Tierra fértil
por Christopher Shaw
Alcanzar la perfección es la meta que todo discípulo tiene por delante
Versículo: Hebreos 6:7-8
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6:7 Cuando la tierra bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella, y produce una buena cosecha para los que la cultivan, recibe bendición de Dios. 6:8 En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida, y acabará por ser quemada.
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El autor de Hebreos ha indicado que la progresión natural en la vida de un discípulo es que avance hacia la perfección. La perfección, como he señalado en otras reflexiones, no consiste en vivir sin pecado. Se refiere, más bien, a que nuestra experiencia, nuestros dones y nuestra personalidad se combinan de tal manera que producen el resultado más excelente y glorioso para Dios. Es decir, llegamos a insertarnos plenamente en los propósitos del Señor para nuestras vidas. Esta es la razón por la que señaló, con cierta exasperación, que por la inversión realizada en sus vidas muchos de ellos deberían ya ser maestros. En lugar de esto, seguían necesitando personas que se ocuparan de sus necesidades elementales, porque el crecimiento anhelado nunca se había manifestado. Un discípulo que no crece pierde su condición de discípulo.A modo de aclarar lo que intenta comunicar echa mano de una analogía sencilla, la tierra. Dios creó la tierra con un propósito. Cuando separó las aguas de lo seco, le dijo a la tierra: «… ¡Que haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que den semilla, y árboles que den su fruto con semilla, todos según su especie!…» (Génesis 1.11 – NVI). El estado natural de la tierra es que, en cumplimiento de este mandamiento, produzca una abundante vegetación. Al hombre, el Señor le confió la tarea de trabajar la tierra para que produjera las plantas que le fueran útiles para su alimentación. De esta manera, aprendió a preparar la tierra y a plantar semillas que eventualmente producían verduras y frutas que pudiera consumir. Cuando la tierra cumple esta función ha alcanzado el estado de perfección que he mencionado. Es decir, está alineada con el propósito para el que fue creada. ¿Qué ocurre con la tierra cuando solamente produce espinos y cardos? Esas plantas no sirven siquiera como alimento para los animales. El hombre mira con desprecio una tierra seca y sin vida, porque no ve en ella ningún potencial. Posiblemente puede construir allí una vivienda, pero no sacará de su entorno nada que le permita sustentar la vida de su familia. Esa tierra, en muchos sentidos, es una maldición y está destinada a la destrucción. Del mismo modo que el labrador que trabaja la tierra, Dios espera recoger un fruto como resultado de la inversión que ha realizado en nuestras vidas. Este fruto se refiere a vidas que plenamente reflejan la gloria de Dios y derraman bendición y bondad sobre todos aquellos con quienes entran en contacto. Un bebé es maravilloso y todos disfrutamos de tenerlo en brazos. Pero el bebé requiere de una atención constante. En algún momento, nos dice el autor de Hebreos, se espera de ese bebé que adquiera la capacidad de cuidarse solo. Y no solamente esto. Cuando haya alcanzado la plenitud de la madurez aprenderá a invertir también en el cuidado de otros. El discípulo que crece de este modo es el que anhela ver el Señor
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