Intenciones puras
por Christopher Shaw
Un corazón humillado es lo único que necesitamos para entrar al Lugar Santísimo
Versículo: Hebreos 10:22-23
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10:22 Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. 10:23 Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.
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El autor continúa empleando la analogía del rito de purificación del sacerdote como símbolo del camino que debemos recorrer para entrar al Lugar Santísimo. Era esencial que los sacerdotes se presentaran para ministrar en el máximo estado de pureza posible. Para eso, empleaban un elaborado ritual para lavar el cuerpo de toda suciedad. La sangre cumplía la función de cubrir la culpa de sus pecados, ese obstáculo insuperable que solamente por medio de un sacrificio era removido. Del mismo modo, el judío del Nuevo Pacto debe intentar presentarse delante de Dios en un estado de sencillez y pureza espiritual. Al aceptar el sacrificio de Cristo a su favor, se produce esa limpieza interior que remueve, de una vez para siempre, la culpa que pesa sobre la vida. Algunos intérpretes opinan que la referencia al lavamiento con agua pura indica que el bautismo era necesario para entrar al Lugar Santísimo. No obstante, yo creo que es más probable una referencia simbólica a la actitud de la persona que se acerca a Dios. El hijo pródigo regresó a su padre en condiciones deplorables, con la ropa sucia, el calzado gastado y un insoportable olor a chiquero. No obstante, el padre lo abrazo con todo el cariño acumulado durante los años de espera. Del mismo modo, en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (Lucas 18), no cabe duda que el primero era infinitamente más puro que el segundo. No obstante, el Señor consideró que la humilde oración del recaudador era mucho más agradable que el floreado monólogo del fariseo. La confesión de nuestra necesidad es una buena forma de asegurar una actitud humilde delante de Dios.Lo importante es que al acercarnos al Señor intentemos hacerlo con la mayor sencillez y humildad que esté a nuestro alcance. «Yo habito en lo alto y santo, Y también con el contrito y humilde de espíritu, Para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos», declara el Señor (Isaías 57:15). Somos conscientes de que nuestro corazón nos engaña de tal manera que no siempre vemos la verdadera motivación de nuestras acciones. Podemos, sin embargo, confiar en que el Espíritu nos revelará todo aquello que impide que tengamos plena comunión con nuestro Señor, porque esa es su tarea. Arribamos una vez más a esta exhortación que, considero, es el eje central del mensaje de la epístola: «Mantengamos firme la esperanza que profesamos». Vale la pena volver a resaltar el concepto que encierra la palabra katecho. El léxico Griego Español ofrece estas alternativas: conservar, reparar, retener, poseer, tomar, ocupar, detener, impedir el paso. Volvemos a percibir que la esperanza que profesamos es escurridiza. Ante los cuestionamientos, las dudas, las negaciones de la cultura, la incredulidad de los hermanos, las críticas y las burlas, intenta escaparse. Nosotros debemos retenerla, si fuera necesario, aún por la fuerza. Esto lo logramos cuando comenzamos a declarar las virtudes del que prometió recibirnos. El es fiel y cumplirá con su palabra. Nuestra confianza no será en vano. Podemos avanzar con total tranquilidad, porque vamos por buen camino!
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