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El poder de Jesús sobre los Espíritus, Parte I

El poder de Jesús sobre los Espíritus, Parte I

por Ministerios Alfa y Omega, Inc.

Sermón basado en Marcos 1:23-28

Texto bíblico: Marcos 1.23–28



Introducción:

El poder de Jesús puede liberar al hombre de cualquier fuerza maligna y de espíritus inmundos que lo esclavizan. Jesucristo tiene la autoridad para liberar al hombre. Romanos 8.31; 1 Juan 4.4



Bosquejo de la enseñanza:

  • Imagen #1: La necesidad del hombre poseído (v. 23–24).
  • Imagen #2: El poder de Jesús (v. 25–26).
  • Imagen #3: El impacto sobre las personas (v. 27–28).


  • Puntos a desarrollar:


    Punto 1 (1.23–24) Los espíritus malignos: La primera imagen es la del hombre poseído y su necesidad. Las palabras «con un espíritu inmundo» [en pneumati akatharto] deberían traducirse como «en» [en] un espíritu inmundo, es decir, el hombre estaba bajo el control, dominio, hechizo, y voluntad del espíritu maligno. Para entender un poco mejor lo que esto significa, piense en todo la maldad del mundo que ocurre cada hora, cada día. Luego, fíjese en las palabras utilizadas por Juan, «…y el mundo entero está bajo el maligno» [en to ponero] (1 Jn 5.19). Eso quiere decir que el mundo está bajo la influencia, poder, esclavitud, voluntad, y dominio del maligno. En todo sentido de la palabra, este hombre estaba poseído por un espíritu inmundo.



    Preste atención a las siguientes tres ideas:



    • El hombre poseído, sorprendentemente, estaba en la sinagoga. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Asistía regularmente o había ido exclusivamente para escuchar a Jesús? No lo sabemos, pero si iba regularmente, entonces la sinagoga estaba espiritualmente muerta. ¿Cómo sabemos esto? Porque el hombre asistió a los servicios una y otra vez y nunca recibió ayuda espiritual. ¿Cuántos servicios están tan muertos, tan inertes como para que hombres con espíritus malignos puedan asistir a los servicios y nunca recibir ayuda espiritual? 2 Timoteo 3.5; Isaías 29.13–15 ¿Cuántos van a la iglesia y escuchan la Palabra de Dios semana tras semana, o viven entre creyentes y nunca toman la decisión de alejarse del mal? Escuchan sermón tras sermón y se juntan con creyentes día tras día pero nunca deciden volver a Dios. Hechos 7.51; 1 Samuel 15.22; Salmos 51.16; Eclesiastés 5.1; Jeremías 32.33, 44.16; Oseas 6.6; Zacarías 7.11
    • El hombre poseído se enfureció, clamó, sintió y se disgustó por la pureza de Jesús. El espíritu inmundo reconoció e hizo tres exclamaciones:
  • El espíritu inmundo dijo: «¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno?» El espíritu maligno era completamente diferente al espíritu puro de Jesús porque Él es libre de mancha y de pecado. El espíritu inmundo no tenía nada que hacer con la pureza de Jesús, ya que estaba diametralmente opuesto a la santidad de Jesús. El pecado, la suciedad, la contaminación, y la impureza no tienen parte ni lugar con Jesús porque en él no hay mancha alguna.
  • El espíritu maligno reconoció que Jesús había venido a destruirlo. Muy dentro de su ser, las personas impuras saben que serán juzgadas y destruidas. Odian y desprecian, ignoran y abandonan, se esconden y razonan con el fin de continuar en sus caminos impuros. La paradoja es que saben que serán juzgados mientras continúen pecando y revelándose en contra de Dios. «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.» 1 Juan 3.8).
  • El espíritu demoníaco reconoció a Jesús. El hombre dijo: «Sé quién eres, el Santo de Dios.» El espíritu confesó a Jesús, como dice Santiago: «Tú crees que Dios es uno, bien haces. También los demonios creen y tiemblan.» Santiago 2.19

  • ¡Qué clase de declaración! Muchas personas niegan a Jesús, mientras que los demonios creen. Mateo 10.32–33; Marcos 8.38; 1 Juan 2.22–23 Saber que Jesús es el Santo de Dios no es suficiente. Una persona tiene que creer en Cristo y vivir una vida pura y limpia. 2 Corintios 7.1; 2 Timoteo 2.21; Santiago 4.8; Isaías 1.18; Jeremías 4.14



    • El hombre poseído identificó a Jesús. Esto es tan importante que debemos repetirlo: «Sé quién eres, el Santo de Dios.», es decir, el Hijo de Dios. Uno de los propósitos de Jesús al confrontar a los espíritus demoníacos era para probar que él era el Mesías. Mateo 16.15–17, 20.28, 26.63–64; Lucas 24.25–26; Juan 4.25–26, 8.28–29, 10.10, 11.25–27; 1 Timoteo 1.15

    El mundo exclama: «¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno?» ¿Por qué? Porque él es el Hijo de Dios quien demanda confianza y pureza, negación de uno mismo y una vida de sacrificios. «¿Qué tienes con nosotros…?»


    • La opulencia exclama: «Déjame sola, déjame asegurar mi vida, establecerme y amontonar más y más riquezas.»
    • El poder clama: «Déjame solo, déjame tomar el mando, tener yo la autoridad, regir y reinar, maniobrar y manipular como yo quiera.»
    • El ego dice: «Déjame solo, déjame obtener reconocimiento, atención, estima, honor y adoración como yo quiera.»
    • La carne exclama: «Déjame sola, déjame excitarme, complacerme, estimularme, relajarme, liberarme, escaparme, enfiestarme, y revelarme como yo deseo.» Lucas 9.23–24, 14.33, 21.34; Romanos 8.13; Colosenses 3.5; 1 Pedro 2.11


    Usado con permiso.


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