La Encarnación de Jesús, Parte II
por José Belaunde M.
Sabemos cómo fue el episodio. Todos los judíos que vivían en lo que ahora llamamos Palestina debían acudir a Jerusalén para las tres principales fiestas: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, o por lo menos, a una. Los que no vivían lejos asistían a todas…
Sabemos cómo fue el episodio. Todos los judíos que vivían en lo que ahora llamamos Palestina debían acudir a Jerusalén para las tres principales fiestas: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, o por lo menos, a una. Los que no vivían lejos asistían a todas. Pero los padres de Jesús, como no eran ricos y José tenía que trabajar, no podían ir más que a la fiesta de la Pascua. Eso es lo que el Evangelio nos da a entender cuando dice que iban a Jerusalén una vez al año.
Las mujeres no tenían obligación de hacer el peregrinaje ya que estaban atadas por sus responsabilidades domésticas y el cuidado de los niños. No obstante, María iba a Jerusalén una vez al año, seguramente impulsada por su devoción a Dios.
Cuando Jesús cumplió doce años lo llevaron por primera vez consigo. Era un viaje de menos de un centenar de kilómetros que se hacía en tres días a pie y en caravana, posiblemente por la ruta más larga del Jordán, para evitar pasar por Samaria. Varios grupos de familiares y vecinos se juntaban para acompañarse mutuamente (Nota 1).
¿Podemos imaginar la emoción del niño al divisar por primera vez desde la lejanía los muros de la ciudad, cuando ascendían la montaña santa, mientras los miembros de la comitiva cantaban alguno de los salmos graduales, los cánticos que los peregrinos solían entonar al acercarse a Sión, acompañados por flautas y tamboriles? ¿Y luego su emoción al contemplar por primera vez los imponentes edificios de lo que era para Él «la casa de mi Padre»? ¿Y más tarde ver a los sacerdotes oficiar los sacrificios, y escuchar por vez primera los cánticos solemnes y las trompetas tocadas por los levitas, mientras el incienso subía al cielo? ¿Qué pensamientos habrán pasado por su mente?
En la ciudad tomaron parte en los holocaustos del templo y en el culto y en las oraciones. El 14 de Nisán se comía el cordero pascual, el 15 se celebraba la gran fiesta de la Pascua y el 16 se presentaban como ofrendas las primicias de la cosecha. Los peregrinos sin duda participarían también en las gozosas celebraciones populares. En las festividades Jesús andaría con sus padres o con sus parientes y pasaría de un grupo a otro.
¿Dónde se alojarían los peregrinos? Dadas las frugales costumbres orientales no tendrían dificultad en encontrar en casa de parientes o conocidos algún rincón limpio donde extender la esterilla que llevaban enrollada en su magro equipaje y que les servía de cama.
Pasados los tres primeros días de la fiesta (2) gran parte de los peregrinos regresaba a casa y se formaban entonces las caravanas de retorno, y todos los que las integraban partían a la hora acordada. A lo largo del camino durante el día quizá se separaban los grupos unos de otros, pero al llegar el atardecer se juntaban en el sitio convenido de antemano para pernoctar juntos.
Como Jesús estaba a veces con unos y otras veces con otros, posiblemente con los hijos de sus parientes y era un niño conciente y responsable que podía cuidarse solo, sus padres no se preocuparon por no tenerlo consigo durante el camino. Esto nos sugiere algo acerca del carácter de Jesús: era bastante independiente ya a esa edad.
Llegado el primer atardecer, cuando los peregrinos se detuvieron para comer y prepararse a dormir en el descampado, sus padres empezaron a buscarlo. No estaba con este grupo…tampoco con este otro…¿Estaría con ese pariente? ¿Se habría quedado pescando con sus compañeritos en el río? Empezaron a inquietarse y a preguntar ansiosos a todos los que encontraban: ¿No han visto a Jesús? Nadie lo había visto en la caravana.
Entonces la angustia se apoderó de ellos. ¿Se habría separado de la caravana para meditar, como era su costumbre, y se habría perdido en el camino? No puede haberse quedado en Jerusalén…Él sabe que terminada la fiesta, regresamos. ¿Lo habrán raptado? Entonces también raptaban a los niños. ¿Pueden ustedes imaginarse el pánico y la desesperación de sus padres, al ver que nadie tenía noticias de él, y todas las cosas terribles que deben haberles pasado por la cabeza?
Esa misma noche, solos y sin compañía, pese al cansancio y a los peligros del camino, emprendieron el regreso con paso apurado. Posiblemente en el camino les venció el cansancio y se echaron a dormir un rato. Pero la angustia no les dejaría descansar y siguieron caminando.
Llegaron a Jerusalén ya avanzada la mañana y comenzaron por dirigirse a cada uno de los sitios donde habían estado con el niño. ¿Han visto a nuestro hijo? ¡Sí, ese niño de doce años, de mirada grave y tranquila, que habla con la seriedad de un adulto! ¡Sí, de pelo castaño o rubio! ¿qué sé yo?. No sabemos como era Jesús de aspecto, pero sí sabemos que le caía bien a todos, porque el Evangelio dice que se llenaba de gracia ante Dios y los hombres. Esto es, que les caía a todos en gracia. Todo el resto del día y todo el día siguiente se la pasaron buscándolo. Irían a la casa de algún pariente o de algún conocido a preguntar si lo habían visto. Buscarían en los lugares en donde se agolpaba la gente, donde había niños jugando. Tratarían de mirar por encima de las cabezas de la gente reunida, o por debajo de la gente. No estaba en ninguna parte. Su angustia aumentaba de hora en hora. ¿Qué cosa puede haberle pasado? ¿Quién lo habrá secuestrado? Jerusalén entonces no era una ciudad muy grande. Podía atravesarse de un extremo a otro en dos o tres horas. Deben haber regresado varias veces al mismo sitio sin hallarlo.
Por fin, al tercer día, agotados, abatidos, desconsolados, se dirigieron al templo a contarle a Dios su pena. José debe haber pensado ¡Cómo le he fallado a Dios! ¡Cómo no tomé más en serio la responsabilidad que me fue confiada! ¿Cuántos reproches se habrá hecho por lo que él consideraba un descuido? ¿Se acordaría María de la frase de Simeón acerca de la espada que le atravesaría un día el pecho?
Cuando pasaron por uno de los famosos pórticos divisaron a un grupo de gente que se había aglomerado. Eran doctores de la ley que hablaban entre sí y que escuchaban a uno que estaba en medio de ellos. Se acercaron por curiosidad mirando por encima de las cabezas solemnes coronadas de canas. La voz que salía del medio del grupo les pareció conocida. Aguzaron el oído. ¡Pero si es él!
Se abrieron paso a empujones. ¡Qué vuelco dieron sus corazones cuando lo vieron! ¡Por fin lo hallaban! Les volvió el alma al cuerpo, como se dice. No se había perdido ni lo habían raptado. Ahí estaba en medio de los doctores discutiendo como si fuera uno de ellos. Se quedaron mirando asombrados la escena.
Cuando salieron de su estupor exclamaron: ¡Hijo! ¿Cómo nos has hecho esto?
Los doctores deben haberse vuelto hacia la pareja de quien salía ese grito. Deben ser sus padres, pensaron. El niño los había tenido fascinados. Nunca habían vista tanta sabiduría y conocimiento en un niño. ¿Quién le había enseñado? ¿Cómo había adquirido esos conocimientos? No seguramente esta pobre pareja del pueblo que parecía tan común y corriente y que no inspiraba respeto. (3)Pasada la primera felicidad y el asombro, la alegría cedió su lugar al enojo. ¿Cómo puede nuestro hijo habernos causado tanta angustia? ¡Hijo! ¿No sabes que tu padre y yo te hemos estado buscando desesperados durante tres días? (4)
La respuesta de Jesús los dejó desconcertados: ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi padre? ¿Qué asuntos eran esos? No lo sabemos. Yo creo, sin embargo, y esto que digo es sólo una hipótesis, que habría entre los ancianos que escuchaban al niño embelesados, uno, por lo menos, si no varios, que no iban a vivir hasta que Jesús comenzara su carrera pública y a predicar a los 30 años. Y Dios quería que ellos supieran que el reino de los cielos se había acercado a su pueblo, que el Mesías esperado ya estaba entre ellos, que Dios se había acordado de las promesas hechas a sus padres -como antes había proclamado Zacarías al nacer Juan- y que debían comunicar esa esperanza a otros (5).
El niño regresó a Nazaret con sus padres y les estaba sujeto, dice la Escritura. «Y el niño crecía en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres», dice San Lucas. Y no vuelve a hablar del Salvador hasta que aparece en el Jordán a ser bautizado. Pero después del episodio en el Templo que hemos narrado comenzó una nueva etapa en la vida de Jesús, la adolescencia, sobre la que los Evangelios guardan silencio. Eso no nos impide especular cómo sería. Al contrario, nos invita a hacerlo. Y eso haremos la semana entrante.
Notas
(1) Algunos relacionan el viaje de Jesús por primera vez a Jerusalén con la ceremonia del Bar Mitzvá judío, la ceremonia con que se recibe a los adolescentes a los trece años en la comunidad orante. Pero no hay trazas de que este rito tradicional se celebrara antes del año 1400. Lo que sí es cierto es que, desde antiguo, se consideraba que a partir de esa edad el joven debía observar todos los preceptos y era responsable de sus transgresiones. (Pero ver también nota 4)
(2) Donde Reina Valera 60 dice «acabada la fiesta», el original griego del vers. 43 dice: «cumplidos los días». Algunos comentaristas piensan que los padres de Jesús se quedaron en Jerusalén los siete días de la fiesta llamada también de los Azimos, o panes sin levadura.
(3) Los doctores de la ley miraban con desprecio a los que llamaban «Am-ha-aretz», es decir, «la gente de la tierra», el vulgo.
(4) El Talmud dice «que el hombre trate gentilmente a su hijo hasta que tenga doce años», pero que a partir de esa edad lo trate con severidad si es necesario (Citado por John Lightfoot). Desde los doce años el niño debía también empezar a ayunar de tiempo en tiempo para acostumbrarse a esa práctica y ser capaz de ayunar el día de la expiación (Yom Kipur). En el contexto de las costumbres judías la respuesta de Jesús cobra un sentido muy especial. Teniendo que asumir ya algunas obligaciones religiosas el niño debe haberse vuelto conciente en ésta su primera visita a la ciudad santa, de la misión que su Padre le había encomendado y de la tarea que le tocaría llevar a cabo. La idea detrás de la frase que algún día pronunciará en Siquem debe haber venido a su mente en esta ocasión: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn 4:34). No deja de ser sorprendente, sin embargo, que Jesús diera una muestra de tanta desconsideración con sus padres, sabiendo que no podían dejar de angustiarse al no verlo. Pero si Él les hubiera comunicado su propósito de quedarse en la ciudad ¿se lo habrían permitido? Si se lo negaban es imposible imaginar que Jesús les hubiera desobedecido. Por eso prefirió no decirles nada pensando quizá en lo que más tarde enseñaría: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí (es decir, a Dios) no es digno de mí» (Mt 10:37).
(5) ¿Dónde y en qué ocasión se produjo la sesión en que el niño Jesús hacía preguntas a los doctores y contestaba a las de ellos? Se ha especulado que podría haber sido en la sinagoga que se cree que había en el recinto del templo. Pero aparte del hecho de que la existencia de esa sinagoga no ha sido probada, de haber existido es muy poco probable que se hubiera permitido que un niño hablara durante el culto o después. Es en cambio, sabido, según la Mishná (la ley oral tradicional judía, fijada por escrito posiblemente entre los siglos II y III de nuestra era), que algunos doctores de la ley, que sesionaban en la segunda corte de las tres que tenía el Sanhedrín -la llamada «corte de apelaciones»-, se sentaban algunos días a enseñar informalmente bajo una de las varias columnatas del templo. Es posible que en una de esas sesiones, en las que, según la costumbre oriental, los oyentes se sentaban en el suelo, el niño hiciera alguna pregunta aguda a los doctores, o contestara a una pregunta de ellos en una forma que hizo que la atención se fijara en él. Eso pudo haber ocurrido durante la semana de la fiesta, vueltos ya sus padres después del tercer día. Los peregrinos no estaban obligados a permanecer más allá de los tres primeros días y la mayoría no se quedaba sino regresaba a casa a atender a sus obligaciones. (Hago estas apreciaciones sobre la base de la información proporcionada por Edersheim)
Aclaración: Después de impresa esta charla algunas personas me han manifestado su sorpresa de que yo haya mencionado a Pentecostés entre las fiestas en las que los judíos solían acudir anualmente a Jerusalén, ya que, según creen, esa es una fiesta exclusivamente cristiana Tres eran las fiestas que la Ley mandaba que los israelitas celebraran en el lugar que Él escogería: la fiesta de los panes sin levadura, llamada también Pascua; la fiesta de las Semanas y la fiesta de los Tabernáculos (Dt 16:16). El nombre de las tres en hebreo es respectivamente, Pesaj, Sukot y Chavuot. La fiesta de las Semanas se celebraba siete semanas después de la Pascua, esto es 49 días después, el día 50. De ahí viene su nombre en griego, Pentekostós, Pentecostés, en español. Esa fue la fiesta, 50 días después de que Jesús resucitara, que había congregado a gran número de peregrinos en la ciudad santa y que el Espíritu Santo escogió para venir sobre los 120 discípulos congregados en el Cenáculo y ungirlos con poder, tal como Jesús les había prometido antes de partir al cielo (Hch 1:8). Era la ocasión más propicia para que los apóstoles empezaran a predicar, tal como les había sido ordenado. La Iglesia ha retenido el nombre griego de esa fiesta judía.
Acerca del autor:José Belaunde N. nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país.