Biblia

En el museo de la fe: Abraham

En el museo de la fe: Abraham

por Christopher Shaw

La prueba más dura era devolverle a Dios lo que él mismo le había dado

Versículo: Hebreos 11:11-12

11:11 Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. 11:12 Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.

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La prueba más dura que tuvo que enfrentar el padre de la fe fue el llamado a ofrecer a su propio hijo en sacrificio a Dios. La experiencia del patriarca nos introduce en un plano en el que los desafíos que se nos presentan no son el simple resultado de vivir en un mundo caído, ni de nuestras propias torpezas como seres humanos. Se refieren, más bien, a situaciones que el Señor ha diseñado específicamente para darnos la oportunidad de demostrar nuestra fidelidad. Tal es la experiencia de Job, en la que Dios autoriza a Satanás a ponerlo a prueba, aunque establece límites a lo que este puede hacerle. Observamos el mismo principio en la vida de nuestro Señor Jesús cuando pasa por las aguas del bautismo. En esa ocasión, recibe una palabra de confirmación por parte del Padre y el Espíritu desciende sobre su vida. Inmediatamente es conducido al desierto por el mismo Espíritu (Mt 4.1), para ser puesto a prueba. La prueba robustece nuestra fe y nos afianza en el camino al que hemos sido llamados. Es parte del trato amoroso de nuestro Padre celestial, aunque en el momento parezca demasiado severa la dificultad. Abraham sabía que el tema de su herencia era problema de Dios, no de él. El dilema de la prueba de fe es que nosotros no nos enteramos de que es una prueba. Desde nuestra óptica la prueba es uno más de los muchos obstáculos que debemos sortear mientras buscamos ser fieles al Señor. Abraham no sabía que Dios iba a detenerlo instantes antes de hundir el cuchillo en el cuerpo de Isaac. Si hubiera estado enterado, su fe no habría sido ejercitada en lo más mínimo, pues ya conocería de qué modo «terminaba la película», antes de salir de su casa. Imagino que Abraham experimentó intensas luchas en su ser interior. ¿Cómo podía Dios quitarle el hijo por el que había esperado cien años? ¿Cómo haría para darle otro heredero? ¿Si iba a terminar de esta manera la historia, por qué el pequeño no falleció durante el parto? El hecho es que ninguna de estas, ni cientos de otras especulaciones, tenían respuesta. Lo certero, en esta historia, es que Abraham había desarrollado tal confianza en Dios que entendía que el problema de asegurarle un heredero era del Señor, no de él. Con esa confianza avanzó, atormentado por el enemigo, pero seguro de que Dios no volvería atrás con lo que le había prometido. Así de «alocada» es la confianza de este héroe. Y por su obediencia Dios le dio herencia entre los grandes: «Por Mí mismo he jurado, declara el Señor, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido Mi voz» (Gn 22.16-18 – NBLH).  

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