones, sin embargo, tanto la pareja joven como sus padres pueden discernir que es voluntad de Dios el que se casen pero que sería sabio esperar un tiempo, tiempo que le puede permitirá cada uno desarrollar más su personalidad, experiencia, educación, etc. En este proceso puede resultar de ayuda un buen consejero prematrimonial.
Sin embargo, una espera larga es, a veces, tan desastrosa como un apresuramiento. Los padres que desean que sus hijos posterguen su casamiento hasta que la pareja haya madurado totalmente descubrirán que eso nunca sucede.
INDEPENDENCIA
Un matrimonio debe ser capaz de establecer una unidad familiar independiente. El mandato bíblico exige que su identidad sea diferente de la de las familias de donde proviene cada uno (Ge. 2.24).
Idealmente, ambos deberían desarrollar cierto grado de independencia previa al casamiento. Por lo general recomiendo que ambos hayan terminado la escuela secundaria, al menos un año antes de casarse. A menudo ayuda si parte de ese año lo pasan fuera del hogar. No obstante, se puede (y se debe) desarrollar la independencia aunque se esté viviendo con los padres, de modo que después resulte más suave y natural el establecer una unidad familiar diferente. Los cursos acelerados de independencia son difíciles de aprobar, especialmente con todos los ajustes que exige el matrimonio.
Claro que no estoy sugiriendo que las parejas corten relaciones con sus padres. Ellos deben seguir siendo una parte importante de sus vidas, siempre que todos recuerden que la pareja no está más bajo la autoridad paterna. En consecuencia, ambos individuos deben dejar a su padre y a su madre y unirse el uno al otro (Gn. 2.24). El «dejar» es tanto una transición sicológica como geográfica. Una dependencia de los padres demasiado acentuada puede ocasionar problemas, |aun si viven a 1.000 km. de distancia.
Desafortunadamente, muchos padres temen este cambio de rol; piensan, erróneamente, que van a perder a su hijo o hija. Mientras que habrá cambios, la relación no tiene por qué verse afectada. En realidad, muchos padres e hijos me dicen que su relación mutua se vio enriquecida como resultado del nuevo matrimonio. Más aun, puede llegar a ser más interesante disfrutar de una relación «de igual a igual» con los padres o hijos, ya que las tensiones padre-hijo han sido eliminadas en buena parte.
Son muchos los suegros que dan testimonio de haber «ganado otra hija (o hijo) en lugar de «perder» el suyo.
APOYO MATERNO
Demuestra sabiduría de parte de los jóvenes que piensan casarse el buscar el consejo de sus padres, incluyendo su opinión sobre la fecha de casamiento. El consejo de los mayores no será siempre el que la pareja espera o desea. No obstante, debe ser considerado. Eso no atenta contra su independencia para la decisión final sobre el asunto. Como padres debemos ser sensibles ante esta situación.
Si deseamos que nuestros hijos esperen más tiempo del que desean, debemos poder darles razones específicas e importantes, y también debemos asumir parte de la responsabilidad por el riesgo involucrado en postergar un casamiento. Resulta injusto pretender que los hijos posterguen el casamiento simplemente porque los padres no están listos para «dejarlos ir».
Los mayores pueden ver ciertas ventajas en esperar. De cualquier manera, deben expresar sus opiniones y explicarlas con claridad. Las parejas jóvenes deben apreciar y respetar la opinión honesta de sus padres; podría salvarlos de cometer un error que más tarde podrían lamentar.
Asimismo, nosotros los padres debemos recordar que no «poseemos» a nuestros hijos; son de Dios, quien en su gracia nos los ha concedido por un tiempo y, en la mayoría de los casos, los dará luego a otros. De modo que no debemos oponemos al deseo de nuestros hijos de casarse en un determinado momento, a menos que tengamos muy buenas razones.
La mayoría de los padres que conozco buscan genuinamente el bienestar de sus hijos; sin embargo, resulta fácil asumir que el bienestar de ellos es sinónimo de nuestra preferencia personal (a veces egoísta). Los consejos y opiniones de amigos sabios y de dirigentes de la iglesia pueden ayudamos a evaluar nuestras motivaciones más objetivamente.
DESEOS SEXUALES
La Biblia indica con claridad que una pareja con planes de casarse, y que lucha con fuertes tentaciones sexuales, no debe prolongar la fecha de su boda (1 Co. 7.9). Esto constituye un argumento de bastante peso en contra de los noviazgos largos.
Con frecuencia, la situación se produce por un noviazgo innecesariamente prolongado; de modo que, si la pareja no puede casarse pronto, mi consejo es que abandonen la relación antes de que caigan en inmoralidad.
En nuestra sociedad el lapso entre pubertad y matrimonio es más largo que en otras épocas de la historia u otros lugares del mundo. Si a esto le agregamos la extrema libertad y saturación sexual a través de la propaganda, tenemos tentación y oportunidad al máximo para cometer pecados sexuales.
Al posponer la fecha de casamiento sin verdadera necesidad, los padres cristianos pueden contribuir a la tensión y frustración sexual de sus hijos, y a veces empujarlos a la inmoralidad. Dios mismo contradice la «noble» teoría de que «siempre conviene esperar» (1 Co. 7.9).
Sé por experiencia que la supuesta disciplina de postergar el casamiento trae consigo serias tentaciones. Mi esposa y yo estuvimos de novios durante 6 años y medio antes de casamos. Evitamos las relaciones prematrimoniales pero no sin lucha, a pesar de que éramos cristianos consagrados. Mis entrevistas con parejas jóvenes me han confirmado la intensidad de esta lucha y que su frecuente culminación es la inmoralidad. Las parejas cristianas no están exentas de impulsos naturales, dados por Dios; es por eso que las Escrituras enfrentan el dilema de manera realista. Lo mismo deberían hacer las parejas cristianas y sus padres.
NECESIDADES EMOCIONALES
Estas constituyen la otra cara de los deseos sexuales. Son los dos lados de la misma moneda. Cuando dos personas saben que se van a casar, sus pensamientos y sentimientos se ven enfocados, naturalmente, hacia ese hecho. Esto es saludable, siempre y cuando el período de espera sea razonablemente corto, ya que si se prolonga demasiado dichos pensamientos y sentimientos alcanzan un desarrollo prematuro, convirtiéndose entonces en fuente de frustración interna y desaliento. A menudo resultan en estancamiento personal y social. En tales casos ambos pueden convertirse en inválidos emocionales que no pueden funcionar con efectividad porque no se sentirán «realizados» hasta el día que se casen. Este problema es tan común como malsano.
Las repeticiones grandiosas sobre las virtudes de esperar comienzan a sonar huecas para las parejas que sienten una gran necesidad de casarse. A menudo no ven luz al final del túnel en un noviazgo prolongado y se toman irritables y desalentados.
Muchos padres manifiestan que los últimos meses antes del casamiento son duros para las relaciones familiares. Si la pareja cree que sus padres han postergado innecesariamente el casamiento puede mostrarse rencorosa hacia ellos. Por otro lado, si los padres han -tenido razón en hacerlos esperar, más tarde recibirá las gracias. De modo que el discernimiento de los padres resulta crítico. Nosotros, los padres, debemos ser sensibles a las necesidades de nuestros hijos, poniéndonos en su lugar. Cuando se tienen 45 años y se está casado con la mujer que se ama, unos cuántos años pasan rápido; pero a los 20, esos mismos años pueden parecer una eternidad.
ESTUDIOS
Por lo general, no es sabio entrar al matrimonio cuando uno o ambos están comenzando la universidad o alguna ocupación de gran responsabilidad. Es mejor ajustarse antes a las nuevas presiones y luego agregar las responsabilidades del matrimonio.
Contrariamente a la opinión de algunos, los estudios y el matrimonio no son incompatibles; es más, el cónyuge puede ser de ayuda a los estudios del otros brindándole apoyo y aliento. Pude experimentar 3 años y medio de universidad estando soltero y otros 3 y medio estando casado. Cada época tuvo sus ventajas y sus desventajas, pero descubrimos que la combinación matrimonio-estudio era muy compatible. En algunos casos, los estudios pueden ser muy importantes; sin embargo no creo que sean tan sagrados como para subordinar a ellos los planes de casamiento. Postergar el casamiento para terminar el ciclo lectivo puede ser acertado, pero postergarlo varios años simplemente para terminar los estudios puede resultar desatinado.
Por último, un gran factor por el cual muchas parejas postergan su casamiento es la falta de dinero. Esto requiere especial atención.
Pienso que este tema se basa en dos preguntas: ¿Cuánto dinero posee ahora?, y ¿cómo administras el dinero que posees? Por supuesto, la segunda pregunta es de mucho mayor importancia que la primera.
Algunas parejas se casan con lo justo para pagar el primer mes de alquiler y la comida, y les va bien. Ya sea que uno trabaje y el otro estudie o que ambos trabajen, tienen suficiente dinero para salir adelante.
No obstante, otras parejas que se casan con mucho dinero en el banco, pueden enfrentar una crisis financiera a los pocos meses. El problema es la disciplina y no la cantidad de dinero. Si una o ambas personas pueden y quieren trabajar, se pueden conseguir empleos aun en difícil situación económica. Viviendo sencillamente se puede descubrir que hasta un no muy buen empleo provee lo suficiente.
Muchas veces resulta que, si una pareja no puede vivir de sus ingresos, probablemente no se deba a que éstos sean muy bajos sino a sus aspiraciones muy elevadas. Tratar de mantener el ritmo de vida, de los padres o al que están acostumbrados puede ocasionar problemas; y si un individuo es descuidado o gastador no está listo para casarse, no importa cuánto dinero tenga. Cuiden los centavos, hagan economías, busquen ofertas, resístanse a comprar esas «cosas necesarias** que en realidad son lujos disfrazados por la sociedad materialista.
Muchas parejas cuentan que vivir con relativamente poco dinero les enseñó a ser agradecidos, creativos, disciplinados y a estar satisfechos; descubrieron cómo disfrutar el uno del otro y, más que nada, cómo confiar en Dios.
Es por esto que quiero alertar a los padres de dos errores muy comunes. Primero, no deben darle gran importancia al dinero. No tiene nada de malo que los chicos tengan que luchar un poco económicamente. Es más, les hará bien. La mayor ayuda que pueden brindar los padres es cultivar la autodisciplina de sus hijos, y esto durante la niñez. Sin embargo» tos padres que son ejemplos de irresponsabilidad financiera, puede esperar lo mismo de sus hijos.
Una segunda advertencia: debemos recordar que lo que puede parecemos poco dinero, probablemente sea suficiente para una joven pareja. Inclusive, tal vez sea más de lo que nosotros mismos tuvimos en nuestro tiempo de bodas. No debemos imponerles nuestros valores y hábitos materiales actuales.
«¿Qué pasará si viven en un departamento económico, si no tienen lavarropas, y andan en autobús o no usan la calefacción?». No debemos sentir lástima por ellos. Tampoco debemos insistir en que no se casen hasta que puedan tener una «posición» en que confiar; dejemos que confíen en Dios, tal vez tengamos cosas que aprender junto con ellos.
¿Qué sucede si los problemas económicos fuerzan a uno a dejar los estudios para ir a trabajar por un tiempo? En nuestra sociedad, esto parecería una tragedia, pero… ¿lo es? Si la pareja está caminando con Dios, El puede usar tales experiencias para su bien (Ro. 8.28).
La tentación de librar a los hijos de toda lucha económica puede frenar las bendiciones de Dios. En realidad, puede obrar en contra de ambas partes haciendo que la pareja dependa demasiado de los padres. Cuando surge el tema de las finanzas, las preguntas claves parecen ser: «Jóvenes, ¿están dispuestos a encomendarse a Dios?». «Padres, ¿están dispuestos a devolverles sus hijos al Creador?».
Una vez que la decisión de casarse está tomada, asumiendo que es la correcta, la pregunta fundamental debe ser siempre, «¿por qué esperar más tiempo?»
Apuntes Pastorales, Volumen VI – Número 2, todos los derechos reservados