¡Hosanna!
por Christopher Shaw
Las más apasionadas expresiones de devoción solamente tienen valor cuando están respaldadas por una vida de entrega.
Versículo: Marcos 11:1-11
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11:1 Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagué y a Betania, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos 11:2 con este encargo: «Vayan a la aldea que tienen enfrente. Tan pronto como entren en ella, encontrarán atado un burrito, en el que nunca se ha montado nadie. Desátenlo y tráiganlo acá. 11:3 Y si alguien les dice: ¿Por qué hacen eso? , díganle: El Señor lo necesita, y en seguida lo devolverá. »11:4 Fueron, encontraron un burrito afuera en la calle, atado a un portón, y lo desataron. 11:5 Entonces algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen desatando el burrito?» 11:6 Ellos contestaron como Jesús les había dicho, y les dejaron desatarlo. 11:7 Le llevaron, pues, el burrito a Jesús. Luego pusieron encima sus mantos, y él se montó. 11:8 Muchos tendieron sus mantos sobre el camino; otros usaron ramas que habían cortado en los campos. 11:9 Tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: __¡Hosanna! __¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 11:10 ¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David! __¡Hosanna en las alturas!11:11 Jesús entró en Jerusalén y fue al *templo. Después de observarlo todo, como ya era tarde, salió para Betania con los doce.
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Los que iban delante y los que venían detrás gritaban, diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!» (Marcos 11.1-11)Que nuestro mejor sacrificio, entonces, sea el que ofrecemos día a día en nuestro caminar con el Mesías. En la entrada triunfal de Cristo vemos con mayor claridad el principio que acompañó la totalidad de su vida pública. Su ministerio no fue el resultado de los impulsos de un momento, de las buenas sugerencias de sus discípulos ni de las presiones constantes de las multitudes a su alrededor. Jesús, demostrando una sujeción radical, no hacía nada sino por indicación de su Padre Celestial (Jn 5.19). Por esto, la llegada a Jerusalén se conforma al plan establecido desde tiempos inmemoriales y anunciado por una diversidad de profetas a lo largo de la tumultuosa historia del pueblo judío. En otras ocasiones Jesús dio instrucciones escuetas a sus discípulos, generando así oportunidades preciosas para que se ejercitaran en la fe. En esta instancia, sin embargo, les da directivas precisas acerca del pollino que debían buscar, aún anticipándose con una posible respuesta si alguien les exigiera explicaciones durante la ejecución del pedido. Qué precioso observar que los discípulos siguieron al pie de la letra las palabras que habían recibido, aun cuando es probable que no entendieran la razón de aquella extraña misión. No obstante, cumplieron con lo encomendado, la prueba más concreta de nuestra devoción hacia aquel que hemos llamado Señor. El hecho de que Cristo entrara en Jerusalén montado sobre un pollino nunca antes utilizado para trabajos domésticos estaba cargado de un rico simbolismo para los judíos. Las instrucciones de la ley (Nm 19.2, Dt 21.3 ) claramente asignaban un rol santo a aquellas animales jóvenes que no habían sido aún domesticados. Del mismo modo David dio instrucciones para que los bueyes que tiraban el carro que devolvía a Israel el arca fueran bestias nunca antes empleadas para este trabajo. Del mismo modo la entrada de Cristo, al final de su peregrinaje terrenal, no es la simple conclusión de un viaje, sino el cumplimiento de una misión sagrada de la cual se desprende todo lo demás que dijo e hizo durante su paso por la tierra. «Muchos tendieron sus mantos en el camino, y otros tendieron ramas que habían cortado de los campos» (v. 8), mientras entonaban estrofas de los salmos que tradicionalmente acompañaban el final de la peregrinación a la ciudad santa. Es evidente, por la forma en que el pueblo acompañó su entrada, que muchos percibían algo de la autoridad divina en la persona de Cristo. Este recibimiento constituye una forma muy visible de honrar a quienes ocupaban un lugar de supremacía en el pueblo. Al tender sobre el piso sus mantos ellos revelaban su deseo de someterse a quien pasaba delante de ellos. No obstante la devoción del pueblo, es difícil ver esta escena sin recordar las palabras de Cristo, pronunciadas al principio de su ministerio. En otra ocasión, Jesús escogió «no confiar de ellos, porque conocía a todos y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del hombre, pues el sabía lo que había en el hombre» (Jn 2.24-25). Las más apasionadas expresiones de devoción solamente tienen valor cuando están respaldadas por una vida de entrega. Que nuestro mejor sacrificio, entonces, sea el que ofrecemos día a día en nuestro caminar con el Mesías.
Por: Christopher Shaw, Director General de Desarrollo Cristiano Internacional. Producido y editado para DesarrolloCristiano.com. Copyright ©2010 por Desarrollo Cristiano, todos los derechos reservados.