por Mateo Woodley
Eduardo entró a mi oficina llorando desconsoladamente por su gravísimo estado de salud. Me rodeó con sus brazos y, ahogado en sollozos, me dijo: «Pastor, vaya planeando mi funeral, voy a morir, creo que tengo SIDA». Esta era la tercera crisis en una semana.
Desde su conversión, Eduardo no había tenido un comportamiento de riesgo. Ni siquiera se había hecho un análisis de SIDA. Esta era simplemente la forma en que Eduardo llamaba la atención hacia sus problemas personales.
Así que, mientras lloriqueaba y temblaba abrazado a mi cuello, empecé mentalmente a repasar sus aflicciones: en los últimos siete años llamó a la ambulancia por lo menos seis veces alegando ataques cardíacos (una vez lo hizo durante un culto de adoración), estuvo deshidratado dos veces (simplemente porque no tomaba agua), tuvo una úlcera y una hernia (que resultó ser un músculo inguinal). También recordé mis tres sesiones semanales dedicadas a tratar su depresión, sus adicciones (mariguana, sexo, alcohol, automedicación), pensamientos suicidas, crisis de relación, conflictos laborales y problemas familiares.
Durante seis años había pastoreado a Eduardo en cada una de estas crisis y había orado con él en innumerables hospitales y salas de emergencias. Pero la crisis del SIDA fue la gota que rebalsó el vaso. Tomé conciencia de que el alma de Eduardo funcionaba como un colador: cuanto más lo llenaba, más derramaba. Y luego de docenas de crisis y sesiones de asesoramiento pastoral, ahí estaba él mirándome para que lo llenara y yo cansado de que derramara.
Dentro de nuestra sociedad disfuncional, Eduardo representa un subgrupo cada vez más creciente. Carl George los llama NGE, «necesitados de gracia extra»; Gordon McDonald prefiere GMA «gente muy agotadora». Yo prefiero llamarlos HNC, los miembros «heridos y necesitados crónicos».
¿Quiénes son los HNC?
En primer lugar, los HNC son, como Eduardo, gente profundamente lastimada. A menudo traumatizada por abuso, abandono o disfunciones familiares que los hacen andar como tullidos por la vida. Sus heridas son reales, aunque muchas veces, por buscar la sanidad, emplean métodos auto-destructivos.
En segundo lugar, los HNC son indigentes del alma, que tienen muy claro quién puede curarles esa miseria: el pastor, quien a la vez es su amigo, su gurú, su «terapeuta siempre a mano». De manera que siempre andan rondando por la iglesia para estar con él. Si son, ignorados pueden mortificarse o crear una nueva crisis de cualquier tipo para volver la atención otra vez sobre su necesidad.
En tercer lugar, esta es una condición crónica y un hecho que no pasa inadvertido. Al contrario. Me he visto a menudo tratando de resolver los problemas de una joven madre esquizofrénica, un travesti (padre de tres hijos), un adolescente con síndrome alcohólico fetal crónico, una joven con desórdenes de personalidad fronteriza y por supuesto, Eduardo, el hipocondríaco. Pero luego de agotar todos mis recursos pastorales esa gente continúa herida y lastimada.
Al demandar tanto y dar tan poco, personas como Eduardo dejan a su pastor -y a menudo también a la iglesia- cansado, confundido y frustrado. ¿Cómo podemos ministrar a los heridos y necesitados crónicos sin sentirnos crónicamente cansados y explotados?
Acepte como Cristo lo hace
Los HNC aprietan el acelerador y consumen todo el combustible pastoral. Es muy fácil resentirse por tenerlos cerca. Los miembros más sanos de la iglesia a menudo se quejan o comentan de ellos. Uno de los pilares de la iglesia una vez me advirtió severamente: «Recuerde, Pastor, que ese elemento no paga las facturas de la Iglesia.»
Pero no puedo imaginarme a Jesús murmurando de los leprosos crónicos o quejándose de la tremenda necesidad del endemoniado gadareno. Cristo los aceptaba. Los tocaba. Los curaba. En honor a la verdad, Jesús pasaba la menor parte de su tiempo con los necesitados crónicos pero había un espacio dentro de su agenda para ese poderoso ministerio con ellos. Jesús nunca anestesió su corazón para no sentir el dolor que lo rodeaba.
Trato de recordar que cada HNC soporta una dolorosa herida del alma. Considero a Miguel quien por años luchó contra su deseo de ser un travesti. Mucha gente no puede o no quiere entender la lucha de Miguel, pero nunca lo escucharon lo suficiente como para entender sus heridas pasadas: dos hermanos mayores que ridiculizaban su masculinidad, una madre emocionalmente afectada quien lo vestía con ropas de niñas y un padre violento. Nada de esto justifica sus elecciones pecaminosas (que él reconoce) pero muestra que Miguel el demandante es también Miguel el maltratado.
La oración me ayuda a cultivar una actitud de aceptación por los HNC. Como escribió Dietrich Bonhoeffer: «Ya no puedo condenar u odiar a un hermano por el cual he orado, no importa cuántos problemas me cause» (o cuánto me demande). Su cara, que hasta ahora había sido intolerable para mí, se transforma en el semblante de un hermano por quien Cristo murió, el semblante de un pecador perdonado.»
Los HNC no son solo una categoría. Son almas preciosas por las que Cristo murió. Ellos pueden agotar todas mis reservas pero Jesús sigue compadeciéndose de ellos y esperando por su sanidad. Es por eso que debo empezar y continuar mi ministerio con los heridos y necesitados en humildad y quietud, aceptándolos como Jesús lo hace.
Comunique límites claros
Esto puede parecer una contradicción con lo dicho anteriormente acerca de la aceptación, pero sólo si se la confunde con disponibilidad. No son la misma cosa.
Generalmente los HNC se abastecen de una sobredosis de disponibilidad pastoral. Al igual que Eduardo, ellos esperan y a veces demandan, mi disponibilidad en cada oportunidad que tienen una crisis. Es un juego perfecto: yo crónicamente disponible, ellos crónicamente necesitados. Yo refuerzo su dependencia pastoral y Eduardo refuerza mi necesidad de ser necesitado.
La solución es simple pero dolorosa: establecer límites claros. Con amor pero con firmeza, bajé las expectativas de Eduardo respecto a mi disponibilidad. Cuando Eduardo entró a un tratamiento de veintiún días para recuperarse de su adicción a la mariguana, (su cuarto tratamiento), le manifesté mi preocupación y mi compromiso de sostenerlo en oración pero le dije que no lo visitaría mientras estuviera internado. «Eduardo eres muy dependiente de los demás, por eso voy a darte el espacio que necesitas para crecer fuertemente en el amor de Dios.»
Esto puede sonar desconsiderado y quizás Eduardo no alcanzó a vislumbrar los límites sugeridos, pero trabajar con gente como él me ha hecho establecer tres principios relacionados con los límites:
Juan, un herido emocional de 20 años, tenía una increíble habilidad para llamarme a casa durante momentos clave: la cena, charlas con mis hijos, culto familiar, etcétera. Su acierto era sobrenatural (era como si nos vigilara dentro de la casa). Finalmente establecí el siguiente límite: «Jua,n me encanta hablar contigo, pero no puedo aceptar que vuelvas a llamar a casa. Si me llamas a la iglesia, recibirás toda mi atención.» Es importante establecer el límite por el bien de la familia y hasta por el del propio Juan.
Establecer estos límites ha sido visto como poco espiritual. Creo que los límites son necesarios para preservar la eficiencia pastoral, y aún en los HNC puede fomentar el crecimiento espiritual. Henry Nouwen llama a esto «El ministerio de la ausencia. Sin el establecimiento de limites claros -agrega- nuestro ministerio tiene demasiado de nuestra presencia y demasiado poco de buenos resultados; mucho de nosotros y muy poco de Dios y de su Espíritu Santo.»
A veces he estado tan disponible que los necesitados me han usado de gran sumo sacerdote. Con escasez de sabiduría he usurpado el rol de Cristo en su proceso de santificación, y al reducir mi disponibilidad aliento a los HNC a mantenerse rectos delante de Dios y a recibir la sanidad que sólo Cristo puede darles.
Anhele el servicio, no el éxito
Durante los primeros seis años de mi ministerio asumí que podía resolver todos los problemas de los HNC. No se me había ocurrido que gente herida tan profundamente pudiera retroceder en lugar de avanzar.
Luego de renovar su compromiso con Cristo, Miguel se esfumó, probablemente para volver a la subcultura travesti de Las Vegas. Darlene, la madre esquizofrénica con un hijo chico, tuvo una recuperación increíble con nueva medicación, recuperó la custodia de su hijo y hasta se unió al coro de la iglesia. Pero los siguientes cuatro meses todo se había complicado: Darlene dejó la iglesia, perdió a su hijo y volvió a su anterior guarda psiquiátrica.
Ministrar a los HNC implica que puedo fallar. Debo saber que no ayudaré a cada HNC. Sólo puedo preparar la tierra, sembrar y regar, pero no siempre ver frutos; en ocasiones, apenas podré notar una pequeña cosecha, aunque haya derramado sudor y lágrimas.
Esta realidad desafía mi noción del pastoreo. Yo prefiero, (y a veces demando) el éxito, o por lo menos quiero evitar el fracaso. Por eso me inclino a la gente que me hará ver y sentir exitoso en el ministerio. Los heridos y necesitados crónicos no califican para realzar esta cualidad en mí.
Sin embargo, ellos califican para realzarme como siervo. Gente como Eduardo, Miguel o Darlene me han enseñado una profunda lección: mi llamado no es al éxito sino al servicio. Mi necesidad de aprobación y control me darán la honra, mas el anhelo de mi corazón de buscar la gloria de Dios me conduce al servicio.
Por eso considero un don pastorear a los heridos del alma, pues me recuerda mi impaciencia y las actividades centradas en mí mismo. Lenta pero dolorosamente voy abandonando mi mundano apetito de éxito. Luego, como sé que Jesús me llamó a servir, puedo esperar serenamente a que el Espíritu Santo sane a su manera y a su tiempo.
Aliente el crecimiento espiritual
A diferencia del paralítico que tomó su cama y se fue a su casa, un HNC puede gatear solo unos pasos. Su curva de crecimiento espiritual es larga y chata. Esa es la mala noticia. Pero la buena es que siempre hay espacio para crecer y ya que Dios es el que puede hacerlo, me uniré a Él y con fe estimularé su crecimiento espiritual.
Me gusta alentar los pequeños pasos del crecimiento espiritual preguntando dos cosas muy simples:
1. ¿Qué objetivos te gustaría fijar?
2. ¿Qué dones te gustaría compartir?
La primer pregunta tiene que ver con establecer logros espirituales. Considere cómo se comunicó Cristo con el ciego Bartimeo: «¿Qué quieres que te haga?» (Mr 10.51). Hace poco y en una de las quejas de una nueva crisis en su vida, le pregunté a Eduardo: «Eduardo, ¿qué puedes hacer tú -aunque sea una sola cosa- para mejorar tu calidad de vida por medio de la gracia de Dios?
Eduardo no se esperaba esa pregunta; quedó sorprendido. Él transitaba la vida marcha atrás y en sus mejores momentos, quedaba empantanado. Nunca se le ocurrió que en su vida espiritual podía ir hacia adelante.
Para mi sorpresa, Eduardo volvió la semana siguiente con dos objetivos. Quería obtener su diploma en la escuela y orar todas las mañanas. Obviamente sus dos objetivos no lo harían inmediatamente un gran discípulo de Cristo, pero al menos Eduardo encontró una meta en el crecimiento espiritual.
Con respecto a la segunda pregunta «¿qué dones puedes compartir?», y a raíz de sus sufrimientos, muchos HNC están tildados en el modo «demandante». Eduardo pasaba muchas horas de la semana atormentándose por sus problemas, demandando de mí, de mi familia, de la iglesia, y… todos nosotros dejamos que lo hiciera, no le ofrecimos una opción diferente.
Ahora reconozco que hasta los muy heridos pueden compartir sus dones con la congregación. Y prefiero ser más directo: «¿qué dones puedes compartir para enriquecer el cuerpo de Cristo?» o aún más punzante: «¿qué puedes hacer para Dios en la iglesia?»
Uno de mis HNC está entusiasmadísimo con la tarea de hornear el pan para la Santa Cena. Un adolescente con disturbios emocionales accedió a ser mi asistente personal en la preparación del santuario para las reuniones del domingo. El estímulo pastoral los guía a pequeños logros, los anima a participar del bienestar de la iglesia con pequeñas cosas. Y para los HNC cualquier avance es grande.
Conéctelos con otros recursos
No puedo hacer todo por mis HNC. No puedo proveerles la terapia a largo plazo que muchas veces requieren, ni darles consejo médico. Tampoco puedo pagarles el alquiler ni ser el omnipresente «amigo-pastor-consejero».
Este simple razonamiento me obliga a buscar otros recursos. Necesito una red de ayuda con médicos, buenos consejeros y asistentes sociales. A menudo descuidamos el recurso gratuito y siempre a mano que tenemos en el cuerpo de Cristo. Algunos de los santos de la congregación se perderán la oportunidad de ayudarlos, pero otros están ahí esperando que se les pida ayuda porque desean servir de consejero, de amigo.
Una abuela de nuestra congregación con muchos dones, sacaba a caminar a Darlene en sus días más oscuros de esquizofrenia. Le pedí a Dick, un ingeniero jubilado y viudo, que fuera tutor de unos jóvenes y durante todo el verano los llevó a practicar fútbol semanalmente. Así, todos se benefician de estas conexiones: los mentores, los heridos y yo.
Trabajar con HNC requiere que yo también me conecte con otros. Amo a mis parroquianos, pero pueden convertir mi hoguera espiritual en una velita. Entonces sé que mi alma también necesita un mentor, un buen amigo pastor que vuelva a encender mi pasión.
No deje de llevarlos a Jesús
Apenas me recibí, le comenté a mi consejero pastoral sobre mi primer encuentro con toda una familia de HNC. Su consejo fue simple y directo (en ese momento me pareció hasta superficial): «No dejes de llevarlos a Jesús.» Yo estaba desilusionado, hasta diría disgustado y pensé: «A este tipo le pagan para instruir pastores, escribe artículos de liderazgo, dicta seminarios de cuidado pastoral, hasta tiene un doctorado y ¡esto es lo mejor que puede aconsejarme! ¡No dejes de llevarlos a Jesús!».
Recientemente entendí lo que él quiso decirme. Como pastores, solamente somos un canal de la gracia y el amor de Cristo. Nosotros -con nuestra sabiduría, técnicas de consejería y amor- no somos la fuente de sanidad. Cristo sí lo es. Así que nunca olvide su llamado básico: llevar a los necesitados a la presencia de Jesús.
Aquel consejo llano siempre me recuerda cuál es la más grande herramienta en el ministerio a los heridos emocionales: la oración. Pero no se limita solo a orar por ellos sino también a orar con ellos, a entrar a la presencia del Padre juntos. L. Payne, un veterano escritor afirma: «La oración de sanidad consiste simplemente en invocar la presencia del Señor, de llegar a esa presencia con el necesitado y una vez allí, escuchar la Palabra sanadora que Dios está siempre enviándome a mí, un herido y alienado»
Durante cinco años ayudé a David, le ofrecí mis consejos, lo alenté, lo escuché, fijamos metas y oré por él. Dios usó mi esfuerzo, pero siempre sentí que David necesitaba algo más. Necesitaba encontrarse con Jesús, no conmigo semanalmente. Así que luego de un culto de adoración lo ungí con aceite y oré con él llevándolo a la presencia sanadora de Cristo. Simplemente le pedí a Jesús que le revelara su amor en lo más profundo de su corazón, aun dentro de sus temores y desesperanza. No sabré nunca cuánto durará el efecto de esa oración, pero sí sé que algo cambió en la vida de ese hombre: sus pesadillas desaparecieron, su desesperanza disminuyó y lo más importante, su prioridad se reorientó hacia el amor y poder de Cristo. David es todavía un HNC, pero también es alguien que confía en que Cristo lo sane y transforme.
La oración de sanidad no es instantánea ni mágica. No elude el proceso lento y sostenido de crecimiento ni desplaza la necesidad de aceptación pastoral, de estímulo, de límites y hasta de consejo profesional. Más bien, reorienta a los heridos y necesitados y los dirige a la fuente correcta de sanidad: Cristo. Luego, como David, los heridos y necesitados crónicos se pueden transformar en TEP «transformados y esperanzados permanentes».
Idea básica de este artículo
Para ministrar a los heridos y necesitados crónicos sin sentirse crónicamente cansado y explotando, el pastor necesita aceptarlos como Cristo lo hace, comunicarles límites claros, anhelar el servicio y no el éxito, alentarlos para su crecimiento espiritual, conectarlo con otros recursos humanos y no dejar de llevarlos a Jesús.
Preguntas para pensar y dialogar
1. ¿Puede identificar los tres elementos básicos que identifican a los HNC? Explíquelos.
2. ¿Ha estado ministrando a HNC? De las pautas que el autor ofrece ministrarlos, ¿cuáles les ha aplicado usted?, ¿cuáles necesita incorporar?
3. ¿Qué está haciendo o debería hacer para prepara recursos humanos para que lo ayuden con los HNC?
Tomado de Leadership. Usado con permiso. Traducido para Apuntes Pastorales por Francisca G. Aide. El autor es pastor de la Iglesia Metodista Unida de Cambridge, Minnesota, U.S.A.