La Encarnación de Jesús, Parte III
por José Belaunde M.
Esta es la tercera parte de la serie «La encarnación de Jesús». Un llamado a la reflexión y a la meditación de como nuestro Señor vivió como uno de nosotros para darse por nosotros, esta serie es una invitación a meditar en esta época navideña.
Imaginémonos a Jesús adolescente. Le ha crecido el bozo sobre los labios, su voz cristalina ha cambiado y se ha hecho grave. De vez en cuando se le escapa algún gallo cuando levanta la voz, como ocurre con los jóvenes a esa edad.
Él ya dejó de ser un niño; ahora tiene otras inquietudes. Su cuerpo también ha cambiado y siente otras urgencias palpitar en su ser. Quizá su mirada se dirige hacia las jovencitas de su pueblo y las contempla con esa mezcla de inquietud y deleite propia de los adolescentes. Quizá algunas de ellas miraba con interés a ese joven ya alto que empezaba a hacerse musculoso. El trabajo en el taller de su padre lo ha fortalecido y le ha dado seguridad en sí mismo. El que sabe hacer algo bien, adquiere inevitablemente cierto aplomo.
Jesús era sin duda guapo y atractivo. Era, creemos, de maneras educadas y gesto seguro, como suelen serlo todos los jóvenes de alma noble y que han recibido una formación familiar esmerada. Quizá más de una muchacha soñaba con Él. Pero las costumbres en ese pueblo eran severas. A esa edad ya los jóvenes no se juntaban con las chicas. De niños habían jugado juntos, pero ahora ya no.
Las jovencitas se comprometían y se casaban temprano, entre los 12 y los 15 años, como sin duda también sucedió con María. Los matrimonios eran arreglados por los padres. Aunque los padres tomaran en cuenta las inclinaciones demostradas por sus hijas, las jóvenes no decidían; sólo aceptaban la decisión tomada en su nombre.
Es muy posible que alguno de sus parientes, o algún vecino, haya estado pensando en la conveniencia de casar a su hija con el hijo de José y de María. Aprovecharía la primera ocasión para hablarles. ¿Y qué ideas pasarían por la cabeza de Jesús? Sin duda, como cualquier muchacho a esa edad, se sentía atraído por el paso grácil de las muchachas cuando iban al pozo de la aldea, con su cántaro sobre la cabeza. O cuando las oía cantar en coro, o bailar en grupo. Quizá había una que le gustaba en especial.
Jesús era un muchacho como todos en cierto sentido y conocía los secretos de la vida que en el campo los niños aprenden mirando como nacen los animales. Quizá entre sus compañeros había alguno con una mente más despierta, que hacía con sus amigos comentarios lascivos acerca de tal o cual muchacha. Esas palabras pueden haber golpeado su mente sensible y haberlo inquietado, o quizá pueden haber ofendido su instinto de pureza.
La Escritura dice que Él fue tentado en todo, como cualquier hombre, pero sin pecado. Nunca cedió a una fantasía sensual, nunca dejó correr su imaginación como hacen los jóvenes con frecuencia, aunque la sangre pulsara en sus sienes y su corazón latiera fuerte en el pecho. (1)
Jesús, como lo demuestra el episodio ocurrido cuando cumplió doce años, tenía conciencia de su futuro y de que Dios lo llamaba para una misión especial. Cuán conciente no lo sabemos. ¿Dedicaría Él sus ratos de ocio a meditar acerca de lo que la vida le reservaba?
En un momento dado de esa etapa su padre, el bueno y fiel José, debe haber fallecido, ya anciano y vencido por el trabajo y los años. Jesús debe haberse hecho cargo, con sus hermanos quizá, del taller y del sostenimiento de su madre. Ya estaba preparado para ello, y era sin duda un artesano conocido por su habilidad en el manejo de la madera. Cuando posteriormente Jesús irá a predicar a Nazaret, los habitantes del pueblo se preguntarán: «¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Jacobo…?» (Mr 6:3) señal de que Él era ampliamente conocido por su oficio.
¿Cuántas personas había en el hogar? ¿Era Jesús hijo único de María, o el mayor de varios hermanos? No lo sabemos con seguridad y no hay manera de determinarlo con certeza. Los hermanos de Jesús que mencionan los evangelios, eran o sus hermanos de sangre o sus primos o parientes cercanos porque el significado que tenía la palabra «hermano» en el ambiente judío era ambiguo y podía ser cualquiera de esas cosas. El concepto de familia no estaba ni está todavía en el Oriente tan delimitado como en nuestra cultura moderna.
Aunque la Biblia no dice nada al respecto algunos piensan que esos hermanos podrían ser hijos que José habría tenido en un primer matrimonio y que él se casó con María en segundas nupcias. después de enviudar. Aparte de que la Biblia ni siquiera lo sugiere hay muchas objeciones contra esa hipótesis, aunque no se puede descartar totalmente esa posibilidad que muchos autores, incluso protestantes, han defendido. Pero si ese hubiera sido el caso ¿qué pasó con esos hijos cuando José y María fueron a Belén y después a Egipto? Si eran mayores, quizá pudieron haberse quedado al cuidado de parientes.
El hecho es que las Escrituras no nos dan ningún detalle que permita aclarar nuestra curiosidad sobre este punto. Los eruditos discuten sobre las implicancias y el sentido de ésta u otra palabra del texto original, para tener alguna luz segura acerca de la naturaleza de las relaciones entre José y María. Pero no han llegado a ninguna conclusión que no esté abierta a cuestionamiento.
Se discute sobre si la preposición «hasta» en la frase «no la conoció hasta que dio a luz su primogénito» (Mt 1:25) tiene en el idioma hebreo, en el arameo y en el griego el mismo significado que tiene en los idiomas modernos. Si no lo tiene, entonces quizá no la conoció carnalmente nunca (2). Que la palabra «primogénito», «protótokos», designa al hijo que abre matriz, aunque sea hijo único, está fuera de dudas. Por tanto, no indica necesariamente que María tuviera después otros hijos (3).
La más intrigante de las alusiones a la vida conjunta de ambos esposos, y que ya he mencionado en la charla anterior, es lo que dice el Evangelio de Mateo, cuando el ángel habla con José en sueños: «Toma al niño y a su madre….» Y eso mismo dice que hizo José esa misma noche: «Tomó al niño y a su madre…, (Mt 2:13,14,20,21) que es una manera inusual de expresarse en el ambiente judío, donde la mujer es antes que nada esposa y pertenece a su marido. El ángel debió pues haberle dicho: Toma a tu mujer y al niño, si realmente ella fuera su mujer.
El uso de esa expresión es tanto más sorprendente si se la compara con un pasaje del libro del Éxodo que describe una situación similar y que Mateo debía conocer: «Entonces Moisés tomó a su mujer y a sus hijos y los puso sobre un asno y volvió a tierra de Egipto» (4:20). Parece como si Mateo hubiera querido evitar expresamente una fraseología 2:13,14,20,21).
No lo sabemos y nunca lo sabremos, salvo en el cielo. Todo lo demás son hipótesis, aunque yo me inclino a pensar que no hay razones para dudar que lo que afirmaba la tradición -que María no tuvo más hijos que Jesús- se basaba en hechos conocidos por todos. Hay evidencias de que ése era el consenso de la Iglesia a comienzos del segundo siglo cuando todavía vivían y predicaban el evangelio algunos descendientes de los hermanos de Jesús, los llamados «desponsyni», y que hubieran contradicho esa noción si a ellos les constara que era equivocada. Es obvio que si había alguien que podía saber cuál fue el vínculo familiar de Jesús con sus hermanos eran ellos, los descendientes.
Sobre la relación de Jesús con sus hermanos hay un pasaje en Marcos que permite hacer algunas especulaciones. Dice primero que los suyos fueron a prenderle diciendo que estaba fuera de sí (3:21), y luego que María, acompañada por los hermanos de Jesús, fueron a buscarlo cuando él estaba en una casa enseñando (v. 31,32). Ellos no entendían lo que Jesús hacía, predicando y expulsando demonios, y es posible que se avergonzaron de Él y querían impedir que siguiera actuando de esa manera.
Si ése fue realmente el caso, sabemos que en el ambiente judío eran los hermanos mayores los que tenían autoridad sobre un hermano, no los menores. Por consiguiente habrían sido sus hermanos mayores los que fueron a buscarlo con su madre, esto es, sea sus primos cercanos, o los hijos que José habría tenido de su primer matrimonio. Pero eso es sólo una suposición. Con certeza no sabemos cómo estaba conformada la familia de José y de María. Pero, y esto es importante, en vida de José, según lo que narran los evangelio, la familia estaba formada por sólo tres personas.
¿Por qué es que Dios no ha querido ilustrarnos y satisfacer nuestra curiosidad sobre punto? Posiblemente porque no es indispensable saberlo para creer en Jesús y salvarse. Quizá también para probar nuestra fe. Pero la verdadera razón sólo Dios la sabe, y la sabremos algún día cuando estemos en el cielo. (4)
Con esta reflexión hemos llegado al punto en que Jesús, ya hombre maduro, va a empezar su vida pública y a hacer la obra para la que había venido al mundo. De eso hablaremos en la próxima parte.
Acerca del autor:
José Belaunde N. nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país. Para más información puede escribir al hno. José a jbelaun@terra.com.pe
Notas
(1). Pudiera ser osado especular acerca de los sentimientos y actitud interna de Jesús respecto del sexo opuesto ya que no tenemos manera de saber cómo su naturaleza de Dios no manifestada influía en su naturaleza humana. ¿Lo hacía su santidad totalmente inmune a la atracción física de la mujer? Ciertos episodios nos dan a entender que miraba a las mujeres con simpatía, lo que no quiere decir que hubiera allí algún elemento sensual. Jesús perdonó a pecadoras públicas y se dejó tocar por una de ellas, que hizo un gesto que en la cultura judía era más que insinuante, escandaloso, al soltarse la cabellera y enjugar con ella los pies de Jesús (Lc 7:37,38). Contrariamente a los demás huéspedes Jesús interpretó ese gesto en su verdadero sentido de amoroso reconocimiento por el perdón recibido, alejado de toda connotación sexual. Lo que nos sugiere que había en su sensibilidad aspectos muy alejados del común de los mortales. No deja de ser sorprendente que no haya en los evangelios ningún episodio que represente la contraparte, es decir, en que Jesús perdone a un hombre acusado de mujeriego y adúltero. Quizá ese silencio se deba a que los hombres en la sociedad de ese tiempo, tan permisiva para ellos, no necesitaban de ninguna compasión especial, mientras que las mujeres sí. La frase de Hb 4:15 que afirma que Jesús fue tentado en todo, hace suponer que Él pudiera haber tenido que luchar también contra las tentaciones del sexo, pero no es seguro. En todo caso, las especulaciones y fantasías de libros y películas de las últimas décadas que explotan con fines comerciales este aspecto de la vida y personalidad de Jesús que no nos ha sido revelado, deben ser tajantemente rechazadas como blasfemas.
(2) Al respecto quiero reproducir el contenido de una nota sobre este punto contenida en la charla «José. El Padre Adoptivo de Jesús I»: La preposición «heos» aparece 147 veces en el original del Nuevo Testamento. Cualquiera que revise su empleo en la construcción frecuente «hasta que» podrá comprobar que la mayoría de las veces no implica cambio de estado o condición al término de la circunstancia especificada. (Esto es, no quiere decir «hasta aquí no, después sí» o viceversa). Por ejemplo: «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Mt 22:44). No quiere decir que cuando sean puestos sus enemigos bajo sus pies Jesús dejará de estar sentado a la derecha del Padre. O «hay algunos que están aquí que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios» (Lc 9:27). Pero tampoco la gustarán cuando lo vean, al final de los tiempos. Del Antiguo Testamento citemos : «Este pecado no os será perdonado hasta que muráis.» (Is 22:14) No quiere decir que les sería perdonado después de muertos.
3) Véase Ex 13:2 y Nm 18:15 y compárese con Lc 2:7.